Capítulo 8

—Agus: Hablas —dijo mientras se volvía despacio para mirar a la niña, aunque su voz ronca traslucía un claro interrogante. 

Luz negó con la cabeza. Estaba muy seria. 

—Agus: Sí, has hablado. Acabas de hablarme al oído. 

—Luz: No. —Y soltó una risilla al ver la expresión de Agus. 

—Agus: ¡Lo has hecho otra vez, Dios! Di mi nombre. Dilo. 

—Luz: Tío Herbert. 

Agus soltó una trémula carcajada y la abrazó para estrecharla contra su pecho. 

—Agus: ¿Herbert? Pues ahora cenaremos picos de pollo y patas de lagarto. —Sin soltar a Luz, miró a Peter mientras meneaba la cabeza, asombrado. Estaba sonrojado y tenía un brillo sospechoso en los ojos—. ¿Cómo? —fue lo único que consiguió preguntar. 

—Peter: Luego te lo cuento —respondió con una sonrisa. 

—Agus: Bueno, dime qué ha pasado —insistió mientras removía la salsa de tomate que acompañaría a los espaguetis. Luz estaba ocupada en la estancia contigua, entretenida con su nuevo rompecabezas—. ¿Cómo lo has hecho? 

Peter abrió una cerveza. 

—Peter: Yo no he sido —contestó después de darle un trago, disfrutando del frescor—. Estábamos en la juguetería de Spring Street, esa nueva, hablando con la dueña, una morocha muy linda. Nunca la había visto, por cierto... 

—Agus: La conozco. Lali no sé qué. Espinoza, Esp... 

—Peter: Espósito. ¿La conoces? 

—Agus: No personalmente. Pero Scolari ha intentado emparejarme con ella. 

—Peter: A mí no me ha dicho ni pío —replicó, ofendido al instante. 

—Agus: Tú estás saliendo con Melody. 

—Peter: Melody y yo no tenemos una relación exclusiva. 

—Agus: Scolari cree que Lali es mi tipo. Tenemos casi la misma edad. ¿Has dicho que es linda? Me alegro. Creo que iré a echarle un vistazo antes de comprometerme a algo más. 

—Peter: Yo sólo soy dos años mayor que tú —le recordó, indignado. 

Agus soltó la cuchara y cogió una copa de vino. 

—Agus: ¿La has invitado a salir? 

—Peter: No. Estaba con Melody en ese momento y, además... 

—Agus: Reclamo mis derechos. 

—Peter: No tienes derechos sobre ella —dijo con voz cortante. 

Agus enarcó las cejas. 

—Agus: Tú ya tienes novia. Y los derechos le pertenecen al que lleve más tiempo de sequía. 

Peter se encogió de hombros con cierta irritación. 

—Agus: Bueno, dime qué hizo Lali —insistió—. ¿Cómo consiguió que Luz hablara? 

Peter le describió la escena que tuvo lugar en la juguetería, el detalle de la caracola mágica y cómo hizo el milagro la idea de que fingiera guardar su voz en ella. 

—Agus: Alucinante —replicó—. En la vida se me habría ocurrido algo así. 

—Peter: Fue más bien cuestión del momento. Luz estaba lista para hablar y Lali le ofreció una forma de hacerlo. 

—Agus: Sí, pero... ¿es posible que Luz lo hubiera hecho hace semanas si se nos hubiera ocurrido algo así a ti o a mí? 

—Peter: ¿Quién sabe? ¿Adónde quieres llegar? 

—Agus: ¿Alguna vez te has parado a pensar cómo van a ser las cosas cuando crezca? —le preguntó su hermano a su vez en voz baja—. ¿Cuando necesite a alguien con quien hablar de cosas de chicas? ¿Cómo nos las vamos a apañar? 

—Peter: Agus, sólo tiene seis años. Ya nos preocuparemos por eso cuando llegue el momento. 

—Agus: Me preocupa que ese momento llegue antes de lo que pensamos. Es que... —dejó la frase en el aire y se frotó la frente como si quisiera aliviar un inminente dolor de cabeza—. Tengo que enseñarte una cosa cuando Luz esté acostada. 

—Peter: ¿El qué? ¿Debo preocuparme? 

—Agus: No lo sé. 

—Peter: ¡Joder, dímelo ahora! 

—Agus: Vale —susurró su hermano—. Estaba ojeando la carpeta de Luz donde guarda las tareas del colegio para ver si había acabado de colorear un dibujo y encontré esto. —Se acercó a la encimera y cogió una hoja de papel—. La maestra les ha puesto deberes de Lengua esta semana. Tienen que escribirle una carta a Papá Noel. Y ésta es la que ha escrito Luz. 

Peter lo miró sin comprender. 

—Peter: ¿Una carta a Papá Noel? ¡Si estamos a mediados de septiembre! 

—Agus: Ya han empezado a poner anuncios navideños. Y ayer cuando fui a la ferretería oí a Chuck decir que empezarían a sacar los árboles de Navidad a final de mes. 

—Peter: ¿Antes del Día de Acción de Gracias? ¿¡Antes de Halloween!? 

—Agus: Sí. Supongo que forma parte de un diabólico plan mundial para fomentar el consumo. No intentes luchar contra él. —le dio la hoja de papel—. Échale un vistazo. 

Querido Papá Noel: 

Este año sólo quiero una cosa 

Una mamá 

Por favor no te olvides de que ahora vivo en Friday Harbor, gracias te quiere 

LUZ

Peter guardó silencio durante un buen rato. 

—Agus: Una mamá. 

—Peter: Sí, ya veo. —Con los ojos clavados en la carta, Peter murmuró—: Va a necesitar un gran calcetín.

Después de cenar, Peter se sentó en el porche delantero con una cerveza. La mecedora de madera estaba hecha polvo, pero era muy cómoda. Agus era el encargado de arropar a Luz y de leerle una de las historias del libro de cuentos que habían comprado esa tarde. 

Los atardeceres todavía eran largos en esa época del año y pintaban el horizonte de la bahía con tonos rosados y naranjas. Con la vista clavada en los relucientes bajíos que se atisbaban entre los troncos de los madroños del Pacífico, intentó averiguar qué iba a hacer con Luz. 

Una mamá. 

Era normal que quisiera una madre. Por mucho que Agus y él lo intentaran, había ciertas cosas que no podían hacer por ella. Y aunque el número de padres que criaban a solas a sus hijos era numeroso, nadie podía negar que existían miles de cosas para las que una niña necesitaba una madre. 

Siguiendo el consejo del psicólogo, habían enmarcado unas cuantas fotos de Eugenia. Tanto Agus como él se aseguraban de hablarle de ella, de ofrecerle un vínculo con su madre. Pero podían hacer mucho más y era muy consciente de ello. No había razón alguna por la que Luz tuviera que vivir su infancia sin una figura materna. Melody casi rayaba en la perfección. 

Además, le había dejado muy claro que estaba dispuesta a ser paciente pese a la ambigüedad de sentimientos que le provocaba el matrimonio. 

«Nuestro matrimonio no será como el de tus padres —le había señalado Melody con ternura—. Será distinto porque será sólo nuestro.» 

Peter entendía lo que quería decirle, incluso estaba de acuerdo con ella. Sabía que él no era como su padre, a quien no le importó cruzarles la cara a sus hijos. El hogar en el que crecieron fue tempestuoso, plagado de peleas, discusiones y melodrama. La versión matrimonial de los Lanzani, con sus peleas a grito pelado y sus increíbles reconciliaciones, les había enseñado la cara más amarga de la vida en pareja, pero ninguna de sus alegrías. 

Peter entendía que, si bien el matrimonio de sus padres había sido un completo desastre, no siempre tenía por qué ser así, y había intentado tener una opinión neutral sobre el tema. Siempre había pensado que cuando encontrara a la mujer adecuada, si acaso lo hacía, habría algún tipo de reconocimiento inmediato, una especie de certeza avalada por su corazón que despejaría todas las dudas. De momento, nada que se le pareciera le había sucedido con Melody. 

¿Y si no le pasaba con nadie? Intentó pensar en el matrimonio como un acuerdo práctico con alguien a quien apreciara. Tal vez ésa fuera la mejor forma de visualizarlo, sobre todo si había que tener muy presentes los intereses de una niña. Melody poseía la personalidad adecuada (era tranquila, agradable y cariñosa) para convertirse en una madre estupenda. 

Él no creía en el amor romántico ni en las almas gemelas. Era el primero en admitir que tenía una mentalidad demasiado pragmática y que sus ideas estaban bien asentadas en la cruda realidad. Le gustaba ser así. ¿Era injusto para Melody que le propusiera un matrimonio basado en consideraciones prácticas? Tal vez no, siempre y cuando sus sentimientos fueran sinceros. O más bien su falta de sentimientos. Regresó al interior cuando apuró la cerveza. Una vez que tiró la lata al cubo de la basura para reciclar, se encaminó al dormitorio de Luz. Agus ya la había acostado y había dejado la lamparita encendida. 

Su sobrina tenía los ojos casi cerrados y estaba bostezando. A su lado, dormía un osito de peluche, cuyos brillantes ojos lo miraban expectantes. 

Peter contempló a Luz y en ese instante experimentó uno de esos momentos en los que se toma conciencia del gran cambio que acaba de sufrir la vida en poco tiempo, de modo que la vida anterior queda ya muy atrás. Se inclinó para besarla en la frente como hacía todas las noches. Los delgados bracitos de la niña lo abrazaron por el cuello mientras la escuchaba murmurar con voz soñolienta: 

—Luz: Te quiero. Te quiero. —Se dio media vuelta, abrazó a su osito y se quedó dormida. 

Peter siguió donde estaba, parpadeando mientras intentaba asimilar el tremendo impacto que acababa de recibir. Por fin sabía lo que era que le rompieran el corazón. Y no de forma triste, ni en un sentido romántico. Hasta ese instante nunca había experimentado el deseo de cubrir de felicidad a otro ser humano. 

Encontraría una madre para Luz. La madre perfecta. Crearía un círculo de personas que la rodeara. 

Lo normal era que un niño fuera el fruto de una familia. En su caso, sin embargo, la familia sería el fruto del niño. 

Continuará...

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Awww :')

+15 firmas... se viene Laliter...