—Es la
imbecilidad más grande del mundo. —Agustín tenía las manos en el volante de su
Land Rover mientras escudriñaba el aparcamiento en penumbra.
Peter lo miró desde el asiento trasero. Ya
había anochecido en San Mateo. Las farolas cobraron vida. Con un poco de
suerte, Mariana ya estaría en la parte trasera del edificio.
Agustín tenía razón. Era una imbecilidad.
Deberían haberse quedado con los padres de Mariana y cenar con los niños. Por
más incómodo que fuera para ella, era mucho más seguro que lo que estaban
haciendo en ese momento.
—Tú solo tienes que conducir el coche durante
la huida —dijo Cande desde el asiento del copiloto—. Deja de quejarte. —Abrió
la puerta. Peter la imitó—. Volveremos enseguida.
—La próxima vez me tocará hacer de espía —les
gritó Agustín.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —le preguntó Peter
mientras se dirigían a la puerta de entrada de la clínica. Un guardia de
seguridad se encontraba junto a ella. Las cámaras de vídeo barrían el
aparcamiento.
—El horario de visita acaba dentro de media
hora. Me echarán entonces. ¿Tienes el carnet que Alice consiguió esta mañana?
Peter se dio unos golpecitos en el bolsillo.
—Lo tengo.
—No quiero tener que pagar la fianza de nadie
esta noche —masculló ella.
La miró de reojo.
—No me creerás tan tonto como para dejarme
coger, ¿verdad?
—Espero que no, Lanzani.
Cande adoptó su sonrisa de abogada al entrar en
el vestíbulo y acercarse al mostrador de recepción.
—Hemos venido a ver a Gillian Rogers. Soy una
amiga de la familia.
Una mujer oronda de pelo canoso estaba sentada
al mostrador.
—Firmen aquí. Tienen veinticinco minutos antes
de que acabe el horario de visitas.
Cande firmó en el registro, le pasó a Peter el
bolígrafo y esperó.
La recepcionista los miró con cara de pocos
amigos.
—Necesito algún tipo de identificación. —Miró en
su ordenador y esperó a que Peter y Cande sacaran las carteras—. La señora
Rogers está en el ala D, en la habitación 438. —Golpeó un mapa con un lápiz—.
Aquí. Vayan por ese pasillo de ahí. —Señaló una puerta de doble hoja.
—Gracias —replicó Cande.
—Qué amable —musitó Peter mientras abrían la
puerta.
Cuando se hallaron solos en el pasillo, Cande
miró el reloj.
—No te retrases.
—Hecho. Diviértete.
—Ya, que me divierta. —Cande frunció el ceño—.
Gillian tiene alzheimer. No me recuerda. Va a ser estupendo.
Peter le guiñó un ojo antes de meterse en el
cuarto del celador.
El olor de los desinfectantes industriales se
le metió por la nariz. Encendió la linterna de bolsillo que llevaba e
inspeccionó el cuartillo. Tal como Alice, la hija de Gillian, le había dicho a Cande,
había un uniforme de celador colgado de un gancho de la pared. Se lo puso, se
colocó la identificación con su foto en el bolsillo de la camisa y salió al
pasillo empujando el carrito de la limpieza.
Atravesó el edificio despacio, silbando como si
no tuviera la menor preocupación. Una enfermera pasó junto a él, se detuvo y lo
miró.
—Eres nuevo. ¿Dónde está Jimmy?
Él la miró con una sonrisa.
—Enfermo. Lo estoy sustituyendo.
—Hay un charco en la 218 que tienes que
limpiar.
—Sí, señora. Ahora voy.
—Necesito que lo limpies ahora mismo. Vamos.
—Lo señaló con un dedo.
Joder. No tenía tiempo para eso en ese
instante. Pero era seguirla o levantar sospechas, algo que no les hacía falta.
Le dio la vuelta al carrito. ¿La 218? ¿Dónde
narices estaba eso? Peter miró el mapa del edificio que había colocado debajo
de las botellas emplazadas en la parte superior del carrito. Joder. En el
extremo opuesto de la clínica.
La enfermera abrió una puerta.
—¿Señor Anders?
Un gruñido ahogado fue la única respuesta.
Peter dejó el carrito en el pasillo. Arrugó la
nariz al entrar en la habitación. Maldición, no se había presentado voluntario
para eso. Casi se podía decir que la vejiga del anciano había explotado en
mitad del suelo.
—Vamos a limpiar todo esto enseguida, señor
Anders —dijo la enfermera. Le hizo un gesto con la cabeza a Peter para que se
pusiera manos a la obra.
Aunque por dentro soltó una retahíla de
palabrotas, regresó junto al carrito del celador y cogió los utensilios que
supuso que iba a necesitar. Veinte minutos después, volvía a empujar el carrito
por los largos pasillos. Le ardía la piel y tenía la necesidad de darse una
ducha para borrar el hedor de esa habitación. Y desde luego que no quería
envejecer.
Una mujer estaba picando datos delante de un
ordenador cuando entró en los despachos. Levantó la identificación.
—He venido para vaciar las papeleras.
La mujer apenas lo miró.
—Bien, pero no tardes. Tengo que cerrar con
llave.
—Sí, señora.
Se movió por la estancia, realizando su tarea.
Cuando terminó con el despacho de fuera, entró en la sala de archivo.
La puerta de brazo mecánico se cerró detrás de
él. Apretó el paso hacia la ventana y la abrió.
Mariana estaba justo debajo de la ventana,
donde había estado escondida.
—¿Por qué has tardado tanto?
—La vejiga de un viejo explotó en la otra punta
del edificio —susurró él.
—¿Qué?
—Te lo explico después. No tenemos mucho
tiempo. —La ayudó a entrar por la ventana—. En el despacho de fuera hay una
secretaria que se muere por volver a casa.
Mariana fue derecha al archivo. Abrió el primer
cajón y empezó a rebuscar entre los informes.
—No hay una carpeta para Amadeo.
—Prueba con Lanzani.
Cerró el primer cajón y abrió el siguiente.
Peter vació la papelera. Las persianas metálicas
sonaron cuando pasó por encima un cepillo para disimular el ruido de los
cajones del archivador al abrirse y cerrarse.
—Nada —susurró ella.
La miró de nuevo.
—¿Espósito?
—Aquí está —dijo ella—. Menos mal que los
informes se habían destruido en un incendio. —Sacó la carpeta, la abrió y hojeó
el contenido.
El siseo que se le escapó llamó la atención de Peter.
—¿Qué pasa?
—La firma de Benjamín está por todas partes.
—Siguió pasando de página, con la cara tan blanca que Peter estuvo a punto de
obligarla a sentarse—. Aparece mucho la firma de una enfermera: Janet Kelly.
—Yo me encargo. —Peter se acercó a otro
archivador y buscó la documentación del personal—. No está aquí.
—¿En otro despacho?
—Seguramente —respondió él mientras seguía
buscando en los cajones.
—¿Qué es el Midazolam?
Peter levantó la vista.
—Es una benzodiacepina.
—¿Qué es eso?
—Un medicamento utilizado como sedante
hipnótico.
Ella lo miró.
—¿Un sedante? ¿Sirve para el coma?
—Es posible. Si se combina con un agente
paralizante, sí.
Lali tragó saliva y volvió a mirar su
historial.
—¿Como el Anectine?
«Mierda», pensó él.
—Sí.
—¿Qué me dices del Tabofren?
Peter se quedó paralizado.
—Repite eso.
—Tabofren. Está en mi historial.
—Es un medicamento contra el cáncer.
Mariana levantó la vista de repente.
—Yo no tenía cáncer, ¿verdad?
Aunque negó con la cabeza, la preocupación le
formó un nudo en el pecho.
Alguien aporreó la puerta.
—Oye, ¿has terminado ya? Tengo que cerrar.
—Maldición. —Mariana se escondió debajo del escritorio.
Peter abrió la puerta. Tenía la adrenalina por
las nubes, pero se obligó a sonreír.
—Claro. Solo tengo que coger bolsas nuevas.
—Silbando, volvió junto al carrito, cogió lo que necesitaba y regresó al
despacho. Con el ceño fruncido, Mariana le llamó la atención con un gesto de la
mano desde su escondrijo.
Peter se tomó su tiempo, asegurándose de que la
ventana estaba cerrada antes de salir de la estancia.
La secretaria miró el reloj.
—Te lo has tomado con calma. —Apagó las luces y
lo obligó a salir de la oficina principal antes de cerrar la puerta con llave.
—Buenas noches —se despidió él.
La mujer no contestó, se limitó a enfilar el
largo pasillo, y el taconeo de sus zapatos fue lo único que se oía en el
espacio vacío.
Peter llevó el carrito hasta el cuarto de
celadores más cercano y regresó al despacho con cuidado. Llamó a la puerta,
miró a su alrededor y esperó. La puerta se abrió una rendija por la que él se
coló antes de volver a cerrarla.
Los ojos de Mariana relucían en la oscuridad.
—Se ve que sabes cómo hacer que una chica se lo
pase bien.
—Recuerda que esto no ha sido idea mía. Mira en
ese despacho. Yo miraré en este.
Se separaron para buscar en los archivadores y
en los cajones de los escritorios. Cuando Mariana le susurró desde una
habitación cercana, cerró el cajón que estaba mirando y dejó que su voz lo
guiara.
—Lo tengo —dijo ella—. Janet Kelly fue
despedida hace casi un año. 794 de Harbor Drive.
—Eso está en el agua.
—No encuentro nada de Benjamín.
Se escucharon llaves en el despacho exterior.
—Mierda. —Peter la empujó hacia la ventana—.
Vamos.
Mariana abrió la ventana y salió. Él la siguió
e intentó cerrarla del todo antes de agazaparse junto a ella entre los
arbustos.
La luz brotó de la ventana, derramándose sobre
los arbustos. Peter contuvo el aliento. Cuando a Mariana se le escapó una
risilla, le colocó una mano sobre la boca.
No se escuchó ruido alguno procedente del
despacho, pero el haz de la linterna seguía allí. La luz desapareció después de
lo que le pareció una eternidad. Se escucharon pasos y una puerta que se abría
y que se cerraba. El silencio se impuso a su espalda.
—¿Quieres que nos cojan? —susurró Peter.
Mariana le apartó la mano de su boca.
—Lo siento. No he podido evitarlo. Nunca te
había visto moverte tan rápido.
—Ya me imagino los titulares de mañana:
«Empresario farmacéutico arrestado por allanar la Clínica Backwater.»
Mariana soltó otra risilla.
—¿Te da miedo ensuciar tu reputación de niño
bonito?
—Ya está más que sucia. Y no, me da miedo ir a
la cárcel y acabar con un compañero de celda llamado Bubba. —Cuando ella soltó
una carcajada, el corazón le dio un vuelco—. Y tampoco quiero que nuestros
hijos acaben en las incapaces manos de Agustín. Luz ya tiene una buena boquita.
—Porque las palabrotas no las ha aprendido de
ti, ¿verdad? —En sus ojos relucía un brillo alegre, y el hoyuelo de su mejilla
lo estaba poniendo a mil.
—Claro que no.
Ella sonrió. Dios, cuánto echaba de menos esa
sonrisa. Su forma de iluminarle la cara, su alegre mirada. La sensación que le
provocaba en el estómago. Ardía en deseos de besarla. Ardía en deseos de
tocarla. Ardía en deseos de acabar lo que habían comenzado antes.
En cuanto volvieran y analizaran lo que
acababan de descubrir, pensaba hacer justo eso.
La cogió de la mano.
—Vamos, larguémonos de aquí.
La luz
del cuadro de mandos iluminaba la cara de Cande, que estaba en el asiento del
copiloto. Agustín y ella estaban discutiendo acerca de qué desvío tomar para
regresar a la autopista. Parecían un matrimonio de viejos.
Lali miró a Peter, que estaba sentado junto a
ella en la parte trasera. Había dejado el uniforme de celador en los arbustos,
junto a la clínica, antes de irse. En ese momento, estaba estudiando su
historial médico con detenimiento. Tenía el ceño muy fruncido.
Eso no pintaba bien.
—No tienes el menor sentido de la orientación
—protestó Cande—. No, gira a la derecha en el siguiente semáforo.
—Hemos pasado por delante de un McDonald’s al
ir —replicó Agustín—. Me acuerdo muy bien. Es por allí. —Señaló hacia delante.
—No, no es por allí —lo contradijo Cande—. Está
en la siguiente calle. Tú gira. —Le echó mano al volante.
—Mierda, Candela. Déjame conducir. —Cuando ella
lo fulminó con la mirada, Agustín frunció el ceño, meneó la cabeza y giró donde
ella le había dicho. Los arcos dorados de la M iluminaban la calle.
—¿Lo ves? Te lo dije. Nunca discutas con una
mujer sobre direcciones. Salida a la autopista. Allí.
—Sobre todo si es abogada —masculló Agustín—.
Tengo ojos, cariño, y quiero puntos por acordarme del McDonald’s. Por cierto,
tengo hambre.
—Tengo que ir al despacho —dijo Peter.
—¿Por qué? —preguntó Lali. El silencio de Peter
mientras leía su historial médico y el hecho de que no le hiciera gracia el
espectáculo que estaba teniendo lugar en la parte delantera del vehículo la
tenía de los nervios.
—Tengo que comprobar una cosa. Déjenme en el
centro, ya volveré a casa en un taxi.
—Adiós a mi hamburguesa doble. —Agustín suspiró
y pasó de largo junto al restaurante de comida rápida. Se incorporó a la
autovía en dirección a la ciudad.
—Háblame, Peter —le dijo Lali—. ¿Qué te ha
llamado la atención de mi historial?
Lo vio mover los papeles que tenía en el
regazo.
—Parece que estuviste sumida en un coma natural
durante bastante tiempo. Pero después de que Tomás naciera, te administraron
medicamentos para mantenerte en él. Es como si hubieras salido por tus propios
medios pero alguien no quisiera que te despertases.
A Lali se le formó un nudo en el estómago.
—¿Qué me dices de ese otro medicamento? —Al ver
que él no le contestaba, insistió—: Peter, dímelo.
Lo vio apretar los labios. Al final, dijo:
—El Tabofren era un medicamento de LanCorp que
hace cinco años estaba en la fase uno de los ensayos clínicos.
Cande se volvió en su asiento. Agustín lo miró
a través del retrovisor.
—¿Qué? —Lali puso los ojos como platos.
—Lo retiramos porque la FDA estaba muy
preocupada por los efectos secundarios.
Lali sintió que la sangre se le agolpaba en los
pies. Como si se estuviera quedando sin aire.
La mano de Peter acarició la suya.
—No te asustes todavía. Deja que investigue un
poco primero.
Ella asintió con la cabeza, aunque en el fondo
no sabía qué pensar. Ni qué hacer, por cierto. Con dedos temblorosos, se frotó
la cicatriz que tenía en el lateral de la cabeza. Tragó saliva para contener el
miedo.
No funcionó.
Agustín paró el coche delante del edificio de
la empresa de Peter.
—Cande y yo compraremos comida para llevar y
nos reuniremos con ustedes ahí arriba.
—No hace falta —rehusó Peter al tiempo que
salía del coche. Cogió la mano de Lali y la ayudó a bajar.
—No discutas, Peter. —Cande sacó el brazo por
la ventanilla y le dio un apretón en los dedos a Lali—. Volveremos enseguida.
¿Por qué tenía de repente un mal
presentimiento?, se preguntó Lali, que se pasó una mano por el pelo mientras
entraba en el edificio con Peter. Un mal presentimiento la recorría por entero,
al igual que le pasó aquel día, cuando se arrodilló en el suelo del despacho de
Benjamín y abrió el archivador cerrado con llave que cambió su vida.
—Hola, John. —Peter saludó con un gesto de la
cabeza al guardia de seguridad que estaba sentado tras el mostrador de
recepción.
—Señor Lanzani. Viene muy tarde hoy.
—Tengo que hacer un trabajillo. Mi cuñado y una
amiga llegarán un poco más tarde. Que suban cuando lleguen.
—Por supuesto, señor Lanzani. Tenía buen
aspecto en la tele hoy —añadió con una sonrisa torcida.
—Gracias. —Peter le colocó una mano a Lali en
la base de la espalda y la instó a acercarse a los ascensores. Una mano cálida
y sólida que le provocó un enorme calor allí donde la tocaba.
No podía negar que sentía cierta conexión con
él. Pero no sabía qué hacer al respecto ni cómo lidiar con dicha conexión con
todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.
El despacho de Peter era un enorme espacio de
madera oscura y metal cromado. Un ventanal que ocupaba una pared entera ofrecía
una panorámica de la ciudad de San Francisco. Las luces brillaban en las
calles, y el Golden Gate estaba iluminado en la distancia. Había una barra a un
lado de la estancia, con dos sofás y unas cuantas mesitas auxiliares emplazadas
por delante. El impresionante escritorio de Peter dominaba la otra parte de la
estancia. La pared que quedaba a su derecha estaba cubierta por una estantería.
Lali se sintió intimidada nada más entrar en el
lugar. Su diminuto despacho cabría en un rinconcito de ese espacio palaciego.
Se acordó de la conferencia de prensa y recordó la expresión acerada de sus
ojos al enfrentarse a los periodistas. Peter Lanzani, el rico empresario, no se
parecía en nada al hombre tierno que la había abrazado con tanta ternura
después de que sangrara por la nariz.
—Trae algo para beber, ¿quieres?
Agradecida por tener algo que hacer, Lali se
acercó a la barra. Peter se sentó en el sillón que había al otro lado de su
escritorio y encendió el ordenador. Sus dedos volaban por las teclas, con la
vista clavada en lo que fuera que estuviera viendo. Su silencio le indicó que
no estaba dispuesto a compartir sus temores en ese momento.
Lali luchó contra el impulso de colocarse
detrás de él. Se mantuvo ocupada sirviendo dos copas y después llevó los vasos
a su escritorio.
—¿Hay un aseo por aquí? —le preguntó.
Él señaló una puerta con la cabeza.
—Por allí.
—Gracias.
Pasó todo el tiempo que pudo en el elegante
cuarto de baño, con su lavabo de mármol y su enorme ducha, y se echó agua en la
cara en un intento por controlar sus emociones. Cuando por fin reunió el valor
necesario para regresar al despacho de Peter, se lo encontró sentado al escritorio.
Pero en esa ocasión tenía la cabeza entre las manos, con los codos apoyados en
la mesa. La pantalla del ordenador brillaba con imágenes de Luz a modo de
salvapantallas.
Su cuerpo irradiaba tensión, una tensión que
inundaba el espacio que los separaba y se le acumulaba a ella en el pecho,
disparando sus nervios hasta niveles insospechados. Presa de los temblores,
rodeó el escritorio para colocarse a su lado.
—¿Peter?
Sin levantar la vista, él la agarró de la
cintura y la colocó delante de él. Sintió sus rodillas en la cara interna de
los muslos, provocándole un millar de escalofríos. A continuación, él se
inclinó hacia delante y apoyó la frente en su vientre mientras inspiraba hondo
y de forma entrecortada.
Algo iba mal. Fuera lo que fuese que hubiera
encontrado era tan malo que ni siquiera podía mirarla. Pensó en marcharse, en
olvidarse de todo ese lío. Podía montarse en un avión y volver a Houston si
quería, olvidarse de Peter Lanzani y de su hija. Seguramente eso fuera lo más
inteligente.
Pero al mismo tiempo sabía que nunca se iría.
Estaba conectada a él, quisiera o no. Y no solo por Luz y Tomás, sino por algo
más. Algo que la arrastraba hacia él aunque quisiera salir corriendo en
dirección contraria. Algo que no comprendía pero que estaba desesperada por
saber adónde la llevaba.
Le enterró los dedos, temblorosos, en el pelo y
deslizó las manos por su nuca y sus hombros, sintiendo la tensión que lo
embargaba.
—Peter, me estás asustando.
Él no habló. Se limitó a clavarle todavía más
los cálidos y fuertes dedos en las caderas, como si fuera su tabla de
salvación.
—Háblame —le suplicó, susurrando.
Sus marcadas facciones estaban demudadas por el
dolor cuando la miró. Y el miedo que sentía se convirtió en pánico al ver la
culpa que inundaba esos hipnóticos ojos verdes.
Lali inspiró entre dientes.
Sin necesidad de preguntar siquiera, supo que
de alguna manera él estaba involucrado en lo que le había pasado a ella.
Continuará... +15 :o
quiero mas!!!!!!
ResponderEliminarnecesito saber que pasaa
ResponderEliminarpor favor!!!!!!!!!!
ResponderEliminarAaaaaaa!!!no la puedes dejar así,siguela por favor!!!!!!!
ResponderEliminarOtro capi pliis!!!!!!!!!!
ResponderEliminarNO NO NO NO NO NO
ResponderEliminarME CAGO EN TODOS COMOOOOOO??????
ResponderEliminarDALEE BOLUDA ES AMORAL DEJARLO A SI ESTO NO SE HACE OSEA COMOOOO??????? NOPOR DIOS ME VA A DAR ALGO
ResponderEliminarMAS ENCIMA JUSTO LO TIENES QUE CORTAR AHI CUANDO SE VA A SABER LA VERDAD DE LO QUE LE PASO A LALI NO SE VALEEE
ResponderEliminarNECESITOOOO OTROOO CAPITULO PORFIIIS SI??? LO NECESITO URGENTE
ResponderEliminarSIENTO QUE CADA VEZ ESTO SE PONE MAS BUENO TODAVIA
ResponderEliminarMAS MAS MAS MAS MAS
ResponderEliminarME DIO RISA CUANDO PETER ENTRO A LIMPIAR AL CUARTO DEL VIEJITO AJAJAJJA
ResponderEliminarLA INFILTRACION A LA CLINICA FUE EPICA AAJAJJAJA MUY BUENAA
ResponderEliminarPOR SI NO QUEDO CLARO QUIERO OTROOOO CAPITULO SORRY POR TANTO COMENTARIOS
ResponderEliminarmás !
ResponderEliminarmás más más más Naara
ResponderEliminarquiero otroooo
ResponderEliminarsubí más dani!!!
ResponderEliminarMassss que lali no este enfermaaaaa
ResponderEliminar:o. OMG ni lo puedes dejar ahí mas mas
ResponderEliminarrecién término de leer todos lo que subiste s ayer y quiero más!
ResponderEliminarmás más más más mas más más
ResponderEliminarcomo que cuando
ResponderEliminarayy me muerooo q pasooo
ResponderEliminarmass maass maasss
lali déjate llevar x lo q sentiiisss
Haaa quierooo +++++++++
ResponderEliminar@x_ferreyra7
puedes subir masssssssssssssss
ResponderEliminarSubi otro
ResponderEliminarMassssss
ResponderEliminar++++++++++
ResponderEliminarEstá enferma ? Como la dejas así
ResponderEliminarK fuerte!!!!!.
ResponderEliminarX Dios estoy deseando un nuevo cap.