«¡Oh, Dios mío, es él! —pensó Lali
aterrada—. ¡Pero no puede ser, se supone que es un hombre mayor!»
—¿Te lo has pasado bien?
—preguntó él con voz grave y, por lo visto, sin esperar una respuesta.
El miedo atenazó la garganta
de Lali. Él siguió lanzándole su dura mirada mientras el ala de su sombrero
ensombrecía parte de su rostro y ella se quedó helada al darse cuenta de que,
efectivamente, se trataba de Peter Lanzani. Peter Lanzani unas décadas atrás.
Ella había visto aquellos mismos ojos verdes en el rostro de un anciano de pelo
gris y largo y de figura nervuda. Sin embargo, aquel hombre tenía el pelo
moreno y corto, unas cejas negras como el carbón y unos hombros anchos. Era
joven, de facciones duras e iba bien afeitado.
«¡Asesino! »
—Creo que se encuentra mal
—declaró Stéfano mientras se sentaba en el asiento trasero, al lado de Lali.
—Estupendo.
Peter se volvió hacia delante,
sacudió las riendas y la tartana se puso en marcha con una sacudida. Lali se
aferró al asiento mientras miraba a Peter con las pupilas dilatadas y apenas se
dio cuenta de que salían del pueblo. Se produjo un tenso silencio y el shock
que Lali sufría creció con cada rotación de las ruedas de la tartana.
Las preguntas cruzaban su
mente demasiado deprisa para que ella pudiera catalogarlas. Lali contempló los
campos por los que pasaban. Se trataba de una tierra tosca, joven y salvaje.
Las casas que supuestamente tenían que ocupar aquellos campos habían
desaparecido. Sunrise era un pequeño asentamiento en medio de kilómetros
interminables de praderas que se extendían sin límites hacia el oeste y que
susurraban quedamente al paso de las ruedas de la tartana y las herraduras del
caballo.
¿Dónde estaban los edificios,
las calles, los automóviles, la gente? Lali estrechó con tensión sus
temblorosas manos y se preguntó qué le estaba sucediendo. De repente, Stéfano
la cogió de la mano. Lali se sobresaltó, pero relajó su mano en la de él y
sintió que él se la apretaba con calidez.
Lali levantó la mirada y se
encontró con los ojos vivos y marrones de Stéfano, que eran del mismo color que
los de ella. Había afecto en su mirada, como si ella fuera su hermana de
verdad. ¿Cómo podía mirarla de aquella forma? Si ni siquiera la conocía.
—Tonta —susurró Stéfano, y
sonrió antes de darle un codazo en las costillas.
Ella ni siquiera parpadeó y
continuó mirándolo con fijeza. Peter debió de oír a Stéfano, porque se volvió y
miró a Lali de una forma que envió un escalofrío por su espalda.
—Ya sé que no te importa, pero
tenía planeado estar de regreso en el rancho hace ya mucho rato.
La voz de Peter sonó tensa y
exasperada.
—Lo siento —susurró Lali con
la boca seca.
—Creo que buscarte durante dos
horas me da derecho a saber que demonios estabas haciendo.
—Yo..., no lo sé.
—No lo sabes —repitió él, y
explotó—: ¡Claro que no lo sabes! ¡No sé cómo he podido creer que lo sabías!
—Peter, no se encuentra bien
—protestó Stéfano sin soltar la mano de Lali.
Aunque sólo era un muchacho,
su presencia constituía un gran alivio para Lali.
—No te preocupes —le dijo Lali
a Stéfano esforzándose por mantener la voz firme—. Su opinión no me importa.
—¡Típico! —soltó Peter
mientras volvía su atención al camino—. No te importa la opinión de nadie. De
hecho, podría enumerar con los dedos de una mano las cosas que te importan: los
bailes, los vestidos, los hombres... A mí me es igual, porque lo que decidas
hacer con tu tiempo no tiene ninguna importancia para mí. Pero cuando interfieres
en el funcionamiento del rancho, infringes mis horarios y nos haces ir
retrasados a todos los demás, me parece intolerable. ¿Alguna vez se te ha
ocurrido pensar que tus armarios llenos de ropa y todas tus extravagancias
dependen de la cantidad de trabajo que se realiza en el rancho?
—Peter —intervino Stéfano—, ya
sabes que nadie te entiende cuando utilizas esas palabras tan raras...
—He entendido todo lo que ha
dicho —lo interrumpió Lali mientras el terror que sentía disminuía. Tanto si
estaba viviendo un sueño como si no, Peter Lanzani sólo era un hombre, un
hombre malvado y cobarde que había asesinado brutalmente a su bisabuelo. Lali
le lanzó una mirada cargada de odio—. Y también entiendo que no tienes ningún
derecho a sermonearme acerca de nada. No después de lo que has hecho.
—¿De qué estás hablando?
La penetrante mirada de Peter
la hizo callar de inmediato. Su valiente acusación se desvaneció en el aire y Lali,
intimidada, guardó silencio durante varios minutos.
Cuando se acercaban al límite
de las tierras de los Espósito, uno de los vigilantes del perímetro del rancho
se acercó cabalgando hasta ellos y Peter intercambió con él un saludo con la
cabeza. A pesar del bigote, el jinete parecía tener sólo unos cuantos años más
que Stéfano y también parecía aburrido a causa de su tarea, la cual consistía
en perseguir a las reses extraviadas y mantener a las de los vecinos lejos de
la propiedad de los Espósito. Tarde o temprano, todos los vaqueros del rancho
tenían que realizar, por turnos, esta tarea.
—¿Cómo va todo? —preguntó Peter
mientras inclinaba su sombrero hacia atrás y lanzaba al muchacho una mirada
inquisitiva.
—Bastante bien. Hoy hemos
marcado a un ternero. Uno que se nos escapó durante el recuento.
—¿Era nuestro?
El muchacho se encogió de
hombros.
—Lo más probable es que se
escapara del Double Bar, pero el otoño pasado ellos se quedaron con uno de los
nuestros. —El muchacho miró a Lali y se tocó el ala del sombrero en actitud
respetuosa—. Señorita Mariana...
Cuando el vaquero se alejó, Lali
contempló a Stéfano con los ojos muy abiertos.
—¡Pero..., poner la marca del
rancho Sunrise al ternero de otra persona es robar!
—Vamos, Lali, marcar un
ternero sin marca es juego limpio. Además, ya lo has oído, el otoño pasado
ellos nos quitaron uno de los nuestros. Ahora estamos en paz.
—Esto no está bien...
—insistió ella.
Peter intervino con voz
lacónica.
—Al menos esto enseñará a los
del Double Bar a mantener sus terneros lejos de nuestros pastos.
—No me extraña que tú tengas
estos principios —contestó ella con frialdad—, pero enseñarle a un muchacho de
la edad de Stéfano que robar está bien, es un acto criminal.
De repente, Peter sonrió y
miró a Lali por encima del hombro con un brillo malicioso en los ojos.
—¿Y cómo crees que empezó tu
padre en el negocio de la ganadería, Mariana?
—¿Mi padre? —repitió ella
mientras, confusa, se ruborizaba.
«Pero si yo no tengo un
padre.»
—Sí, tu padre. Él empezó
trabajando para otro ranchero y reunió su primer rebaño con reses extraviadas.
Pregúntaselo cuando quieras. Lo admitirá sin titubear.
Stéfano no se inmutó al oír
aquella información. Por lo visto, ya la había oído antes. ¿Qué tipo de hombres
eran? ¿Qué tipo de moralidad tenían? Lali apartó la mirada a un lado
sorprendida por la facilidad con que Peter había acallado sus protestas. Por lo
visto, la conocía el tiempo suficiente para haber desarrollado una patente
animadversión hacia ella y se sentía cómodo burlándose de ella. En su mirada no
había ningún respeto, sólo frialdad.
La tartana avanzó a lo largo
de un riachuelo y recorrieron varios kilómetros antes de que ningún edificio
apareciera a la vista. El edificio principal era una casa de tres pisos que
dominaba el rancho Sunrise desde el centro de la propiedad. Se trataba de una
construcción elegante, con cortinas flotantes de encaje blanco y un porche
amplio. A la derecha había un corral y un barracón de gran tamaño y a la
izquierda, un número considerable de cobertizos y otras construcciones. El
rancho constituía en sí mismo un pueblo pequeño. El escenario estaba poblado de
peones y caballos, y también había un perro juguetón. El sonido, poco
melodioso, de los canturreos de los peones y el ruido de los hachazos en la
madera se mezclaba con los gritos y los sonidos que acompañaban a la doma de un
potro en el corral.
La tartana se detuvo frente al
edificio principal y Lali permaneció inmóvil y atónita. ¿Y ahora qué? ¿Qué se
suponía que tenía que hacer? Stéfano bajó de un salto de la tartana y esperó
junto al vehículo para ayudar a Lali.
—Vamos, sal —la apremió
mientras le sonreía para darle ánimos—. Ya sabes que papá no estará enfadado
mucho tiempo. Contigo no. Date prisa, tengo cosas que hacer.
—Quédate conmigo —pidió ella
nada más bajar de la tartana y mientras se agarraba al brazo de Stéfano.
El único rostro amigable que
había visto hasta entonces era el de Stéfano y prefería tenerlo cerca a
quedarse sola, pero Stéfano apartó el brazo y se dirigió al corral.
—Peter te acompañará adentro
—declaró mientras volvía la cabeza hacia ella—. De todas formas, creo que es
exactamente lo que pensaba hacer.
—Sin lugar a dudas —declaró la
voz áspera de Peter detrás de Lali y antes de que ella pudiera escapar, una
mano de acero la cogió por el brazo—. Vamos a hablar con tu padre.
Al sentir el contacto de su
mano, Lali se estremeció. La encontraba repulsiva, pero él la empujó con
facilidad escaleras arriba y a través del porche. Lali percibió su considerable
fuerza mientras él ignoraba sus intentos por soltarse. Peter abrió la puerta
principal sin llamar y, antes de hacer entrar a Lali en una habitación que
debía de ser la biblioteca, ella vislumbró unas paredes de madera de nogal y
unas alfombras mullidas. En la habitación se percibía una mezcla de olores
masculinos: olor a cuero y a grasa, a madera y a puro.
—¿Nico? —preguntó Peter. El
hombre que había en la biblioteca se volvió hacia ellos y Peter soltó el brazo
de Lali—. Supuse que estarías aquí.
—Llegas tarde —contestó Nicolás
Espósito.
Parecía una versión adulta de Stéfano,
aunque su pelo castaño estaba salpicado de canas y tenía un bigote espeso y
bien recortado. Nicolás Espósito era un hombre robusto, de aspecto saludable y
cuidado. Algunos hombres sobrellevaban la autoridad con desenvoltura, como si
no notaran el peso del mando en sus hombros. Y Nicolás era uno de esos hombres.
Él había nacido para dirigir a otros hombres. Miró a Lali con cariño y sus ojos
brillaron.
—Diría que mi niña ha estado
haciendo perder el tiempo a alguien otra vez.
Lali sintió un doloroso latido
en el pecho mientras lo miraba.
«Éste es mi bisabuelo, y él
cree que yo soy su hija. Todos creen que soy Mariana Espósito.»
Lali no oyó ni una palabra de
la conversación que mantuvieron los dos hombres, sólo se quedó de pie y en
silencio, agotada debido a la tensión emocional y harta de aquella pesadilla.
Lo único que quería era que aquello terminara. Entonces se dio cuenta de que Nicolás
le estaba hablando.
—Mariana —declaró él con
severidad—, esta vez has ido demasiado lejos. Esto es grave, cariño, y ya va
siendo hora de que te expliques. Stéfano y Peter creían que te había pasado
algo. ¿Qué estabas haciendo para retrasarte tanto?
Ella lo contempló sin abrir la
boca y sacudió la cabeza. ¿Debía inventarse una excusa y seguirles el juego?
Una voz nueva, una voz
femenina, intervino en la conversación.
—¿Qué ocurre, Nico?
Lali se dio la vuelta y vio
que una mujer esbelta y de edad próxima a los cincuenta años estaba junto a la
puerta. Lali había visto fotografías de ella con anterioridad y supo que se
trataba de Emilia Espósito, la esposa de Nicolás. Tenía los ojos azules, el
rostro ovalado y unas facciones dulces. Su pelo era rubio y liso y lo llevaba
recogido sobre la nuca, en un moño intrincado y cubierto por un gorrito de
encaje que estaba rematado, a un lado, con un ramillete de flores.
La mujer deslizó un brazo por
los hombros de Lali, quien percibió la dulce fragancia a vainilla que despedía,
así como el olor a almidón fresco de su ropa de lino. El vuelo de sus amplias
faldas rozó el vestido de Lali cuando apretó, con cariño, sus hombros.
—¿Por qué está todo el mundo
tan terriblemente serio? —preguntó Emilia, y su mirada risueña suavizó la
severidad de Nicolás.
La expresión de Peter no
cambió.
—Esperamos que Mariana nos
explique por qué ha llegado dos horas tarde —respondió Nicolás mucho más
relajado que antes—. Nos está costando mucho tiempo y preocupaciones, Emilia, y
tiene que aprender que hay un tiempo para la diversión y otro para el trabajo.
Ahora quiero saber qué estaba haciendo mientras Peter y Stéfano la buscaban.
Tres pares de ojos se posaron
en el rostro de Lali.
Ella oyó el tictac de un reloj
cercano en el silencio de la habitación y se sintió como un animal acorralado.
—No lo sé —respondió con voz temblorosa—. No puedo contároslo porque no lo sé. Lo último que recuerdo es que estaba con Alelí. —Intentó continuar, pero su voz se quebró. Aquella situación era excesiva y ella estaba demasiado cansada para afrontarla durante más tiempo—. Alelí...
La tensión de su interior se
desató y Lali se tapó los ojos con las manos y rompió a llorar.
De una forma vaga, fue
consciente de que Peter salía, enojado, de la habitación y de que Nicolás le
prometía, con ansiedad, dulces y dinero para sus gastos a fin de que dejara de
llorar. Pero, por encima de todo, fue consciente de las tranquilizadoras
caricias de Emilia.
—Lo siento —se disculpó Lali
con voz ahogada mientras se secaba la nariz con el volante de encaje de la
manga y cogía el pañuelo que le tendían—. Lo siento. No sé lo que ha ocurrido.
¿Qué he hecho? ¿Entienden algo de lo que ha ocurrido?
—Está alterada. Necesita
descansar —declaró Emilia, y Lali se aferró con gratitud a su ofrecimiento.
—Sí, necesito estar sola. No
puedo pensar...
—Todo está bien, cariño. Mamá
está aquí. Ven arriba conmigo.
Lali accedió a su amable
propuesta y la siguió en dirección a la puerta con la cabeza baja. Por el
camino, vio un calendario encima de un pequeño escritorio.
—¡Espera! —exclamó con voz
entrecortada cuando vio los números negros impresos en el papel de color
marfil—. Espera.
Tenía miedo de mirar, pero
tenía que hacerlo. Aunque estuviera en un sueño, tenía que averiguarlo. El año.
¿En qué año estaban?
Emilia se detuvo junto a la
puerta y Nicolás lo hizo detrás de Lali, ambos totalmente confundidos por su
extraño comportamiento. Lali se acercó al escritorio, arrancó la primera hoja
del calendario y la sostuvo en sus manos, las cuales temblaban con tanta
intensidad que apenas podía leer la fecha.
1880.
Durante unos instantes, la
habitación dio vueltas a su alrededor.
—¿Es correcta la fecha?
—preguntó con voz ronca mientras tendía la hoja a Emilia.
Emilia cogió la hoja y leyó la
fecha con mucho interés, con lo que pretendía hacer reír a Lali, pero ésta sólo
esperó con las manos firmemente apretadas.
—No, no es correcta, cariño
—declaró Emilia por fin—. Es de hace dos días. —Emilia se acercó al calendario,
arrancó otra hoja, la arrugó junto a la primera y las dejó caer en una papelera
que había cerca del escritorio—. Ya está, volvemos a estar al día —declaró
satisfecha.
—Mil ochocientos ochenta...
Lali respiró hondo. «Cincuenta
años atrás. Es imposible. No puedo haber retrocedido cincuenta años.»
—La última vez que lo comprobé
estábamos en ese año —declaró Emilia en tono alegre—. Vamos arriba, Mariana. No
tienes ni idea de lo cansada que te ves. Nunca te había visto así.
1880. ¡Oh, sí, aquello era un
sueño! No podía ser otra cosa. Lali siguió a Emilia en silencio hasta un
dormitorio. Tenía unas cortinas con fleco y las paredes estaban forradas con un
papel de flores muy recargado. También había una cama con una estructura
metálica, un edredón bordado y unos almohadones mullidos. La cama estaba
situada entre dos ventanas. En la cómoda había un jarrón de cristal con un ramo
de flores silvestres.
—Duerme un poco, cariño
—declaró Emilia mientras la empujaba con suavidad hacia la cama—. Estás
cansada, eso es todo. Puedes dormir durante un par de horas. Enviaré a Alelí
para que te despierte.
El pulso de Lali se aceleró. ¿Alelí
estaba allí? No podía ser verdad.
—Me gustaría verla ahora
mismo.
—Primero descansa.
Debido a la insistencia de Emilia,
Lali no pudo hacer otra cosa más que quitarse los zapatos y tumbarse en la
cama. Su cabeza se hundió en la suavidad de una almohada y, tras volver la cara
hacia ella, Lali exhaló un suspiro de alivio y cerró sus ardientes ojos.
—Gracias —murmuré—. Muchas
gracias.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, sí, me encuentro mejor.
Sólo quiero dormir y no despertarme nunca más.
—Hablaré con tu padre. Si lo
que ha ocurrido esta tarde te altera tanto, no volveremos a hablar de esta
cuestión. Él nunca haría nada que te hiciera llorar, ya lo sabes. Al contrario,
te conseguiría el sol y la luna si los quisieras.
—Yo no quiero el sol y la luna
—susurró Lali, quien apenas era consciente de la mano que le acariciaba el pelo
con dulzura—. Quiero regresar a donde pertenezco.
—Estás donde perteneces,
cariño. No lo dudes.
Continuará...
+10 :)
Mas por favor
ResponderEliminarMas novela ❤️
ResponderEliminarY ahora que pasara ?? Subí mas porfavor
ResponderEliminarMaaaaaaas
ResponderEliminarMas nove !!!
ResponderEliminarSubí ya !!
ResponderEliminarNo!! Para no nos dejes así
ResponderEliminarTe leo desde México
ResponderEliminarSubí nove Dani no nos podes dejar así
ResponderEliminarDani!!! Porfavor amo tus noches subí cap o me muero necesito saber que pasa porfa !!
ResponderEliminarNo entiendo :o jajaja. Más nove!
ResponderEliminarYa están los 10
ResponderEliminarMaaaaaas
ResponderEliminarhay pobre de lali esta toda perdida y peter la trata como la trata por que tienen algo!! por esos sus suenos son con el!!!
ResponderEliminarK cacao mental tiene en estos momentos.
ResponderEliminarSi es un sueño si k son reales