—Mariana, ¿dónde estabas?
—preguntó la voz de un muchacho a través de la oscuridad despertándola con
brusquedad—. Te hemos estado buscando por todas partes. ¡Estoy harto! Se supone
que tenías que reunirte con nosotros hace dos horas delante del almacén y en
lugar de acudir allí vas y desapareces. ¡Tienes suerte de que te haya
encontrado yo en lugar de Peter! Él está que se sube por las paredes, te lo
digo en serio.
Lali levantó su fláccida mano
hasta sus cejas y abrió los ojos. Un pequeño grupo de personas se apelotonaba a
su alrededor y la intensa luz del sol le taladraba el cerebro. Las sienes le
palpitaban con fuerza y tenía el peor dolor de cabeza que había experimentado
nunca. Además, el monólogo impaciente del muchacho no ayudaba en absoluto a
mejorar su estado. Deseó que alguien lo hiciera callar.
—¿Qué ha ocurrido? —masculló Lali.
—Te has desmayado justo
delante de la tabaquería —declaró el muchacho con indignación.
—Yo... me siento mareada.
Tengo calor...
—No utilices el sol como
excusa. ¡Típico de las chicas, desmayarse cuando tienen problemas! Así los
demás sienten lástima por ellas. No finjas conmigo. Reconozco un desmayo
auténtico cuando lo veo y el tuyo es una mala imitación.
Lali abrió mucho los ojos y
lanzó al muchacho una mirada iracunda.
—Eres el chico más maleducado
que he conocido nunca. Debería contárselo a tus padres. ¿Dónde está tu madre?
—Mi madre también es la tuya y
está en casa, cabeza de chorlito.
El muchacho, que debía tener
unos trece o catorce años, la cogió del brazo con una fuerza inusitada e
intentó ponerla en pie.
—¿Quién te crees que eres?
—exclamó Lali mientras se resistía a los intentos del muchacho por incorporarla
y se preguntaba por qué las personas que los miraban boquiabiertas no hacían
nada para impedir el acoso del muchacho.
—Tu hermano Stéfano, ¿te
acuerdas? —contestó él con sarcasmo, y tiró del brazo de Lali hasta que ella se
incorporó.
Lali lo miró sobresaltada.
¡Qué idea tan absurda! ¿Se trataba de una broma o estaba loco? Aquel muchacho
era un completo desconocido para ella, aunque su aspecto le resultaba
extrañamente familiar. Lali, sorprendida, llegó a la conclusión de que lo había
visto antes. El muchacho era más alto que ella, de extremidades robustas, y
despedía la típica energía incontenible de un adolescente. Stéfano, si era así
como se llamaba, era guapo, de pelo castaño claro y resplandeciente y vivos
ojos marrones. El contorno de su cara, la curvatura de su boca, la forma de su
cabeza... le resultaban familiares.
—Te... te pareces a
mí—balbuceó ella, y él resopló.
—Sí, ésa es mi mala suerte. Vamos.
Tenemos que irnos.
—Pero... Alelí... —empezó Lali
y, a pesar de su desconcierto, los ojos le escocieron al recordar su dolor—. ¡Alelí...!
—¿De qué estás hablando? Alelí
está en casa. ¿Por qué lloras? —La voz del muchacho se suavizó de inmediato—. Mariana,
no llores. Yo me encargaré de Peter, si es esto lo que te preocupa. Tiene toda
la razón del mundo para estar enfadado, pero no permitiré que te grite. . .
Mientras oía sus palabras solo
a medias, Lali se volvió, contempló el final de la calle y se preguntó cómo
había llegado al centro de la ciudad desde el porche delantero de su casa.
Entonces su corazón pareció detenerse y el dolor por la muerte de Alelí se vio
amortiguado por una gran impresión. Su casa no estaba. La casa en la que Alelí
la había criado había desaparecido y, en su lugar, sólo había un espacio vacío.
—¿Qué ha ocurrido?
Lali se llevó las manos al
pecho para calmar los violentos latidos de su corazón. ¡Una pesadilla! ¡Se
encontraba en medio de una pesadilla! Lali dio una ojeada rápida a su entorno
en busca de cosas que le resultaran familiares, pero sólo encontró rastros
ocasionales del Sunrise que ella conocía. Incluso el aire olía distinto. La
calle asfaltada ahora era de tierra y había muchos baches y miles de huellas de
herraduras de caballo. Los coches habían desaparecido y sólo había caballos y
carros alineados a lo largo de las aceras de tablones de madera.
Las sencillas tiendas de la
ciudad también habían desaparecido y..., ¿por qué no había otra cosa más que
tabernas? ¡Tabernas! ¿Qué había pasado con la Prohibición? ¿Había decidido todo
el mundo ignorar la ley? Tampoco había rótulos eléctricos, ni sala de cine, ni
barbería..., ni cables telefónicos. Sunrise no era más que toscos letreros
pintados con colores chillones y tiendas destartaladas... y la gente... ¡Santo
cielo, la gente! Parecía que estuvieran todos en una fiesta de disfraces.
Las pocas mujeres que veía
llevaban el pelo recogido en voluminosos peinados y vestían engorrosos trajes
de cuello alto y apretado. Había vaqueros por todas partes, vestidos con
sombreros vaqueros de fieltro o de copa y ala plana, sucios pañuelos atados al
cuello, pesadas capas estilo poncho, espuelas con ruedecita rotatoria y botas
de punta afilada y con tacón. La mayoría también llevaba barbas y bigotes
espesos y pistolas con funda y cartucheras para la munición.
Media docena de ellos rodeaban
a Lali y a Stéfano mientras sostenían, de una forma respetuosa, los sombreros
en las manos y contemplaban a Lali con fascinación, respeto y hasta con cierta
intimidación. La extrañeza de la escena asustó a Lali. O había perdido la razón
o todos se habían puesto de acuerdo para gastarle una broma.
«Que me despierte pronto, por
favor, que me despierte pronto. Me enfrentaré a cualquier cosa con tal de que
no sea esto. Permíteme despertarme para que sepa que no me he vuelto loca»
—¿Por qué miras a tu alrededor
de esta manera? —preguntó Stéfano mientras la cogía por el codo y la hacía
bajar de la acera a la calle.
Stéfano tuvo que abrirse paso
entre los vaqueros, quienes murmuraban expresiones de preocupación, hasta que Stéfano
explicó con impaciencia:
—Se encuentra bien. En
realidad no se ha desmayado. Está bien.
Anonadada, Lali le permitió
que la condujera calle abajo.
—Tenemos que encontrar a Peter
—declaró Stéfano con un suspiro—. Te ha estado buscando por este extremo del
pueblo. Dios mío, a estas alturas debe de estar como loco.
—Stéfano... —Lali sólo había
oído hablar de un Stéfano en su vida, y éste era el tío de Alelí, pero el tío
de Alelí era un hombre de edad, un abogado respetable que vivía hacia el
noreste. Sin duda, no tenía ninguna conexión con aquel muchacho insolente. Lali
pronunció el nombre que tenía en la punta de la lengua, pues decidió que, al
fin y al cabo, no tenía nada que perder—. ¿Stéfano Espósito?
—Sí, ¿Mariana Espósito?
«No! ¡No! Mariana Espósito era
mi tía abuela, y desapareció hace cincuenta años. ¡Sí, seguro que estoy
soñando! »
Pero ¿Peter Lanzani también
era un sueño? ¿Y también lo era la muerte de Alelí?
—¿Adónde vamos? —consiguió
preguntar.
Lali contuvo una risita de
consternación al darse cuenta de que también ella iba vestida con la recatada
ropa que vestían las demás mujeres. Llevaba puesto un ajustado vestido rosa que
se le clavaba en la cintura y resultaba difícil caminar con aquellas faldas tan
pesadas.
—En cuanto encontremos a Peter,
regresaremos a casa. ¿Por qué llegas dos horas tarde? ¿Has estado coqueteando
otra vez? No me importa que hagas el tonto, pero no vuelvas a hacerlo a costa
de mi tiempo. Hoy tenía muchas cosas que hacer.
—No estaba coqueteando.
—Entonces, ¿qué estabas
haciendo?
—No lo sé. No sé qué está
pasando.
A Lali se le quebró la voz. Stéfano
la observó con atención y entonces se dio cuenta de lo pálida que estaba.
—¿Te encuentras bien, Mariana?
—Ella no tuvo tiempo de contestar, pues justo entonces llegaron junto a una
tartana de hierro y madera con asientos de mimbre que era más elegante que el
resto de los vehículos que había en la calle. Stéfano la ayudó a subir—. Espera
aquí mientras voy a buscar a Peter —le indicó Stéfano. El asiento de mimbre
crujió bajo el peso de Lali, quien se agarró al lateral del vehículo, inclinó
la cabeza hacia delante e inhaló hondo—. Estaré de vuelta enseguida —declaró Stéfano.
Stéfano se marchó y Lali luchó
para contener las náuseas que crecían en su interior. Había bastantes
posibilidades de que perdiera la batalla.
«Sea o no una pesadilla, estoy
a punto de vomitar. —Lali miró a su alrededor y le pareció que todo el mundo la
estaba mirando—. No, no puedo vomitar. No puedo dejarme llevar por la
situación. »
Con un gran esfuerzo de
voluntad, Lali consiguió reprimir las náuseas que empezaban a subir desde su
estómago.
—¡Aquí está!
Lali oyó la intencionadamente
animosa voz de Stéfano y levantó la cabeza para mirarlo. Su corazón dejó de
latir cuando vio la oscura figura que subía al carro y cogía las riendas con
una mano. Lali no podía moverse, de modo que permaneció inmóvil en el asiento
mientras el hombre se volvía y clavaba en ella unos ojos verdes y fríos.
Continuará...
+10 :D
O_O
ResponderEliminarJajaja te juro que me está matando está nove y recién van tres capítulos!
ResponderEliminarpobre lali está más perdida que turco en la neblina y me siento totalmente igual! =P
ResponderEliminar++++++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarNo entiendo nada y por eso me encanta la nove!!!! Subi massss
ResponderEliminar++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminaresta en el pasado pero osea volvio o lo esta recordando tan vividamente como si fuera mariana?
ResponderEliminarJuro que no entiendo un carajo Jajajjaja
ResponderEliminar++++
@x_ferreyra7
Más porfa me encanto
ResponderEliminarMe encanta más quiero saber lo que le va a decir peter
ResponderEliminarYa están los diez subí el otro
ResponderEliminarVolvio al pasado como Mariana, ya voy entendiendo la historia
ResponderEliminarEstá reviviendo la historia d su tía en su propia persona.
ResponderEliminarEs especial
Estoy como Mariana... y a la vez entiendo algunas cosas jajaja
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