Los siguió al salón, donde los
sofás de cuero que Luz le había ayudado a escoger formaban una ele. La mujer
estaba en el centro de la estancia, con la vista clavada en los rascacielos de
San Francisco, pero al cabo de unos segundos se volvió para examinar la
habitación. No sabía qué estaba mirando, ni lo que buscaba, pero cuando se dio
cuenta de que la mujer miraba las fotografías de Luz, de Agustín y de Mariana,
su paciencia se agotó.
Luz le dio un tirón del brazo y le
susurró:
—Papi...
Pero no le prestó atención.
—Dígame por qué ha venido,
señora... ¿Cómo ha dicho que se llama?
Ella dio un respingo y se volvió
hacia él, y a juzgar por cómo abrió los ojos, Peter supo que la estupefacción
había desaparecido de su cara, reemplazada por el hielo que sentía en su
interior. Un hielo que había erigido a lo largo de los años para poder
sobrevivir.
Vio cómo la mujer hacía aparecer
un escudo invisible, vio cómo sus ojos se endurecían, como si estuviera viendo
a un desconocido. Como si la conexión que habían sentido en la calle nunca
hubiera existido.
—Su mujer murió en un accidente
aéreo hace unos cinco años, ¿es correcto?
Al ver que él no contestaba, ella
añadió:
—Murió aquí, en San Francisco. ¿Es
correcto?
—Ya parece conocer las respuestas.
¿Por qué ha venido? —repitió Peter.
—Hace año y medio me vi
involucrada en un accidente tras el cual acabé en coma. —Alzó una mano y se
frotó un punto de la cabeza—. Cuando me desperté en un hospital de Dallas no
recordaba el accidente ni nada de mi vida anterior. Los médicos dijeron que el
accidente afectó a mi memoria a largo plazo. Lo llaman «amnesia retrógrada». Me
han dicho que me vi involucrada en un accidente de coche. Pero ya no estoy tan
segura.
—¿Por qué no? —preguntó Agustín,
que también la observaba con detenimiento.
La mujer lo miró.
—Mi marido murió en el avión que
se estrelló hace unas cuantas semanas. Después del accidente, cuando revisaba
algunos de sus documentos, encontré pruebas que sugieren que estuve en una
clínica privada aquí, en San Francisco, durante ese coma, no en Tejas, como me
habían hecho creer. Y que el coma duró casi tres años, no cuatro días. No estoy
segura de por qué mintió mi marido ni lo que quiere decir todo esto, pero he
venido a San Francisco en busca de respuestas. Ayer acudí a un abogado para que
me aconsejara. La mujer me reconoció y me dijo que me parecía mucho a Mariana Lanzani.
—Miró a Peter—. Su esposa.
A Peter le daba vueltas la cabeza
y el corazón le atronaba los oídos. La historia era ridícula. Una locura.
Imposible que fuera verdad.
—¿Cómo se llama la abogada? —quiso
saber Agustín.
—Candela Vetrano.
Agustín miró a Peter. Sabía lo que Agustín estaba pensando. Pero no podía
ser ella. Sí, se parecía muchísimo a ella, pero una vez superada la
estupefacción inicial se daba cuenta de que no era la misma. La nariz de Mariana
era distinta, y sus mejillas no eran tan afiladas. La madurez podía cambiar el
rostro de una persona, incluso un poco su forma, pero no la estructura ósea.
Además, Mariana estaba muerta. Murió en el accidente aéreo. La enterraron. Daba
igual que nunca recuperasen el cuerpo. Nadie sobrevivió al accidente.
—Cande cree que puede ser Mariana
—repitió Peter—. Por eso ha venido.
—No. No del todo. De hecho, no
sabe que he venido. Me dijo que no viniera, pero yo... —Se mordió el labio y
rebuscó en el bolso. Miró a Luz, que estaba de pie junto a Peter, y el instinto
protector se apoderó de él, instándolo a pegar a su hija contra su costado. Con
dedos temblorosos, la mujer le ofreció una fotografía—. Encontré esto en una
caja de seguridad en mi casa.
A regañadientes, Peter cogió la
foto. La miró. Y tuvo la sensación de que se abría un agujero bajo sus pies.
Luz puso los ojos como platos al
ver la foto que él tenía en la mano.
—Soy yo.
Peter levantó la cabeza. Cuando la
mujer miró a Luz y se apartó el pelo detrás de la oreja, atisbó una marca de
nacimiento rosada justo por debajo de la oreja izquierda, allí donde se unían
el cuello y el mentón. Un corazón invertido. En otro tiempo besó, lamió y
mordisqueó esa marca tantas veces que la conocía como si fuera suya.
La esperanza estalló en su pecho.
Era ella. Estaba viva. Era...
Hizo ademán de abrazarla. Ella
retrocedió para alejarse de sus manos, y cuando sus ojos se encontraron, Peter
por fin comprendió lo que no veía en su mirada: reconocimiento y amor. Solo
había vacío y desconfianza.
Su reacción en la calle lo golpeó
con fuerza. Y la esperanza se vio apagada de golpe por un jarro de agua fría.
«Accidente. Amnesia retrógrada...
Viva.»
Sintió cómo la bilis le subía por
la garganta. La habitación se le cayó encima tal como sucedió el día de su
entierro, cuando la realidad de haberla perdido para siempre lo golpeó como una
tonelada de ladrillos.
Sin embargo, no la había perdido.
Estaba allí. Era real. Daba igual lo que había sucedido para que su aspecto
cambiara, algo permanecía invariable. Estaba viva. Jamás se había subido a ese
avión. Llevaba en San Francisco todo ese tiempo y nunca la había buscado. Nunca
se le había ocurrido buscarla.
No conseguía respirar. La
fotografía cayó al suelo, a sus pies. Tenía que alejarse de ella. Tenía que
alejarse de todos ellos antes de perder los papeles por completo.
Salió de la estancia. No sabía adónde
leches iba. A su espalda escuchó que Agustín mascullaba:
—Esto... denos un momento, ¿vale?
Consiguió llegar a la cocina.
Apoyó las manos en el frío mármol de la encimera, agachó la cabeza y se
concentró en respirar. Inspirar y espirar. Inspirar y espirar. Rezó para que
eso aliviara el lacerante dolor que sentía en el pecho.
«Que no se te vaya la pinza.
Mantén la calma por Luz», se ordenó.
Cerró los ojos y contuvo las
lágrimas. De todas las posibilidades que había imaginado a lo largo de los
años, esa no se le había pasado por la cabeza. En todas ellas, al menos en las
que estaba viva, Mariana se había emocionado al verlo tanto como se emocionaba
él. Pero esa mujer, la tal Lali Amadeo, no lo conocía. No corría hacia sus
brazos. No le estaba declarando su amor. Se había quedado allí plantada,
mirándolo como si fuera... cualquier persona.
Y había dicho que tenía un marido.
El dolor lo atenazó hasta tal punto que le costaba muchísimo respirar. Se había
casado de nuevo. Su vida había continuado mientras que él se había quedado
anclado en el tiempo, dejando que su recuerdo fuera lo único que lo ayudaba a
vivir un día tras otro.
—Peter.
Agustín. Joder, debería haber
sabido que Agustín lo seguiría.
No se volvió, era incapaz de
enfrentar la mirada de Agustín.
—No nos reconoce —dijo, en cambio.
—No, no nos reconoce. No tiene por
qué ser ella.
—Es ella. Ya has visto cómo se ha
pasado la mano por el pelo. Y tiene la misma marca de nacimiento cerca de la
oreja. —Se le quebró la voz—. Es Mariana.
—No lo sabemos.
—Yo lo sé. —Por fin se volvió
hacia Agustín—. Yo lo sé. Lo supe en cuanto la vi.
—Es posible. Pero las
probabilidades son escasas. Mira, admito que se parece a ella. Dios. —Agustín
se frotó la barbilla—. Y su historia... En fin, podría cuadrar. Pero no lo
sabemos con seguridad. Podría ser una loca que quiere dinero. Peter, supongo
que no tengo que recordarte que eres casi un famoso. Eso atrae a toda clase de
psicópatas. No sabemos que sea ella. Se pueden hacer varias pruebas. Se pueden
tomar muestras de ADN, de mí, de Luz.
—Da igual. Los dos sabemos que es
ella, quieras admitirlo o no.
—Tengo que estar seguro del todo.
Peter volvió a cerrar los ojos. Agustín
estaba muy apegado a la ciencia, lo veía todo en blanco y negro. Pero esa
situación estaba llena de matices de gris.
—No nos reconoce —repitió.
—Peter, no te hagas esto. Todavía
no. Esperemos a ver qué averiguamos. Todo podría ser una enorme coincidencia.
Peter miró la cocina. Hacía unos
minutos, estaba a punto de prepararle la cena a Luz. Había pensado enseñarle
fotos del nuevo Jaguar que Melodi lo había convencido de comprar. Después, se
sentaría con ella para ver una película. Incluso la iba a dejar que escogiera
una de las pelis de Indiana Jones que ya habían visto cientos de veces. En ese
momento... en ese momento no tenía ni idea de qué hacer.
—Tengo que salir de aquí. Tú...
encárgate tú de todo. Dile lo que quieras. Aceptaré lo que decidas.
—Peter...
—Necesito unos minutos, Agustín
—le soltó.
No soportaría mirar de nuevo sus
ojos vacíos, saber que no lo recordaba, ni a él ni todo lo que habían
compartido. Se veía incapaz de soportar el dolor. Un dolor que ya había
soportado tanto tiempo atrás. Un dolor que volvía a tragárselo entero una vez
más.
Abrió la puerta trasera y se marchó
antes de que Agustín pudiera impedírselo.Continuará... + 15 :(
Noooo porq se fue era q se quede ademas porque agustin no le mostró la foto de lali y tomas porfa me volví adicta a la nove subi mas siiii 😊
ResponderEliminarNo no no no :(((
ResponderEliminarPorque???? :(((( me da pemita peter :'(
ResponderEliminarEsperando el proximo capitulpoo :)))
ResponderEliminarMe da rabia que benjamin no pueda pagar por todo lo que le hizo a lali y peter
ResponderEliminarSi bien esta muerto deberia estar en la carcel pagandoo todo y sufriendo por imnbecil
ResponderEliminarOjala que lali logre recuperar su memoria
ResponderEliminarAhora falta que peter se entere que tiene un hijo osea que su hijo esta vivo y ahi todo calzaria
ResponderEliminarPeeerooo mi duda es como es que benjamin llega a la vida de lali sera alguien em su pasado o que?? Ahiii necesito otro caap
ResponderEliminarPobres de los chiquis una que au madre vuelve de la "muerte" y al itro se le muere el padre falso y ya tiene al verdadero por conocer me da penita esto ;((
ResponderEliminarMe dan penita ellos ireeee a comer cuando vuelva espero que este el proximo cap
ResponderEliminarM
ResponderEliminarA
ResponderEliminarS
ResponderEliminarya quiero otro capitulo!!
ResponderEliminarMaaaaas MAAAAS
ResponderEliminar++++++++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarMaaaaaaaasssss
ResponderEliminarno entiendo....... como lali conoce a benjamín o como se casaron si ella estuvo en coma???
ResponderEliminarK duro para Peter.
ResponderEliminarAgus parece en este momento más centrado ,pero escéptico.