Lali se cambió de ropa tres veces. Primero se puso unos pantalones de
pinzas grises, después optó por una falda y al final acabó con unos vaqueros.
Unos vaqueros. Sí, era lo mejor.
Tranquila y cómoda.
Al mirarse en el espejo, frunció
el ceño. Se estaba engañando. No parecía tranquila. Y nadie se tragaría el cuento
de que se sentía cómoda.
Se arregló el pelo por enésima
vez. Se lo había recogido, después se lo había soltado y luego se lo había
vuelto a recoger. Al final, decidió que los rizos alborotados cayeran a su
antojo. Parecía que había metido los dedos en un enchufe.
Su aspecto daba igual. No se
trataba de una cita. Tras comprobar su aspecto por última vez en el espejo,
inspiró hondo. «Ahora o nunca», se dijo.
Cuando por fin metió a Tomás en el
coche y puso rumbo a la ciudad, estaba exhausta. Y eso que todavía no eran ni
las nueve y media.
La cita era una mala idea.
El sol se filtraba por las copas
de los árboles del parque mientras Tomás y ella se dirigían al Invernadero de
Flores. Como llegaron en primer lugar, se sentaron en los primeros escalones
que daban al imponente edificio e intentó no estresarse por una situación que
se escapaba a su control.
Era como si toda su vida se
escapara a su control esos días.
Peter y Luz llegaron unos quince
minutos después. A Lali le dio un vuelco el estómago cuando vio a Peter. Se le
humedecieron las palmas de las manos. Llevaba unos vaqueros, una camiseta de
manga corta, unas gafas de sol que le ocultaban los ojos. Parecía tranquilo...
y cómodo.
Y estaba para comérselo.
Lali miró a Luz. La niña le lanzó
una mirada asesina, una expresión que puso de manifiesto el desdén que sentía
por toda esa situación.
Lali enderezó la espalda. Iba a
ser una situación incómoda de todas maneras. Así que mejor terminar con eso de
una vez.
Soltó un suspiro, cogió a Tomás en
brazos y se lo colocó en una cadera.
—Cariño —dijo en voz baja—, este
es Peter. —Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Es
tu... tu padre. —La noche anterior intentó explicarle el asunto, pero el
pobrecillo estaba tan confundido que no tenía la menor idea de cómo iba a
reaccionar.
Tomás miró a Peter, con el ceño
fruncido, y le quitó las gafas de sol con esos deditos tan regordetes.
—Son como los míos. —Se volvió
hacia Lali—. Verdes, mami. No como los tuyos.
—Sí, lo sé, cariño.
El niño se revolvió hasta que lo
dejó en el suelo y luego miró a Luz.
—Tú también tienes los ojos verdes.
Luz se cruzó de brazos.
—No jod...
Peter le clavó un dedo en las
costillas.
—No jorobes, Sherlock —se corrigió
la niña con el ceño fruncido.
Tomás no pareció darse cuenta del
sarcasmo.
—Vamos a subir las escaleras —la
invitó.
Luz miró a Peter con cara de pocos
amigos.
—Ve —le dijo él con firmeza.
La niña puso los ojos en blanco y
siguió a Tomás.
Peter se puso de nuevo las gafas
de sol. Por un instante, Lali le había visto los ojos, y parecían cansados,
tristes y un poco abrumados. Pero también había visto la alegría más pura en
esos pozos verdes al mirar a su hijo. Y en ese momento había visto una parte de
él cuya existencia desconocía.
—Esto... —comenzó él—. Se me ha
ocurrido que podríamos separarnos unas horas. Tú te vas con Luz y yo con Tomás,
y nos vemos aquí a mediodía, ¿te parece bien?
—Sí —Miró hacia las escaleras, donde
estaban los dos niños. Tremendo cuadro hacían: Tomás correteaba arriba y abajo,
y Luz lo seguía. Aunque la niña no se diera cuenta, ya estaba interpretando el
papel de hermana mayor y protegiendo a Tomás al asegurarse de que no se
tropezaba con los escalones ni se caía de boca.
—Por cierto —Peter se movió,
incómodo, para que volviera a mirarlo—, Luz se ha mostrado un poco... —Se rascó
la cabeza, como si buscara la palabra adecuada—. Se ha mostrado un poco
asombrada por todo esto. Avísame si se pasa de rosca. A veces puede ser
terrible.
—Puedo apañármelas, Peter.
Él asintió con la cabeza.
—Bien, nos vemos a mediodía.
Sintió una opresión en el pecho.
¿Cómo se las apañaba Peter? ¿Cómo conseguía comportarse como si nada de eso
importara? Si sentía una mínima parte del dolor que sentía ella, debía de estar
destrozándolo.
Lo vio alejarse escalones arriba.
Cuando se acuclilló junto a Tomás, se quitó las gafas de sol. Una sonrisa
enorme apareció en la carita de Tomás antes de que se echara a reír, se cogiera
de la mano de Peter y bajara los escalones con él.
—¡Adiós, mamá! —Se despidió con
las manos mientras los dos se alejaban por el sendero.
La presión que sentía en el pecho
aumentó y el dolor le atravesó el alma al verlos alejarse. Había visto cómo Tomás
se cogía de la mano de Benjamín cientos de veces, pero nunca la había afectado
como la imagen que tenía delante. Padre e hijo, copias casi exactas, ambos
perdiéndose en dirección al sol, juntos.
Se frotó el pecho con la palma de
la mano y soltó un suspiro tembloroso. La cosa tenía que mejorar. Tenía que
mejorar.
Luz se colocó junto a ella y se
cruzó de brazos.
Lali se volvió para mirarla.
—¿Te apetece un helado?
—No son ni las diez de la mañana.
Me saldrán caries.
—Pues después te enjuagas la boca
con agua. Vamos.
Se sentaron en una mesa de un Ben
& Jerry. Lali se pidió un café. Luz se decantó por un refresco después de
estudiar la carta durante lo que pareció una eternidad. Menos mal que no quería
que le salieran caries. Lali se apoyó en el respaldo del asiento y miró a Luz.
Luz se apartó los rizos por encima
del hombro, se inclinó sobre la mesa y bebió un sorbo del refresco con ayuda de
la pajita. Cuando levantó la vista, tenía una expresión distante.
—No necesito una madre.
Lali asintió con la cabeza. Adiós
a los buenos modales.
—Solo he venido porque mi padre y
mi tío me lo han pedido —siguió su hija—. Si me lo hubieras pedido tú, te
habría dicho que no.
En fin, la cosa marchaba. Lali
apretó los labios.
—Entiendo.
—No, me parece que no lo haces. Me
da igual lo que digan esas estúpidas pruebas. No eres mi madre. Mi madre murió
hace cinco años.
—Me doy cuenta de que esto es duro
para ti, Luz. Es duro para todos. Pero te aseguro que soy tu madre.
—Eso solo es cuestión de biología.
—Luz cruzó los brazos por delante del pecho—. Muchas mujeres tienen niños. Eso
no las convierte en madres. Las madres se quedan. Se preocupan por sus hijos.
No... —Tragó saliva. Los ojos le brillaban por las lágrimas—. No desaparecen y
vuelven sin recordar nada.
A Lali se le rompió el corazón.
—Si pudiera cambiarlo, Luz, lo
haría. Lo haría sin pensármelo.
Luz apartó la vista.
—Da igual. Eso no cambia el hecho
de que no te necesito ni te quiero cerca. Y mi padre tampoco.
Las palabras la golpearon como una
bofetada. Lali se dio cuenta de que era la manera de la niña de defenderse, pero
aun así le dolió.
—Mi padre quería a mi madre, mucho
—continuó Luz—. Y verte ha sido muy duro para él, pero no te quiere. Ahora lo
sabe. Solo está siendo amable contigo por esas pruebas y por tu... hijo.
—Apartó el refresco con cara de asco.
—Luz. —Intentó mantener la voz
calmada y relajada. Ella era la adulta. Debía recordarlo. Aunque, en ese
momento, quería salir corriendo del restaurante y darse el gusto de una buena
llantina—. No intento inmiscuirme entre tu padre y tú. Jamás lo haría. Solo
quiero pasar tiempo contigo, conocerte un poco. Tu padre quiere hacer lo mismo
con Tomás.
Luz se mordió el labio.
—Dicen que volviste a casarte.
La opresión que sentía en el pecho
aumentó todavía más.
—¿En serio? ¿Tu padre te lo ha
contado?
—No exactamente. —Luz clavó la
vista en la desgastada mesa—. Le oí hablar con el tío Agustín del tema. ¿Es
verdad? —La miró con expresión nerviosa y Lali vio la infinidad de preguntas
que flotaban en sus ojos verdes.
Esa no era la conversación que
había imaginado. Pero no podía cambiar de tema. No cuando era tan importante.
Supuso que la sinceridad era el mejor camino y asintió con la cabeza.
—Eso creía. No sé cómo explicar la
situación porque ni yo misma termino de entenderla. Pero creía que estaba
casada. De haber sabido de tu existencia, y de la de tu padre, las cosas
habrían sido distintas.
—Él murió, ¿no? Por eso has venido
a buscarnos.
—Sí, murió. Así fue cómo averigüé
que existían.
—¿Cómo se llamaba? —Luz volvió a
bajar la mirada.
Lali se daba cuenta de que aunque
era muy duro para la niña, la curiosidad la llevaba a preguntar, de modo que
decidió seguir contestando, de momento.
—Benjamín. Era médico.
—¿Lo echas de menos?
Lali suspiró.
—Ahora mismo no sé lo que siento, Luz.
Las cosas son muy complicadas.
—Pero en realidad no estabas
casada con él, ¿no? Porque legalmente sigues casada con mi padre.
Ay, Dios. Menuda idea. Y cuánta
verdad encerraba.
—No,
supongo que no lo estaba. Pero tu padre y yo todavía no hemos hablado de ese
tema.
Luz hizo girar el vaso entre las manos.
—Lo harán. Y puedes arreglarlo. La gente se
divorcia todos los días. Mi padre querrá hacerlo.
Otra bofetada. Lali no sabía por qué le dolía
tanto.
—Ya te ha olvidado, que lo sepas —continuó Luz—.
Sale con muchas mujeres, lo ha hecho desde que te fuiste. Creo que se queda con
ellas cuando viaja. Una vez llamé a un hotel y contestó una chica.
Lali se puso colorada.
—Soy más madura de lo que parezco —le aseguró Luz—.
Sé mucho de lo que hacen los adultos.
Lali se pasó una mano por la frente. No le
apetecía en absoluto hablar de eso ese día. Necesitaba que la conversación
tomara un rumbo neutral.
—Luz, concentrémonos en ti y en mí. Estamos
aquí porque tenemos que conocernos. Tu padre y yo ya solucionaremos las cosas a
nuestro ritmo. No sé qué pasará, pero estaré aquí, para ti y para Tomás. Te lo
prometo. No voy a marcharme.
—Eso ya lo has dicho antes. —Apartó la mirada—.
Lo que tú digas. ¿Podemos volver ya? Quiero ver a mi padre.
Iba a ser mucho más difícil de lo que Lali
había previsto. Todas esas ridículas ideas de ser una gran familia feliz,
aunque disfuncional, estallaron en pedazos.
Lali pagó la cuenta y volvieron al parque en
silencio. Luz se negó a hablar durante el trayecto en coche. Ya se había
cerrado en banda, había acabado con los temas de conversación y había erigido
los muros que tan bien se le daba construir a su padre.
Mientras volvían al Invernadero de Flores
vieron que Tomás y Peter estaban sentados en los primeros escalones,
compartiendo un cucurucho de helado. Luz corrió hacia ellos, se abrazó a su
padre y luego se sentó en el escalón que estaba a sus pies. La transformación
fue increíble. Había pasado de estar gruñona y deprimida a estar alegre y
contenta, y todo nada más ver a su padre.
Lali se detuvo y observó la escena desde la
distancia. Parecían encajar, los tres. Era evidente que Peter y Tomás se
llevaban a las mil maravillas. Tomás sonreía, reía e intentaba subirse a la
espalda de Peter. Aunque, claro, eso no le resultaba sorprendente. Su hijo era
un niño alegre. Le gustaba la gente y Peter lo había maravillado desde el
principio.
Incluso Luz parecía estar ablandándose con Tomás.
La niña le regaló una sonrisilla cuando creía que nadie la veía.
Ella era la única que no encajaba. Ella era la
que estaba provocando toda la confusión y todo el dolor. Ella era la que no
sabía cómo hacer que todo eso funcionara.
Cerró los ojos y se dio media vuelta antes de
que se le escaparan las lágrimas. El día había sido muchísimo más duro de lo
que se había imaginado. No solo por la conversación con Luz, sino por todo. Ver
a los niños, verlos con Peter, darse cuenta de lo cómodo que él estaba en su
presencia y de lo incómoda que ella se sentía por todo.
Echó a andar por el sendero para recuperar el
aliento, para controlar sus emociones y recobrar la compostura. Echarse a
llorar delante de ellos no era una opción. Solo unos minutos, era lo único que
necesitaba.
Peter vio
cómo Mariana desaparecía por el sendero. Miró a Luz y después a Tomás. Parecían
felices. Pero Mariana desde luego que no.
«Mierda», pensó.
—Luz, no le quites la vista de encima a Tomás.
—Papá... ¿tengo que hacerlo? —protestó Luz.
La miró con expresión seria.
—Sí, tienes que hacerlo. Quédense aquí y no se
muevan. Vuelvo enseguida.
Enfiló el sendero y vio a Mariana sentada en un
banco a unos cincuenta metros, escondida entre los árboles. Tenía la cabeza
apoyada en las manos, y si bien no podía verle la cara, tampoco le hacía falta
para saber lo que estaba sintiendo. La había visto loca de alegría, tan rabiosa
que podía echar humo por las orejas y llorando amargamente. En todas esas
ocasiones siempre había sabido qué decir o qué hacer para animarla. En ese
momento, no lo sabía.
Se sentó en el banco junto a ella. El perfume a
lila flotó en el ambiente hasta envolverlo. Inspiró hondo y cerró los ojos.
Después de cinco años, seguía usando el mismo perfume. ¿Cómo se le había pasado
por alto?
—¿Tan mala ha sido?
Ella negó con la cabeza, pero no levantó la
vista.
—No, solo sincera.
Peter miró por entre los árboles hacia el
Invernadero de Flores, donde los niños se perseguían escaleras arriba y abajo.
—Eso quiere decir que ha sido mala.
—No, Peter, se ha portado bien. No te enfades
con ella.
Cuando Lali levantó la cabeza, fue imposible no
ver las lágrimas que brillaban en sus ojos. Y el corazón le dio un vuelco al
verlas.
—Lo siento. No sé qué hacer para mejorar las
cosas.
Ella se secó las lágrimas con manos
temblorosas.
—No pasa nada. Soy yo. Yo soy la que está
dificultando las cosas.
—No, no eres tú.
—Sí, soy yo. Es que... —Cerró los ojos y se
tapó la cara con las manos—. Es que esto es mucho más real de lo que creía que
iba a ser.
El instinto se impuso a la razón. Extendió un
brazo antes de pensar en lo que estaba haciendo, se lo pasó por encima de los
hombros y la pegó a su costado. Al principio se tensó, pero al ver que no la
soltaba se relajó. El deseo lo abrasó al sentir que se apoyaba en su cuerpo.
Cálida. Sólida. Muy real. Y cuando le enterró la cara en el pecho, el corazón
le dio un vuelco.
¿Cómo se le había olvidado lo que era tenerla
entre los brazos? Los recuerdos le inundaron la mente, unos recuerdos que había
enterrado a lo largo de los años para no sentir un dolor atroz. Ella entre sus
brazos, en su cama, piel contra piel, besándolo en el cuello, susurrándole lo
que pensaba hacerle.
Con el cuerpo tan cerca del suyo, cada minuto
de su vida en común pasó por delante de sus ojos. Era maravilloso tenerla así,
era lo correcto. No quería soltarla.
—No llores —le susurró—. Por favor, no llores.
Nunca he podido soportarlo. Se supone que tú eres la dura.
Ella inspiró hondo varias veces para calmarse.
Sus pechos se pegaban a su costado. Cuando su mano se deslizó por su torso, la
piel le ardió por debajo de la camiseta. La inocente caricia le provocó un
ramalazo que lo recorrió por entero, provocándole una miríada de pensamientos,
un montón de recuerdos. Quería sentir sus manos en la piel, sus labios contra
los suyos, su cuerpo sobre él, debajo de él, en cualquier postura que se le
ocurriera. Cuantas veces lo quisiera.
Ella se apartó lo justo para mirarlo a la cara.
Cuando lo hizo, esos enormes ojos cafés tocaron una parte de su alma que nadie
había conseguido tocar ni antes ni después de ella. Expresivos y cargados de
emoción, esos ojos lo atormentaban en sueños desde el día que desapareció.
La vio levantar una mano, tras lo cual titubeó
un momento antes de quitarle las gafas de sol. Sus miradas se encontraron y él
se percató de que el reconocimiento brillaba en sus ojos. Un reconocimiento que
fue seguido por el pánico más absoluto.
Ella se apartó y se enderezó en el banco, le
dejó las gafas de sol en el pecho y después se frotó la cara con las manos,
como si quisiera borrar lo que había visto.
A Peter se le heló la sangre. La vio controlar
sus emociones y quiso preguntarle por qué huía de la conexión que, a todas
luces, sentían los dos. Sin embargo, no le salían las palabras. En ese
instante, había visto un atisbo de la mujer que solía ser, pero ella la había
enterrado tan deprisa que no sabía cómo reaccionar.
Bajó los brazos y se puso de nuevo las gafas de
sol. A continuación, se puso en pie e intentó por todos los medios que su voz
sonara calmada cuando dijo:
—Supongo que es hora de volver a casa.
Mariana asintió con la cabeza y se puso las
gafas de sol.
Él puso los brazos en jarras y se esforzó por
mantener una pose normal aunque esa situación no tenía ni un pelo de normal.
—Tengo que hablar antes con Luz. Pero quiero
ver a Tomás de nuevo, pronto. Estaba pensando que podríamos encontrarnos en
alguna parte, después del trabajo, en mitad de la semana. Tal vez volver a
cambiarnos los niños durante unas pocas horas.
—Está bien. Puedo hacerlo.
Su voz sonaba más firme, más calmada. Ya no
estaba cargada de esas emociones que él ansiaba arrancarle.
Peter se obligó a desentenderse del dolor.
—También quiero que se conozcan. Tal vez
podamos organizar una especie de régimen de visitas, con fines de semana
alternos, más adelante, así tú los tendrás a los dos y después los tendré yo.
Ellos también necesitan pasar tiempo juntos.
Ella volvió a asentir con la cabeza.
—Me parece bien.
—Bien. —La miró de nuevo. Una parte de él
quería abrazarla. Otra parte quería alejarse corriendo—. Te llamaré.
—Peter. —Ella se puso en pie.
Observó su cara en busca de algún indicio de
que sentía una mínima parte de lo que estaba sintiendo él. No lo encontró. No
encontró nada.
—Gracias —dijo ella en voz baja.
—Sí, claro.
Continuará... +15 :(
massssssssssssssss
ResponderEliminarme causan tanta tristeza
Ayyyyyyyy dioooos mio me dio mucha pena este cap pobdee lali lo que debe de estar sintiendo y peter tambien maldito benjamin lo odio ojala que se retuerza en el inframundo
ResponderEliminarmasssssssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarnecesito saber que pasara
pobres tomas y luz
Pobre lali! Subi massss
ResponderEliminar+++++++++++++
ResponderEliminarMASSSSSS
ResponderEliminarDiiiiioooos!! Llore asi d simple!!
ResponderEliminarMas!!
ResponderEliminarayy casi me pongo a lloraaarr
ResponderEliminarxq no se deja llevar x lo q siente lali!
ayy dioss q situación
maas
subi otroooooo masssssss
ResponderEliminar+++++++++
ResponderEliminarEs larga la nove??
mas mas mas mas massssssssss
ResponderEliminarcuantos capitulos tiene la nove? me encanto! massss
ResponderEliminarSube mas !!
ResponderEliminar++++++++++++
ResponderEliminarOtroooo!! :)
ResponderEliminarAaaaay noooo! Cuaaaando van a avanzaar?
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