—¿Mariana? Tía Mariana, es
hora de levantarse —irrumpió una voz en su profundo sueño.
Lali se despertó sobresaltada,
se incorporó en la cama y dio una ojeada a la habitación. Las paredes habían
adquirido un tono melocotón gracias a los rayos del sol poniente que entraban
por las ventanas.
—¿Quién es? —preguntó Lali con
voz somnolienta mientras se apartaba el pelo de la cara.
Se oyó la risita de una niña.
—Soy yo, la abuela me ha dicho
que te despierte.
Lali parpadeó para aclarar su
visión. Una niña delgaducha, de ojos negros y largas trenzas de pelo oscuro se
acercó a la cama.
—Alelí —declaró Lali con voz
ronca—, ¿eres tú?
Se oyó otra risita de niña.
—Claro que soy yo.
—Ven, acércate.
La niña se sentó en la cama,
junto a Lali, quien le acarició una de las trenzas con una mano temblorosa. El
corazón le dolía y sus labios se curvaron en una sonrisa vacilante. «¡Santo cielo,
es ella! ¡Alelí!» Nunca se había sentido tan atónita en su vida. La mujer que
la había criado, educado, alimentado y vestido y se había hecho cargo de sus
gastos estaba delante de ella. Pero era una niña. Lali percibió a la Alelí que
conocía en aquellas facciones infantiles e identificó su voz.
—Sí, eres tú. Lo veo. ¿Cuántos
años tienes?
—Tengo diez años. El mes
pasado fue mi cumpleaños. ¿No te acuerdas?
—No, no me acuerdo —contestó Lali
con voz entrecortada.
—Por qué lloras, tía Mariana?
«Por ti. Por mí. Porque estás
aquí y, aun así, te he perdido.»
—Porque te quiero mu-mucho.
Lali cedió a la poderosa
necesidad que la embargaba, rodeó a la niña con los brazos y la apretó contra
ella. Pero esto no la hizo sentirse mejor. Con timidez e incomodidad, Alelí
aguantó el abrazo sólo unos segundos y después intentó separarse. Lali
enseguida la soltó y se enjugó los ojos.
—Para cenar hay pollo frito
—declaró Alelí—. Tienes el vestido sucio. ¿Te cambiarás?
Lali negó lentamente con la
cabeza mientras se preguntaba cuándo terminaría todo aquello.
—¿Tampoco te vas a peinar?
—Su-supongo que debería
peinarme. —Lali se sentó en el borde de la cama y se puso los zapatos. En la
cómoda de madera pintada había un cepillo con lomo de marfil. Lali se quitó los
alfileres de la maraña que formaba su pelo y se lo cepilló. Mientras se miraba
al espejo, se dio cuenta de que tenía el mismo rostro de siempre, el mismo pelo
y los mismos ojos—. Alelí, ¿te parezco la misma de siempre? ¿Ves en mí algo
distinto? Sea lo que sea —preguntó con desesperación mientras se volvía para
contemplar a la niña.
Alelí pareció confundida por
su pregunta.
—No, no tienes nada distinto.
¿Quieres que algo sea diferente?
—No estoy segura. —Lali volvió
a mirarse en el espejo y se cepilló el pelo hasta que quedó liso y desenredado.
No sabía realizar aquellos
peinados tan intrincados que llevaban las mujeres en el pueblo, de modo que
sujetó hacia atrás los mechones frontales de su cabello con unos alfileres y
dejó que el resto del pelo le cayera por la espalda. Después, se cepilló el
flequillo, dejó el cepillo sobre la cómoda y enderezó la espalda.
—Ya estoy lista.
—¿Bajarás así?
—Sí. ¿Hay algo malo en mi
aspecto?
—Supongo que no.
Mientras bajaban las
escaleras, Lali se dio cuenta de que la casa era muy bonita. Los muebles eran
de madera pulida y muy elegantes. Unos apetitosos olores a comida y a café
flotaban en el aire. Lali recordó que hacía mucho tiempo que no comía y se le
despertó el apetito.
—Tengo tanta hambre que me voy
a poner morada —declaró mientras su estómago empezaba a gruñir con intensidad.
Alelí arrugó la frente.
—¿Que te vas a poner cómo?
—Morada —repitió Lali. Como Alelí
seguía confusa, Lali se dio cuenta de que aquella expresión no le resultaba
familiar—. Que voy a comer mucho.
Las arrugas de la frente de Alelí
desaparecieron.
Conforme se acercaban al
comedor, oyeron el sonido de unas voces y el repiqueteo de platos y cubiertos.
Cuando llegaron a la puerta, los sonidos se acallaron. Todos miraron a Lali.
Incluso Stéfano se detuvo a medio bocado. El comedor estaba lleno de gente y la
mayoría parecían miembros de la familia.
Un par de ojos verdes y fríos
atrajeron la atención de Lali. Peter Lanzani estaba sentado a la derecha de Nicolás
y la miraba con un desdén mal disimulado. Su mirada abarcó todos los detalles
de su aspecto, su cabello suelto, su rostro ruborizado, su imagen distendida y
desarreglada, y una sonrisa cínica curvó sus labios. ¿Qué pasaba? ¿Por qué todo
el mundo la miraba de aquella manera?
El silencio se hizo más
profundo y Lali se dirigió a trompicones a la silla vacía más cercana.
—¿No quieres sentarte donde te
sientas siempre, cariño? —preguntó Emilia con voz dulce.
Lali se detuvo, se encaminó al
otro lado de la mesa y se dejó caer con alivio en la silla que había junto a Emilia.
Su apetito se había desvanecido.
—Candela, sírvele la cena a tu
hermana, por favor —pidió Emilia mientras tendía el plato vacío de Lali a una
mujer morocha y guapa que estaba sentada frente a ella.
Candela... Así se llamaba la
madre de Alelí. ¿Esto significaba que aquella mujer era su hermana? Como estaba
representando el papel de Mariana Espósito, era probable que así fuera.
«Si alguna vez esto tiene
sentido para mí, entonces querrá decir que me he vuelto loca de verdad.»
—Según he oído, hoy has tenido
un día muy ajetreado —declaró Candela mientras miraba a Lali con una sonrisa
burlona—. También he oído que no has querido contar qué has estado haciendo
durante media tarde. ¿Desde cuándo tienes secretos para nosotros? A no ser por
los habituales comentarios acerca de tus hazañas, las conversaciones de las
cenas serían tan aburridas como un paseo de domingo.
—Ha sido un día bastante
intenso —declaró Lali con precaución.
Sus ojos se clavaron en el
rostro de Peter Lanzani, quien sonrió con sarcasmo mientras cogía un trozo de
pan y lo partía por la mitad.
Todos se centraron de nuevo en
la comida y la tensión que sentía Lali se desvaneció un poco. Cuando le
tendieron un plato lleno con pechugas de pollo, patatas humeantes y judías
verdes con mantequilla, su apetito se despertó con ímpetu renovado. Resultaba
difícil comer despacio con tanta hambre como sentía, pero no quería atraer más
la atención de los demás sobre sí misma. Cuando la conversación se reanudó, Emilia
se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
—Eres demasiado mayor para
llevar el pelo suelto, Mariana. Ya es tarde para cambiarlo, pero mañana por la
noche quiero que lo lleves recogido como siempre.
Lali la miró con los ojos
abiertos de par en par. ¿Era ésta a razón de que todos la hubieran mirado como
si hubiera entrado en el comedor con el vestido desabotonado? ¿Sólo porque
llevaba el pelo suelto?
—¿Por esto me miraban todos de
esa manera? —susurró Lali a Emilia.
Emilia le lanzó una mirada
enojada y reprobatoria.
—Ya conoces la respuesta a
esta pregunta.
De modo que ésta era la razón
de que Peter la hubiera mirado con tanto desdén, creía que ella intentaba
atraer la atención de los demás hacia sí misma. Un nudo de vergüenza y
resentimiento le apretó el corazón. Lali mantuvo los ojos fijos en el plato
durante la mayor parte de la cena y sólo levantó la vista para lanzar breves
miradas al resto de los comensales. El hombre corpulento y de rostro amable que
estaba sentado al lado de Candela debía de ser su esposo. Era un hombre
sencillo y menos dinámico que los otros hombres de la mesa. Stéfano se mostraba
más silencioso con el resto de la familia que con Lali. A Nicolás le gustaba
dominar la conversación y sólo toleraba interrupciones de Peter. ¿Qué posición
mantenía Mariana Espósito en aquel entorno? Lali guardó silencio y observó,
escuchó y reflexionó.
Peter Lanzani se mostraba
indiferente a sus miradas, de modo que ella pudo estudiarlo sin que él se diera
cuenta. La mitad inferior de su cara estaba oscurecida por la sombra de su
barba. Necesitaba un buen afeitado y, si su cutis no estuviera tan bronceado,
su aspecto resultaría más agradable. Aunque tenía que admitir que era muy atractivo.
Para empezar, estaban sus ojos verdes. También era hábil con las ironías y de
una franqueza cortante, y tenía una elevada opinión de sí mismo.
Tenía la constitución
musculosa de los hombres acostumbrados a pasar muchos días sobre la montura de
un caballo, de los hombres expuestos a peligros físicos y a un trabajo
agotador. Sin embargo, resultaba obvio que tenía estudios. Entonces, ¿por qué
trabajaba como capataz de un rancho? Lali conocía a los vaqueros y sabía que la
mayoría de ellos no tenían formación para realizar ningún otro tipo de trabajo.
¿De dónde procedía Peter y qué lo había decidido a instalarse allí? Debía de
estar ocultándose de alguien o de algo, Lali apostaría una fortuna en este
sentido.
Mientras Nicolás Espósito
hablaba largo y tendido acerca del rancho, todas las cabezas estaban vueltas
hacia él, pero Lali observaba el perfil de Peter. Por primera vez, empezó a
comprender la situación en la que se encontraba y empalideció. Nicolás estaba
vivo. Peter Lanzani todavía no lo había asesinado. Y ella era la única persona
que sabía lo que iba a ocurrir.
Continuará...
+10 :o
lo va a evitar!!!1 exxacto para eso fue!!!!
ResponderEliminarpero por que peter le dijoq ue ella estaba ahi?? ella tambien fue culpable??
++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarNo creo que peter mato a nicolas. Me encanto. Massss
ResponderEliminarMi teoría es que peter quería matar a Nicolás pero se enamora de lali y eso ya no pasa ¿? Estoy confundida
ResponderEliminarmasssssssssssssssss :)
ResponderEliminarme confunde peter es bueno o no? Quiero más
ResponderEliminarquiero entendeeeeeeeeeer
ResponderEliminar=P
ResponderEliminarDale!!! Sube otro!!!
ResponderEliminarCuanta intriga!!!
ResponderEliminarFaa q loco todoo
ResponderEliminarSi tuviera el libro yo tmb leeria el final! Jajaja
Maasss no agunatoo quiero saber todo yaa
Mierd no entiendo nada, necesitamos ya respuestas jajajaja estoy tan desconcertada como tambien intrigada.
ResponderEliminarPara mi Peter no fue el asesino y alguien le tendió una trampa. Ahora porque y quien?