—Si no le molesta mi
atrevimiento, lord Tremaine, creo que mi hija Consuelo sería una espléndida
marquesa para usted —dijo la señora de William Vanderbilt, nacida Alva Erskine
Smith.
—No me molesta en absoluto
—dijo Peter—. Todo el mundo sabe que me han gustado sobremanera las mujeres
atrevidas. No obstante, tengo casi el doble de edad que la señorita Vanderbilt
y, la última vez que lo comprobé, todavía seguía estando muy casado.
—Caramba, señor, es usted todo
un caballero —ronroneó la señora Vanderbilt. No obstante, sus modales de bella
sureña no lograban ocultar del todo su férrea determinación—. Pero, según
numerosas fuentes dignas de crédito, a ambos lados del Atlántico, quizá no siga
casado mucho más tiempo.
«Se debe a que es joven y
antes era un don nadie empobrecido. Dé por sentado que a partir de ahora le
lloverán las propuestas.» Después de casi once años, la predicción se estaba
haciendo realidad. No era la primera vez que la señora Vanderbilt abordaba aquel
asunto en las últimas semanas. Tampoco era la primera ni la segunda ni la
tercera matrona con una hija casadera que insinuaba que su preciosa niña era la
candidata perfecta para él.
Durante toda la cena, la
primera que daba desde su regreso de Inglaterra, se había sentido como en un
escaparate, como si fuera una oca cebada a punto de ser convertida en foie
gras. Las sonrisas de las mujeres eran demasiado brillantes, demasiado
obsequiosas. Hasta los hombres con los que había compartido cigarros, whisky y
operaciones empresariales durante los últimos diez años lo miraban de manera
diferente, con la clase de calurosa aprobación que era mejor reservar para las
amantes de dieciséis años.
—Bien, dígame, milord, ¿vendrá
a cenar el próximo miércoles? —prosiguió la señora Vanderbilt con su acento
sureño—. Me parece que no ha visto a Consuelo desde hace sus buenos seis meses
y se ha vuelto mucho más guapa y elegante y...
Las puertas del salón se
abrieron, de hecho se separaron como si las hubiera empujado un ciclón. En el
umbral apareció una mujer con un perro. El perro era pequeño, bien educado y
estaba adormilado, acurrucado en el brazo de la mujer. La mujer era alta,
altiva y arrebatadora, con su voluptuosa figura metida dentro de una envoltura
de terciopelo rojo carmín, la garganta y el pecho reluciendo con rubíes y
diamantes salidos del tesoro de un marajá. E, incongruentemente, también
exhibía un anillo con un zafiro muy humilde en la mano izquierda.
—Pero ¿quién es esa mujer?
—preguntó la señora Vanderbilt, a la vez irritada y fascinada.
—Esa mujer, mi querida señora
Vanderbilt —respondió Peter, con un júbilo que no podía ni quería disimular—,
es mi señora esposa.
Nunca en toda su vida se había
sentido Lali tan vulnerable, allí de pie ante unos desconocidos... y un esposo
que esperaba a otra mujer dentro de una hora.
Ya había reservado una suite
para el viaje de vuelta en el Lucania y telegrafiado a Goodman para que tuviera
preparada la casa en Park Lane. En el escritorio de la habitación del hotel
había un cable para la señora Espósito —«Tremaine sale con la gran duquesa Martina,
nacida Stoessel»—, pero por alguna razón no había podido enviarlo, no podía
admitir aquella derrota final, no sin una última carga colina abajo, llena de
gallardía y, en gran medida, condenada al fracaso.
Ahora todas las miradas
estaban fijas en ella, incluida la de Peter. Había sorpresa en su cara, una
cierta diversión y luego una indiferencia que no auguraba nada bueno para sus
posibilidades. Esperó que reconociera su presencia, que le lanzara, por lo
menos, unas palabras de saludo. Pero excepto unas pocas palabras inaudibles
dirigidas a la mujer sentada junto a él, no dijo nada, dejando que saltara al
precipicio ella sola.
Recorrió el salón con la
mirada.
—Sinceramente, Tremaine, esperaba
algo mejor de ti. La decoración es tan obvia que resulta espantosa.
Una exclamación colectiva
reverberó contra el alto techo.
Peter sonrió, con una sonrisa
serena que, sin embargo, despertó de nuevo sus esperanzas.
—Milady Tremaine, recuerdo
claramente haberte informado de que la cena era a las siete y media. Tu
puntualidad deja mucho que desear.
—Hablaremos de mi puntualidad
o de la falta de ella más tarde, en privado —dijo ella, con el corazón
desbocado—. Ahora, ¿me presentas a tus amigos?
Lady Tremaine no recordaba
exactamente quién era un Astor, quién un Vanderbilt y quién un Morgan. Pero no
importaba. Tenía fortuna, algo que admiraban, y un título, algo que codiciaban.
Su temperamento encajaba perfectamente con la flor y nata de la aristocracia americana,
ambiciosa, resuelta y llena de energía; su independencia le ganaba la
aprobación de las esposas, varias de las cuales sentían simpatía hacia las
sufragistas.
Los hombres estaban embobados,
incluido Peter.
Había habido mucho aflojarse
las corbatas, disimuladamente, cuando ella —«más tarde, en privado»— le había
ordenado, sin confusión alguna, que la follara hasta no poder más. La energía
sexual que emanaba era palpable; la reacción que provocaba en él era
absolutamente atroz. Ninguna otra mujer se le acercó durante el resto de la
noche; hasta las ciegas podían ver que mantenía una conducta civilizada solo
por los pelos, que si no se esfumaban, cometería coito público, delante de sus
mismos ojos... con su propia esposa.
Al final, ella hizo algo casi
igual de escandaloso. Precisamente a las once, se separó de los invitados y se
situó en el centro del salón.
—Ha sido encantador conocer a
la mejor sociedad de Nueva York, sin ninguna duda. Pero si me perdonan, he
tenido un largo viaje y ya no me siento a la altura de la compañía. Señoras y
caballeros, mi reposo me reclama. Buenas noches.
Y diciendo esto, se marchó con
la complicada cola de su vestido oscilando majestuosa, dejando atrás a un grupo
sin habla, las señoras abanicándose con demasiada energía, los hombres con
aspecto de estar dispuestos a ceder la mitad de sus empresas solo por poder
seguirla, pisándole los talones de sus zapatos de noche en gamuza negra.
—¡Ay de mí! —dijo Peter,
manteniendo un tono ligero—. Parece que he faltado completamente a mis deberes
conyugales de gobierno y disciplina. A partir de ahora, dedicaré la mayor parte
de mi tiempo y energía a este nobilísimo empeño.
La mitad de las mujeres se
ruborizó. Tres cuartas partes de los hombres carraspearon. En el minuto
siguiente, empezaron las despedidas y el salón se vació a una velocidad récord.
Peter subió de dos en dos los
escalones, entró a la carga en sus aposentos y abrió de golpe la puerta de su
dormitorio. Ella estaba tumbada boca abajo, con las mejillas apoyadas en la
palma de las manos, examinando su ejemplar del Wall Street Journal...
completamente desnuda. Aquellas piernas, aquellas regias nalgas, la curvatura
del pecho, redondo y apretado bajo la parte inferior del brazo, y aquella
cabellera suelta por la espalda. Su deseo carnal, ya en ebullición, estalló.
Ella ladeó la cabeza y sonrió.
—Hola, Peter.
Él cerró la puerta detrás de
sí.
—Hola, Lali. Qué sorpresa
verte aquí.
—Bueno, ya sabes cómo son
estas cosas. Oportunidades de inversión, etcétera, etcétera.
—Te ha llevado demasiado
tiempo —gruñó él—. Estaba a punto de contratar a unos secuestradores de perros.
Ella se pasó la lengua por los
dientes.
—¿Merecía la pena esperar?
¡Dios del cielo! Apenas podía
seguir de pie.
—Has sido incalificablemente
descarada delante de mis invitados. Me parece que has destruido mi reputación
de persona íntegra y seria.
—¿De verdad? Lo siento
muchísimo. Debo aprender a ser una esposa mejor. Si me dejas que practique un
poco más... —Se volvió, poniéndose de espaldas y deslizó un nudillo por el labio
inferior—. ¿No quieres venir a la cama y dejarme embarazada?
Estuvo en la cama y dentro de
ella en una fracción de segundo. Ella era toda fuego infernal y suavidad
celestial, aferrándose a él, rodeándolo apretadamente con las piernas, con sus
descarados gemidos y suspiros enloqueciéndolo de deseo.
Él temblaba, se estremecía y
convulsionaba, el control del que tanto alardeaba se hizo pedazos mientras
llegaba al final sin parar en su intento de dejarla embarazada.
—¿Me vas a reconvenir por mi
falta de puntualidad? —preguntó Lali más tarde, todavía casi sin respiración,
echada con la cabeza apoyada en su brazo.
—Por eso y por tu absoluta
falta de respeto hacia la belleza y esplendor de las estancias públicas de mi
casa.
—Me gustan. Se acomodan muy
bien a mis gustos de advenediza. —Por contraste, la zona privada, que albergaba
su colección impresionista, era elegante y serena—. Quería encontrar algo que
decir que dejara clara, de inmediato, mi excentricidad inglesa.
—Me parece que lo has
conseguido más allá de lo que podías esperar —dijo él—. Hablarán de esta noche
durante años y años, en especial si te pones de parto dentro de nueve meses.
Ella sonrió para sí.
—Te crees muy viril.
—Sé que soy muy viril. —Le
besó el lóbulo de la oreja—. Esperemos que la segunda vez todo salga bien.
Ella no captó de inmediato el
significado de sus palabras. Cuando lo hizo, intentó sentarse. Él se acababa de
referir, indirectamente, a su primer embarazo, que había acabado en aborto.
Pero ella nunca se lo había dicho a nadie, ni siquiera a su madre. Lo había
ocultado, junto con su desesperado amor, en lo más profundo de su corazón,
prisionero secreto dentro de la mazmorra, cuyo entrechocar de cadenas y gemidos
de desesperación solo ella oía a media noche.
—Lo sabías —murmuró.
No debería estar tan
sorprendida. Era una tontería creer que su madre no lo había averiguado y que,
una vez lo supo, no se lo habría dicho a Peter con la esperanza de obligarlo a
reaccionar.
—Solo lo supe muchos años
después. El día que me enteré me emborraché. Creo que destrocé toda mi
colección de maquetas de barco. —Suspiró, mientras le alisaba un mechón de pelo
entre los dedos—. Pero puede que fuera por celos, porque tu madre mencionó el
aborto en el mismo párrafo en que invocaba el nombre de lord Wrenworth.
Ella se tumbó de nuevo, de
cara a él.
—¿Tú? ¿Celoso? Si estás con
una mujer diferente cada vez que me doy media vuelta.
—Culpable de todos los cargos
en Copenhague. Pero no me acosté con nadie en París.
Lo que ella quería saber en
realidad era qué había estado haciendo con la señorita Stoessel. Pero aquella
información sobre París la hizo aguzar el oído.
—Entonces, ¿quién era aquella
mujer que fue a verte ya bien entrada la noche?
—Una actriz en ciernes de la
Opera. La contraté para que llamara a mi puerta y se quedara en mi apartamento
unas horas, para que tú supusieras lo peor y sufrieras tanto como yo. Pero no
la toqué, ni a ella ni a ninguna otra mujer. Te fui fiel, por si te sirve de
algo, hasta que supe que tú tenías un amante.
Esto significaba que fue
célibe durante, por lo menos, dos años y medio después de dejarla.
—¿Por qué? ¿Por qué me fuiste
fiel? —preguntó asombrada.
—Bueno, no tenía tiempo. Al
cabo de pocas semanas de mi llegada a América, había solicitado unos préstamos
tan astronómicos que apenas podía comer ni dormir por miedo a no poder
devolverlos. Me levantaba a las cinco de la mañana y nunca me acostaba antes de
la una. —Hizo una mueca al recordarlo y luego le sonrió—. También se podría
decir que no tenía ninguna intención. Te quería a ti. Quería irrumpir de nuevo
en tu vida algún día, siendo el doble de rico que tú, si era posible. Imaginaba
reencuentros decadentes, histriónicos, y desperdicié un río de esperma
masturbándome con esas fantasías.
Conocía el significado de la
palabra; era lo que los cristianos estrictos trataban de prevenir mediante un
régimen riguroso de prácticas deportivas que dejaran a los hombres y chicos
ingleses demasiado exhaustos para nada que no fuera dormir como troncos...
aunque estaba segura de que nunca la había oído decir en voz alta antes de ese
momento. Pensaba que era una palabra obscena, pero la manera en que él la
pronunció, como si fuera la cosa más natural del mundo, hizo que le bailaran
imágenes voluptuosas delante de los ojos.
Si no hubiera estado ya
desnuda, se habría arrancado la ropa y se habría lanzado sobre él. Le cogió una
mano y frotó el interior húmedo de su labio inferior contra los callos de la
palma.
—Cuéntame una de esas
fantasías.
Él le lanzó una mirada
lujuriosa.
—Solo si me prometes que
tomarás parte en ella.
Ella inclinó la cabeza, con la
debida humildad.
—Bueno, me he prometido a mí
misma que sería la esposa más complaciente que ha existido jamás.
Él sonrió con picardía.
—Oh, esto se pone cada vez
mejor.
En los espacios de tiempo entre
la realización de sus inventivas —y a veces muy poco ortodoxas— fantasías, Lali
y Peter hablaron de los hijos que tendrían y de todas las cosas que estaban
impacientes por hacer juntos. En Navidad, visitarían a su abuelo en Baviera. En
primavera, ella le enseñaría la parte sudoeste de Inglaterra y Gales. Y en
verano, si su embarazo no estaba muy avanzado, navegarían por el Egeo y el
Adriático en el Amante.
—Llévame a algún sitio donde
pueda montar —le pidió—. No me he subido a un caballo desde que me dejaste
plantada la primera vez.
—Tengo una casa en el campo,
en Connecticut, en una zona muy bonita. Iremos mañana navegando.
Al pensar en sus planes, se
acordó de Beckett.
—Tu mayordomo... ¿Sabes
que...?
—Fui yo quien le dijo que se
marchara lejos de allí. Los dos nos quedamos muy sorprendidos cuando, tres años
más tarde, se presentó respondiendo a un anuncio que yo había puesto. De
inmediato, me pidió disculpas y dio media vuelta para marcharse. Lo detuve.
Todavía no sé por qué. —Peter se encogió de hombros—. A finales de año, hará
siete que trabaja para mí.
Cualesquiera que fueran sus
razones, se lo agradecía.
—La casa está bien llevada
—murmuró—. ¿Qué pasó con su hijo?
—Estuvo en la cárcel, en
Liverpool, un par de años y luego se marchó a Sudáfrica, cuando descubrieron
oro. Se casó el año pasado.
Lali emitió un nuevo suspiro
de alivio. Era una agradable lección de humildad saber que sus pecados no
habían impedido que la Tierra siguiera girando ni que otras personas siguieran
adelante, bastante bien, con su vida.
Él le resiguió la columna
desde la nuca hasta la rabadilla y de vuelta hasta la nuca.
—Háblame de Benjamín. ¿Cómo se
tomó tu decisión de no casarte con él?
—Con mucha más elegancia de la
que me merecía, eso seguro. Ojalá pudiera arreglar las cosas para que fuera
siempre feliz. Pero no te preocupes —añadió, apresuradamente—, lo dejaré en
paz, para que viva su propia vida. He aprendido la lección.
—Humm, ¿de verdad? —La besó en
el hombro—. Eso es lo que dijiste la última vez que nos acostamos juntos.
Se tumbó de espaldas y le
cogió la mano y la puso entre sus piernas.
—Compruébalo tú mismo. Ya no
hay nada ahí entre tú y yo.
Lali perdió la cuenta de las
veces que hicieron el amor. Demasiadas y, sin embargo, no suficientes. En algún
momento de la madrugada, él le preparó el baño y la limpió a conciencia,
haciéndola reír y chillar con todas las travesuras que un hombre juguetón podía
hacer con una mujer dispuesta, una bañera de agua caliente y un jabón
perfumado.
Cuando le llegó el turno de
lavarse a él, Lali fue a saquear la cocina en busca de comida. Él se había
puesto el batín y estaba secándose el pelo con la toalla cuando ella volvió
cargada con una pierna de faisán asado que había quedado de la cena, media
barra de pan y un cuenco lleno de guindas.
—Dios mío —exclamó él, dejando
la toalla para cogerle la bandeja—. No tenía ni idea de que supieras hacer
otras cosas, además de generar beneficios y esclavizar a los hombres.
Ella se echó a reír mientras
él dejaba la bandeja encima del enorme arcón de cedro que había a los pies de
la cama.
—Pues permíteme que te
sorprenda tejiéndote un par de calcetines para Navidad.
Peter sonrió, arrancando un
trozo de pan.
—Entonces me veré obligado a
construirte una mecedora. Por desgracia mi carpintería está muy oxidada.
La ternura, la más extraña y
desconcertante de las emociones, la invadió por completo. Cogió una guinda y se
quedó mirando la fruta suave y de un rojo intenso.
—Te quiero.
La última vez que le había
declarado su amor, él se lo había tirado a la cara. Esperó, vacilante, su
respuesta. No tuvo que esperar ni un segundo. Él se inclinó hacia ella y la
besó en los labios.
—Yo te quiero más.
Todo el azúcar de Cuba no
podía competir con la dulzura de su corazón.
—¿Más de lo que quieres a la
gran duquesa?
—Tonta. —Le revolvió el ya
enredado pelo—. Dejé de quererla el día que te conocí.
—Pero la he visto hoy, en tu
automóvil. El portero del hotel dijo que siempre va en tu coche. Y tu chófer
dijo que volvería a recogerla esta noche, a las once.
—Incorrecto. Irá a recogerla a
ella y a los niños a las once, mañana por la mañana, para acompañarlos a la
estación del tren. Va a visitar a unos parientes en Washington.
—Entonces, ¿no tenías una
aventura con ella?
—La última vez que la besé fue
en 1881 y no lo echo de menos. —Una maliciosa sonrisa apareció en sus labios—.
Esto explica tu deliciosa agresión. A lo mejor tendría que conservarla a mano,
para asegurarme de la prontitud de tu ardor.
—Solo si quieres que Benjamín
monte su caballete en nuestro salón.
—No me molestaría mientras yo
pueda tomarte encima del piano. —Sonrió—. No puedo mirar el maldito instrumento
sin verte tirada sobre él, en todo tipo de posturas lascivas, con tu delicioso
trasero en...
Lali le tiró una guinda. Él la
cogió y se la comió.
—Casi me olvidaba —dijo, yendo
a un escritorio en la habitación de al lado—. Mira la noticia que me han traído
esta tarde.
Volvió con un telegrama. Ella se
limpió las manos con una servilleta y lo cogió.
QUERIDO SEÑOR STOP SU
EXCELENCIA ME CONVENCIÓ PARA IR AL ALTAR STOP NOS CASAMOS AYER STOP PARTIREMOS
EN BREVE PARA CORFÚ STOP CARIÑOSAMENTE GIMENA PERRIN
Lali se tapó la boca. Su
madre. Duquesa. La esposa del duque de Perrin, nada menos. Sospechaba algo,
claro, pero esta boda, esto era algo completamente diferente.
—¿Te das cuenta de lo que
significa? —preguntó Peter.
—¿Que ahora tendrá precedencia
sobre ti y sobre mí? —Lali meneó la cabeza, encantada y estupefacta a la vez.
—Que dentro de nueve meses el
duque de Perrin será abuelo.
Lali soltó una sonora
carcajada. La imagen del duque de Perrin convertido, de repente, en el abuelo
de alguien era demasiado divertida. Atrajo a Peter y lo besó.
—¿Sabes que eres el amor de mi
vida?
—Siempre lo he sabido —afirmó
él—. Y tú, ¿sabes que tú eres el amor de mi vida?
Ella apoyó la cabeza en su
hombro y se acomodó en él, satisfecha.
—Ahora lo sé.
FIN.
:')
Hermosoooooo!!!
ResponderEliminarBellísima historia,lástima el tiempo k perdieron ,más x orgullo k x otras razones.
ResponderEliminarGracias Danii!!!
Ooo lo ame ...
ResponderEliminarEspero el próximo .. De verdad me encanto
@x_ferreyra7
Ooo lo ame ...
ResponderEliminarEspero el próximo .. De verdad me encanto
@x_ferreyra7
Ame la historia!!!! Espero el siguiente
ResponderEliminarAwwww me encanto
ResponderEliminarAyyy me encatooooo
ResponderEliminarQuerria un epilogo de unos años despues
Me derreti de amorrr
Hermosa novela!
ResponderEliminarmás más el epílogo
ResponderEliminarme encantooooo!!!! hay epilogo?
ResponderEliminarEsos dos locoa cabezas duras, hasta que decidieron a vivir su amor!! :) muy linda nove
ResponderEliminarAwwwwwww!!! Que hermooosaaaa novelaaaa 💜
ResponderEliminarAYYY chuuu la ame!!! espero con ansias otras de tus increibles adaptaciones
ResponderEliminarMe encanto!!!!
ResponderEliminarEpílogo!!
ResponderEliminarLa ame !!!!
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