Enero de 1883
Lali se despertó en una
habitación bañada por una pálida luz. El reloj señalaba las nueve y media. Se
sentó de golpe y tuvo que apresurarse a coger el cobertor para cubrir su
desnudez. ¡Cielo santo! Se suponía que tenían que salir hacia Bedford a las
nueve, para empezar su viaje a París.
Bajó de la cama, se puso el
salto de cama que seguía arrugado en un montón encima de la alfombra de
cachemira, corrió a su habitación y tiró del cordón para pedir agua caliente.
Ya habían dejado preparada su ropa de viaje la noche antes. Se puso los
culotte, una combinación de lana merino, un justillo, una camisa; los pololos,
dos capas de enaguas de lana y otras enaguas de tela con un borde ondulado y
bordado.
Lo siguiente era el corsé. Se
detuvo. De acuerdo, se había vestido con una rapidez excepcional, pero de todos
modos, su doncella ya tendría que haber llegado con el agua caliente. Tal vez
se había despistado en aquella casa desconocida para ella.
Se ocupó del corsé, estirando
los brazos para tensar bien los cordones a través de cada grupo de ojetes
reforzados con acero, volviendo el cuello para comprobar sus progresos en el
espejo.
Se abrió la puerta.
—¡Date prisa, Edie! —exclamó—.
Hace ya dos horas que tenía que estar vestida.
No era Edie. Era Peter, listo
para marcharse, con el mismo aspecto que si acabara de descender del monte
Olimpo, frío, sereno y perfecto. Mientras que ella todavía estaba
lamentablemente a medio vestir, con el pelo totalmente alborotado.
Pero él ya la había visto con
mucho menos, ¿no? Se había comportado como una absoluta desvergonzada, curiosa
y voraz, y él, bueno a él no pareció importarle lo más mínimo. Habían hecho el
amor, deliciosamente, hasta la madrugada.
—Hola, Peter —dijo,
sintiéndose inusualmente tímida. Le ardían las mejillas y también la garganta y
el vientre.
—Hola, Lali —respondió él.
Había perdido toda traza de acento durante el último mes. Ahora sonaba como si
hubiera nacido y se hubiera criado en la casa real.
Dudó un poco sobre qué decir,
lo dejó correr y le sonrió.
—Lo siento. Estaré lista en un
minuto y podremos marcharnos.
Él la estudió, con la cara
seria y los ojos opacos.
—¿Puedes arreglártelas sola?
Sin esperar respuesta, acudió
en su ayuda, haciendo que diera media vuelta y aplicándose a la complejidad del
corsé. Ella tragó aire, lo contuvo y admiró su progreso en el espejo. Tenía un
toque ligero pero seguro, y sus manos eran tan diestras como las del propio
dios Apolo. Le encantaba admirarlo, era una sensación divina, toda gozo y
orgullo absoluto.
—Listo —dijo él.
Ella giró sobre sí misma, pero
él se apartó justo cuando ella estaba a punto de cogerlo. Vaciló. Tal vez no
había visto la mano tendida. Cogió el cepillo del pelo.
—No sé por qué mi doncella no
ha venido todavía. Solo tengo una idea muy rudimentaria de cómo peinarme.
El estaba junto a una ventana
que daba al parque de detrás de la casa.
—No hay prisa, tómate el
tiempo que quieras. Le he dado el día libre al servicio. No nos vamos.
—Pero ya vas con retraso para
tus clases —dijo, pasándose el cepillo por el pelo enredado—. El tren no sale
de Bedford hasta la una y media. Todavía tenemos tiempo.
Sus labios se curvaron
formando algo que se parecía a una son risa, pero no lo era.
—Puede que no me haya
expresado con claridad. No he dicho que yo no me fuera.
Muchos años antes, en una
reunión familiar, uno de sus primos, le había apartado la silla justo cuando
estaba a punto de sentarse. Aunque la caída solo fue desde una altura de dos
pies, la colisión sacudió todos los órganos del interior de su cuerpo.
Ahora Lali se sentía igual;
era un momento de crispación física y absoluta desorientación.
—¿Cómo has dicho?
—He creído que tenía que venir
a decirte adiós antes de marcharme —dijo él, como si no le propusiera hacer
algo tan absurdo como dejarla el día de después de la boda, la mañana después
de la noche de bodas más memorable de la historia.
—¿Qué? —exclamó estúpidamente,
demasiado estupefacta para pensar.
El la miró. Sus ojos brillaban
con algo que no conseguía interpretar, algo aterrador.
—Creía que este era el plan
desde el principio, que seguiríamos caminos separados después de consumar
nuestro matrimonio, hasta que llegara el momento de tener herederos.
Una respuesta completamente
necia se formó en su cabeza. «¿No sabes nada de contratos? —quería
preguntarle—. Tú rechazaste mi oferta, por lo tanto esa oferta ya no sigue en
pie. Este matrimonio se ha contratado según un conjunto de premisas enteramente
diferente.»
—¿Y qué... qué pasa con
nuestra recepción? —Detestaba oír lo desconcertada y abatida que sonaba. Pero
no podía comprender cómo Peter podía haber sido aquel amante tan entregado y
tierno solo unas horas antes y ahora hablaba como si nunca hubiera tenido
intención de que el suyo fuera otra cosa que un matrimonio de conveniencia.
¿Por qué, entonces, la había visitado todos los días durante su compromiso?
¿Por qué había hecho planes con ella para el futuro? ¿Y el anillo de compromiso
que brillaba en su dedo? ¿Y Creso?
—No habrá ninguna recepción
—respondió él.
—Pero ya hemos decidido el
menú y los vinos... —Respiró hondo. «Basta. Ya basta de todo este parloteo.»
Una nueva emoción la invadió,
una rabia horrorizada, que se extendía rápidamente. La había engañado como a
una imbécil. Nunca le había interesado nada más que su dinero. Todas aquellas
horas dulces, gozosas, que habían compartido eran solo su manera de asegurarse
de que ella no cambiara de opinión sobre él. Dejo el cepillo sobre la mesa con
un fuerte golpe.
—Esto me resulta totalmente
nuevo. Tenía la impresión de que íbamos a vivir juntos después de la boda. Mi
madre y yo hemos autorizado un desembolso económico importante para conseguir
un piso y personal en París, para enviar mis muebles, para... De repente, no
pudo mencionar el piano Érard que había encargado para él—. Estoy segura de que
te haces una idea. Se han tomado decisiones importantes, dando por sentado que
podía confiar en que actuabas de buena fe.
Tranquilo, escuchó su
diatriba, su sermón. Luego se volvió y cogió la figurita de porcelana de una
niña que reía de encima del tocador. Durante un momento aterrador, le ardieron
los ojos y ella estuvo segura de que iba a tirársela a la cabeza. Pero la dejó
de nuevo, sin hacer ruido.
—¿Has actuado tú de buena fe?
Ella abrió la boca, pero su
respuesta se marchitó bajo su mira da. No tenía ni idea de que pudiera mirar a
alguien, y mucho menos a ella, de aquella manera. Era la mirada de Aquiles, el
ejecutor de hombres, justo antes de acabar con Héctor, una mirada en la que no
había más que ansia de sangre.
La asustó todavía más el hecho
de que, por lo demás, pareciera tan controlado y cortés como siempre.
—No... no sé de qué estás
hablando.
—¿No? Me sorprende. ¿Cómo
puedes olvidar tus propias tretas?
La ensordecedora cacofonía que
había dentro de su cabeza era el derrumbe de su felicidad, aquel grandioso y
brillante edificio que había construido sobre unos cimientos de arenas
movedizas. Tragó saliva, esforzándose por no hundirse en el pantano de la
desesperación.
—Siento curiosidad sobre algo.
¿Dónde encontraste un falsificador? ¿Tuviste que acudir a la guarida de unos artistas
de la estafa? ¿O es que, tal vez en el condado de Bedford, se encuentran por
todas partes?
—Mi guardabosques de
Briarmeadow fue falsificador en su juventud —respondió atontada, sin darse
cuenta hasta que fue demasiado tarde de que había acabado con sus últimas
dudas, si es que le quedaba alguna.
—Entiendo. Muy hábil por tu
parte.
—¿Cuánto… cuánto tiempo hace
que lo sabes? —preguntó tan tranquila como pudo.
—Desde ayer por la tarde.
Tambaleó. «Cuando haces un
pacto con el diablo, el diablo es el único que sale ganando», solía decirle su
padre. Ojalá lo hubiese escuchado.
El sonrió fríamente.
—Excelente. Me alegro de que
hayamos aclarado cualquier mal entendido sobre nuestra respectiva buena fe en
este asunto —dijo—. Estoy seguro de que ahora comprendes por qué me marcho sin
ti.
Teóricamente, quizá. Pero
visceralmente, lo único que sabía era que ella lo quería y él la quería a ella.
—Sé que ahora estás furioso
conmigo —dijo, con una voz tan temblorosa como un ratón que pasa, de puntillas,
junto a un gato—. ¿Te parecería bien que me reuniera contigo en París dentro de
dos semanas, cuando hayas...?
—No.
Lo rotundo de su respuesta la
dejó helada. Pero no iba a abandonar tan fácilmente.
—Tienes razón, claro. Dos
semanas no es mucho tiempo. ¿Querrías...?
—No.
—Pero estamos casados —exclamó
irritada—. No podemos seguir adelante de esta manera.
—Permíteme que disienta.
Podemos, sin ninguna duda. Vidas separadas significa vidas separadas.
Ella odiaba rogar. Se
aseguraba de estar siempre en una posición de fuerza, incluso con su propia
madre, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
—Por favor, no lo hagas. Por
favor, no decidas todo nuestro futuro en este momento. Te lo ruego. ¿Puedo
hacer algo para que cambies de opinión?
El desprecio de sus ojos la
hizo sentir como algo que acaba de salir de una pared llena de moho.
—Puedes empezar por ofrecerme
tus disculpas, algo que tanto la decencia como los buenos modales exigen en
este caso.
Podría haberse dado de
bofetadas. Por supuesto, él quería que se arrastrara pidiendo perdón. Su
orgullo, enorme y espinoso, era difícil de tragar, pero se obligó a hacerlo.
Por él. Porque lo quería y no podía perderlo.
—Lo siento. Lo lamento
terriblemente.
Él se quedó callado un
momento.
—¿Lo sientes? ¿De verdad? ¿O
solo lamentas que te haya descubierto?
¿Qué diferencia había? Si no la
hubiera descubierto, ¿acaso se necesitaría una disculpa?
—Siento lo que hice —dijo,
porque esa era probablemente la respuesta que él quería oír.
—Deja de mentirme —pronunció
cada palabra por separado, «deja-de-mentirme», como si rechinara los dientes al
hablar.
—Pero lo siento de verdad. —Le
temblaba la voz y se sentía impotente para impedirlo.
—No lo sientes. Sientes no
poder seguir engañándome, que ya no acepte tu palabra y que te vaya a dejar sin
nada de esa perfecta vida de casada que pensabas conseguir.
Su ira volvió a surgir de
golpe. ¿Por qué le había pedido una disculpa, si no tenía ninguna intención de
aceptarla? ¿Por qué la había forzado a rebajarse para nada?
—Tal vez no habría tenido que
hacer nada de todo esto si tú no hubieras sido tan duro de entendederas.
Conozco a la señorita Stoessel. No sé qué ves en ella, pero te haría tan feliz
como un gato ahogado. Además, nunca se habría casado contigo. Es una marioneta
en manos de su madre. Tiene menos fibra que...
—Basta —dijo él con una voz
peligrosamente suave—. Dime, ¿ha sido tan difícil un poco de sinceridad?
De repente, se sintió
horriblemente estúpida, allí despotricando contra la señorita Stoessel
precisamente.
—Te deseo buena suerte —prosiguió
él—. Pero preferiría no volver a verte, ni en dos meses ni en dos años ni en
dos décadas.
Finalmente se dio cuenta de
que hablaba muy en serio. Lo que había hecho era algo odioso, algo inaceptable.
Imperdonable.
Corrió para adelantársele y
bloqueó la puerta con su cuerpo.
—Por favor, te lo suplico,
escúchame. No puedo soportar la idea de vivir sin ti.
—Pues tendrás que soportarla
—dijo, con tono grave—. Sobrevivirás. Ahora, por favor, apártate.
—Pero es que no lo entiendes.
Te amo.
—¿Amor? —preguntó sarcástico—.
¿Así que ahora se trata de amor? ¿Quieres decir que el amor te volvió loca de
deseo, destruyó tu brújula moral y te empujó por el camino fácil?
Se estremeció. Había escogido
las palabras que ella quería decir y se las había arrojado a la cara.
Lentamente, avanzó hacia ella.
Por vez primera en su vida, se encogió ante otro ser humano. Pero se negó a
moverse, se negó a dejar que se marchara, así sin más, de su vida. Él apoyó los
brazos a ambos lados de ella, acercó la cara hasta casi tocarla y le clavó una
mirada brutal.
—Desearía que no hubieras
mencionado el amor, lady Tremaine —hablaba en voz baja, fría como las cenizas—.
En este mismo momento, estoy así de cerca de golpearte contra la pared. Una y
otra vez y otra vez más.
Lali soltó un gemido.
—Da la casualidad de que sé un
par de cosas sobre el amor no del todo correspondido, querida. Da la casualidad
de que he vivido en ese estado un tiempo. No he seducido a Martina para que se
vea obligada a casarse conmigo. No le he dado falsas ideas sobre mi fortuna. No
he falsificado ninguna carta en la que comunicara que mi primo había muerto
repentinamente y se me abría el camino al título ducal. Y cuando ella me
escribe y me dice que su madre la regaña porque no consigue nada con los
posibles pretendientes, ¿crees que le escribo informándole de que debe
regalarles los oídos con su miedo al parto y su aversión a llevar una casa?
»No, le digo que si no puede
mirarlos a los ojos, los mire a la nariz y es muy probable que ellos no se den
cuenta de la diferencia. Le digo que sonreír con la cabeza gacha es casi tan
bueno como hacerlo mirando a alguien con la cabeza levantada, quizá incluso más
seductor. ¿Y sabes por qué le doy consejos que van en contra de mis propios
intereses?
Lali negó con la cabeza, abatida,
deseando que el tiempo diera marcha atrás, deseando reparar todo el mal que
había hecho. No quería saber nada de Martina, no quería que le recordara que él
estaba por encima de todo reproche, mientras que ella se había rebajado a
cometer una estafa.
Pero él siguió inexorable.
—Porque ella confía en mí, y
yo no insulto su confianza para favorecer mis posibilidades con ella. Porque
estar enamorado no te da ninguna excusa para ser menos que honorable, lady
Tremaine.
Se apartó de ella bruscamente,
con la respiración entrecortada.
—Puede que creas que estás
enamorada, Lali, pero yo dudo mucho de que sepas qué es el amor. Porque todo ha
girado en torno a ti: lo que tú quieres, lo que tú necesitas, lo que te hace
falta o no te hace falta a ti.
Se apartó todavía más.
Demasiado tarde, Lali recordó que su habitación tenía dos puertas.
El abrió la segunda puerta y
se marchó, sin decir nada más.
Y ella solo pudo mirar
mientras él desaparecía de su vista, de su vida.
Continuará...
Pero uno hace todo por amor
ResponderEliminarMassssss
ResponderEliminarQue triste... Triste porque los dos se aman... Algún día Peter se arrepentirá de esto...
ResponderEliminarPobre los dos me encanta mas
ResponderEliminarMas
ResponderEliminarquiero más! Que triste el cap =[
ResponderEliminarOooh, esas son consecuencias de los actos de ella!!
ResponderEliminarLlore con este cap.seguilaaa!
ResponderEliminardani hace maratón ;p
ResponderEliminarQ cagada todo lo q se hacen!! Maass
ResponderEliminarOjala q lali termine con benjamin 😓 a este peter lo odiooo
Que capítulo !! Más
ResponderEliminarQue pesar como acabaron todo... Sobre todo Peter por orgullosos y dejarse llevar de la rabia
ResponderEliminarDemasiado duro x parte d Peter ,sabiendo lo k sienten los dos .
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