A primera vista, el duque no
parecía un erudito ni tampoco un réprobo, no llevaba adherido nada de polvo de
libros ni amantes pechugonas colgadas del cuello. Pero era ciertamente
imponente como aristócrata inglés del más alto nivel, sin nada de la blandura
de «Vaya, ¿pueden creer la suerte que he tenido?» que caracterizaba al actual
duque de Fairford, el suegro de Lali. No, este era un hombre nacido para mandar
sobre los simples mortales, algo que había hecho con autoridad durante toda su
vida adulta. Un hombre que podía acobardar a la mitad de la sociedad,
sumiéndolos en un respeto reverencial, con su mera naturaleza ducal.
Lali no se dejaba impresionar
así como así. Pese a una crianza dirigida exclusivamente a que se convirtiera
en duquesa, parecía haber heredado una vena democrática de sus antepasados
plebeyos.
—Buenas noches, excelencia.
—Lady Tremaine, finalmente ha
decidido unirse a nosotros. —Su irónica diversión dejaba claro que no ignoraba
el propósito que había detrás de la cena.
Lo que la sorprendió fue su
madre, que no tenía ni una gota de sangre democrática en las venas. Lali habría
esperado una cierta reverencia por su parte —sumada a su triunfo por haber
conseguido, por fin, reunir a Lali y al duque en la misma estancia—, pero la
actitud de la señora Espósito era más bien de sombría determinación, como si
estuviera en una misión en Groenlandia, un viaje extenuante sin nada más que
tierras áridas al final.
Igualmente intrigante era la
conducta del duque con la señora Espósito. Un hombre como él no sabía cómo ser
«amable». Probablemente toleraba a sus amigos y trataba a todos los demás con
condescendencia. Pero cuando felicitó a la señora Espósito por sus arreglos
florales, exhibió una solicitud y una delicadeza que Lali no había percibido
antes en él.
Peter llegó tarde, con el pelo
todavía húmedo por el baño. Había vuelto de la costa hacía solo media hora.
—Permítame que le presente a
mi hijo político, lord Tremaine —dijo la señora Espósito, con un raro toque de
malicia—. Lord Tremaine, su excelencia el duque de Perrin.
—Es un placer, excelencia
—dijo Peter. Pese a su apresurada toilette, parecía más a gusto en el papel de
un invitado afable y distraído que los demás—. He tenido el placer de leer Once años ante Ilion, una obra muy
esclarecedora.
El duque enarcó una negra
ceja.
—No tenía ni idea de que mis modestas
monografías se pudieran encontrar en América.
—Tampoco yo tengo idea. Recibí
un ejemplar que me envió mi estimada madre política la última vez que estuvo en
Londres.
El duque miró a través del
monóculo a la señora Espósito. Se habría parecido a una caricatura del Punch de
no ser por su imponente presencia y su sardónica conciencia de sí mismo.
La señora Espósito desplazó el
peso de un pie a otro y luego volvió a la posición inicial. Lali abrió los
ojos, sorprendida. Los hombres de la sala quizá no comprendieran la importancia
de aquel movimiento, en apariencia común y corriente. Pero Lali sabía que su
madre nunca se movía así. Podía mantenerse tan inmóvil como una cariátide todo
el tiempo que fuera necesario.
—Mi madre es una acolita
ilustrada del bardo ciego —dijo Lali—. Encontrará pocas mujeres, ni hombres a
decir verdad, que conozcan más a fondo todo lo concerniente a Homero.
Esta revelación sobresaltó al
duque de nuevo, de una manera que parecía más significativa que la simple
sorpresa de un hombre porque una mujer supiera algo que estaba dentro de su
campo especializado. Inclinó la cabeza en dirección a la señora Espósito.
—Felicidades, señora. Debe
contarme cómo llegó a desarrollar su pasión por esos temas antiguos.
La respuesta de ella fue una
enorme sonrisa. Peter miró hacia Lali. Al parecer, no era la única que había
observado que estaba pasando algo muy irregular.
Hollis anunció que la cena
estaba lista. La señora Espósito, con un alivio casi evidente, propuso que
formasen parejas y pasaran al comedor.
Para Gimena casi lo único
bueno de la pesada velada fue que el duque no sucumbió de inmediato a los
encantos de Lali.
Durante toda la adolescencia
de su hija, se había preocupado por convertir a Lali en la clase de belleza sin
tacha que ella misma había sido. Luego, hacía unos años, después de que Gimena
comprendiera por fin que ya no necesitaba vigilar el vestido o el peinado de la
joven en busca de señales de imperfección, observó algo que la dejó satisfecha.
Los hombres se quedaban mirando
a Lali. Algunos de ellos con la boca abierta. En los bailes y veladas, tenían
los ojos pegados a ella, observando cómo caminaba, hablaba y, de vez en cuando,
casi siempre con indiferencia, cómo los miraba. Cuando Gimena se distanció
mentalmente y estudió a su hija como lo haría un extraño, comprendió lo
escandalosamente atractiva que Lali podía ser para el sexo masculino.
No tenía palabras para
describir la clase de atractivo primario que Lali exudaba, una sensualidad
incandescente que, sin ninguna duda, no había heredado de ella. Todo ello hizo
que se sintiera vieja, que había pasado su mejor momento, con su tan cacareada
belleza relegada a un segundo lugar ante la juventud, la luminosidad y el
glamour de Lali.
En esta ocasión Lali estaba
tan guapa como siempre, con un traje de noche de terciopelo bermellón, la piel
de la garganta y los brazos reluciente bajo la suave luz, como la de una ninfa
de Bouguereau. El duque hablaba con Lali con cortesía, soltando los obligados
gruñidos en relación con la proporción relativa de sol y precipitaciones en los
últimos días, tanto en Devon como en Londres. Pero a diferencia de Peter, que
la miraba por encima de su copa de vino a cada bocado, Nicolás mantenía la
mayor parte de su atención en el plato que tenía delante, saboreando, con aire
grave, los sucesivos platos de soupe a l'oseille, filet de solé a la normande y
pato a la Rouennaise.
—Permítame que la felicite por
su chef, señora —dijo el duque levantando la vista de repente—. La comida está
lejos de ser horrible como esperaba.
Gimena se sintió absurdamente
complacida. Desde la noche que habían jugado a las cartas, apostando con
bombones, y prácticamente le había propuesto que la arrastrara al piso de
arriba y violara sus viejos y solitarios huesos, estaba en ascuas.
Se repetía a menudo que, ante
la enorme vergüenza de que la hubiera descubierto, no había tenido más remedio
que inventa se toda la historia sobre la marcha. El único problema radicaba que
era muy mala para improvisar mentiras. Sin horas y días de preparación, soltaba
la verdad o metía la pata de tal manera que olor de su mendacidad se percibía a
una legua de distancia.
¿Habría dicho la verdad sin
darse cuenta? ¿Toda aquella insensatez era simplemente una oportunidad para
coger al duque por la solapas y hacer que, por fin, se fijara en ella? El no la
había creído del todo, pero tampoco había dejado de creerla. Había algo en la
verdad, en su violencia visceral, que se filtraba por debajo y alrededor de la
incredulidad, sin importar lo justificada e irrebatible que fuera.
—Gracias —dijo—, aunque no
puedo devolverle el cumplido por su tacto.
—El tacto es para otros,
señora. —Como para subrayar lo que quería decir, miró a Lali y a Peter y
continuó—: Perdonen la curiosidad de un hombre viejo que se retiró de la
sociedad hace muchos años, pero ¿es normal actualmente que una pareja a punto
de divorciarse mantenga unas relaciones al parecer tan amistosas?
—Desde luego —respondió Peter,
con un tono tan suave y untuoso como un flan. Miró a Lali—. ¿No piensas lo
mismo, querida?
—Sin ninguna duda —contestó Lali,
secamente—. Odiamos las escenas, ¿no es así, Tremaine?
Hasta el duque se quedó sin
habla por un momento ante tan brillante actuación. Pasó a un tema menos
comprometido.
—Me han dicho que es usted
como Midas, lord Tremaine.
—En absoluto, señor. Es lady
Tremaine quien tiene cabeza para los negocios. Yo solo hago lo que puedo por
alcanzar la paridad económica con ella.
Gimena miró a Lali, esperando
que hubiera captado la admiración que había en las palabras de Peter. Pero la
rápida sombra de confusión en los ojos de su hija indicaba que había captado
otra cosa.
—Siempre había creído lo
contrario —dijo Gimena—. Lady Tremaine se apoya en el éxito de sus antepasados.
Pero tú empezaste de la nada.
—Yo no diría tanto, señora. No
soy ningún Horatio Alger, ese héroe tan querido del imaginario americano
—respondió Peter—. Mis primeras adquisiciones fueron hechas con importantes
préstamos obtenidos con la garantía de la herencia de lady Tremaine.
Lali se atragantó con el vino.
Tosió, tapándose con la servilleta, mientras Hollis se apresuraba a acudir a su
lado con una servilleta limpia y un vaso de agua. Bebió un largo trago de agua
y, enseguida, reanudó su ingesta de las lonjas de pato de su plato.
Gimena se encargó de preguntar
lo que Lali no preguntaba.
—No tenía ni idea. ¿Cómo
pudiste hacerlo?
Peter, igual que su primo
antes que él, había firmado un contrato de matrimonio que impedía el acceso
directo a la fortuna de Lali.
—Les di pruebas de quién era
yo y quién era Lali. Tenía los papeles del matrimonio y el anuncio en el Times.
El Banco de Nueva York decidió, de forma independiente, que mi esposa acudiría
a rescatarme en caso de que hubiera riesgo de que yo no pagara mis deudas
—dijo, con una sonrisa sutilmente salvaje.
Dios santo. Deslumbrada por
sus modales y su refinamiento, Gimena nunca había observado ese lado
desvergonzado de su yerno. Siempre había creído que el antiguo afecto y amistad
entre la calculadora heredera y el cortés marqués era cautivador pero extraño,
ya que no podían ser más diferentes el uno del otro. ¡Cómo había infravalorado
a Peter al pensar que el barniz de unos modales impecables era lo mismo que una
falta de ferocidad interna!
El duque tomó un sorbo de un
apreciado borgoña, un Romanée-Conti de catorce años. Gimena se asombró al ver
que sonreía un poco.
No era un hombre de una
apostura clásica, sus rasgos eran más toscos que refinados, con unas cejas
rebeldes y un Mont Blanc por nariz; una cara que se prestaba fácilmente a una
expresión de enfado aterradora. Pero su sonrisa —leve y apenas esbozada, a
decir verdad— lo transformaba por completo. Iluminaba sus bonitos ojos
castaños, animaba sus labios y fundía su altivez en una calidad y primitiva
masculinidad sorprendente.
No usaba la palabra a la
ligera —de hecho nunca la había aplicado a ningún hombre vivo— pero él estaba
absolutamente irresistible. De repente, comprendió por qué damas de buena
crianza se peleaban por él como arpías.
—Hay pocas cosas que detesto
más que las pequeñas cenas rurales —dijo el duque—. Pero, señora, si me hubiera
informado de que me esperaba una diversión tan notable, no la habría obligado a
que antes me compensara con un entretenimiento adicional.
Hubo un momento de absoluto
silencio. Gimena estaba demasiado desorientada como para sentirse violenta.
Todavía no se había dado cuenta de que la conversación había pasado de los
Tremaine a su trato con el duque.
—Mi querido señor —dijo Lali,
irónica—, le ruego que nos lo cuente.
—Vamos, Lali, por favor, deja
ese interés tan indecoroso —resopló Gimena—. Su excelencia solo pidió que
jugara unas manos a las cartas con él, en lo cual lo complací con mucho gusto.
—Señor —dijo Lali, dirigiéndose
al duque, con una sonrisa traviesa en los labios—, había oído decir que era un
bribón. Ahora veo que, por lo menos, es un granuja.
—¡Lali! —exclamó Gimena,
escandalizada.
Pero el duque pareció más
divertido que ofendido.
—Fui un bribón en mis tiempos,
por decirlo suavemente. En cuanto a mis granujadas, limitémonos a decir que
podría haber estipulado mucho más y me habrían complacido.
Gimena notó que la cara se le
ponía de un color tan subido como el vestido de Lali. Ah, cómo odiaba ruborizarse
en público; era tan poco elegante, tan infantil. Peter, bendito sea, estaba
comiendo con glotonería, como si no hubiera oído ni una palabra de la
conversación durante los últimos cinco minutos. Lali, siguiendo el ejemplo de
su esposo, dio otro buen bocado al pedazo de pechuga de pato que quedaba en su
plato. Sin embargo, el duque no había terminado.
—Jovencita —dijo, dirigiéndose
a Lali—, espero que se dé cuenta de lo afortunada que es, a su edad, por seguir
teniendo una madre que bailaría con el diablo por usted.
Ahora le tocó a Peter toser,
tapándose con la servilleta, aunque en su caso más parecía una risa ahogada que
un atragantamiento. La cena, hasta aquel momento una parodia, aunque mordaz, se
había convertido en una farsa.
Gimena se dijo que, desde
hacía un tiempo, sabía que la cena era una mala idea. ¿Por qué, oh, por qué no
la había cancelado? ¿Por qué había insistido, como si el duque fuera Moby Dick
y ella el enloquecido capitán Ahab, que quería arponearlo o morir en el
intento?
Lali no era de las que aceptan
un sermón mansamente.
—Señor, espero que comprenda
que, aunque me siento inmensamente agradecida, también le he recordado a mi
madre, con claridad, que no era necesario ningún baile con el diablo por mi
causa. Ya tengo el afecto y la lealtad de un hombre bueno. Mi futura felicidad,
después del divorcio, está ya asegurada.
El duque suspiró
exageradamente.
—Lady Tremaine, no presumo de
conocer las maravillosas cualidades de ese otro hombre. Pero ¿por qué emprender
un divorcio y gastar dinero en el proceso cuando, para mí, es más que evidente
que usted y su esposo todavía no se han cansado el uno del otro?
Habiendo silenciado a Lali y
sofocado la diversión de Peter, su excelencia se volvió hacia Gimena y sonrió
de nuevo, esta vez con una sonrisa completa. Ella estuvo a punto de fundirse
con su silla, dejando solo las ballenas de su corsé y un conjunto de faldas.
—Señora —dijo él, levantando
la copa para brindar—, este es el borgoña más sublime que he tenido el
privilegio de disfrutar. Puede estar segura de mi eterna gratitud.
Continuará...
UUUiiiiii!! lo siento!!!
+10 comentarios
y subo el siguiente :)
Me encanta
ResponderEliminarJajaja fue muy bizarra esa cena Jajaja más! besos
ResponderEliminarvoy a estar hasta la una hoy mañana no me levanto tan temprano pero igual tengo un sueño espero poder leer un cap más hoy
Eliminar++++++++!!!
ResponderEliminarMaaaaaas!!!!
ResponderEliminarVaya con el duque,más clarito agua!!!
ResponderEliminarmas capitulos
ResponderEliminarGime no debe saber donde esconderse
ResponderEliminarMas masss ++++++++ pliss
ResponderEliminarMassss me encamta esta noveee
ResponderEliminarMas mas mas mas maaasss
ResponderEliminar+++++++++
ResponderEliminarme encantaaa mass masss maaaaaaaas <3
ResponderEliminarMe cae bien ese duque
ResponderEliminarOtroooo :D
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