Capítulo 13

Lali se puso de pie y caminó alrededor del escritorio, tanto como se lo permitió el cable del teléfono.

Fuera, el sol abrasaba las calles de la ciudad y el calor hacía hervir el aire, confiriéndole a Baywater un aspecto milagroso. De repente, vio cómo se acercaba una furgoneta negra por la calle principal y giraba hacia la calle de entrada al garaje.

Al instante, sintió un escalofrío por la espalda y se lamió los labios, que sé le habían quedado secos.

—Lali: Ha venido.

—Cande: ¿Qué?

—Lali: Peter —dijo, apretando el auricular. Observó cómo salía de la furgoneta y hacía un gesto de dolor al sentir la bofetada de calor. Oh, estaba muy guapo Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca ceñida al pecho musculoso. Con la mandíbula apretada, se metió las llaves al bolsillo y se encaminó hacia la oficina, y hacia ella.

Ella sintió una descarga de pura impaciencia.

—Cande: ¿Qué aspecto tiene? —le preguntó.

—Lali: El de un pedazo de tarta —gruñó— Tengo que dejarte.

Colgó el teléfono mientras su amiga seguía hablando, y después apoyó la cadera contra la esquina del escritorio, intentando aparentar que estaba muy relajada. Cosa bastante difícil cuando una tenía el estómago encogido y la cabeza dando vueltas.

Lali no podía apartar los ojos de él, y se preguntó cuándo había empezado a afectarle tanto aquel jueguecito que ella misma había comenzado. Él era el que debía estar sensiblero, no ella. Se le encogió aún más el estómago, y se puso una mano sobre él en el mismo instante en que Peter abría la puerta y entraba a la oficina. Al momento, la pequeña oficina le pareció claustrofóbica.

 

Peter apretó los dientes al verla. Había sido un gran error ir al garaje. Después de dejar a sus hermanos, había ido a casa y se había dado una ducha, pero no había sido capaz de quedarse sentado tranquilamente. Los recuerdos de Lali lo habían torturado tal y como había sucedido durante los dos días anteriores, y finalmente, Peter había decidido que sólo podía hacer una cosa.

Si quería conservar su amistad con ella, tenía que mantenerse lejos de Lali el tiempo que durara aquella estúpida apuesta.

Peter no estaba dispuesto a arriesgar la estupenda relación que tenía con Lali sólo porque estuviera tan excitado que no fuera capaz de pensar con claridad. Lali era su amiga. La apuesta era la única razón por la que él estaba comportándose como un idiota a su alrededor. Y, demonios, no pensaba rendirse. Él no era un adolescente que se quedaba embobado por la primera chica que lo sonriera. Él era un marine. Era fuerte. Era duro.

Y cada vez estaba más excitado. La miró rápidamente, de pies a cabeza. Lali llevaba un mono de pantalón corto de color verde claro, que dejaba a la vista kilómetros de sus piernas. Y bajo el mono, llevaba una camiseta de tirantes de color rosa, ribeteada de encaje. Se había sujetado el pelo y le caía por el hombro derecho. Peter notó que los dedos le picaban de ganas de acariciársela. Quería soltarle el pelo y meter sus dedos en su melena suave. Vaya.

Se puso tenso e instintivamente, adoptó una posición de batalla. Separó los pies y se cruzó de brazos. Se ordenó mantener el control y se dijo que ir a verla había sido lo correcto. Tenía que explicarle que no se verían durante los dos meses siguientes. Tenía que decirle... ¿qué?

¿Que no confiaba en sí mismo cuando estaba con ella?

¿Que de repente pasaba demasiado tiempo pensando en su precioso cuerpo?

¿Que quería clavarle los dientes en el hombro y lamerla de arriba abajo?

Oh, sí. Aquello sería muy inteligente.

—Peter: La, tenemos que hablar.

—Lali: ¿De verdad? —le preguntó ella, con una sonrisa, y salió de detrás del escritorio.

Llevaba unas sandalias blancas con margaritas blancas en la correa superior. Tenía las uñas de los pies pintadas del mismo color rosa de su camiseta, y llevaba un anillo en uno de los dedos, que brillaba a la luz del sol. Demonios, los mecánicos no se ponían joyas en los pies.

Peter frunció el ceño.

—Peter: ¿Desde cuándo llevas un anillo en el dedo del pie?

Ella miró hacia abajo, y después volvió a mirar a Peter.

—Lali: Desde hace tres años.

—Peter: Ah —suspiró él, y se pasó la mano por la cara. Otra cosa de la que él no se había dado cuenta. O si se había dado cuenta, no le había prestado atención, porque Lali era su amiga. Su colega. Pero aquello era antes. En aquel momento, tenía otras cosas en las que pensar —Mira, Lali, acerca de la otra noche...

—Lali: ¿Qué? —preguntó ella, y se acercó tanto que Peter percibió su perfume.

La suave esencia le llegó hasta la garganta y se la apretó. Estar tan cerca de Lali era arriesgado. Debería haberla llamado. Debería haberse mantenido alejado de ella. Pero tenía que admitir que no había querido hacerlo.

Desde que había visto a Lali la otra noche en el bar, Peter no había podido quitársela de la cabeza. Ni siquiera había podido intentarlo.

—Peter: Me sorprendiste —le dijo.

Ella se acercó aún más. Su olor envolvió a Peter, de manera que no podía respirar sin atrapar una parte de ella en su interior.

—Lali: Sí, eso ya me lo dijiste.

—Peter: Es cierto —respondió.

Se lo había dicho en el aparcamiento, cuando había intentado convencerla a ella, y convencerse a sí mismo de que se había quedado sorprendido por sus habilidades jugando al billar. Peter frunció el ceño, sacudió la cabeza y la miró. Tenía los ojos muy abiertos e increíblemente morrones. Un hombre podría perderse en aquellas profundidades. Y él no quería perderse.

—Peter: Mira —consiguió decir—, ¿te apetece ir a comer a algún sitio?

Ella arqueó las cejas.

—Lali: ¿Me estás invitando a comer?

—Peter: ¿Hay algo malo en ello? —preguntó, mientras se maldecía en silencio. Por Dios, uno no se olvidaba de una mujer invitándola a comer—. ¿No pueden ir a comer juntos dos amigos sin que se arme un lío?

Lali sonrió lentamente, y él sintió un cosquilleo en el estómago.

—Lali: ¿Y quién está armando un lío?

—Peter: Nadie —respondió él, asintiendo como si quisiera convencerse a sí mismo—. No es un lío. Sólo es una comida —añadió, y frunció el ceño—. ¿Te apetece?

—Lali: Claro. Voy a decirles a los chicos que me marcho.

Ella salió por la puerta que conectaba la oficina con el taller, y que Dios lo ayudara, Peter la miró mientras se iba.

¡Ay! Nunca un mono de pantalón corto le había parecido tan bien. No había nada de amistad en la forma en que sus ojos se clavaron en ella, y Peter sabía que se estaba hundiendo en un agujero cada vez más profundo.

Continuará...

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