CAPÍTULO 42

Peter estaba dormido cuando Lali regresó a la caravana.

La joven se desvistió tan silenciosamente como pudo y se puso una de las camisetas de su marido. Cuando se acercaba al sofá, oyó un ronco susurro:

—Peter: Esta noche no, La. Te necesito.

Se giró y lo vio a través de la oscuridad. Tenía los ojos entrecerrados por el deseo. Estaba despeinado y la medalla esmaltada que le colgaba del cuello resplandecía bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. Lali aún podía oír en su mente el fuerte latido del corazón de Tater transmitiéndole un mensaje de amor incondicional.

Sabía que no podía darle la espalda a Peter en ese momento.

Esta vez no hubo sonrisas. Ni dulzura. La poseyó con ferocidad, casi con desesperación y, cuando todo terminó, Peter se acurrucó detrás ella, sin soltarla. Se quedaron dormidos con la mano de él sosteniéndole un pecho.

Lali no regresó al sofá la noche siguiente. A partir de ese día, compartió la cama con su marido mientras sentía que su corazón se inundaba de una emoción a la que no quería dar nombre.

Una semana más tarde, llegaron al centro de New Jersey. Instalaron el circo en el patio de una escuela situada en un barrio de las afueras, con casas blancas de dos plantas, columpios en los patios traseros y monovolúmenes en los garajes. De camino a la casa de fieras, donde Tater estaba atado, Lali se pasó por el vagón rojo para hacer unos cambios en el pedido de heno y, cuando entró, vio a Jack examinando algunas carpetas.

La saludó con una inclinación de cabeza. Ella le devolvió el saludo y se dirigió al escritorio para buscar los papeles que necesitaba. Sonó el móvil y lo cogió ella.

—Lali: Circo de los Hermanos Quest.

—Quería hablar con el doctor Lanzani —respondió un hombre con acento británico. —¿Podría avisarlo?

Lali se dejó caer en la silla.

—Lali: ¿Con quién?

—Con el doctor Peter Lanzani.

A Lali comenzó a darle vueltas la cabeza.

—Lali: N-no está aquí en este momento. ¿Quiere dejar algún recado?

La mano le tembló al apuntar el nombre y el número. Cuando colgó sintió que se tambaleaba. ¡Peter era doctor! Sabía que era un hombre cultivado y que tenía una vida oculta, pero jamás se había imaginado algo así.

El misterio que rodeaba a su marido era cada vez más profundo, pero no sabía cómo sonsacarle la verdad. Peter seguía esquivando cualquier pregunta que le hiciera, seguía actuando como si no tuviera una existencia más allá del circo.

Se humedeció los labios resecos y miró a Jack.

—Lali: Era un hombre que quería hablar con Peter. Lo llamó doctor Lanzani.

Jack metió varias carpetas en el cajón abierto del archivador sin mirarla.

—Jack: Déjale el mensaje en el escritorio. Lo verá cuando entre.

Jack no había mostrado reacción alguna, así que evidentemente sabía más de la vida de su marido que ella. Tal certeza le dolió.

—Lali: Debe de ser un descuido por su parte, pero Peter no me ha dicho qué rama de la medicina practica.

Jack cogió otra carpeta.

—Jack: Tal vez porque no quiere que lo sepas.

Lali se sentía carcomida por la frustración.

—Lali: Cuéntame lo que sabes de él, Jack.

—Jack: En el circo aprendemos a no meter las narices en la vida de los demás. Si alguien quiere hablar sobre su pasado, lo hace. Si no, es asunto suyo.

Ella se dio cuenta de que lo único que había conseguido era avergonzarse a sí misma. Hizo tiempo hojeando algunos periódicos y se escapó de allí lo más rápidamente que pudo.

Encontró a Peter acuclillado junto a Misha, examinando la herradura del caballo. Lo observó durante un buen rato.

—Lali: Eres veterinario.

—Peter: ¿De qué hablas?

—Lali: Eres veterinario.

—Peter: ¿Desde cuándo?

—Lali: ¿No lo eres?

—Peter: No sé de dónde sacas esas ideas.

—Lali: Acabas de recibir una llamada. Alguien quería hablar con el doctor Lanzani.

—Peter: ¿Y?

—Lali: Si no eres veterinario, ¿qué tipo de doctor eres?

Él se puso en pie y palmeó el cuello de Misha.

—Peter: ¿No has pensado que podía ser un apodo?

—Lali: ¿Un apodo?

—Peter: De mis días de prisión. Ya sabes que los convictos le ponen apodos a todo el mundo.

—Lali: ¡No has estado en prisión!

—Peter: Pero si lo dijiste tú misma. Por asesinar a aquella camarera.

Lali pateó el suelo con frustración.

—Lali: ¡Peter Lanzani, dime ahora mismo a qué te dedicas cuando no estás en el circo!

—Peter: ¿Por qué quieres saberlo?

—Lali: ¡Soy tu esposa! Merezco saber la verdad.

—Peter: Todo lo que necesitas saber es que tienes delante de ti a un antipático artista circense que posee un pésimo sentido del humor. No necesitas saber nada más.

—Lali: Eso es lo más indulgente y condescendiente...

—Peter: No es mi intención ser condescendiente, cariño. Pero no quiero que te hagas ilusiones. Esto es lo que hay. Una gira con el circo de los Hermanos Quest. Caravana y trabajo duro. —La expresión de Peter se suavizó —Hago lo que está en mi mano para no hacerte daño. Por favor, acéptalo y deja de hacerme preguntas.

Si hubiera sido hostil, lo habría desafiado, pero Lali no pudo luchar contra esa repentina dulzura en su voz. Dio un paso atrás y observó las profundidades de sus ojos. Eran tan verdes como los de Sinjun, e igual de misteriosos.

—Lali: Esto no me gusta, Peter —dijo ella con suavidad, —no me gusta nada. —Y se dirigió hacia la casa de fieras.

Un rato más tarde, Alai entró en la carpa. En ese momento, Lali acababa de terminar de limpiar la jaula de Glenna con una manguera.

—Alai: ¿Puedo hablar contigo?

—Lali: Sí. —Al cerrar la manguera, Lali vio que la chica estaba tensa y que tenía ojeras.

—Alai: ¿Por qué no le has contado a Euge lo del dinero?

Lali enrolló la larga manguera y la sostuvo entre las manos.

—Lali: He decidido no hacerlo.

—Alai: ¿No vas a decírselo?

Lali negó con la cabeza.

Los ojos de Alai se llenaron de lágrimas.

—Alai: ¿¡Por qué no vas a hacerlo después de todo lo que le he hecho!?

—Lali: Puedes devolverme el favor prometiéndome no fumar más.

—Alai: ¡Bien! Haré lo que sea. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí, Lali. Nunca. —Alai agarró la manguera que Lali acababa de enrollar. —Déjame ayudarte. Dime qué quieres que haga. Haré cualquier cosa.

—Lali: Gracias por la oferta, pero no es necesario. —Comenzó a enrollar la manguera de nuevo, pero esta vez la llevó afuera y la apoyó contra la carpa.

Alai la siguió.

—Alai: Haré lo que quieras... Sé que sólo soy una niña y todo eso, pero como no tienes amigos aquí, quizá podríamos hacer cosas juntas. —Se detuvo a pensar qué podrían hacer para superar lo ocurrido, algo en lo que no importara la diferencia de edad. —Podríamos ir a tomar pizza o algo por el estilo. O podríamos peinarnos la una a la otra.

Lali no pudo evitar sonreír ante el tono esperanzado de la chica.

—Lali: Suena bien.

—Alai: Voy a recompensarte por esto, te lo prometo.

Algunas cosas no se podían arreglar, pero Lali no se lo dijo a Alai. Había tomado una decisión: no pensaba dejar que la culpa pendiera sobre la cabeza de la adolescente.

Continuará...

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