Capítulo 4

Unas cuantas horas después, Lali todavía estaba furiosa, aunque mucho más tranquila. 

Estaba en casa y había puesto el aire acondicionado casi al máximo, de manera que podía disfrutar de una taza de té. Normalmente, el té la tranquilizaba. Aquella noche le parecía que iba a necesitar algo más que té.

Ni siquiera cuando Peter se había marchado del garaje aquella tarde había podido dejar de pensar en él y en lo que había dicho, ni había dejado de sentirse insultada.

Sólo había una persona en el mundo que podía entender lo que ella estaba sintiendo. Dejó la taza sobre la mesa y tomó el auricular del teléfono.

—¿Diga? —respondieron al otro lado de la línea.

—Lali: Cande —dijo rápidamente—, no te lo vas a creer. Peter Lanzani me ha dicho hoy que no piensa en mí como mujer. Soy uno de sus amigotes. Un mecánico. ¿Te acuerdas de la apuesta tan tonta que había hecho con sus hermanos? —preguntó, y no esperó a que le respondieran—. Bueno, pues hoy me ha dicho que la razón por la que viene tanto al garaje últimamente es porque se siente seguro conmigo. Que no me desea, así que soy territorio neutral. ¿Tú te crees? ¿Te parece normal que haya sido capaz de mirarme a la cara y decirme, prácticamente, que soy un amigote?

—¿Hola? ¿Quién es? —la interrumpió la voz de una mujer, en tono de buen humor.

—Lali: Muy graciosa —respondió, sonriendo a pesar de lo furiosa que estaba. Después se levantó del sofá y caminó hasta el espejo que había sobre la chimenea—. ¿Has oído lo que te estaba contando?

—Cande: Claro que sí —respondió—. Lo he oído perfectamente. ¿Quieres que Vico llame a los chicos para que le den una paliza a ese tonto?

Lali le sonrió a su reflejo.

—Lali: No, pero gracias —respondió.

Cande Vetrano, la mejor amiga de Lali desde el quinto curso, se había casado cuatro años antes con Vico D’Alessandro, un marine, y en aquel momento estaba destinado en California. Sólo gracias a Cande, Lali había descubierto los misterios de ser una mujer.

La madre de Lali había muerto cuando ella era niña, y después de aquello, la había criado su padre. Era un hombre magnífico que había querido mucho a su hija, pero que no tenía ni idea de enseñarle cómo ser femenina. La madre de Cande había llenado aquel vacío, y cuando se habían hecho mayores, la misma Cande había ayudado a Lali a arreglarse para conquistar al hombre que después le había roto el corazón.

Las dos estaban constantemente en contacto a través del teléfono y del correo electrónico, pero aquella noche, Lali deseaba que su amiga hubiera estado con ella. Necesitaba sentarse a su lado y desahogarse.

—Cande: Está bien, si no quieres que muera, ¿qué es lo que quieres? —le preguntó Cande.

Lali observó en el reflejo del espejo cómo se endurecía la expresión de su rostro.

—Lali: Quiero que lamente lo que ha dicho. Quiero que lamente no haber sabido valorarme. Quiero que lamente haberme conocido, demonios.

—Cande: ¿Estás segura? —le preguntó su amiga, con una preocupación evidente—. Me refiero a que... mira cómo salieron las cosas con Benja.

Lali se estremeció al recordarlo. Benjamín Amadeo le había hecho algo peor que romperle el corazón. Había destruido la seguridad en sí misma que ella acababa de conquistar y había terminado con su capacidad de confiar en los demás. Sin embargo, aquello era diferente, y Lali se lo dijo a su amiga.

—Lali: Yo quería a Benja. A Peter no lo quiero.

—Cande: ¿Sólo quieres conseguir que se arrepienta de lo que dijo?

—Lali: Exacto.

—Cande: ¿Y cuál es tu plan?

—Lali: Voy a volverlo loco —respondió, y sonrió al pensar en Peter Lanzani de rodillas, rogándole una migaja de atención.

—Cande: Vaya, vaya.

—Lali: Voy a hacer que pierda esa apuesta.

—Cande: ¿Durmiendo con él?

—Lali: Dormir no tiene nada que ver con lo que tengo en mente —afirmó, e hizo caso omiso de la sensación que le produjo algo cálido que cobraba vida dentro de ella.

Continuará...

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