CAPÍTULO 33

Peter terminó de reparar la grúa y se dirigió a la caravana para lavarse las manos llenas de grasa. Mientras tomaba el cepillo de las uñas y el jabón de debajo del fregadero, se obligó a reconocer que Euge tenía razón. Lali sabía cómo camelar al público y, aunque no había querido admitirlo antes, ya había pensado en incluirla en el número. Su reticencia provenía de lo difícil que sería entrenarla.

Todas las ayudantes con las que había trabajado en el pasado habían sido artistas con experiencia y no les daban miedo los látigos. Pero Lali sentía terror. Si se sobresaltaba cuando no debía...

Ahuyentó ese pensamiento. Podía entrenarla para que no se sobresaltase y permaneciese completamente inmóvil. Su tío Sergey lo había entrenado a él y lo había hecho tan bien que incluso cuando la función terminaba y aquel pervertido hijo de puta lo hostigaba por alguna ofensa imaginaria, Peter no había movido ni un solo músculo.

Su mente había recorrido aquel tortuoso camino de su infancia más veces de las que quería recordar y no quería remover aquella mierda otra vez, así que apartó un lado aquellos viejos recuerdos. Había otra ventaja en utilizar a Lali como ayudante, una más importante que el simple hecho de cambiar el número, le daría a él una razón válida para mandarle menos trabajo, una razón contra la que ella no podría discutir.

Aún no podía creer que Lali se hubiera negado a permitir que le facilitara las cosas. Esa mañana Peter había vuelto a insistir, pero algo en la expresión de su esposa lo había hecho desistir. El trabajo era importante para ella; se había dado cuenta de que Lali lo consideraba una especie de prueba de supervivencia.

Pero a pesar de lo que ella pensaba, él no tenía intención de permitir que acabara agotada. Lo supiera Lali o no, actuar en la pista central con él era mucho menos duro que recoger estiércol de elefante. O limpiar jaulas.

Mientras se lavaba las manos y se las secaba con una toalla de papel, recordó lo frágil que la había sentido bajo el la noche anterior. La manera de hacer el amor de su esposa había sido tan buena que lo asustaba. No se lo había esperado, nunca se hubiera imaginado que Lali tuviera tantas facetas: inocente y tentadora, infantil e insegura, agresiva y generosa. Había querido conquistarla y protegerla al mismo tiempo, y ahora estaba jodidamente confundido.

Al otro lado del recinto, Lali salió del vagón rojo. A Peter no le agradaría descubrir que había hecho un par de llamadas a larga distancia con su móvil, pero ella estaba más que satisfecha con lo que había aprendido del guardián del zoo de San Diego. El hombre le había sugerido algunos cambios que ella intentaría llevar a cabo: tenía que reajustar la dieta de los animales, darles vitaminas extras y cambiar los horarios de alimentación.

Caminó hacia la caravana, donde había visto dirigirse a su marido unos minutos antes. Al terminar las tareas en la casa de fieras había ido a echarle una mano a Digger, pero el hombre le había dicho con un gruñido que no necesitaba su ayuda, así que Lali había decidido aprovechar esas horas libres para ir a la biblioteca de la localidad. La vio al pasar por el pueblo y quería investigar un poco más sobre los animales. Pero antes tenía que conseguir que Peter le dejara las llaves de la camioneta, cosa que, hasta entonces, no había conseguido.

Cuando ella entró en la caravana, él estaba delante del fregadero lavándose las manos. La atravesó una especie de vértigo absurdo. Peter se volvió y ella contuvo el aliento ante el impacto de esa mirada color verde.

—Lali: ¿Podrías dejarme las llaves de la camioneta? —dijo Lali cuando recuperó la voz. —Tengo que hacer unos recados.

—Peter: ¿Vas a ir a comprar tabaco?

—Lali: Por si no te has dado cuenta, he dejado de fumar.

—Peter: Estoy orgulloso de ti. —Peter lanzó la toalla de papel a la basura y Lali observó cómo la camiseta se le pegaba al pecho húmedo de sudor. Tenía una mancha de grasa en el brazo. —Te llevaré dentro de una hora o así.

—Lali: Puedo ir sola. Esta mañana vi una lavandería al lado de la biblioteca del pueblo. He pensado que podría hacer la colada y, al mismo tiempo, pillar algún libro. ¿Te parece bien?

—Peter: Genial. Pero prefiero llevarte yo.

—Lali: ¿Tienes miedo de que te robe la camioneta?

—Peter: No. Es sólo que... la camioneta no es mía. Es del circo y no creo que tú debas conducirla.

—Lali: Soy una conductora excelente. No voy a darle ningún golpe.

—Peter: Eso no puedes asegurarlo.

Lali tendió la mano decidida a salirse con la suya.

—Lali: Por favor, dame las llaves.

—Peter: Te acompañaré y aprovecharé para coger un libro de la biblioteca.

Ella le dirigió su mirada más intimidante.

—Lali: Las llaves, por favor.

Él se frotó la barbilla con los dedos como si considerase la idea.

—Peter: Hagamos un trato. Desabróchate la camisa y te daré las llaves.

—Lali: ¿Qué?

—Peter: Es mi mejor oferta. O la tomas o la dejas.

Al observar el brillo divertido en los ojos de Peter, Lali se preguntó cómo alguien tan serio podía tener una naturaleza tan juguetona cuando se trataba de sexo.

—Lali: ¿De verdad esperas que yo...?

—Peter: Aja. —se apoyó en el fregadero y se cruzó de brazos, esperando.

Una ardiente llamarada de excitación atravesó el cuerpo de Lali al ver el deseo en los ojos de Peter. No estaba segura de estar preparada para otro encuentro sexual con él, pero por otra parte... ¿qué daño podía hacerle jugar un rato? La humedad de la blusa le recordó que llevaba toda la mañana trabajando y que estaba sucia. Aunque por otro lado, él también lo estaba y, después de todo, sólo retozarían un poco. Entonces ¿qué importaba lo demás?

Lo miró por encima del hombro con un gesto altivo.

—Lali: No acostumbro a utilizar mi cuerpo como moneda de cambio. Es ofensivo.

—Peter: Siento que pienses así. —Sacó las llaves del bolsillo y, con exagerada inocencia, las lanzó al aire y las cogió con la mano.

La suave piel de los pechos de Lali se erizó bajo la húmeda camisa y los pezones se le pusieron como guijarros.

—Lali: ¿De verdad te gustaría que hiciera algo así?

—Peter: Cariño, me encantaría.

Conteniendo una sonrisa, Lali se desabrochó lentamente el botón superior.

—Lali: Está bien, pero sólo una miradita. —Una vocecilla interior le dijo que estaba jugando con fuego, pero la ignoró.

—Peter: Con una miradita conseguirás la llave de la puerta, pero no la del contacto.

Lali se desabrochó otro botón.

—Lali: ¿Qué tendría que hacer para conseguir la llave del contacto?

—Peter: ¿Llevas sujetador?

—Lali: Sí.

—Peter: Pues quitártelo.

Lali sabía que debería poner fin al juego en ese momento, pero se desabrochó el siguiente botón.

—Lali: Bueno, supongo que como eres el responsable de la camioneta, es normal que pongas tú las reglas.

Se tomó su tiempo con los últimos botones. Cuando estuvieron todos abiertos, agarró las solapas de la blusa y jugueteó con ellas, tomándole el pelo, aunque sabía que lo estaba provocando.

—Lali: Quizá debería pensármelo un poco más.

—Peter: No juegues conmigo. —El ronco susurro de Peter no era amenazador, pero hizo que Lali se pusiera a temblar.

—Lali: Ya que te pones así... —abrió la blusa, mostrando un sujetador con un estampado floral.

—Peter: Quítatelo también.

Lali se lo acarició con la mano, pero no lo abrió.

—Peter: Haz lo que te digo y nadie resultará herido.

Lali no pudo ocultar una sonrisa mientras abría el broche. Se desprendió lentamente de las húmedas copas de encaje que le cubrían los pechos y se exhibió ante él con descarado atrevimiento, sin haberse desnudado del todo, pero con la blusa abierta y los pechos desnudos.

—Peter: Eres preciosa. —El susurrante cumplido de Peter la hizo sentir la mujer más bella del mundo.

—Lali: ¿Lo bastante para que me des la llave del contacto?

—Peter: Lo suficiente para que te dé toda la camioneta.

En dos pasos la tomó entre sus brazos. Peter bajó la cabeza con rapidez y le cubrió la boca con la suya, y Lali sintió que el mundo comenzaba a girar como un loco carrusel. Él se deshizo de la camisa de Lali fácilmente, bajándosela por los hombros; luego la agarró por las caderas y la alzó lo justo para rozarla contra las suyas. Lali lo sintió duro y exigente, y supo que el tiempo de jugar había terminado.

La sangre rugió ardiente y necesitada en las venas de Lali. Separó los labios para que la lengua de Peter penetrara en su boca mientras él la cogía en brazos y la llevaba a la cama donde la dejó caer sin ningún miramiento.

—Lali: Estoy sucia y sudada.

—Peter: Yo también, así que no hay problema. —Con un rápido movimiento Peter se quitó la manchada camiseta por la cabeza. —Vas demasiado vestida para mi gusto.

Lali se deshizo de los zapatos y se desabrochó los vaqueros, pero al parecer no con la suficiente rapidez para él. En unos instantes Peter le había arrancado la ropa para dejarla tan desnuda como él. Los ojos de Lali recorrieron el cuerpo de su marido, los músculos marcados, la piel y el vello del pecho donde resaltaba la medalla esmaltada. Tenía que preguntarle por ella. Tenía que preguntarle muchas cosas.

Cuando Peter se dejó caer junto a ella, Lali inhaló el carnal olor a sudor, producto del trabajo duro, y se preguntó por qué no se sentía asqueada. Lo primitivo de aquel encuentro la excitaba de una manera que nunca hubiera creído posible. El desenfreno que sentía la hacía avergonzarse.

—Lali: T-tengo que ducharme.

—Peter: Después. —cogió un condón del cajón de la mesilla, lo abrió y se lo puso.

—Lali: Pero estoy muy sucia.

Él le separó las rodillas.

—Peter: Quiero que disfrutes, Lali.

Ella gimió y le mordió el hombro cuando se apretó contra ella. Su piel le supo a sal y a sudor; lo mismo que él saboreaba en sus pechos. Se le puso un nudo en la garganta.

—Lali: De verdad, Peter, tengo que ducharme.

—Peter: Después.

—Lali: Oh, Dios mío, ¿qué estás haciendo?

—Peter: ¿Te gusta?

—Lali: ¿Te gusta a ti?

—Peter: Sí. ¿Quieres más?

—Lali: Sí, oh, sí.

Olores y sabores. Caricias. Sudor y fuerza bajo las palmas de las manos de Lali mientras Peter embestía una y otra vez.

A ella se le pegó el pelo a las mejillas y una brizna de paja le hizo cosquillas en el cuello.  Peter le deslizó las manos por la espalda y la atrajo hacia él, apretándole los pechos contra su torso, enseñándole a encontrar un nuevo ritmo.

Lali lo abrazó con los muslos y la medalla esmaltada le arañó la piel. Se movió sobre el cuerpo masculino. Lentamente al principio, contoneándose después adorando la sensación de tener el control, de dictar el compás y la profundidad.

Peter le aferró las nalgas, pero dejó que siguiera a su ritmo. Lali sabía por la tensión de esos duros músculos que a él le costaba renunciar al control. Peter le mordió en la clavícula, sin hacerle daño; como si quisiera utilizar otra parte de su cuerpo para sentirla.

Lali se abandonó en medio del sudor y el olor almizcleño. Peter emitió unos sonidos incoherentes y ella respondió en el mismo lenguaje. Olvidaron cualquier rastro de civilización, regresando a la selva, a la caverna, al mundo primitivo; a un momento suspendido en el tiempo en el que recordaron el origen de la creación.

Lali dejó la cama en cuanto pudo y se metió en el cuarto de baño. Mientras el agua caía sobre su cuerpo se estremeció por esa desconocida y salvaje parte de sí misma ¿Era sagrada o profana? ¿Cómo podía abandonarse de esa manera a un hombre al que no amaba? Aquella pregunta la atormentaba.

Continuará...

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Les dije que valdría la pena!... 

YA subo el siguiente!!... 

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