CAPÍTULO 74

El padre de Lali lo fulminó con la mirada.

—Max: ¿Por qué pierdes el tiempo buscándola aquí? Ya te dije que me pondría en contacto contigo en cuanto supiera algo de ella.

Peter miró por la ventana, escrutando Central Park como si pudiera encontrar la respuesta en el parque. No podía recordar cuándo había sido la última vez que había comido algo decente o dormido más de unas cuantas horas sin despertar sobresaltado. Tenía el estómago revuelto, había perdido peso y sabía que estaba hecho un desastre.

Hacía un mes que Lali había huido, pero no estaba más cerca de localizarla ahora que la noche que había desaparecido. Había seguido una pista tras otra, faltando a más funciones de las que podía enumerar, pero ni él, ni el detective que había contratado, habían conseguido averiguar nada.

Max le había dado una lista de las personas con las que podía haber contactado Lali, y Peter había ido a visitarlas a todas, pero era como si su esposa hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Él rezaba para que sus alas de ángel la mantuvieran a salvo.

Se volvió lentamente y se enfrentó a Max.

—Peter: He pensado que podías haber pasado algo por alto. Lali no tenía más de cien dólares cuando se fue.

Emilia intervino desde el sofá.

—Emi: Peter, ¿de verdad piensas que Max te ocultaría algo después de todo el trabajo que se tomó para que estuvieran juntos?

La manera que tenía Emilia de arquear las cejas siempre le había hecho rechinar los dientes y, con los nervios a flor de piel, Peter no pudo ocultar su desagrado.

—Peter: La cuestión es que mi esposa ha desaparecido y nadie sabe dónde está.

—Max: Tranquilo, Peter. Estamos tan preocupados por ella como tú.

—Emi: Te aconsejo —dijo— que le preguntes a ese empleado que la vio por última vez.

Peter había interrogado a Al Poner hasta la saciedad, y ya se había convencido de que el anciano no tenía nada más que decirle. Mientras Peter cometía la estupidez de ir a aquella tienda, Al había visto cómo Lali se subía a un camión de dieciocho ruedas. Llevaba puestos los vaqueros y, en la mano, la pequeña maleta de Peter.

—Max: No puedo creer que hiciera autoestop. Podrían haberla asesinado.

Aquella angustiosa posibilidad había tenido a Peter en vilo durante tres días, pero una tarde Jack salió precipitadamente del vagón rojo para decirle que acababa de hablar con Lali por teléfono. Al parecer había llamado para asegurarse de que los animales estaban bien.

Colgó sin mencionarlo a él en cuanto Jack intentó sonsacarle dónde se encontraba.

Peter maldijo las circunstancias que habían evitado que fuera él quien contestara al teléfono, luego recordó la media docena de llamadas que no habían tenido más respuesta que un chasquido al otro lado de la línea. Lali había llamado hasta que fue otra persona la que respondió. No quería hablar con él.

Max se paseó de un lado a otro de la estancia.

—Max: No puedo comprender por qué la policía no se lo toma más en serio.

—Peter: Porque desapareció voluntariamente.

—Max: Pero podría haberle ocurrido cualquier cosa desde entonces. No es capaz de valerse por sí misma.

—Peter: Eso no es cierto. Lali es inteligente y no le asusta el trabajo duro.

Max ignoró sus palabras. A pesar del incidente que había presenciado con Sinjun, todavía veía a su hija como una persona inútil y frívola.

—Max: Tengo amigos en el FBI, ya va siendo hora de que hable con alguno de ellos.

—Peter: Centenares de testigos vieron lo que sucedió esa noche en la pista. La policía cree que tenía razones de sobra para desaparecer.

—Max: Eso fue un accidente y, a pesar de todos sus defectos, Lali no es vengativa. Nunca te guardaría rencor. No, Peter. Tiene que haber alguien más implicado, no dejaré que me mantengas al margen más tiempo. Hoy mismo me pondré en contacto con el FBI.

Peter no le había explicado a Max toda la verdad, y era eso lo que le había impulsado a ir allí ese día. Al no haberle puesto al corriente de todos los hechos, se estaba reservando una información que podría dar una pista a Max o a Emilia sobre el paradero de Lali. No le gustaba tener que decir nada desagradable de sí mismo, pero su orgullo no era tan importante como la seguridad y el bienestar de su mujer y su hijo.

Cuando miró a su suegro se dio cuenta de que había envejecido considerablemente durante el último mes. Había perdido parte de la flema diplomática que le caracterizaba. Sus movimientos eran más lentos y su voz menos firme. A su manera —rígida y prejuiciosa, por lo que Peter había podido observar, —Max quería a Lali y sufría por ella.

Peter miró por un momento el samovar de plata que había encontrado para Max en una galería de París. Había sido diseñado por P. Cari Faberge para el zar Alejandro III y llevaba impresa el águila imperial rusa. El distribuidor le había dicho que databa de 1886, pero el detalle de la pieza hacía que Peter pensara que se acercaba más a 1890.

Contemplar el talento de Faberge era menos duro que pensar en lo que tenía que contarle a Max. Se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y luego las sacó. Carraspeó.

—Peter: Lali no sólo estaba molesta conmigo por lo que le hice con el látigo.

Max lo miró fijamente.

—Max: ¿Qué?

—Peter: Está embarazada.

—Emi: Te lo dije —dijo desde el sofá. Max y Emilia intercambiaron una mirada que puso a Peter en guardia.

—Max: Claro que me lo dijiste, cariño —dijo en tono cariñoso.

—Emi: Y supongo que la reacción de Peter al oír las buenas nuevas no fue demasiado agradable.

Emilia era irritante pero no estúpida. Aquellas palabras fueron como meter el dedo en la llaga.

—Peter: Me comporté mal con ella —admitió él.

Emilia miró a su marido con aire satisfecho.

—Emi: También te dije que ocurriría eso.

Peter trago saliva antes de obligarse a decir el resto.

—Peter: Le ordené que abortara.

Max apretó los labios.

—Max: ¿Cómo te atreviste a decirle eso?

—Peter: Cualquier cosa que me digas ya me la he dicho yo mil veces.

—Max: ¿Sigues pensando igual?

—Emi: Por supuesto que no —dijo —Sólo hay que mirarle a la cara para darse cuenta. La culpa le pesa sobre los hombros. —Se levantó del sofá. —Voy a llegar tarde al masajista. Ya resolverán esto ustedes solos. Felicidades, Max.

Peter percibió que había algo oculto en las últimas palabras de Emilia y en la sonrisita cómplice que intercambió con Max. Se la quedó mirando mientras abandonaba la estancia y supo que Max y ella le ocultaban algo.

—Max: ¿Tiene razón Emilia? —inquirió. —¿Ya no piensas lo mismo?

—Peter: Tampoco lo pensaba cuando se lo dije a ella. Pero me dio la noticia de sopetón y la adrenalina me nubló la razón —estudió a Max. —Emilia no se ha sorprendido al oír que Lali estaba embarazada a pesar de saber que tomaba la píldora. ¿Por qué?

Max se acercó a la vitrina de nogal y observó la colección de porcelana a través de las puertas de cristal.

—Max: Lo esperábamos, eso es todo.

—Peter: ¡Estás mintiendo! Lali me dijo que era Emilia quien compraba las pastillas. ¿Qué me estás ocultando?

Continuará...

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