CAPÍTULO 72

Lali seguía consciente aunque no quería. A sus oídos llegó una oración. La música, el murmullo del público, todo resonaba débilmente detrás del muro de dolor que la envolvía.

—¡Apártense! ¡Atrás todos!

La voz de Peter. Era Peter quien la llevaba en brazos. Peter, el enemigo. El traidor.

Lali sintió el duro y cortante frío del exterior cuando la tendió al lado de la carpa. Su marido se inclinó sobre ella, utilizando su cuerpo para ocultarla de los demás.

—Peter: Cariño, lo siento. Oh, Dios mío, cuánto lo siento.

Lali utilizó las fuerzas que le quedaban para apartar la mirada de él y clavarla en la polvorienta lona de nailon. Jadeó de dolor cuando Peter rozó con una mano los pedazos desgarrados del maillot.

Lali tenía los labios tan secos y pegados que no podía abrirlos.

—Lali: No me toques...

—Peter: Déjame ayudarte. —La respiración de Peter era rápida y entrecortada. —Te llevaré a la caravana.

Lali gimió cuando la alzó en brazos, odiando que la moviera y la hiciera sentir más dolor.

—Lali: Nunca te perdonaré por esto —susurró.

—Peter: Ya, ya lo sé.

Una abrasadora estela de fuego le bajaba desde el hombro al centro del pecho y desde el vientre hasta la cadera. Sentía tanto dolor que no se dio cuenta de que habían atravesado el recinto y entrado en la caravana hasta que Peter la dejó sobre la cama.

Una vez más, Lali apartó la mirada de él, mordiéndose los labios para no gritar cuando su marido le quitó lentamente el destrozado maillot.

—Peter: Tu pecho... —él contuvo el aliento. —Tienes un verdugón, pero no tienes la piel cortada, sólo amoratada.

El colchón se movió cuando él se levantó, pero regresó enseguida.

—Peter: Sentirás frío. Voy a ponerte una compresa.

Lali dio un respingo cuando él le cubrió la piel ardiente con una toalla húmeda y fría. Apretó los párpados, deseando que pasara todo.

La toalla se calentó por la piel ardiente y Peter se la quitó para reemplazarla por otra. El colchón se hundió de nuevo cuando él se sentó a su lado. Comenzó a hablar, con voz suave y ronca.

—Peter: No soy... no soy tan pobre como te he hecho creer. Doy clases en la universidad, pero... pero además me dedico a la compraventa de arte ruso. Y soy asesor en algunos de los mejores museos del país.

Las lágrimas se deslizaron por los párpados de Lali y cayeron en la almohada. Cuando las compresas comenzaron a surtir efecto, el dolor disminuyó y se convirtió en un latido sordo y vibrante.

Peter continuó hablando con frases entrecortadas y titubeantes.

—Peter: Me consideran una autoridad en iconografía rusa en... en Estados Unidos. Tengo dinero. Prestigio. Pero no quería que lo supieras. Quería que pensaras que era un inculto y pobre trabajador del circo. Quería... ahuyentarte.

—Lali: Ya no me importa —se obligó a decir.

Peter hablaba ahora con rapidez, como si se le acabara el tiempo.

—Peter: Poseo una... una gran casa. En Connecticut, no lejos del campus. —Con un toque ligero como una pluma, reemplazó la compresa por una nueva. —Está repleta de arte y cosas bellas y también... también tengo un granero en la parte de atrás con un establo para Misha.

—Lali: Por favor, déjame en paz.

—Peter: No sé por qué sigo viajando con el circo. Siempre que lo hago me juro que será la última vez, pero después pasan unos años y comienzo a sentirme inquieto. No importa si estoy en Rusia, en Ucrania, o en Nueva York, al final acabo sintiendo una llamada que me impulsa a volver. Supongo que siempre seré más Lanzani que Romanov.

Ahora que ya no importaba, Peter le contaba todo aquello que ella le había rogado que le revelara durante meses.

—Lali: No quiero oír más.

Peter le ahuecó la cintura con la mano en un gesto extrañamente protector.

—Peter: Ha sido un accidente. Lo sabes, ¿no? No sabes cuánto lo siento...

—Lali: Sólo quiero dormir.

—Peter: Lali, soy un hombre rico. Esa noche, cuando fuimos a cenar, sé que estabas preocupada por la cuenta... No tienes... no tienes que preocuparte nunca más por el dinero.

—Lali: No me importa.

—Peter: Sé que te duele. Mañana te encontrarás mejor. Te saldrá un cardenal doloroso, pero no te quedará cicatriz.

—Lali: Por favor —dijo ella. —Si te importo algo, déjame en paz.

Hubo un largo silencio. Luego el colchón se movió de nuevo cuando Peter se inclinó y le rozó los húmedos párpados con los labios.

—Peter: Si necesitas algo, enciende la luz. Vendré de inmediato.

Ella esperó que se fuera. Esperó que saliera de la caravana para poder romperse en un millón de pedazos. Pero Peter no se apiadó de ella. Levantó la punta de la compresa y sopló con suavidad, enviando una oleada de aire que le enfrió la piel. Algo caliente y húmedo cayó sobre ella, pero Lali estaba demasiado aturdida para saber lo que era.

Finalmente Peter se levantó de la cama y la caravana se llenó de los familiares sonidos de su marido cambiándose de ropa: el sordo ruido de las botas contra el suelo, el leve susurro de las lentejuelas al quitarse el fajín rojo, el roce de la cremallera de los vaqueros. Lali sintió que pasaba una eternidad antes de que oyera cerrarse la puerta.

Continuará...

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Bueno ahora le toca a Peter remarla!... espero que no sea tarde! :(

¿quieren otro cap? :D