CAPÍTULO 49

Esa mañana, Lali esperaba que él volviera a las nidadas y que actuara de la misma manera hosca y distante de siempre. Pero para su sorpresa, él se había mostrado tierno y cariñosamente burlón. Como si se hubiera rendido.

Lali quería creer con cada latido de su romántico corazón que su marido se había enamorado de ella, pero sabía que eso no sería fácil. Por ahora, agradecía que Peter hubiera bajado la guardia.

La lluvia comenzó a caer sobre el polvoriento parabrisas de la camioneta. Era un día frío y gris, y según el pronóstico del tiempo sólo iría a peor. Peter la miró, y Lali tuvo la sensación de que le había leído la mente.

—Peter: No puedo resistirme a ti —dijo con suavidad. —¿Lo sabes, no? Y ya me he cansado de fingir lo contrario —adoptó una expresión de profunda preocupación. —Pero no te amo, Lali, y no puedes hacerte una idea de cuánto lo siento, porque si tuviera que amar a alguien, sería a ti.

Ella se obligó a tragar saliva.

—Lali: ¿Es por lo de la mutación de la que hablaste?

—Peter: No bromees con eso.

—Lali: Lo siento. Pero es que es increíblemente... —«Estúpido».

Porque era una estupidez, aunque se calló la palabra. Si él creía que no podía amarla, lo único que conseguiría discutiendo con él sería que se pusiera de nuevo a la defensiva. A menos que fuera cierto. Tan desafortunado pensamiento cruzó como un relámpago por la mente de Lali. ¿Y si Peter tenía razón? ¿Y si aquella violenta infancia le había dejado una cicatriz tan profunda que nunca sería capaz de amar? ¿Y si simplemente no podía amarla a ella?

La lluvia tamborileó con fuerza contra el techo. Lali bajó la mirada a su anillo de boda.

—Lali: Dime cómo sería. ¿Cómo sería si me amases?

—Peter: ¿Si te amase?

—Lali: Sí.

—Peter: Es una pérdida de tiempo hablar de algo que no puede ocurrir.

—Lali: ¿Sabes qué pienso? Que no creo que fuera mejor que esto. Ahora es perfecto.

—Peter: Pero no durará. Dentro de seis meses nuestro matrimonio habrá terminado. No podría vivir conmigo mismo viendo cómo languideces por no darte lo que te mereces. No puedo darte amor. Ni hijos. Y eso es lo que necesitas, Lali. Eres ese tipo de mujer. Te marchitarás como una flor si no lo tienes.

Lali sintió una punzada de dolor al oír aquellas palabras, pero no podía reprocharle su sinceridad. Como sabía que él no admitiría nada más por el momento, cambió de tema.

—Lali: ¿Sabes qué es lo que quiero de verdad?

—Peter: Supongo que unas semanas en un spa con manicura incluida.

—Lali: No. Quiero trabajar en una guardería.

—Peter: ¿En serio?

—Lali: Es una tontería, ¿a que sí? Tendría que ir a la universidad y ya soy demasiado mayor. Para cuando me graduara, ya tendría  treinta.

—Peter: ¿Igual que si no vas a la universidad?

—Lali: ¿Perdón?

—Peter: Los años pasarán igual, vayas o no a la universidad.

—Lali: ¿Me estás diciendo en serio que debería hacerlo?

—Peter: No veo por qué no.

—Lali: Porque ya he metido la pata demasiadas veces en mi vida y no quiero hacerlo más. Sé que soy inteligente, pero he tenido una educación muy poco convencional y no soy capaz de seguir una rutina. No me imagino compartiendo clase con un puñado de jovencitos de dieciocho años de ojos brillantes recién salidos del instituto.

—Peter: Quizás es hora de que empieces a verte con otros ojos. No olvides que eres la dama que domestica tigres. —Le dirigió una misteriosa sonrisa que hizo que Lali se preguntase de qué tigre hablaba: de Sinjun o de sí mismo, pero Peter era demasiado arrogante para pensar que ella lo había domesticado.

Miró hacia delante y divisó una serie de flechas indicando la dirección.

—Lali: Gira ahí delante.

Encontrar las flechas que señalaban la ubicación del circo era tan natural para Peter como respirar. Lali sospechó que ya las había visto, pero él asintió con la cabeza. La lluvia arreció y él aumentó la velocidad de los limpiaparabrisas.

—Lali: Supongo que no seremos tan afortunados como para instalarnos sobre el asfalto esta vez —dijo ella.

—Peter: Me temo que no. Estaremos en un descampado.

—Lali: Supongo que ahora sabré de primera mano por qué a los circos como el de los Hermanos Quest se les llama circos de barro. Sólo espero que la lluvia no moleste a los animales.

—Peter: Estarán bien. Son los empleados los que sufrirán más.

—Lali: Y tú. Tú estarás allí con ellos. Siempre lo estás.

—Peter: Es mi trabajo.

—Lali: Extraño trabajo para alguien que debería ser zar. —Lo miró de reojo. Si él pensaba que se había olvida do de ese tema, se equivocaba.

—Peter: ¿Ya estamos con eso otra vez?

—Lali: Si me dices la verdad no volveré a mencionarlo nunca más.

—Peter: ¿Me lo prometes?

—Lali: Te lo prometo.

—Peter: Está bien, pues —respiró hondo.  —Es probable que sea verdad.

—Lali: ¿¡Qué!? —volvió la cabeza con tal rapidez que casi se partió el cuello.

—Peter: Las pruebas dicen que tengo ascendencia Romanov y, por lo que Max ha podido averiguar, existen muchas probabilidades de que sea el bisnieto de Nicolás II.

Ella se hundió en el asiento.

—Lali: No me lo creo.

—Peter: Bueno. Entonces no hay nada más de lo que hablar.

—Lali: ¿Lo dices en serio?

—Peter: Tu padre tiene pruebas bastante convincentes. Pero dado que no puedo hacer nada al respecto, será mejor que hablemos de otros temas.

—Lali: ¿Eres el heredero del trono ruso?

—Peter: En Rusia no hay trono. Por si se te ha olvidado, allí no existe la monarquía.

—Lali: Pero si la hubiera...

—Peter: Si la hubiera, saldrían Romanov de cada carpintería de Rusia afirmando ser el heredero.

—Lali: Por lo que me dijo mi padre, hay pruebas más que suficientes en tu caso, ¿no?

—Peter: Probablemente, pero ¿qué más da? Los rusos odian más a los Romanov que a los comunistas, así que no creo que se restaure la monarquía.

—Lali: ¿Y si lo hicieran?

—Peter: Me cambiaría de nombre y huiría a alguna isla desierta.

—Lali: Mi padre pondría el grito en el cielo.

—Peter: Tu padre está obsesionado.

—Lali: Sabes por qué concertó este matrimonio, ¿no? Yo pensaba que estaba tratando de castigarme buscándome el peor marido del mundo, pero no es así. Quería que los Petroff y los Romanov se unieran y me utilizó para ello. —Lali se estremeció. —Es como una novela victoriana. Todo esto me pone la piel de gallina. ¿Sabes qué me dijo ayer?

—Peter: Probablemente lo mismo que a mí. Te habrá enumerado todas las razones por las que deberíamos seguir casados.

—Lali: Me dijo que si quería retenerte tendría que reprimir mi carácter. Y estar dispuesta a esperarte en la puerta con las zapatillas en la mano.

Peter sonrió.

—Peter: A mí me dijo que ignorara tu carácter y me fijara en tu dulce cuerpo.

—Lali: ¿De veras?

—Peter: No con esas palabras, pero ésa era la idea.

—Lali: No lo entiendo. ¿Por qué se molestó en tramar todo esto para un matrimonio de seis meses?

—Peter: ¿No es evidente? Espera que cometamos un desliz y te quedes embarazada. —Lali lo miró fijamente. —Quiere garantizar el futuro de la monarquía. Quiere un bebé con sangre Petroff y Romanov que ocupe un lugar en la historia. Ése es su plan. Que des a luz a un bebé mítico; si luego seguimos casados o no, no importa. De hecho, probablemente preferiría que nos divorciáramos; en cuanto rompiéramos intentaría hacerse cargo del niño.

—Lali: Pero sabe que tomo anticonceptivos. Emilia me acompañó al ginecólogo. Incluso es ella quien se encarga de conseguir las recetas porque no se fía de mí.

—Peter: Es evidente que Emilia no está tan ansiosa como él por tener un pequeño Petroff-Romanov corriendo por la casa. O simplemente aún no quiere ser abuela. Supongo que él no lo sabe, pero dudo que tu madrastra pueda ocultárselo durante mucho más tiempo.

Ella miró por la ventanilla los cuatro carriles de la autopista. Un letrero de neón de Taco Bell brillaba intermitentemente a un lado. Luego pasaron ante un concesionario de Subaru. Lali experimentó una sensación de irrealidad por el contraste entre los modernos signos de civilización y la conversación que mantenía con Peter sobre antiguas monarquías.

—Peter: Sigue mi consejo, Lali, y deja de pensar en esto. No vamos a seguir casados y no vas a quedarte embarazada, así que mis conexiones familiares no tienen importancia. Sólo te he contado esto para que dejes de darme la lata.

—Lali: Yo no te doy la lata.

Peter le recorrió el cuerpo con una mirada lasciva.

—Peter: Eso es como decir que tú no...

—Lali: Cállate. Como pronuncies esa palabra con «F», lo lamentarás.

—Peter: ¿Qué palabra es ésa? Dímela al oído para que sepa de qué hablas.

—Lali: No te voy a decir nada.

—Peter: Deletréala.

—Lali: Tampoco la deletrearé.

Peter siguió bromeando con ella hasta llegar al recinto, pero no consiguió que se la dijera.

Continuará...

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