Capítulo 9

Lali Espósito lo estaba volviendo loco, y estaba claro que estaba disfrutando mientras lo hacía.

Peter perdió dos partidas, y ni siquiera le importó que la gente que estaba presenciando la competición se riera. ¿Cómo iba a importarle? Demonios, si él hubiera estado entre los espectadores, también se habría reído del pobre tipo al que la morocha de la camiseta azul estaba dando una buena paliza.

Pero él no podía evitarlo.

¿Cómo iba a concentrarse uno en un juego cuando no podía dejar de distraerse por los pechos de una mujer, por sus piernas, por su risa, por cómo caminaba?

Maldición.

Lali colocó el taco en la percha y maniobró entre la gente para acercarse a él. Alargó el brazo y puso la mano hacia arriba mientras esperaba a que él le diera sus últimos veinte dólares.

—Peter: Estabas usando armas secretas —dijo él, mientras dejaba el billete en su palma con cuidado para no tocarla. Aunque la idea de rozarle la palma de la mano con los dedos le envió una corriente de calor por todo el cuerpo, no podía arriesgarse. No estaba seguro de que pudiera dejar de tocarla si empezaba.

—Lali: ¿De verdad? —le preguntó, sonriendo. Aquella sonrisa suya era como un directo al estómago. Algo más de lo que Peter no se había dado cuenta. Lali le había sonreído cientos de veces durante los dos últimos días. ¿Por qué él no se había dado cuenta de lo preciosa que era su boca? ¿Qué... había estado ciego durante toda su vida, o algo así?

—Peter: Claro que sí —respondió—. No estabas jugando limpio.

Ella sacudió la cabeza, se rió y dijo:

—Lali: Y yo pensando que había ganado porque juego mejor que tú.

—Peter: Ya jugaremos otra vez —le prometió él. Siempre y cuando ella estuviera envuelta en un abrigo de esquimal, claro.

—Lali: Siempre estoy preparada para cualquier reto —respondió, y se metió el billete en el escote de nuevo. Él observó cómo desaparecía el dinero y sintió que se le secaba la boca.

Tras ellos, un par de tipos de movieron para ocupar la mesa de billar. Lali se quedó mirándolo durante unos segundos, mientras Peter intentaba poner en marcha el cerebro de nuevo. Tenía que decir algo. Algo para convencerse a sí mismo, ya que a ella no podría convencerla, de que no era un imbécil baboso.

Pero parecía que su cabeza se había tomado el día libre.

Con aquellos tacones, Lali estaba mucho más alta. Su boca quedaba a la altura perfecta para que él la besara, y era tan tentadora que tuvo ganas de arriesgarse. Casi podía saborearla, y aquel pensamiento lo aguijoneó hasta que tuvo que apretar los puños para no agarrarla.

Demonios, aquélla era Lali.

Tenía que ser la apuesta.

Entonces, ella dijo algo, y él la escuchó. Tenía una voz tan suave que él tuvo que hacer un esfuerzo para escucharla por encima de la música y de las conversaciones de la gente. Por no mencionar de los latidos ensordecedores de su corazón.

—Lali: Te has quedado mirándome embobado.

—Peter: No, no es cierto.

—Lali: Bueno —dijo ella, con una sonrisa—. Entonces, estás mirando embobado a la pared que hay detrás de mí, y yo estoy en medio.

Él se pasó la mano por la cara con la esperanza de salir del coma sexual en el que había entrado. Sin embargo, no lo consiguió.

—Peter: Lo siento. Estaba pensando.

Sí, pensando en echarla sobre la mesa de billar y quitarle la camiseta y la falda. Demonios, casi podía sentir sus piernas abrazándole por las caderas.

—Lali: Vaya —dijo, y sacudió la cabeza de una forma que le dio a entender a Peter que no se había tragado el cuento de que estaba absorto en sus pensamientos. Mientras se daba la vuelta, le dijo—: Bueno, me lo he pasado muy bien, Peter, pero tengo que irme.

Lali se marchaba.

Y él debería sentirse agradecido.

Pero no era así.

—Peter: ¿Por qué tienes tanta prisa? —le preguntó, con la voz tensa. Ella se detuvo y se quedó mirándolo. Él soltó un suspiro y dijo— Te invitaría a una cerveza, pero alguien acaba de ganarme todo el dinero que llevaba.

Una sonrisa fugaz cruzó el rostro de Lali.

—Lali: Así que, si fuera una buena amiga, te invitaría a una cerveza, ¿no?

—Peter: Sí, algo así.

Cualquier cosa, pensó Peter. No quería que Lali se fuera. No estaba seguro de la razón, pero quería estar con ella. Por encima de todos los demás olores del bar, él percibía su esencia. Era un olor fresco, a cítricos, que le recordaba a las largas noches de verano bajo un cielo lleno de estrellas.

Y no podía creer que fuera Lali Espósito la que estuviera haciéndole sentir todas aquellas cosas. Quizá aquél fuera el motivo por el que no quería que se marchara todavía. Quizá tuviera que demostrarse que no era Lali la que le estaba afectando tanto. Que habría podido ser cualquier mujer en aquel punto de la apuesta. Que él sólo era un marine necesitado con un ataque de hormonas masculinas, y que cualquier mujer guapa habría podido ser la gota que colmara el vaso.

Y no cabía duda de que Lali era muy guapa. Por algún motivo, tenía algo que estaba haciendo que él se tambaleara.

—Lali: Lo siento —estaba diciendo ella— Trabajo mañana, así que tengo que marcharme.

Lali se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta. Cuando ella pasaba, los hombres ladeaban la cabeza para verla mejor. Peter se sorprendió de que no hubiera un río de baba en la barra. Mientras observaba cómo ellos la miraban, tuvo la repentina necesidad de golpear todas sus cabezas las unas contra las otras y hacer que se cayeran al suelo.

¿Qué demonios hacían mirando a Lali?

Pasaron un par de segundos muy largos antes de que Peter reaccionara. Entonces, se movió rápidamente, empujando a la gente al pasar, como si ellos quisieran separarlo de Lali. La alcanzó justo fuera del bar. El aire nocturno estaba impregnado de olor a jazmín. El silencio, después de que la puerta se cerrara tras ellos, fue casi sorprendente después de haber estado tanto rato bajo aquella música atronadora. Y en la relativa tranquilidad, él oyó sus pasos en la gravilla del aparcamiento. Instintivamente, la siguió.

Ella se volvió con la mano derecha elevada y las llaves en el puño.

—Peter: ¡Eh! —dijo, con los brazos levantados en señal de rendición.

Lali suspiró de alivio y bajó la mano.

—Lali: Demonios, Peter, me has asustado.

—Peter: Lo siento, lo siento —se disculpó él. No había pensado en que Lali podría asustarse si alguien la seguía por el aparcamiento.

De hecho, nunca se había parado a pensar en aquello, y en aquel momento, se dio cuenta de que Lali debía de cruzar muchos aparcamientos oscuros. ¿Y por la noche, cuando tenía que cerrar el taller y estaba sola? Y Peter se preguntó también por qué, de repente, quería ser él quien la protegiera.

Oh, no. Aquello iba de mal en peor.

Continuará...

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Les dejo el último de HOY! :D

Mañana continuamos con la nove! 

...mañana es.... del FIN! no puedo creerlooooooo! noonononononoooooooooooooooo :O 

besos

:D