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sábado, 4 de abril de 2015

Capítulo 21



23 de mayo de 1893

No lo había hecho demasiado mal, considerando el demoníaco camisón que ella llevaba. El golpe de deseo había sido explosivo, el golpe de rabia, casi inexistente.

«Debo de estar ablandándome con la edad», se dijo. Recordaba la cólera justificada que lo abrasaba cuando ella irrumpía en su pequeño piso de París, y luego dejaba caer su larga capa para revelar unas prendas mínimas y provocativas que habrían hecho que el marqués de Sade dejara caer el látigo, estupefacto.

El ultraje. El que ella creyera que él iba a permitir que su pene controlara su mente, que si conseguía llevárselo a la cama todo quedaría perdonado, era para él un insulto. Había disfrutado, con una alegría sombría, empujándola físicamente al rellano y cerrándole la puerta en las narices. Pero ese disfrute depravado nunca duraba mucho tiempo. Por encima de los fuertes latidos de su corazón y su entrecortada respiración, se esforzaba por oír cada uno de los pasos solitarios y resonantes que ella daba al descender la escalera.

Cuando ella salía a la calle, él ya estaba junto a la ventana de su minúscula y oscura salle de séjour. Ella miraba hacia arriba, con un rostro lleno de rabia adolescente y desconcertado dolor, su persona encogida y pequeña a la luz de las farolas. Y siempre algo dentro de él se rompía.

La noche que contrató a mademoiselle Flandin fue la peor. ¿Qué le dijo a Lali justo antes de cerrarle la puerta en la cara? «No te ofrezcas tan barata si quieres conseguirme. Vete a casa. Si quiero algo de ti, ya sé dónde encontrarte.»

Entonces corrió a la ventana para verla salir, pero tuvo que esperar más de una hora, con la ira degenerando en una ansiedad corrosiva. Sin embargo, su orgullo le impidió ceder, salir a buscarla y asegurarse de que no se había caído por la escalera. Al final, ella apareció en la acera, con la cabeza gacha, los hombros encorvados, y como una maltrecha prostituta. No levantó la vista hacia su ventana mientras se alejaba, ella y su sombra cada vez más alargada.

Tres días después se enteró de que había hecho las maletas y había vuelto a Inglaterra. Con qué facilidad renunciaba. Se emborrachó por primera vez en su vida, una experiencia espantosa, que no repetiría hasta dos años después, el día en que supo que ella había tenido un aborto unas semanas después de su boda.

Volvió a mirar la hora. Catorce horas y cincuenta y cinco minutos antes de poder tenerla de nuevo.
Alguien lo llamó por su título. Miró alrededor y vio a una mujer que lo saludaba desde lo alto de un elegante victoria que conducía ella misma. Llevaba un traje de mañana de color gris perla y un sombrero a conjunto sobre su pelo castaño oscuro. Lady Wrenworth. Alzó la mano y devolvió el saludo.

Se estrecharon las manos cuando él condujo su caballo hasta ponerlo al trote junto al carruaje.

—Se levanta muy temprano, lord Tremaine —dijo lady Wrenworth.

—Prefiero el parque cuando todavía tiene la niebla de la mañana en las ramas. ¿Lord Wrenworth está bien?

—Ha estado muy bien desde la última vez que lo vio usted ayer por la tarde. —Unos toques de malicia aderezaban su respuesta. Parecía que lord Wrenworth no se había casado con una belleza de cabeza hueca. Supuso que era lo mejor que Wrenworth había conseguido después de Lali—. ¿Y milady Tremaine?

—Tan saludable, en contra de la moda, como siempre, por lo que pude observar anoche. —Dejó pasar un momento, durante el cual lady Wrenworth lo miró sorprendida, antes de añadir—: Durante la cena.

—¿Aprovechó también la oportunidad para observar las estrellas anoche? El cielo estaba cuajado de ellas.

Le costó un segundo recordar la irreflexiva afirmación de que era todo un astrónomo aficionado que había hecho la noche en que le presentaron a los Wrenworth.

—Me temo que soy más bien un entusiasta de sillón.

—La mayor parte de la sociedad no tiene, hasta hoy, ni la más ligera idea sobre cuál es el campo de estudio de lord Wrenworth. Me avergüenza confesar que yo misma no tenía ni idea de sus intereses científicos hasta bastante después de casarnos. ¿Cómo conoció sus publicaciones, milord, si no le molesta mi curiosidad?

¿Cómo? «Mi hija no ha vuelto a ser ella misma desde su desdichado aborto en marzo, hace dos años. Pero su reciente amistad con lord Wrenworth ha tenido un efecto muy saludable en ella», recordó.

—Leo trabajos científicos y técnicos de forma habitual, tanto para satisfacer mi interés como para mantenerme al día de los últimos avances. —Hasta aquí, era sincero—. No se puede pasar por alto la brillantez de lord Wrenworth.

La segunda parte tampoco era mentira. Lord Wrenworth era, sin ninguna duda, brillante. Pero era solo un astro brillante en una galaxia de lumbreras, en una época en que los avances en el conocimiento humano y las proezas mecánicas surgían rápida y febrilmente. Peter no se habría fijado en él de no haber sido el primer enamorado de Lali.

—Gracias —dijo lady Wrenworth, resplandeciente—. Comparto totalmente esa opinión.

Se alejó con un cordial gesto de despedida.

Catorce horas y cuarenta y tres minutos. ¿Es que el día no se acabaría nunca?


—Le ruego que me disculpe, lady Tremaine.

Lali interrumpió la búsqueda de Benjamín entre la multitud que había en casa de los Carlisle.

—Señorita Carlisle.

—Benjamín me ha pedido que le diga que está en el jardín —dijo la señorita Carlisle—. Detrás del enrejado de las rosas.

Lali estuvo a punto de soltar una carcajada. Solo a Benjamín podía ocurrírsele mencionar —a una mujer que lo amaba en secreto, nada menos— que estaría «detrás del enrejado de las rosas», un lugar recluido, que favorecía conductas no toleradas en un salón de baile.

—Gracias, no debió de haberla molestado.

—No es ninguna molestia —dijo la señorita Carlisle, en voz baja.

La señorita Carlisle era más atractiva que bonita, pero tenía unos ojos brillantes y un ingenio agudo y rápido. A los veintiún años, esta era su cuarta temporada pero parecía que no tenía ningún interés en el matrimonio, puesto que, al cumplir los veinticinco, tendría el control de una considerable herencia, y puesto que había rechazado todas y cada una de las proposiciones que le habían hecho.

¿Seguiría todavía sin casarse, si Benjamín no se hubiera enamorado locamente de la colección de arte de Lali? Benjamín creía que Lali y él eran almas gemelas que sentían vivamente el paso del tiempo, la pérdida de una primavera que se iba desvaneciendo lentamente y lo inexplicable de las alegrías y tristezas de la vida, cuando, irónicamente, ella había comprado los cuadros únicamente con la esperanza de complacer y ablandar a Peter.

¿Por qué nunca le había dicho que prefería el futuro al pasado y que raramente se preocupaba del sentido de la vida? Notó una oleada de culpa. Si lo hubiera hecho, era probable que, ahora, Benjamín estuviera comprometido con la señorita Carlisle, una mujer con la conciencia limpia, en lugar de con Lali, que, a sus espaldas, dejaba que otro hombre hiciera lo que quisiese con ella.
¿Podía pretender que se sacrificaba por un propósito más elevado, cuando no se odiaba a sí misma por la rápida copulación entre Peter y ella? Ni siquiera había pensado en Benjamín hasta esta mañana.

Encontró a Benjamín paseando por la parte central del diminuto jardín, después de dejar su refugio detrás del emparrado de rosas.

—¡Mariana! —Se acercó y le puso la chaqueta por los hombros, envolviéndola con su generosa calidez y un fuerte olor a trementina.

Lo miró.

—¿Ya has vuelto a pintar con tu ropa de vestir puesta?

—No, pero me tiré la salsa por encima durante la cena —contestó cohibido—. El mayordomo la limpió. Lo hizo muy bien, además.

Ella le acarició la mejilla con los nudillos.

—Tendríamos que hacerte algunas chaquetas de hule.

—Vaya, ¿qué te parece? —exclamó—. Es lo que solía decir mi madre.

Lali se sobresaltó. ¿Se había mostrado demasiado maternal? ¿Condescendiente? No se lo había parecido.

—¿Sabes qué me ha dicho Angélica? —le preguntó Benjamín, regocijado—. Ha dicho que un hombre de mi edad debería tener más cuidado. También dijo que estoy haraganeando, porque tengo miedo de que mi próximo trabajo no resulte bueno, que tendría que mover mi perezosa parte posterior y poner pintura en la tela.

Rodearon el emparrado y se sentaron en un banco colocado discretamente, el mismo donde se suponía que la señorita Carlisle Recibía sus proposiciones de matrimonio. Benjamín soltó una risita.

—Ya sé que me has dicho que ella tiene buena opinión de mí, pero esta noche no lo parecía.

Lali frunció el ceño. El único cuadro que Benjamín había acabado en el noventa y dos estaba colgado en sus aposentos. Siempre le preguntaba por el progreso que iba haciendo en su siguiente obra, pero nunca había prestado mucha atención a su creatividad, considerándola poco más que un entretenimiento, una diversión propia de un caballero.

La señorita Carlisle tenía una opinión diferente. Veía a Benjamín de una manera diferente. A Lali le satisfacía consentir la distracción y las vacilaciones artísticas de Benjamín; mientras la adorara, no le importaba que holgazaneara en la chaise longue y comiera bombones desde que salía hasta que se ponía el sol. Pero la señorita Carlisle veía un diamante en bruto, un hombre que podía convertirse en algo importante, solo con que hiciera el esfuerzo necesario.

¿El afecto de Lali por Benjamín era más puro o más interesado? Y lo más importante, ¿preferiría Benjamín haber hecho algo con su talento?

Benjamín apoyó su cabeza en el hombro de ella y permanecieron en silencio, respirando el aire húmedo, impregnado del olor dulce de la madreselva. Siempre se había sentido en paz cuando estaban así: él apoyado en su hombro mientras ella le pasaba los dedos por entre sus finos cabellos. Pero hoy no conseguía sentir esa tranqui lidad.

¿Tenía razón Peter? ¿La adulación de Benjamín estaba construida sobre supuestos falsos? Negó con la cabeza. No volvería a pensar en su esposo mientras estaba con su amado.

—Lord Tremaine fue muy generoso conmigo ayer —suspiró Benjamín, haciendo pedazos su resolución—. Podía haberme insultado de mil maneras, y yo lo habría soportado.

Lali también suspiró. Peter no había recibido más que elogios desde que había vuelto. Se decía que poseía el refinamiento de un auténtico aristócrata y la elegancia de un cortesano del Renacimiento. Ciertamente, no le perjudicaba el aspecto que tenía. Si se quedaba en Inglaterra mucho más tiempo, Pablo Wrenworth tendría que cederle su título honorario de Caballero Ideal.
Quería advertir a Benjamín contra Peter. Pero ¿qué podía decir? En la versión oficial de su historia, que Benjamín aceptaba a pies juntillas, Peter y ella habían acordado vivir separados desde el inicio de su matrimonio. No podía pronunciar una palabra contra Peter sin delatarse.

—Sí, fue muy considerado por su parte —murmuró. «Y luego, por la noche, vino a casa, me tuvo contra el poste de la cama, querido Benjamín.»

—Pero ¿estás segura de que aceptará el divorcio? —preguntó Benjamín, con el desconcierto inocente de un niño cuando le dicen por vez primera que el mundo es redondo.

Lali se tensó de inmediato.

—¿Por qué no habría de hacerlo? Lo dijo él mismo.

—Es solo que... —Benjamín vaciló—. No me hagas caso. Probablemente es que todavía estoy aturullado, eso es todo.

Se apartó de él para poder hablar cara a cara.

—¿Dijo o hizo algo? No debes dejar que te intimide.

—No, no, nada de eso. Fue todo un caballero. Pero me hizo preguntas. Me... puso a prueba, si quieres. Y yo, bueno, no lo sé. No pude entenderlo bien del todo. Pero me pareció, y no es que acierte con frecuencia, me pareció que no le gustaba la idea de dejarte ir.

Lali negó con la cabeza. Aquello estaba tan lejos de cómo ella percibía la realidad que no tenía más remedio que negarlo.

—Nadie se alegra nunca de un divorcio. No creo que lamente devolverme la libertad. Sencillamente, le molesta que no haya podido dejar las cosas como estaban y se haya atrevido a interrumpir su ordenada vida por la indigna causa de mi propia felicidad. En cualquier caso, me ha dado su palabra. Un año, y seré libre de hacer lo que quiera.

Un año desde anoche. Todavía no podía pensar en ello sin sentir que se sumergía en un vergonzoso ardor sexual.

—Amén —dijo Benjamín, fervientemente—. Seguro que tienes razón. Siempre la tienes.

«Cuando te mira, solo ve el halo que ha creado a tu alrededor», recordó ella.

—Creo que deberíamos volver al salón de baile —dijo, con bastante brusquedad—. La gente empezará a hablar, y no queremos que lo hagan, ¿verdad?

Benjamín negó con la cabeza, servicial.

—No, no, por supuesto que no.

Deseó que, por una vez, la cogiera por los hombros, mandara al infierno a toda la gente que había en el salón y la besara como si el mundo entero estuviera en llamas. Todo era culpa de Peter. Antes de que él llegara, había sido absolutamente feliz con Benjamín.

Se levantó, besó levemente a Benjamín en la frente, y se recogió la falda para marcharse.

—No te hará ningún daño prestar atención a la señorita Carlisle. Reanuda el trabajo de Tarde en el parque. Me gustaría que me lo regalaras por mi cumpleaños.


La fiesta al aire libre estaba muy animada. Sobre el fondo de una profusión de tulipanes rojos y junquillos amarillos, había un desfile caleidoscópico de mujeres, con los bordes de sus faldas de color marfil borrosos como un recuerdo lejano. En medio de aquel torbellino de colores, un oasis de calma. Un hombre sentado, solo, a una pequeña mesa, con la mejilla apoyada en la mano y la mirada cautiva en alguien que quedaba fuera del marco del cuadro.

Lord Benjamín era un pintor mucho más vivido y con más talento de lo que Peter había supuesto. El cuadro irradiaba calidez, inmediatez y una encantadora nostalgia.

Hombre enamorado, decía la pequeña placa en la parte inferior del marco.

Hombre enamorado.

En casa de su hermana Rocío en Copenhague había una fotografía enmarcada de Peter, tomada el día después de Año Nuevo en 1883. Estaba esperando a que su madre y Rocío acabaran de acicalarse para que les tomaran una fotografía de familia, y el fotógrafo lo había captado en una pose casi idéntica a la del hombre enamorado de lord Benjamín; soñando despierto en un sillón, con la cabeza apoyada en la mano, sonriendo, mirando a alguien que quedaba fuera del campo de la cámara.

Estaba mirando por la ventana, en dirección a Briarmeadow, pensando en ella.

La fotografía seguía siendo la favorita de Rocío, pese a todo—, sus esfuerzos por conseguir que se deshiciera de ella. «Me gusta mirarla —insistía—. Echo de menos cómo eras entonces.»

Algunos días, también él lo echaba de menos. El optimismo, la embriaguez, la sensación de flotar en el aire. Ahora sabía perfectamente bien que todo se había basado en una mentira, que había pagado por aquellas semanas de felicidad desbordante no volviendo a ser capaz de sentir nada como aquello nunca más, y seguía echándolo de menos.


Es posible que se divorciara de ella, pero nunca se libraría de ella.

Continuará...

14 comentarios:

  1. Quiero maraton plisss. Masssss

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  2. quiero más quiero maratón! Besos Naara

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  3. Que vuelvannn hace maratonnn mas increíble!

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  4. Que vuelvannn hace maratonnn mas increíble!

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  5. AAAAHHH! Esta genial!
    Hoy me hice una especie de maratón de lo atrasada que estaba, es bueno despejar la mente y mas aun con lo que subes. Gracias Danii
    Espero mas y mas seguido ! ;)

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  6. K ganas tiene Peter d luchar consigo mismo.

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  7. Que pena que se separen queriendose

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