El camino del Sol
Lali Espósito es
una artista vidriera que vive en la mística y hermosa Friday Harbor, en el
estado de Washington. Se ve pillada por sorpresa y queda atónita ante la
traición más amarga de todas: su prometido, Kevin, la ha dejado por su nueva
amante, que no es otra que Alicia, la propia hermana de Lali.
Para Lali es otra
desilusión que se suma a una vida amorosa signada por sus decisiones
equivocadas. Pese a la severa desaprobación de los padres de Lali, Kevin pide a
su amigo Peter Lanzani, el propietario de un viñedo en la isla de San Juan, que
salga con Lali para relajarla y hacerle superar su rencor.
La situación se complica cuando Peter y Lali
empiezan a enamorarse, Kevin alberga dudas sobre su relación con Alicia, y Lali
descubre que la suya con Peter empezó con insidias… Pese a todo, Lali aprenderá
que algunas cosas de la vida -aún después de romperse- pueden convertirse en
algo nuevo y hermoso.
PARA DESCARGARLA PICA AQUÍ
Holaaa linduras!!!
le vengo prometiendo un bonus desde hace tiempito ya!... Un poquito tarde pero acá esta!... Por si alguna no recuerda o no sabe, ésta es la secuela de la novela "Con un poco de magia"... que también la subí para descargar.. para las que no la leyeron.... :)
Soy un asco siguiendo instrucciones así que espero no haber cometido ningún error al subir las noves... pero si tienen algun problema puedo enviarles las noves a su correo...
Esta serie es muy linda... y llena de magia... para que se animen a descargarla les subo un pedacito del primer capítulo...
CAPÍTULO 1
Cuando Lali Espósito tenía
siete años, ocurrieron tres cosas: su hermana pequeña Alicia enfermó, le
asignaron su primer trabajo para la feria de ciencias y descubrió que la magia
existía. Más concretamente, que tenía la capacidad de hacer magia. Y durante el
resto de su vida, Lali supo que la distancia entre lo ordinario y lo
extraordinario no era más que un paso, un soplo, un latido.
Pero no era esa la clase de
conocimientos que hacía a una valiente y atrevida. Por lo menos, no en el caso
de Lali. La hizo prudente. Discreta. Porque la revelación de una facultad
mágica, sobre todo si no se podía dominar, significaba que una era distinta. Y
hasta una niña de siete años comprendía que no deseaba encontrarse en el lado
equivocado de la línea entre distinta y normal. Quería integrarse. El problema
era que, por muy bien que guardara su secreto, el mero hecho de tenerlo bastaba
para separarla de todos los demás.
Nunca supo con certeza por qué
la magia surgió cuando lo hizo, qué sucesión de hechos habían llevado a su
primera aparición, pero creía que todo empezó la mañana en que Alicia despertó
con tortícolis, fiebre y un sarpullido rojo intenso. Tan pronto como la madre
de Lali vio a Alicia; gritó a su padre que llamara al médico.
Asustada por el revuelo en la
casa, Lali se sentó en una silla de la cocina en camisón, con el corazón
desbocado al ver cómo su padre colgaba el auricular del teléfono con tanta
precipitación que se cayó del soporte de plástico.
—Ve a ponerte los zapatos, Lali.
Date prisa.
La voz de su padre, siempre
tan tranquila, se resquebrajó al pronunciar la última palabra. Tenía la cara
pálida como la de un cadáver.
— ¿Qué pasa?
—Tu madre y yo nos llevamos a Alicia
al hospital.
— ¿Yo también voy?
—Tú pasarás el día con la
señora Geiszler.
Al oír mencionar a su vecina,
que siempre gritaba cuando Lali iba en bicicleta por su césped, protestó:
—No quiero ir. Da miedo.
—Ahora no, Lali.
La mirada de su padre hizo que
las palabras se secaran en la garganta de Lali. Fueron hasta el coche, y su
madre subió al asiento de atrás sosteniendo a Alicia como si fuera un bebé. Los
sonidos que emitía Alicia eran tan alarmantes que Lali se tapó los oídos. Se
acurrucó en el menor espacio posible, mientras las fundas húmedas de vinilo se
adherían a sus piernas. Tras dejarla en casa de la señora Geiszler, sus padres
se alejaron tan deprisa que los neumáticos del monovolumen dejaron marcas
negras en el camino de entrada.
La señora Geiszler, tenía la
cara arrugada como una persiana cuando advirtió a Lali que no tocara nada. La
casa estaba llena de antigüedades. El agradable olor a humedad de los libros
viejos y el perfume de limón del abrillantador de muebles impregnaban el aire.
El lugar era silencioso como una iglesia, sin sonidos de televisión de fondo,
ni música, ni voces, ni timbres de teléfono.
Sentada muy quieta en el sofá
de brocado, Lali observó un servicio de té que habían dispuesto con esmero
sobre la mesilla. Era de una clase de vidrio que Lali no había visto nunca. Las
tazas y los platitos brillaban con una luminosidad multicolor y el vidrio
estaba adornado con remolinos v flores pintados en oro. Hipnotizada por el modo
en que los colores parecían cambiar en distintos ángulos, Lali se arrodilló en
el suelo e inclinó la cabeza de un lado a otro.
La señora Geiszler, de pie en
el umbral, soltó una risita parecida al crujido de los cubitos de hielo cuando
se les echa agua.
—Es vidrio tallado —dijo—.
Hecho en Checoslovaquia. Ha pertenecido a mi familia durante cien años.
— ¿Cómo metieron los arcos
iris? —preguntó Lali en voz baja.
—Disuelven el metal y los
colores en vidrio fundido.
Lali quedó asombrada por
aquella revelación.
— ¿Cómo se funde el vidrio?
Pero la señora Geiszler ya se
había cansado de hablar.
—Los niños hacen demasiadas
preguntas —dijo, y se retiró a la cocina.
Lali no tardó en aprender la
palabra que designaba la enfermedad de su hermana de cinco años. Meningitis.
Significaba que Alicia regresaría muy débil y cansada, y que Lali debía ser una
buena chica, ayudar a cuidarla y no dar problemas. Implicaba también que Lali
no debía discutir con Alicia ni contrariarla en nada. «Ahora no» era la frase
que los padres de Lali le decían con mayor frecuencia.
El largo y tranquilo verano
había sido una penosa desviación de la rutina habitual de citas de juegos,
campamentos y puestos de limonada destartalados. La enfermedad había convertido
a Alicia en el centro de masa en torno al cual el resto de la familia giraba en
órbitas angustiosas, como planetas inestables. En las semanas que siguieron a
su regreso del hospital, su habitación se llenó de montones de juguetes y
libros nuevos. Le permitían corretear alrededor de la mesa a la hora de las
comidas, y no le exigían nunca que dijera «por favor» o «gracias». Alicia no
estaba nunca satisfecha con comerse la porción más grande del pastel o
acostarse más tarde que los demás niños. Nada era demasiado para una niña que
ya tenía demasiado.
Los Espósito vivían en el
barrio de Ballard, en Seattle, originariamente poblado por escandinavos que
trabajaban en la pesca del salmón y en las fábricas de conservas. Si bien la
proporción de escandinavos había disminuido a medida que Ballard crecía y se
desarrollaba, todavía quedaban numerosas huellas del legado del barrio. La
madre de Lali cocinaba con recetas que se habían ido transmitiendo desde sus
antepasados escandinavos: gravlax, salmón curado en frío y sazonado con sal,
azúcar y eneldo; cerdo asado con relleno de ciruelas pasas, o krumkake,
galletas de cardamomo enrolladas en conos perfectos sobre el mango de cucharas de
madera. A Lali le gustaba ayudar a su madre en la cocina, sobre todo porque a Alicia
no le interesaba cocinar y nunca participaba.
Cuando el verano se convirtió
en un otoño repentino y empezó la escuela, la situación en casa no dio muestras
de cambio. Alicia volvía a estar bien, y sin embargo la familia parecía seguir
actuando según los principios de su enfermedad: no contrariarla. Dejar que se
saliera con la suya. Pero cuando Lali se quejaba, su madre la abofeteaba como
no lo había hecho nunca.
«Debería darte vergüenza tener
celos. Tu hermana ha estado a punto de morirse. Ha sufrido terriblemente.
Tienes suerte de no haber pasado por lo que ella ha vivido.»
Durante los días sucesivos la
culpabilidad aquejaba a Lali y se renovaba en ciclos como una fiebre
persistente. Hasta que su madre le habló con tanta aspereza, Lali no había sido
capaz de identificar el sentimiento continuo que había tensado su fuero interno
como las cuerdas de un violín. Pero eran celos. Aunque no sabía cómo librarse
de ellos, sabía que no debía decir ni media palabra al respecto.
Entretanto, Lali solo podía
esperar que las cosas volvieran a su estado anterior. Pero no lo hicieron. Y
aunque su madre decía que quería a sus dos hijas por igual pero de formas
distintas, Lali creía que su manera de querer a Alicia parecía ser más.
Lali adoraba a su madre, a
quien siempre se le ocurrían actividades interesantes que hacer en los días de
lluvia y no le importaba que Lali quisiera disfrazarse con los zapatos de tacón
alto de su armario. Sin embargo, el cariño alegre de su madre parecía replegado
en torno a una misteriosa tristeza. De vez en cuando Lali entraba en una
estancia y la encontraba con la mirada perdida en la pared y una expresión
ausente en el rostro.
Algunas mañanas, temprano, Lali
iba de puntillas hasta el dormitorio de sus padres para meterse en el lado de
la cama que ocupaba su madre, donde se acurrucaba hasta que se le pasaba el
frío en los pies debajo de las calientes mantas. Su padre se irritaba cuando se
daba cuenta de que Lali estaba en la cama con ellos y le gruñía que regresara a
su habitación. «Dentro de un ratito —murmuraba su madre abrazándola con
firmeza—. Me gusta empezar el día así.» Y Lali se arrebujaba contra ella con
más fuerza.
Sin embargo, cuando Lali no la
complacía, había represalias. Si llegaba a casa una nota diciendo que habían
pillado a Lali hablando en clase, si sacaba una calificación baja en un examen
de matemáticas o si no había practicado suficientemente sus lecciones de piano,
su madre se mostraba fría y hermética. Lali jamás entendió por qué tenía la
impresión de que debía ganarse algo que Alicia recibía gratuitamente. Después
de su enfermedad casi mortal, Alicia era una niña mimada. Tema unos modales
espantosos, interrumpiendo conversaciones, jugando con la comida de su plato,
quitando cosas de las manos de los demás, sin que nadie se lo tuviera en
cuenta.
Una noche que los Espósito se
disponían a salir y a dejar a sus hijas con una canguro, Alicia lloró y gritó
hasta que sus padres anularon la reserva en el restaurante y se quedaron en
casa para apaciguarla. Encargaron pizza y se la comieron a la mesa de la
cocina, los dos todavía elegantemente vestidos. Las joyas de su madre chispeaban
y proyectaban reflejos de luz en el techo. Alicia cogió una porción de pizza y
se fue a la sala de estar a ver los dibujos de la tele. Lali recogió su plato y
se encaminó hacia el salón.
—Lali —dijo su madre—, no te
levantes de la mesa hasta que termines de cenar.
—Pero Alicia está comiendo en
el salón.
—Ella es demasiado pequeña
para saberlo.
Sorprendentemente, el padre de
Lali se sumó a la conversación.
—Solo tiene dos años menos que
Lali. Y, que yo recuerde, nunca permitimos a Lali que dejara la mesa durante la
cena.
—Alicia aún no ha recuperado
el peso que perdió a consecuencia de la meningitis —replicó su madre con
severidad—. Lali, vuelve a la mesa.
Aquella injusticia oprimió la
garganta de Lali como un perno. Llevó el plato a la mesa lo más despacio
posible, preguntándose si su padre intervendría a su favor. Pero el hombre,
tras sacudir la cabeza, había vuelto a guardar silencio.
—Deliciosa —dijo alegremente
la madre de Lali, mordiendo su pizza como si fuera un manjar exquisito—. En realidad
me apetecía esto. No estaba de humor para salir. No hay nada como quedarse en
casa.
El padre de Lali no respondió.
Se terminó la pizza metódicamente, llevó su plato vacío al fregadero y se fue
en busca del teléfono.
—Mi profesora me ha dicho que
te diera esto —anunció Lali, extendiendo un papel a su madre.
—Ahora no, Lali. Estoy
cocinando.
Cherise Espósito cortaba apio
sobre la tabla de madera, seccionando limpiamente con el cuchillo los tallos en
pequeños cortes en forma de U. Mientras Lali esperaba pacientemente, su madre
la miró y suspiró.
—Dime de qué se trata, cariño.
—Instrucciones para la feria
de ciencias de segundo grado. Tenemos tres semanas para hacerlo.
Cuando terminó de cortar el
tallo de apio, la madre de Lali dejó el cuchillo y cogió el papel. Sus finas
cejas se juntaron mientras lo leía.
—Parece un trabajo que
requiere mucho tiempo. ¿Tienen que participar todos los alumnos?
Lali asintió.
Su madre sacudió la cabeza.
—Ojalá estos profesores
supieran cuánto tiempo debemos invertir los padres en estas actividades.
—Tú no tienes que hacer nada,
mamá. Soy yo quien debe trabajar.
—Alguien tendrá que llevarte a
la tienda de artesanía para conseguir el tríptico de cartulina y el resto de
material. Además de supervisar tus experimentos y ayudarte a practicar para la
exposición oral.
El padre de Lali entró en la
cocina con aspecto cansado, como de costumbre, después de una larga jornada.
Phillip Espósito estaba tan ocupado enseñando astronomía en la Universidad de
Washington y trabajando además como asesor de la NASA, que a menudo más parecía
que estaba en su casa de visita que viviendo en ella. Por la noche, cuando
llegaba a tiempo de cenar, terminaba hablando con sus colegas por teléfono
mientras su esposa y sus dos hijas comían sin él. Los nombres de las amigas,
los profesores y los entrenadores de las niñas, los pormenores de sus horarios,
eran desconocidos para él. Por eso Lali se sorprendió mucho al oír las
siguientes palabras de su madre.
—Lali necesita que la ayudes
con su trabajo de ciencias. Yo me he ofrecido como madre voluntaria principal
para la clase del parvulario de Alicia. Tengo demasiadas cosas que hacer.
Le pasó la hoja y fue a echar
el apio cortado en una olla puesta al fuego.
—Dios santo. —El padre examinó
la información con el ceño fruncido—. No dispongo de tiempo para esto.
—Pues tendrás que encontrarlo
—le espetó la madre.
— ¿Y si pido a uno de mis
alumnos que la ayude? —sugirió él—. Podría planteárselo como una actividad
extracurricular.
La madre de Lali frunció el
entrecejo y tensó las comisuras de la boca.
—Phillip, la idea de endosar
tu hija a un universitario...
—Era una broma —se apresuró a
decir su padre, aunque Lali no estaba muy convencida.
— ¿Entonces estás de acuerdo
con prestar la ayuda que necesita Lali?
—Parece que no tengo elección.
—Será una experiencia
vinculante para vosotros dos.
Phillip miró a Lali con
resignación.
—¿Necesitamos una experiencia
vinculante?
—Sí, papá.
—Muy bien. ¿Has decidido qué
clase de experimento quieres hacer?
—Será un informe —respondió Lali—.
Sobre vidrio.
— ¿Y por qué no un trabajo de
temática espacial? Podríamos hacer una maqueta del sistema solar, o describir
cómo se forman las estrellas...
—No, papá. Tiene que ser sobre
vidrio.
— ¿Por qué?
—Porque sí.
Lali sentía fascinación por el
vidrio. Cada mañana, a la hora del desayuno, se maravillaba del material
luminoso que formaba el vaso en el que tomaba su zumo. Cómo contenía
perfectamente líquidos brillantes, la facilidad con que transmitía el calor, el
frío, las vibraciones.
Su padre la llevó a la
biblioteca y consultó libros para adultos sobre el vidrio y su fabricación,
porque dijo que los libros infantiles sobre el tema no eran lo bastante
detallados. Lali aprendió que cuando se hacía una sustancia de moléculas
ordenadas como ladrillos apilados, no se podía ver a través de ella. Pero
cuando una sustancia se hacía de moléculas desordenadas al azar, como agua,
azúcar hervido o vidrio, la luz podía pasar a través de los espacios entre
ellas.
—Dime, Lali, ¿es el vidrio un
líquido o un sólido? —le preguntó su padre mientras pegaban un diagrama en el
tríptico de cartulina.
—Es un líquido que se comporta
como un sólido.
—Eres una chica muy lista.
¿Crees que serás científico como yo cuando seas mayor?
La niña sacudió la cabeza.
— ¿Qué quieres ser?
—Artista vidriera.
Últimamente Lali había
empezado a soñar con hacer cosas de vidrio. En su sueño contemplaba la luz
resplandeciendo y refractándose a través de ventanas de color caramelo...,
vidrio girando y curvándose como exóticas criaturas submarinas, pájaros o
flores.
Su padre parecía turbado.
—Muy poca gente puede ganarse
bien la vida como artista. Solo los famosos ganan dinero.
—Entonces seré una artista
vidriera famosa —repuso Lali alegremente, pintando las letras en el tríptico de
cartulina.
El fin de semana, su padre la
llevó a visitar un taller de soplado de vidrio, donde un hombre de barba rojiza
le enseñó los rudimentos de su oficio. Lali, hipnotizada, se acercó tanto como
se lo permitió su padre. Después de fundir arena en un horno a alta
temperatura, el vidriero introdujo una larga vara de metal en el horno y
recogió vidrio fundido en una masa roja brillante. El aire estaba impregnado
del olor a metal caliente, sudor, tinta quemada y ceniza de los fajos de papel
de periódico húmedo que utilizaban en el taller para dar forma manualmente al
vidrio. Con cada recogida de vidrio, el soplador dilataba la masa de color
naranja encendido, haciéndola girar sin parar y recalentándola a menudo. Añadió
un revestimiento de frita azul, o polvos de cerámica, al palo y lo hizo rodar
sobre una mesa de acero para repartir el color uniformemente.
Lali observaba con los ojos
como platos. Quería aprenderlo todo de aquel proceso misterioso, todas las
formas posibles de cortar, fundir, colorear y moldear el vidrio. Nada le había
parecido nunca tan importante o necesario.
Antes de dejar el taller, su
padre le compró un adorno de vidrio soplado que semejaba un globo de aire
caliente, pintado con franjas irisadas brillantes. Estaba colgado sobre un
soporte hecho de alambre.
Lali siempre recordaría aquel
día como el mejor de toda su niñez.
Entrada la semana, cuando Lali
llegó a casa de su entrenamiento de fútbol, el anochecer había teñido el cielo
de morado oscuro, con una capa superpuesta de nubes como la pelusa plateada de
una ciruela. Con las piernas enfundadas en su armadura de espinilleras de
plástico remetidas en las medias, Lali entró en su habitación y vio que la
lámpara de la mesilla de noche estaba encendida. Alicia se encontraba allí de
pie, sosteniendo algo.
Lali frunció el ceño. Habían
advertido a Alicia en más de una ocasión que no podía entrar en su habitación
sin permiso. Pero parecía que el hecho de que el dormitorio de Lali fuera terreno
prohibido lo convertía en el lugar donde a Alicia más le apetecía estar. Lali
había sospechado que su hermana ya se había colado allí antes cuando comprobó
que sus animales de peluche y sus muñecas no ocupaban sus sitios habituales.
Al oír la exclamación
inarticulada de Lali, Alicia se volvió sobresaltada y se le cayó un objeto al
suelo. El estrépito resultante asustó a las dos. Un rubor de culpabilidad se
extendió por la carita de Alicia.
Lali observó sin habla los
añicos esparcidos sobre el suelo de madera. Era el adorno de vidrio soplado que
su padre le había comprado.
— ¿Qué haces aquí? —inquirió
con incrédula rabia—. Esta es mi habitación. Eso era mío. ¡Fuera!
Alicia rompió a llorar, de pie
en medio de los fragmentos de vidrio roto. Alertada por el ruido, su madre
irrumpió enseguida en la estancia.
— ¡Alicia! —Corrió y la
levantó del suelo para alejarla de los cristales—. Nena, ¿estás herida? ¿Qué ha
pasado?
—Lali me ha asustado —sollozó Alicia.
—Ha roto mi adorno de vidrio
—dijo Lali hecha una furia—. Ha entrado en mi habitación sin permiso y lo ha
roto.
Su madre abrazaba a Alicia y
le alisaba el pelo.
—Lo que cuenta es que nadie se
ha hecho daño.
— ¡Lo que cuenta es que ha
roto una cosa que era mía!
Su madre la miró exasperada y afligida.
—Tan solo curioseaba. Ha sido
un accidente, Lali.
Lali miró irritada a su
hermanita.
—Te odio. No vuelvas a entrar
aquí si no quieres que te eche a patadas.
La amenaza provocó un nuevo
chaparrón de lágrimas en Alicia, a la vez que el rostro de su madre se
ensombrecía.
—Ya basta, Lali. Espero que
seas amable con tu hermana, sobre todo después de haber estado tan enferma.
—Ya no lo está —replicó Lali,
pero sus palabras se perdieron entre el sonido del vehemente llanto de Alicia.
—Voy a ocuparme de tu hermana
—dijo su madre— y después vendré a limpiar estos cristales. No los toques, esos
fragmentos cortan como cuchillas. Por el amor de Dios, Lali, ya te compraré
otro adorno.
—No será igual —repuso Lali
hoscamente, pero su madre ya se había llevado a Alicia del dormitorio.
Lali se arrodilló delante de
los añicos, que relucían con la delicada irisación de pompas de jabón sobre el
suelo de madera. Se acurrucó sollozando y observó el adorno roto hasta que se
le nubló la vista. La emoción la colmó hasta el punto que parecía emanar de su
piel e impregnar el aire: la furia, dolor y un anhelo persistente, angustioso y
desesperado de amor.
En el tenue resplandor de la
lamparilla, despertaron unos puntitos de luz. Conteniendo las lágrimas, Lali se
abrazó y respiró temblorosamente. Parpadeó cuando los destellos se elevaron del
suelo y giraron a su alrededor. Atónita, se secó los ojos con los dedos y
contempló cómo las luces daban vueltas y danzaban. Finalmente comprendió qué
era lo que veía.
Luciérnagas.
Magia solo para ella.
Cada trozo de vidrio se había
transformado en chispas vivas. Poco a poco, la procesión de luciérnagas
danzantes se dirigió hacia la ventana abierta y se perdió en la noche.
Cuando su madre regresó al
cabo de unos minutos, Lali estaba sentada en el borde de la cama, con la mirada
fija en la ventana.
— ¿Qué ha pasado con el
vidrio? —preguntó su madre.
—Se ha ido —contestó Lali con
expresión ausente.
Aquella magia era su secreto. Lali
no sabía de dónde había salido. Solo sabía que ocupaba los espacios que
necesitaba y les insuflaba vida, como las flores que crecen en las grietas de
un pavimento roto.
—Te he dicho que no los
tocaras. Habrías podido cortarte los dedos.
—Lo siento, mamá.
Lali cogió un libro de la
mesilla de noche, lo abrió por una página al azar y se quedó mirándola
obnubilada.
Oyó suspirar a su madre.
—Lali, tienes que ser más
paciente con tu hermanita.
—Ya lo sé.
—Todavía está débil después de
lo que tuvo que pasar.
Lali mantuvo la mirada fija en
el libro que sostenía y aguardó en porfiado silencio hasta que su madre
abandonó la estancia.
Después de una cena hosca, en
la que solo la cháchara de Alicia mitigó el silencio, Lali ayudó a quitar la
mesa. Su cabeza bullía de pensamientos. Había sido como si sus emociones fueran
tan intensas que habían convertido el vidrio en una nueva forma. Pensó que tal
vez los cristales habían querido decirle algo.
Fue al despacho de su padre,
donde le encontró marcando el teléfono. No le gustaba que le molestaran cuando
trabajaba, pero Lali necesitaba preguntarle algo.
—Papá... —dijo dubitativa.
Supo que la interrupción le
había importunado por el modo en que se tensaron sus hombros. Pero habló con
voz amable mientras colgaba el teléfono:
— ¿Sí, Lali?
— ¿Qué significa cuando ves
una luciérnaga?
—Me temo que no verás ninguna
en el estado de Washington. No aparecen tan al norte.
— ¿Pero qué significan?
— ¿Simbólicamente, te
refieres? —Lo pensó un momento—. La luciérnaga es un insecto modesto durante el
día. Si no supieras lo que es, creerías que no tiene nada de especial. Pero,
por la noche, la luciérnaga brilla con luz propia. La oscuridad despierta su
don más hermoso. —Sonrió ante la expresión embelesada de Lali—. Es un talento
extraordinario para un ser de aspecto tan vulgar, ¿verdad?
A partir de entonces, la magia
se presentó a Lali cuando más la necesitaba. Y, algunas veces, cuando menos la
requería.
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gracias danii
ResponderEliminarGraciass!
ResponderEliminarCon mucha expectativa!! Gracias!!
ResponderEliminarLa quiero leer toda YA !
ResponderEliminarGracias Dani, siempre sugiriendo novelas tan hermosas !
Apareciendo por aca gracias Dani por la nove ahí la descargo
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