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domingo, 19 de abril de 2015

TREINTA Y OCHO



La casa adosada de estilo victoriano de Ramiro Ordoñez se encontraba en una calle muy tranquila de Pacific Heights. Peter se golpeaba la rodilla con una mano mientras Lali y él esperaban en el salón. Unos amplios ventanales ofrecían una panorámica de la ciudad. Los árboles se mecían suavemente por la brisa del atardecer.
Lali se percató de la tensión que embargaba los hombros de Peter y de su apretada mandíbula.
—Relájate, ¿quieres? Me estás estresando.
Él la miró con expresión irritada y siguió con sus golpecitos.
Valeria Ordoñez bajó la escalera acompañada por su marido Ramiro. Tenía el rostro desencajado y su protuberante vientre sobresalía de su cuerpo delgado.
—Siento haberlos hecho esperar.
Peter se tensó a su lado, pero Lali no le prestó atención.
—No te preocupes. Siento molestarte. Sé que debes de estar muy cansada.
Valeria sonrió al tiempo que se pasaba una mano por el vientre.
—No puedo dormir mucho estos días.
—Está practicando para lo que vendrá después —añadió Ramiro, acariciando el bulto que era su bebé.
—Miren, no quiero ser maleducado —dijo Peter al tiempo que se ponía en pie—, pero necesitamos respuestas. La primera de todas es saber por qué nos han arrastrado hasta aquí cuando podrían haber respondido nuestras preguntas en el despacho de Lali.
Lali le lanzó una mirada de reproche, que él pasó por alto. Peter no tenía tacto cuando tenía un objetivo en mente.
—Ha sido culpa mía. —Valeria se dejó caer en el sofá, tapizado con una tela de estampado floral. Pese al abultado vientre, el sofá parecía engullir su diminuto cuerpo—. Ramiro sabía que yo querría participar.
—Me he perdido. —Lali se sentó en el mullido sillón color crema que había delante de Valeria—. ¿Cómo es que estás relacionada con un ensayo clínico?
—¿No me reconoces? —preguntó Valeria.
—No. ¿Debería? —La preocupación le formó un nudo en la garganta a Lali.
—Supongo que no. Hablamos muy pocas veces cuando estuve en la clínica privada, pero jamás he olvidado tus ojos.
Lali miró a Peter. Tenía un tic nervioso en el mentón. Valeria Ordoñez. ¿Por qué no había conectado los puntos cuando leyó la lista que habían encontrado en casa de Janet Kelly?
Ramiro se colocó detrás de su mujer y le puso una mano en el hombro.
—Valeria padeció cáncer de ovarios. Decidimos probar un tratamiento experimental después de agotar el resto de posibilidades.
—No creía que fuera a superarlo —confesó Valeria, que bajó la mirada—. Pero el doctor Amadeo fue tan optimista que nos dio esperanzas. El tratamiento duró más de seis meses. Pasaba temporadas ingresada en la clínica privada y después volvía a casa. El seguimiento me lo hizo su personal. Allí fue donde te conocí.
Lali puso los ojos como platos.
—¿Estaba despierta?
—A veces. Habías tenido un accidente de tráfico, estuviste en coma durante varios meses. Tu marido... —Miró a Peter—. Me refiero al doctor Amadeo... él te trasladó a la clínica privada para poder tenerte controlada, ya que allí era donde se encontraba la mayoría de sus pacientes. Después de que naciera tu hijo, despertaste, pero salías de la inconsciencia y te sumías de nuevo en ella. Un día estabas de pie, dando vueltas, al siguiente estabas en la cama, inmóvil.
Había estado despierta. Se había estado moviendo. Eso explicaba por qué su recuperación había sido tan rápida. Por qué su cuerpo había vuelto a la normalidad con cierta rapidez. La gente la había visto, había hablado con ella. Y ella no se acordaba de nada.
—Continúa —le pidió, para lo cual tuvo que tragar saliva a fin de deshacer el nudo que tenía en la garganta—. ¿Benjamín dijo que era mi marido?
Valeria asintió con la cabeza.
—Sí. Otro médico se encargaba de tu supervisión. No me enteré de su nombre. Alto, de pelo oscuro, con los ojos más azules que he visto en la vida. Parecían conocerse muy bien. Creo que era el dueño de la clínica privada... o que conocía al propietario o al gerente.
—Reynolds. —Lali miró a Peter de nuevo. Había estado en lo cierto. Su médico de Houston estaba involucrado. Seguramente lo habían matado debido a esa relación.
—¿Cómo se llamaba el fármaco experimental? —preguntó Peter.
—Amatroxin —contestó Ramiro—. Curó el cáncer de Valeria por completo. Otros pacientes también lo tomaron. El año pasado, el doctor Amadeo compiló una lista de investigación y con otro médico publicó un artículo en nuestra revista médica. —Le entregó a Peter un ejemplar de la revista, que tenía en una mesita auxiliar a su espalda.
—Esto hace referencia a un ensayo clínico en Canadá —dijo Peter.
Ramiro tragó saliva.
—Sí.
—¿Publicaron datos falsos? —preguntó Lali.
Ramiro inspiró hondo.
—Sí.
—¿Por qué? ¿Por qué no me contaste nada de esto, Ramiro?
Ramiro cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra, con nerviosismo, y apretó el hombro de Valeria. Su mujer levantó el brazo y le cogió la mano en señal de apoyo.
—Benjamín y yo teníamos un trato. Él dejaba que Valeria participase en el ensayo clínico y yo me callaba lo que sabía al respecto. Cuando llegara el momento de publicar la información, yo lo ayudaría. Estábamos desesperados y dispuestos a intentar cualquier cosa. Después de que curara el cáncer de Valeria, se lo debía. Necesitaba mostrar pruebas de que el medicamento funcionaba, y yo sabía que funcionaba. Tal como lo entendí en su momento, daba igual dónde se llevó a cabo el ensayo clínico.
—Ramiro no sabía que estabas casada, Lali —añadió Valeria, que miró a Lali y a Peter—. Sabía que estabas en la clínica privada al cuidado de Benjamín, que eras su mujer. Benjamín le pidió que no hablara de ti. Dijo que el trauma del accidente había sido espantoso. A Benjamín le preocupaba muchísimo tu pronóstico.
Lali se frotó la cicatriz que tenía en la cabeza. Nada de eso tenía sentido.
—Y cuando desperté, se las apañó para que me dieran trabajo como colaboradora independiente para tu editorial. —Miró a Ramiro—. ¿Nunca pusiste en duda mis credenciales? ¿Mis conocimientos?
La tensión se reflejó en los ojos de Ramiro.
—No supe que era un McKellen hasta después de que te trasladara a Houston. Cuando vi tu nombre en uno de los artículos independientes, me puse en contacto con él. Me dijo que no le gustaba mencionar el apellido McKellen porque había discutido con su familia. Lo creí. Él es quien te buscó el trabajo con la filial de Dallas. Yo no estaba en posición de cuestionar lo que me decía. Tenía sentido y estaba en deuda con él. Y cuando vi tu trabajo, me di cuenta de que tenía razón. Sabes más de geología que cualquier otra persona que conozco.
—Pero seguiste sin decir nada después de la muerte de Benjamín. ¿Por qué? Yo ya estaba en San Francisco. Sabías que buscaba respuestas. Sabías que había estado en esa clínica privada, pero no dijiste nada. —Se puso en pie, hirviendo de rabia. Peter la cogió del brazo para tranquilizarla.
—Me parece que no entiendes de qué va esto, Lali —repuso Ramiro—. Alguien no quiere que encuentres esas respuestas. Después de que me llamaras y me pidieras trabajo aquí, en San Francisco, empezamos a recibir advertencias.
—¿Qué quieres decir con «advertencias»? —preguntó Peter.
—Llamadas anónimas en su mayor parte —respondió Valeria—. Nunca mencionaban tu nombre, Lali, pero dijeron que nos calláramos lo que sabíamos de la clínica privada. Que sería mejor para Ramiro no involucrarse si salía a la luz lo del ensayo clínico.
—¿Y por qué me sugeriste que me buscara un abogado?
Ramiro suspiró.
—Quería ayudar. Me di cuenta de lo frustrada que estabas. Creía que si podías encontrar las respuestas sola, si no me involucraba directamente, no causaría problemas darte un empujoncito. No sabía que la abogada que escogiste te iba a reconocer.
De modo que Lali era el eslabón. Si no hubiera ido a San Francisco, si no hubiera llamado a Cande para concertar una cita, si Cande no la hubiera reconocido, era muy posible que nada de eso hubiera sucedido. Que las mentiras hubieran seguido siendo la verdad.
Peter miró a Lali.
—¿Sabes si visitó alguien a Lali en la clínica privada?
Valeria se mordió el labio.
—Hubo otro hombre, mayor, canoso, de complexión robusta. Y una mujer joven también fue a verla una vez, al menos que yo recuerde. No estoy segura de lo demás. Pero Lali estuvo allí mucho tiempo.
Un hombre mayor y una mujer joven. Podrían ser cualquiera.
—Me temo que no soy de mucha ayuda —continuó Valeria en voz baja—. Mis recuerdos de esa época son muy vagos.
La rabia abandonó a Lali y fue reemplazada por una decepción agotadora. Todo lo que había descubierto hasta el momento solo servía para aumentar su confusión. Estaba averiguando lo que había pasado, pero no el motivo.
—No. —Lali parpadeó para reprimir las lágrimas de frustración—. Has sido de muchísima ayuda.
—Lali. —Ramiro rodeó el sofá.
De reojo, Lali vio que Peter tensaba los hombros y que bajaba los brazos en un gesto protector. Extendió un brazo para detenerlo y miró a Ramiro.
—¿Qué?
—De haber sabido lo que pasaba, no me habría callado. Creía que Benjamín era un buen hombre. Después de la conferencia de prensa que dieron el otro día, supe que tenía que encontrar el modo de contártelo todo. Que tenía que contarte lo que sabía. He intentado ponerme en contacto contigo desde entonces.
Tantas mentiras... Allá donde mirase, parecía haber una más, golpeándola en la cara. Ya no sabía en qué creer.
—Tengo que encontrar las respuestas, Ramiro. No voy a parar hasta conseguirlo.
—No creo que eso sea una buena idea.
—No le va a pasar nada —lo interrumpió Peter con firmeza desde la otra punta de la estancia—. Si alguien intenta hacerle daño, antes tendrá que pasar por encima de mí.
La advertencia implícita en sus palabras hizo que tanto Lali como Ramiro se volvieran hacia él. Peter tenía un tic nervioso en el mentón. En sus ojos se podía ver las ansias de venganza.
Ramiro asintió con la cabeza y miró a su mujer.
—Sé lo que sientes. Si podemos hacer algo, solo tienen que decirlo. Queremos ayudar.
Lali sintió que el sudor brotaba en su espalda bajo la intensa mirada de Peter. Era consciente de que hablaba en serio, de que mataría a cualquiera que fuese a por ella.
Y por algún motivo que se le escapaba, saberlo la asustaba mucho más que lo que se ocultaba tras la verdad.

—Llevamos una hora dando vueltas, cariño —se quejó Agustín desde el asiento del copiloto del todoterreno que Cande había alquilado. Le dio la vuelta al mapa que llevaba en el regazo, leyó los carteles que veía en la calle y volvió a mirar el mapa—. No tienes sentido de la orientación.
Cande lo miró con cara de pocos amigos. Aún le costaba creer que Agustín hubiera cambiado sus planes de trabajo y que se hubiera sumado a ese viaje sin esperar a ser invitado. No solo la estaba acompañando mientras buscaban la casa de Walter Amadeo en las afueras de Vancouver, sino que también había esperado con paciencia a que ella terminase con sus compromisos en Seattle. Sin quejarse ni una sola vez. Sabía que se suponía que debía estar en el yacimiento del estrecho de la Reina Carlota, haciendo lo que fuera que hacían los ingenieros geólogos, pero cada vez que sacaba a colación el tema, él le daba largas y le decía que estaba donde se suponía que tenía que estar.
¿Qué hombre hacía eso?
«Uno que está coladito por ti.»
Se le aceleró el corazón y se le humedecieron las palmas de las manos contra el volante.
¿Un monovolumen? Estaba loco, no cabía duda. El problema era que la idea no le parecía tan alocada como antes. Lo que quería decir que la había arrastrado a su realidad alternativa y que ella también estaba loca.
—Vamos a hacer un trato —dijo, en un intento por no pensar en el futuro y en lo que iba a hacer con Agustín Espósito. Si lo hacía, se pondría a gritar—. Si encuentro la casa en los próximos diez minutos, me dejarás ir de compras en Robson Street antes de que volvamos a casa.
—Por mí, esta bien. Me quedaré en el hotel.
—No nos alojamos en un hotel, cariño.
—No me lo recuerdes. Ya me molesta el asunto. Mis planes de conquistarte por completo se van a la mierda una y otra vez.
¿Conquistarla por completo? Ay, Dios. Este hombre era un problema muy gordo.
—De modo que me acompañarás de compras —dijo ella, que intentó cambiar de tema.
—Preferiría una muerte lenta y dolorosa a manos de una dominatrix sádica. —Sus labios esbozaron una sonrisa—. Mira, qué buena idea.
Cande no pudo evitarlo: soltó una carcajada. Era la revolución hormonal personificada. Y que Dios la pillara confesada, porque le encantaba.
—Vamos, Agustín. —Enfiló una calle secundaria—. Ya hablaremos de tus fantasías después. Ahora mismo estamos hablando de compras... más o menos una hora de tortura masculina. Créeme, te encantará. Hay unas tiendecitas preciosas en Robson Street.
—Mátame ya. No, espera. ¿Hay tiendas de lencería?
El estómago le dio un vuelco al escucharlo.
—Seguramente.
—¿Crees que podrás encontrar un modelito negro, de encaje y minúsculo?
Paró el coche delante de una destartalada casa de madera en una calle tranquila.
—Puede que no tengan de tu talla.
—Qué graciosa.
—Y como he encontrado la casa, esa hora me pertenece.
Agustín la cogió del brazo antes de que pudiera bajar del coche y la acercó a él.
—Llévame a esa tienda de lencería y haré que merezca la pena.
La pasión que vio en sus ojos la puso a cien. Cuando la besó, se olvidó de todo. De por qué estaban allí, de qué estaban buscando, de por qué narices era tan mala idea tener una relación con él.
Cuando Agustín se apartó, en sus ojos había una mezcla de deseo y de expresión traviesa.
—Olvídate del encaje negro. Creo que te quiero vestida con cuero rojo.
¿Cuero rojo? Madre de Dios.
Tenía los nervios destrozados cuando por fin subieron los escalones de entrada a la casa y llamaron al timbre. Se apartó el pelo de la cara y se enderezó la chaqueta.
—Déjame hablar a mí. No queremos asustar a Walter Amadeo a las primeras de cambio.
—Si usas ese tono tan frío y profesional conmigo con la lencería de cuero roja y un látigo en la mano, te haré caso sin dudarlo.
Le dio un codazo en el esternón y Agustín siseó. Sin embargo, sus carcajadas resonaron por el porche y se le colaron por los pies hasta llegar al pecho, recordándole qué tenía Agustín Espósito que la afectaba tanto. Si no se andaba con ojo, iba a ser su perdición.
—Dios, ¿a qué huele? —Agustín se tapó la nariz con una mano.
—No lo sé. —Cande apoyó una mano en el cristal y miró a través de la cristalera lateral de la puerta. Había periódicos amontonados en una mesa antigua. Una manta de viaje de color verde lima estaba encima del respaldo de un sofá. Un trozo de pizza descansaba sobre un plato de papel en el extremo de la mesa. El polvo cubría las superficies de casi todos los muebles del salón. Una maleta cerrada estaba junto a la pared más alejada—. No parece que haya nadie en casa.
—Ya huelo el motivo.
Un mal presentimiento abrumó a Cande. Bajó corriendo los escalones de entrada. Había un camino de piedras que rodeaba el lateral de la casa.
—¿Adónde vas? —le preguntó Agustín, que la siguió.
Cande pasó por debajo de un seto y abrió la portezuela lateral que daba acceso al patio trasero.
—Reynolds fue encontrado en su piscina.
—¿Qué? Para el carro. De repente, esto me da muy mala espina.
Cande rodeó la casa antes de que él pudiera detenerla. El hedor era más intenso en la parte trasera. Un gato salió disparado de detrás de un árbol y se perdió tras la casa. Puso los ojos como platos al ver el cuerpo, cuyos pies sobresalían por debajo de unos rododendros cerca del pórtico trasero. Tragó saliva, con fuerza.
—A mí también —replicó ella.

—¡Mierda! —Agustín se plantó delante, bloqueándole la visión.
Continuará... +15 >:/

19 comentarios:

  1. :O todo el mundo muerto!! Feberian empezar a buscar ayuda de la policia todos estan en peligrooo

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  2. Mieeeerda, esto se va poniendo cada vez mas jodido!! Otro :)

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  3. Así todo se complica más para descubrir la verdad, otroo

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  4. Estoy x volverme loka!! ++++ pliiiis!!

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  5. otro capítulo otro capítulo otro capítulo

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  6. massssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
    me dejas en suspenso

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  7. massssssssssssssssssssssssssssssssssss
    Dani no nos dejes asi

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  8. dani espero no te moleste quiero recomendar este blog http://tamarluiica.blogspot.com.ar/2015/04/retomemos-el-blog.html?showComment=1429496164421&m=1#c221764588511923158 es una grosa entren y lean sus noves son muy Buenas y acaba de regresar después de meses besos

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  9. La.....
    Cada Vez matan a más personas , todas relacionadas con el caso i ese..
    Woaaa a ver espero en serio que Benjamin no esté vivo porque entonces si...
    Nada que ver jajajaja pero me encanta como es Agus con Cande jajajaja la pone toda nerviosa...
    Otro Cap!!!!!
    Duda : dime por favor que aun le falta para el final ?

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  10. Ya no les quedan sospechosos.
    El palpito me sigue llevando a Melodi ,y a la loca d Nina

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