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lunes, 20 de abril de 2015

TREINTA Y NUEVE



Claudia, la madre de Peter, se colocó un mechón de pelo castaño detrás del hombro y soltó una carcajada, tras lo cual esbozó una enorme sonrisa. La luz de las velas que adornaban la mesa se reflejaba en su cara.
—Así que Agustín se agarra a una piedra en lo alto del acantilado y Peter se resbala.
Peter vio que Lali fruncía el ceño desde el otro lado de la mesa. El miedo que sentía por el hecho de tener que conocer a sus padres había ido disminuyendo conforme avanzaba la velada. Estaban todos sentados alrededor de la mesa del comedor, con los platos vacíos delante, mientras su madre contaba bochornosas anécdotas de su juventud. En cualquier otra situación, lo habría cortado de raíz, pero Lali parecía muy interesada y, después de la tarde con Valeria Ordoñez, supuso que necesitaba unos minutos de tranquilidad.
Aunque fueran a su costa.
Tras sentar a Luz en su regazo, Peter movió la cabeza.
—Dumbo no cerró el sistema.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lali con evidente curiosidad.
María José Espósito rellenó las tazas de café.
—Quiere decir que Agustín no hizo un nudo de seguridad en un nudo de ocho doble, de modo que el cabo de la cuerda pasó sin problemas por el dispositivo de freno.
—Verás, es que Peter nunca había escalado al aire libre antes —continuó Claudia—. Solo había hecho escalada en recintos cerrados, así que cuando esto sucedió...
—Me enojé —terminó él con absoluta seriedad.
Todos se echaron a reír menos Lali.
—¿Qué hiciste? —Tenía la mirada clavada en la suya y la preocupación en esos ojos cafés le resultó palpable.
Peter sintió que le daba un vuelco el corazón.
—Había una grieta enorme a la altura de mi hombro —contestó—, así que metí el brazo, con el codo por delante, y clavé las puntas de las botas en la roca para frenar la caída. Descubrí que podía apoyar casi todo el peso del cuerpo en ese brazo, pero dolía horrores. Después, me dediqué a poner verde a Agustín.
—Así que ya sabes dónde aprendió mi niño todas esas palabrotas —añadió María José con una carcajada.
—Podrías haberte matado. —Lali lo miró con los ojos como platos.
Cada vez que lo miraba con esa expresión tan dulce en los ojos, quería abrazarla y perderse en esa ternura. Dado que los padres de ambos, y sus hijos, estaban sentados a la mesa, decidió que no era el mejor momento para hacerlo. Tendría que reservarlo para después, cuando estuvieran a solas. Cuando pudiera arrastrarla a su dormitorio, cerrar la puerta y enseñarle lo mucho que significaba para él tenerla en su casa.
—Claro, díganselo a Agustín —replicó en un intento por desterrar esa fantasía de sus pensamientos—. Estuvo a punto de darle un infarto hasta que conseguí llegar a la cima. Aunque fue lo más gracioso del mundo.
Carlos Espósito apoyó un codo en la mesa mientras bebía un poco de café.
—Si te lo cuenta Agustín, el acantilado no era tan alto. Peter solo se habría partido una pierna, tal vez las dos, por la caída.
—Muchas gracias —le dijo Peter.
Se escucharon más risas alrededor de la mesa. El teléfono sonó y Luz se levantó de su regazo para contestar.
—Creo que esa fue la última vez que fuiste de escalada con Agustín —terció Juan, el padre de Peter, al tiempo que acariciaba la espalda de Tomás, que estaba dormido contra su pecho.
—¿Qué quieres decir con eso de «con Agustín»? —Peter cruzó los brazos por delante del pecho—. Fue la última vez que fui de escalada y punto.
Claudia se inclinó para darle un beso en la mejilla a su hijo.
—Prefiero que tengas los dos pies en la tierra de todas maneras, cariño.
—¿Papá? —Luz entró de nuevo en el comedor con el teléfono inalámbrico—. Es el tío Agustín.
—Hablando del rey de Roma —masculló Peter al tiempo que soltaba la servilleta en la mesa y se ponía en pie.
La conversación continuó a su espalda.
—Hola —dijo Peter al aparato—. ¿Dónde estás?
—Cande y yo estamos en Vancouver.
Peter apretó los dientes, miró a Lali y después se dirigió a la cocina. Una vez allí, enfiló el pasillo hacia su despacho y cerró la puerta.
—Mira que le dije que no fuera allí.
—Peter, si no me hace caso a mí, ¿por qué pensabas que te lo iba a hacer a ti?
Mientras se sentaba en el sillón que había delante de su escritorio, escuchó la voz de Cande de fondo y el siseo de Agustín.
—Dile que deje de distraerte con malas artes para que puedas explicarme por qué están allí.
Se escuchó un intercambio de palabras que no captó antes de que la voz de Agustín se escuchara de nuevo con más fuerza.
—Hemos encontrado a Walter Amadeo. El forense cree que lleva muerto unos tres días.
Justo lo que Peter necesitaba oír. Levantó la cabeza de golpe al escuchar que se abría la puerta del despacho.
Lali entró y cerró la puerta a su espalda.
—Pon el altavoz.
Joder. No quería que escuchara eso en ese momento. No cuando por fin estaba perdiendo la expresión atormentada. Al ver que soltaba el aire pero no ponía el altavoz, Lali se acercó a él e hizo ademán de cogerle el teléfono.
A regañadientes, pulso el botón.
—Agustín, voy a poner en altavoz. Lali está aquí.
—¿Qué pasa? —Se apoyó en el despacho de Peter.
—Hemos encontrado a Walter Amadeo —repitió Agustín.
—¿Y?
—Y está muerto.
Los ojos de Lali se oscurecieron. Y se quedó blanca.
Peter le dio un apretón en el muslo.
—¿La policía tiene alguna idea de lo que ha pasado?
—No —contestó Agustín—. Parece que le dieron un golpe en la cabeza con algo, pero todavía no han dicho cuál es la causa de la muerte. Los resultados de la autopsia no estarán hasta mañana.
Lali enterró la cara entre las manos.
—También parece que solo llevaba unos días en Vancouver. Todavía no había deshecho la maleta y el pasaporte indica que pasó por aduanas hace poco. —Agustín hizo una pausa—. Peter, tenía un ejemplar de un periódico de Seattle que llevaba una foto de la conferencia de prensa en primera plana.
—Mierda —masculló Peter.
—También tenía documentos acerca de una empresa farmacéutica canadiense. Gray no sé qué más. Cande está intentando engatusar a los detectives para que compartan información con ella. Es como un perro con un hueso.
Peter se pellizcó el puente de la nariz y luchó contra la frustración. Y contra el miedo.
—Quiero que salgan de Vancouver.
—Deberíamos volver en un vuelo que sale esta noche. La policía quiere hacernos unas cuantas preguntas más, pero quería ponerlos sobre aviso.
—Gracias —dijo Peter—. Tengan cuidado a la vuelta.
—Lo tendremos. Te llamaré cuando sepamos algo más.
La llamada se cortó. Sin esperar respuesta, Peter se puso en pie y abrazó con fuerza a Lali. Sentía la tensión que la invadía. Ella le enterró la cara en el pecho y le aferró los bíceps. Le ardió la piel por el contacto y se moría por alejarla de todas sus preocupaciones.
Pero sabía que no podía hacerlo.
Apoyó la cabeza en su coronilla y cerró los ojos. ¿Cómo podía explicarle todo ese asunto si ni siquiera sabía qué estaba pasando en realidad? Si ni siquiera sabía quién estaba detrás de todo. Si Lali supiera lo que él sospechaba, posiblemente saldría corriendo. Y eso no podía permitírselo. No hasta que no supiera lo que ella sentía por él.
Su relación se estaba estrechando. Ella sentía algo por él. Algo que esperaba que fuese amor.
Tenía que contarle lo que sabía, y pronto, pero todavía no podía arriesgarse. Además, antes quería encontrar algunas respuestas.
—Ya no quiero saber la verdad.
Su voz amortiguada se le clavó en el pecho.
—No voy a permitir que te hagan daño.
Ella se apartó de sus brazos.
—Nunca me cayó bien. Walter nunca fue amable con Tomás. No entendía el motivo. Ahora sé que es porque sabía que Tomás no era su nieto. Pero aun sabiendo que ha tenido algo que ver en todo esto, no le deseaba la muerte. —Se le quebró la voz—. No le desearía la muerte a nadie.
—Lo sé. —Le cogió la mano—. No es culpa tuya. —En el fondo de su alma, le suplicó a Dios que tampoco fuera culpa suya.
—Tengo que irme.
La sujetó con más fuerza.
—Ni hablar.
—No quiero que te pase algo por mi culpa. Ni que les pase algo a los niños.
Peter sintió un nudo tremendo en el pecho. No sabía lo que le pasaría si volvía a perderla.
—Si te alejas de mí ahora, te perseguiré y te traeré de vuelta.
La vio cerrar los ojos.
—Esto no va a salir bien en la vida, Peter.
—Ni se te ocurra venirme con esas otra vez.
—No sé qué pensar de ti, no sé qué sentir por ti. Cuando estoy contigo es como si te conociera de toda la vida. Después, se impone la realidad y me doy cuenta de lo ridícula que es la situación. Hace unos pocos días, ni siquiera soportabas estar en la misma habitación que yo.
Peter le cogió la otra mano, entrelazando sus dedos, y la obligó a mirarlo a la cara de nuevo.
—Eso no es verdad. Quería estar tan cerca de ti que me dolía, pero no sabía cómo llegar hasta allí.
Cuando la expresión de los ojos de Lali se suavizó, se acercó a ella.
—Y me conoces. Tu cuerpo me conoce. Tu corazón me conoce. Solo tu cabeza se empeña en ser terca. Siempre ha sido así —añadió con un deje juguetón—. No es una novedad.
El cuerpo de Lali se estremeció bajo sus caricias. Le rozó la sien con los labios. Lali no tenía ni idea de lo que sería capaz de hacer por ella.
—Todo esto va demasiado rápido. No sé cómo controlarlo. Estoy asustada —susurró ella.
«Asustada» era bueno. Eso quería decir que lo que sentía era real. Que había esperanza. Le rodeó la cintura con los brazos, sintió los pechos contra su torso y la curva de sus caderas contra sus muslos.
—Nunca has podido controlarlo. Ni yo tampoco. Lo que está pasando entre nosotros comenzó hace mucho tiempo. No puedes impedirlo, de la misma manera que yo tampoco puedo hacerlo.
Después de que Lali le clavara los dedos en los hombros, se inclinó hacia ella y la besó. El gemido que se escapó de sus labios hizo que el estómago se le encogiera y le dio alas a su corazón. No quería plantearse siquiera la posibilidad de dejarla marchar hasta saber si lo quería aunque fuera una mínima parte de lo que él la quería a ella.
Y cuando eso sucediera, esperaba que nunca quisiera marcharse. Pasara lo que pasase.

Las primeras luces del alba se filtraron por la ventana abierta. Las cortinas, de un azul muy claro, se agitaban por la brisa. Lali se frotó los ojos soñolientos y los entreabrió para mirar el reloj. Al ver los números, se sentó de golpe, parpadeó dos veces y pasó por encima de Peter en busca de su bata, que había dejado tirada en su lado de la cama la noche anterior.
Peter rodó sobre el colchón y la atrapó con un musculoso brazo.
—No te vayas —protestó.
Lali se zafó de su brazo y se puso la bata de seda roja.
—Dijiste que me despertarías antes de que amaneciera.
Una sonrisa traviesa apareció en su cara.
—Estabas demasiado tranquila como para despertarte. —Se apoyó en los codos—. Vuelve a la cama.
—Claro que no, tonto. —Se ciñó la bata a la cintura.
Peter se incorporó de la cama y la atrapó por las caderas antes de que ella pudiera escabullirse. Tras acariciarle el abdomen con la nariz, le soltó el nudo de la bata con los dientes.
—Para ya. Tengo que volver a mi dormitorio antes de que se despierte alguien.
—A nuestros padres les dará igual.
Se apartó de sus brazos. No sabía por qué había sugerido siquiera que sus padres se quedaran en su casa. Se había comportado como una idiota en pleno calentón al escabullirse hasta su dormitorio en mitad de la noche con la casa tan llena.
—No quiero que piensen que soy una fresca.
Con una carcajada, Peter la siguió y apoyó una mano en la puerta cuando ella intentó abrirla.
—No eres una fresca. Eres mi mujer.
Sintió un cosquilleo en la piel y se volvió hacia él, atrapada entre ese cuerpo tan viril, y tan desnudo, por delante, y la dura madera de la puerta por detrás. Se estremeció cuando Peter le rozó la oreja con los labios. Unas sensaciones electrizantes la recorrieron de los pies a la cabeza.
Era inútil razonar con él cuando tenía esa expresión en los ojos. Tragó saliva con fuerza para reprimir el deseo.
—Bien, pues no quiero que Luz sepa que he pasado aquí toda la noche. Ya le caigo mal. Esto no mejorará la situación.
Peter le rodeó la cintura con un brazo y la pegó contra la puerta. Sintió su erección allí donde le tocaba el cuerpo y en respuesta todos sus músculos se tensaron por la emoción.
—Va a tener que acostumbrarse.
Cerró los ojos cuando Peter empezó a mordisquearle el cuello. Ay, Dios. Si seguía así, no se iría nunca. Se moría por dejar que la llevara de vuelta a la cama y por repetir todas y cada una de las cosas tan eróticas, increíbles y sensuales que habían hecho la noche anterior.
Pero no podía. Porque había demasiado en juego a plena luz del día con la casa tan llena de gente.
Inspiró hondo, le colocó las manos en el pecho y empujó. Él retrocedió un paso y ella aprovechó el momento para abrir la puerta antes de que pudiera impedírselo.
—Hasta luego, Lanzani.
Su erótica carcajada la siguió por el pasillo.
La puerta situada en otro extremo del pasillo se abrió.

Mierda. Lali miró a derecha y a izquierda. Se le llenó la frente de sudor. Estaba atrapada sin tener dónde esconderse. Miró la puerta cerrada del dormitorio de Peter.
Continuará... +15 :D

20 comentarios:

  1. Cada vez mejor!! Quien podra estar detras de todo??? Mas!!!

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  2. Jajajajajaja no le quedara otra que entrar en el cuarto de Peter otra vez

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  3. En esta novela no puedes confiar en nadie

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  4. Me mata como la quiere Peter, no quiere volver a perderla y la ama tantoooo

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  5. A pesar de todo el tiempo que paso, Peter la sigue amando como el primer día y eso me encanta, y Lali, ella sabe que lo quiere pero le da miedo

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  6. Me encanta!!! es tan genial que estoy re atrapada, hace como dos mes aprox que comenzase a leer algunas de tus novelas están buenísimas y esta me encanta!
    Cami :D

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  7. Esta historia siempre me deja con ganas de mucho mucho mas...me atrapo desde el inicio y no puedo dejar de leer

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  8. Jajajajajajajja para que se hace Lali? No se puede resistir a Peter

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  9. estoy re atrapada leyendo la nove, seguilaa!!

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  10. esta nove siempre me deja intrigada
    quiero saber quien la descubrió jajajaja
    me tiene preocupada lo que sospecha peter

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