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lunes, 20 de abril de 2015

CUARENTA Y CINCO



Lali estaba de pie en el borde del porche, de espaldas a la puerta, cuando él salió. Tenía un brazo alrededor de la cintura y con la mano libre se frotaba la cicatriz de la cabeza, la que se hizo cuando todo eso comenzó. Estaba bañada por la luz del sol, que la envolvía con su brillantez. El deseo de abrazarla le quemaba las manos, le provocaba un hormigueo en los dedos porque ansiaba enterrarlos en sus rizos castaños y eliminar con sus caricias la tensión y la preocupación que irradiaba su cuerpo.
Ojalá que lo que él quería y lo que ella necesitaba fueran lo mismo. Desterró el miedo y se colocó detrás de ella.
—Lali.
Sus ojos relampaguearon cuando se volvió para mirarlo.
—Me mentiste.
El miedo se convirtió en pánico. Ya había llegado a una conclusión. Hizo ademán de abrazarla antes de que pudiera alejarse.
—No, no me toques —gruñó ella entre dientes mientras intentaba soltarse.
—Por favor, deja que te explique.
Ella le golpeó las manos y lo empujó con todas sus fuerzas.
—No. ¡No!
Se le partió el corazón al escuchar sus palabras, unas palabras que le desgarraban el alma, pero no la soltó. No podía. La estrechó con fuerza.
Su nombre brotó como un susurro estrangulado de labios de Lali. Se le escapó un sollozo. Unos dedos temblorosos le cogieron la cara para poder besarlo. Fue un beso urgente, apasionado y desesperado.
El pensamiento racional abandonó su mente mientras se lo devolvía. Eso era todo lo que necesitaba. Solo la necesitaba a ella, durante el resto de su vida. Podía enfrentarse a cualquier desafío mientras ella estuviera a su lado. Mientras ella creyera en él, en ellos, podría sobreponerse a cualquier cosa.
—No —murmuró ella contra su boca. Sus manos bajaron por su torso, empujándolo. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas cuando por fin se apartó de su boca—. ¡No! ¡No me toques!
Una gélida ráfaga de aire lo envolvió cuando Lali se apartó de sus brazos.
—Nena...
Ella extendió un brazo para que no se acercara.
—No me llames así. No tienes derecho a llamarme así.
La estaba perdiendo. El pánico lo abrumó por entero al tiempo que sentía una fuerte opresión en el pecho.
—Espera, por favor. Y escúchame.
—Sabías que Benjamín no murió en el accidente aéreo. Y no me lo dijiste. ¡Lo sabías! —Se secó las lágrimas—. ¿Cómo pudiste mentirme?
Tragó saliva con fuerza al escucharla.
—No estaba seguro. Lo sospechaba. Y sabía que si te lo decía, habrías ido en su busca.
—¿Así que me mentiste? ¿Por qué?
Se pasó las manos por el pelo mientras reprimía el resentimiento que sintió por la mención de Benjamín McKellen.
—Porque eres mi mujer, no la suya. Te necesitaba conmigo. Necesitaba saber lo que sentías por mí antes de contarte lo que sabía. Me equivoqué, y fui muy egoísta, pero quería más tiempo. —Al ver que se quedaba boquiabierta, la desesperación se apoderó de él—. ¿No lo entiendes? No pensaba dejar que te acercaras a él después de lo que sabía que había hecho.
—Así que me dejaste creer una mentira. No confiaste en mí lo suficiente como para sincerarte conmigo.
—No. —No se estaba explicando bien. Ella no lo entendía—. No es eso. No quería que te hicieran daño.
—Y esto es muchísimo mejor —se burló ella. Se le oscurecieron los ojos—. Estabas trabajando con él.
—No. —Al menos en eso tenía que creerlo—. Te juro que no.
—¡No me mientas! Sé que estuvo en tu despacho. Sé que era socio de Grayson Pharmaceuticals. Tú compraste la empresa. Pensabas llevar el Amatroxin ante la FDA para que lo aprobara. Por Dios, ¿todo esto ha sido por dinero?
La opresión del pecho creció. La mera idea de que ella creyese algo de eso le dolía como si le clavaran mil puñales en el corazón.
—No sabía que el Amatroxin estaba relacionado con el Tabofren cuando decidí llevar a cabo la fusión. Tenía sospechas.
—¿Así que te lanzaste de cabeza? —Una carcajada seca brotó de sus labios—. ¿Estabas dispuesto a hacer cualquier cosa por conseguirlo?
—No. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de retirarlo del mercado. Sospechaba lo que McKellen planeaba. Grayson tenía problemas. Habían invertido todo su dinero en ese fármaco. Intervine para asegurarme de que el Amatroxin no llegaba ante la FDA. Detuve el proceso justo después de comprar la empresa. En todo caso, perdí dinero con la transacción.
—¿De verdad quieres que te crea?
—Es la verdad. Por eso McKellen se presentó en mi despacho. Se enojó porque había parado el proyecto por segunda vez.
La incredulidad brillaba en sus ojos cafés.
—¿Lo mataste? —le preguntó ella con voz gélida.
—No. —Cuando ella apartó la mirada, apretó los dientes—. Pero lo habría hecho. De haber sabido lo que te hizo, le habría arrancado el corazón con mis propias manos.
Cuando ella volvió a mirarlo, deseó que viera la verdad en sus ojos.
—Haría cualquier cosa por ti.
—Cualquier cosa —susurró—. Incluso intentar encubrir todo este asunto librándote de Janet Kelly.
—No. —Hizo ademán de tocarla, pero ella retrocedió. Al dejar caer la mano, la frustración avivó su enfado—. ¿De verdad me crees capaz de eso?
—Alguien vio tu coche aquella mañana. En su casa. Antes incluso de que intentásemos hablar con ella. ¿Qué se supone que tengo que creer, Peter? Me dejaste sola esa mañana. Dijiste que ibas a tu despacho, pero no lo hiciste.
—¿Y crees que me fui a matar a una mujer? —La incredulidad lo abrumó.
—Ya no sé qué creer. ¡Todo lo que creía cierto es una mentira!
Tuvo la sensación de que le estrujaban el corazón. No lo creía, no como necesitaba que lo creyera. Se estaba alejando, estaba erigiendo las barreras que él había conseguido demoler durante la semana anterior.
—No he matado a nadie, Lali —dijo con un suspiro—. Aparqué en el garaje de la empresa esa mañana y caminé las tres manzanas que me separaban del despacho de un detective privado del centro. Alguien debió de usar mi coche mientras estuve allí.
—Muy conveniente, ¿no te parece?
—Es la verdad.
—¿Por qué fuiste a ver a un detective privado?
—Porque quería encontrar a McKellen. Quería saber si él era quien estaba detrás de todo esto. Necesitaba asegurarme de que no pensaba volver a hacerte daño.
Lali se dejó caer en un banco del porche. Los rizos le ocultaron la cara cuando apoyó la cabeza en las manos.
Él puso los brazos en jarras y apretó los dientes mientras la miraba. Quería tocarla, pero ella le había dejado muy claro que no quería que la tocase.
—¿Vas a preguntarme también si manipulé los frenos?
—Sé que no lo hiciste —susurró ella.
Por fin. Sensatez. Se moría por abrazarla, por consolarla. Dio un paso al frente.
—Lali...
—¿Quién lo mató?
—No lo sé.
Abrió los ojos llenos de lágrimas para mirarlo.
—¿No lo sabes o no quieres decírmelo?
—No lo sé.
—¿Tienes alguna idea?
—No.
La vio presionarse los ojos con las manos.
—Ya no sé qué creer.
Peter se arrodilló delante de ella y apoyó las manos, que le temblaban, en sus muslos.
—Créeme a mí. Cree en nosotros. Te quiero. Jamás haría algo que te perjudicara.
—¿Es que no lo entiendes, Peter? —preguntó ella en un susurro—. Me has hecho daño. De la peor manera posible. —Unas emociones atormentadas brillaban en sus ojos—. Has hecho que me enamore de ti. Y luego me has arrebatado la confianza sobre la que se cimienta ese amor. ¿Cómo voy a creer lo me digas a partir de ahora?
Peter se quedó sin aire en los pulmones. Lo quería. Su revelación era justo lo que quería oír desde el día que regresó a su vida, pero ni en sueños habría esperado que ella dijera que no bastaba.
Lali le apartó las manos y se puso en pie.
El miedo y el dolor le destrozaban el alma. Iba a perderla si no hacía algo para remediar la situación. Se levantó y contuvo las lágrimas que le quemaban los ojos.
—Lali, por favor.
La vio secarse las mejillas.
—No puedo. Ni siquiera te conozco.
—Me conoces. Conoces todo lo importante. —Cuando ella echó a andar hacia la puerta, se le quebró la voz—. Por favor. No puedo perderte por segunda vez.
Ella se detuvo con una mano en el pomo.

—No lo entiendes, Peter. Ya me has perdido.
Continuará... +15 >:(

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