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lunes, 20 de abril de 2015

CUARENTA Y DOS



—Luz, sujétate fuerte.
Lali pisó el acelerador. El coche salió disparado por encima del acantilado hacia el agua. Luz chilló de nuevo mientras volaban por el aire durante esos aterradores momentos.
En cuanto chocaron contra el agua, saltó el airbag. La cabeza de Lali se zarandeó hacia delante y hacia atrás, golpeándose contra algo duro. El coche se balanceó en la superficie unos segundos antes de que empezara a entrar el agua y el peso del motor comenzara a hundirlo.
El agua fría que se acumulaba en torno a sus pies fue lo que espabiló a Lali. Le dolía la cabeza. Le dolían todos los músculos del cuerpo. Se desabrochó el cinturón a toda prisa y soltó un taco al ver que no podía librarse de él.
No habían muerto. Todavía no habían muerto.
—¡Luz! —gritó al tiempo que intentaba librarse del aturdimiento. Se pasó al asiento trasero, donde vio que Luz tenía la cabeza apoyada contra el cristal de la ventanilla y los ojos cerrados—. No, no, no...
Su hija movió la cabeza y abrió los ojos despacio.
—¿Qué... qué ha pasado?
—¡Gracias a Dios! —exclamó Lali—. Vamos, tenemos que salir de aquí.
Lali empujó la puerta trasera e intentó bajar los cristales. No funcionó. Regresó al asiento delantero mientras el agua seguía entrando, y descubrió que tampoco podía abrir las ventanillas.
—No se abren. ¡No se abren! —chilló Luz.
Lali intentó romper de una patada la luna delantera, golpeándola en una esquina, pero tampoco consiguió nada.
La oscuridad amenazó con tragársela. Sacudió la cabeza, parpadeó y se esforzó por mantenerse consciente. Le costaba trabajo pensar con claridad y enfocar la vista. Todo parecía borroso a su alrededor.
—Luz, tranquilízate y escucha lo que voy a decirte. —Aferró a Luz por los hombros mientras el agua helada les llegaba al abdomen—. Escúchame. Tenemos que esperar a que el agua llene por completo el interior del coche. Una vez que eso suceda, la presión se igualara con la del exterior. Ahora mismo no podemos abrir las puertas porque la presión exterior es mayor, pero cuando el coche esté lleno de agua, se abrirán.
—¡No, no se abrirán! —gritó Luz, protegiéndose un brazo contra el abdomen—. ¡Vamos a ahogarnos!
—Escúchame. Las puertas se abrirán. Confía en mí. No te dejes llevar por el pánico, cielo.
—Tengo miedo —susurró la niña, cogiéndola de la mano.
—Lo sé. Pero no pasa nada. No vamos a morir aquí, ¿me oyes?
Luz asintió con la cabeza mientras el agua seguía subiendo.
—Vamos a lograrlo. Tú piensa en cosas bonitas, ¿vale? Piensa en papá, en Tomás y en lo que quieres hacer mañana. —Se le nubló la vista y sacudió la cabeza para despejarse.
Tenía que mantenerse consciente. Tenía que conservar la lucidez.
Cuando el agua les llegó al cuello, Luz le apretó la mano con fuerza.
—Un poquito más, cielo —murmuró Lali al tiempo que alzaba la barbilla. Tomó una honda bocanada de aire, le hizo un gesto a Luz para que la imitara e intentó abrir la puerta de nuevo.
Al ver que no lo lograba, se le cayó el alma a los pies.
El miedo le atenazó el corazón con sus fríos tentáculos.
«No te dejes llevar por el pánico. Inténtalo otra vez.»
En esa ocasión, empujó la puerta con la espalda. Tras un buen empujón, logró abrir la puerta del conductor. Agarró la mano de Luz y la sacó del coche, instándola a nadar hacia la luz que brillaba en la superficie. Ella misma se impulsó con los pies usando todas sus fuerzas.
Llegaron juntas a la superficie, jadeando en busca de aire. Lali comenzó a patalear con fuerza mientras aferraba a Luz por los hombros y examinaba su cara para ver si estaba en estado de shock.
—Estás bien —le dijo—. Estamos bien. Patalea, Luz.
Su hija escupió agua e intentó respirar hondo.
—¿Sabes nadar? —le preguntó Lali.
Luz asintió con la cabeza, si bien fue un gesto tembloroso, e intentó mantenerse a flote. Al ver que tenía dificultades, Lali le rodeó la cintura con un brazo. En la orilla, las olas rompían son suavidad sobre la arena. Al otro lado, se estrellaban contra las rocas. Lali se encontraba al límite de sus fuerzas cuando logró sacar a Luz del agua.
A lo lejos se escuchaban las sirenas. Se dejó caer de rodillas en la arena junto a Luz y tomó una honda bocanada de aire. Estaba chorreando agua y no paraba de tiritar, pero solo podía pensar en su hija.
Luz yacía de espaldas en la arena con los ojos cerrados. Su pecho subía y bajaba, esforzándose por respirar mientras se protegía un brazo con el otro.
—Aguanta, cielo. Estoy aquí contigo.
El alivio la inundó cuando escuchó voces procedentes de la carretera, sobre sus cabezas.
La ayuda había llegado.
En ese momento, la mano de Luz se quedó lacia y se le escurrió de entre los dedos.
Al mirar, comprobó que su hija no se movía.
 
Peter salió disparado del taxi tras arrojarle unos cuantos billetes al taxista. Las puertas automáticas de urgencias se abrieron para darle paso a la recepción del hospital. En el mostrador aguardaba una mujer con un bebé enfermo en brazos al que no paraba de mecer. Tras ella se encontraba un hombre con una venda ensangrentada en una mano.
Peter caminó hasta el mostrador.
—Caballero, tiene que esperar su turno —le informó la recepcionista al tiempo que lo miraba furiosa.
El terror le atenazó el corazón.
—Mi mujer y mi hija acaban de sufrir un accidente de tráfico.
La expresión de la recepcionista se suavizó.
—¿Su apellido?
—Lanzani. —Movió la cabeza—. Y Amadeo.
Los segundos parecieron arrastrarse con gran lentitud mientras la mujer comprobaba la base de datos del ordenador. El bebé comenzó a llorar. Frustrado, Peter se pasó una mano por el pelo, dispuesto a pasar por encima del mostrador para comprobarlo él mismo, aunque la mujer anunció por fin:
—Habitación cinco. Pase por la puerta doble y...
Peter se volvió y esperó a que la mujer abriera la puerta. En el aire flotaba el olor a desinfectante. En un lateral del pasillo descansaba un carrito de emergencia. El personal médico charlaba tras el mostrador del puesto de enfermería.
El terror amenazó con abrumarlo mientras comprobaba frenético los números de las puertas en busca de la habitación número cinco. Cuando por fin lo encontró, la tensión se apoderó de él y se volvió para regresar al puesto de enfermería.
Una residente rubia que estaba apoyada en el mostrador alzó la vista.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—La habitación cinco está vacía. —El pánico hizo que se le quebrara la voz.
La rubia miró a la pelirroja vestida con una bata y unos pantalones azules que estaba sentada tras el mostrador.
—¿No la han llevado a cirugía?
«¿Cirugía? —pensó Peter—. ¡No, no, no!»
La pelirroja comprobó el informe.
—Eso creo. Un accidente de tráfico, ¿verdad?
—¿Dónde están?
—Mmmm, déjeme ver. —Ojeó varios papeles.
¡Por el amor de Dios! ¿Acaso no veían que le iba a dar algo?
—Un momento —dijo la pelirroja—. Esa es la mujer de la número seis. La de la cinco está en Rayos.
¡Santa madre de Dios! ¿Les daban clases sobre cómo torturar a los familiares de los pacientes o qué?
—¿Dónde queda eso?
La rubia señaló hacia el otro extremo del pasillo.
—El primer pasillo a la izquierda hasta el final y después a la derecha. No tiene pérdida.
Antes de que hubiera acabado de hablar, ya estaba corriendo por el pasillo.
Cuando dobló la última esquina, apenas podía respirar. Lali estaba sentada en una silla en el pasillo, inclinada hacia delante y con la cabeza entre las manos.
—¡Dios mío, cariño! —Peter la aferró por los brazos y la puso en pie para poder estrecharla con fuerza. Cuando ella lo abrazó por la cintura, se le disparó el pulso.
Tras apartarse un poco y aferrarle la cara para poder mirarla, comprobó que tenía los ojos rojos y las mejillas húmedas por las lágrimas. Llevaba un apósito cuadrado sobre la ceja izquierda.
Peter tragó saliva con los ojos clavados en el apósito.
—¿Estás...?
—Estoy bien —lo interrumpió ella, aferrándole los codos—. Solo es un rasguño. Me golpeé la cabeza, pero estoy bien.
Aunque hablaba con un hilo de voz, sus ojos parecían lúcidos. Peter suspiró, aliviado, y volvió a estrecharla entre sus brazos.
—Gracias a Dios.
No estaba herida. Pero estaba sola. Volvió de golpe a la realidad y el miedo le retorció las entrañas.
—¿Dónde está Luz?
Vio que a Lali se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Le están haciendo radiografías. Peter, le dije que se pasara al asiento trasero. Pensé que allí estaría más segura.
Peter respiró hondo en un intento por calmarse. Las radiografías eran algo normal. Las resonancias magnéticas y las tomografías sí indicaban que había algo grave.
—Hiciste lo correcto. Cuéntame qué pasó.
—Los frenos no funcionaban. No me di cuenta hasta que llegamos a la carretera de la costa. Quería recoger unas cuantas cosas de mi casa. No... no pensé que pudiera ocurrirnos algo.
—No pasa nada. Gracias a Dios que están bien. —La abrazó de nuevo con fuerza, inspirando su dulce perfume.
Cuando la policía lo llamó para informarle del accidente, se le paró el corazón. Perderlas era impensable.
—Peter... tu coche —dijo Lali contra su hombro.
—¿Crees que me preocupa el dichoso coche? Es lo último que se me ha pasado por la cabeza.
—Me alegro —susurró ella, sin apartarse de él—. Porque creo que la tapicería está destrozada.
Estaba bromeando. ¡Por Dios! Él había estado a punto de sufrir un infarto por la idea de perderla de nuevo y ella se ponía a bromear.
La estrechó con fuerza mientras la acunaba sin cesar. Intentó tranquilizarse a fin de que el corazón recuperara su ritmo normal.
—Mantenerte encerrada en la casa es una opción que me gusta cada vez más.
—¿No crees que esto haya sido un accidente? —le preguntó ella en voz baja.
Peter no quería que se preocupara más de la cuenta. De modo que desterró el miedo, se alejó un poco de ella y le apartó un rizo húmedo de la cara.
—Creo que ha sido un fallo mecánico. No debería haberme dejado convencer por Melodi.
La puerta que había tras ellos se abrió y ambos se volvieron para ver cómo una enfermera sacaba a Luz en la camilla.
Peter soltó a Lali y se acercó a un lado de la camilla. Luz tenía varios moratones en la cara, llevaba el brazo envuelto en varias toallas y su cuerpecito parecía exhausto.
—Papi...
—Hola, cielo. —Le pasó una mano por los rizos, controlando el pánico que sentía al verla tan magullada.
Luz cerró los ojos.
—Me duele la cabeza.
—No me extraña en absoluto. —Miró a la doctora y contuvo el aliento.
—El brazo está roto —dijo ella al tiempo que levantaba la radiografía—. Tiene una pequeña fisura en una costilla y se ha llevado un buen golpe en la cabeza. Pero creo que se recuperará estupendamente.
—Gracias —susurró él. El alivio lo invadió. Con una temblorosa mano, le acarició el pelo a Luz—. ¿Crees que te vas a librar de lavar los platos?
La vio esbozar una sonrisa, pero no llegó a abrir los ojos.
—Me van a poner una escayola. No creo que me dejen mojarla.
—Ni hablar —dijo la doctora—. Señorita, tendrá que guardar reposo.
Peter cogió la mano sana de su hija y se la llevó a los labios para besarle los dedos.
—Me has dado un buen susto, cielo.
—Yo también me he asustado —murmuró ella, al tiempo que abría los ojos—. Mamá conduce como en las películas de acción.
Peter sintió que se le contraía el pecho al mirar a las profundidades de esos ojos verdes, tan parecidos a los suyos. La esperanza lo invadió tras escuchar el halago.
—¿Ah, sí?
Luz asintió con la cabeza.
—¿Dónde está?
—Aquí mismo —contestó Lali, que se encontraba detrás de él.
Peter se apartó para hacerle sitio. Sin soltarlo a él de la mano, Luz la extendió para tomar la de Lali, un gesto que los unió a los tres.
La calidez de su contacto se extendió por los dedos de Peter. Se percató de las emociones que cruzaban por la cara de Lali mientras contemplaba a su hija, y sus manos unidas. Eso era lo que quería. Durante el resto de su vida. Su familia.
La opresión del pecho se tornó casi insoportable. Debía contarle a Lali lo que sospechaba sobre su desaparición. Si ella llegaba a descubrirlo antes de que tuviera la oportunidad de contárselo, no sabía muy bien cómo reaccionaría.
Cerró los ojos mientras estrechaba las manos de su mujer y de su hija. Unos días más. Si para entonces no recibía noticias de su detective privado, se lo diría.

Sin embargo, fuera cual fuese el resultado de sus indagaciones, debía mantenerlas a salvo. Aunque no comprendía por qué, se le había concedido una segunda oportunidad. Y no pensaba desaprovecharla.
Continuará... +15 :)

24 comentarios:

  1. Quiero saber quién está detrás de todooo!! sigue porfa!!

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  2. Cada vez me encanta más la nove, seguila

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  3. Ay!! le dijo mamá :´) me muero de amor

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  4. Tengo el presentimiento de que Melodi también tiene algo que ver con todo esto...

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  5. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas

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  6. Qué es lo que sabe Peter!!!????

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  7. Sigue porfa, estoy re enganchada

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  8. Necesito otrooooooooo

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  9. Cada vez se pone mejor :O

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  10. me encanto que Luz la llamara mama
    me preocupa lo que sabe o cree Peter
    espero mas nove

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  11. no entiendo quien quería hacerles esto

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  12. maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaassssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  13. Luz ya la perdono awww me encanta mas

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  14. Llorando emocionada con las palabras d Luz.
    Mamá conduce como en las películas d acción,jajajajajaja,el humor d su mami,y en momentos críticos.

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  15. Igual la info en hospitales es un poco ambigua y t desespera.

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