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jueves, 16 de abril de 2015

OCHO



 Agustín pasó gran parte de la tarde en el laboratorio, analizando las muestras de rocas que le había enviado su equipo desde la Columbia Británica. Tras varias horas de análisis, se enderezó en la silla y se frotó los ojos, que tenía muy cansados. Aún quedaba mucha investigación por delante, pero lo alentaba la confianza de haber hecho un buen comienzo. Tendría que viajar a Canadá posiblemente en las próximas semanas, pero confiaba en su equipo, cuyos resultados preliminares coincidían con los suyos.
Regresó a su despacho a las cuatro de la tarde. Mientras entraba, le sonrió a Christy, su secretaria, y arrojó un paquete de galletas de chocolate a su mesa.
—Lárgate, ¿vale?
—Te veo de muy buen humor. —A Christy le encantaban las galletas de chocolate, y él lo sabía.
—Los resultados de los análisis son prometedores. Llama a Charlie y averigua cuándo quieren que vaya. Creo que lo haré dentro de dos semanas. Pregúntales sobre los progresos que han hecho y que te digan también si van cumpliendo los plazos. Después, vete a casa. Has estado todo el día currando.
—Me has convencido. —Lo siguió hasta el despacho y dejó en su mesa el informe que acababa de imprimir—. Aquí está el perfil geoquímico de la excavación.
—Genial —replicó él al tiempo que ojeaba las páginas—. ¿Me han dejado algún mensaje?
—Tienes varios en el buzón de voz. Mac se ha pasado por aquí y quiere un informe detallado sobre los marcadores biológicos. Le he dicho que lo llamarás esta noche o mañana.
—Gracias, Christy. ¿Qué haría yo sin ti? —Esbozó una sonrisa tímida al tiempo que se acomodaba en su sillón y ponía los pies encima de la mesa.
—Perderte. —Le guiñó un ojo y salió del despacho.
Agustín cogió el teléfono y marcó su código de acceso. No cerró la puerta, nunca lo hacía, de modo que cuando cogió la pelota de béisbol que guardaba en el cajón superior de su escritorio y comenzó a lanzarla al aire con el consiguiente golpeteo, Christy ni se inmutó.
Cerró los ojos mientras escuchaba los mensajes y seguía lanzando la pelota. Casi todos estaban relacionados con la prospección, había unos cuantos del laboratorio informándole sobre los hallazgos encontrados esa misma mañana.
Tras el pitido que separaba los distintos mensajes, escuchó una voz femenina que lo llevó a enderezarse en el sillón.
La pelota que acababa de lanzar al aire cayó, golpeándolo en la cabeza.
—Joder —murmuró al tiempo que se la frotaba. Sin embargo, el dolor se esfumó en cuanto se concentró de nuevo en la voz.
Una voz conocida.
La voz de Mariana.
Una voz cortante, de ahí que estuviera seguro de que era la de su hermana. Había oído ese tono de voz miles de veces. Su forma de pronunciar su nombre, el deje borde con el que pronunció la palabra «imbécil». Se quedó blanco de repente mientras buscaba su móvil para poder escucharla de nuevo.
No, era imposible que fuera real. Se lo estaba imaginando. Todo era producto de su fantasía. ¿Qué decía su madre cuando era pequeño? «Cuentos chinos y tonterías.»
Se le aceleró el pulso mientras pulsaba la tecla para escuchar de nuevo el mensaje. Era un mensaje nuevo. Con la voz de Mariana. De ese mismo día. Lo escuchó otra vez, en esa ocasión intentando concentrarse en las palabras y no en la voz. Había dicho que se llamaba Lali Amadeo.
Lali Amadeo.
¿La colgada de la editorial? No tenía sentido. Porque conocía esa voz casi como si fuera la suya.
Por su mente pasaron un sinfín de posibilidades y de escenarios. Descabelladas. Imposibles.
Sin embargo... se le disparó el pulso. Jamás encontraron su cuerpo. Su asiento estaba junto a una de las alas. El motor había estallado. No se encontraron restos de los pasajeros sentados a su alrededor. Todos se habían aferrado a la esperanza de que no hubiera subido al avión, de que hubiera cambiado de opinión en el último momento después de que Peter la dejara en el aeropuerto. Pero la esperanza murió cuando Peter identificó sus pertenencias después del accidente.
Pero ¿y si no llegó a subirse al avión? ¿Era posible que siguiera con vida? La idea era una locura. Era ridícula. Totalmente imposible. Sin embargo... no podía pensar en otra cosa.
Tenía que cerciorarse. Marcó su número, pero saltó el buzón de voz. Tras colgar el teléfono con brusquedad, cogió su chaqueta y corrió hacia la puerta.
Christy se puso en pie al verlo pasar por delante de ella camino del ascensor.
—Agustín, ¿qué pasa?
Apenas la escuchó. Porque ya estaba en la escalera. Cuando salió del edificio su reloj marcaba las cuatro y media. Era imposible que llegara al otro extremo de la ciudad antes de las cinco. Sorteó el tráfico cambiando una y otra vez de carril. Increpó a una anciana que cruzaba la calle demasiado despacio y por fin encontró un aparcamiento delante de McKellen Publishing justo antes de las cinco.
Que le dieran al parquímetro. Ni siquiera se molestó en comprobar si había aparcado en una zona reservada para minusválidos. Solo tenía una cosa en mente: esa voz tan familiar, tan irritante y tan dulce.
Atravesó el edificio a la carrera, soltó un taco en el ascensor porque no llegaba ni a tiros y decidió subir por la escalera. Cuando llegó a la planta catorce, lo hizo resollando, pero eso no lo detuvo. Fue directo al despacho de Lali Amadeo.
La secretaria, la chica con tatuajes y un piercing en la nariz con la que había hablado antes, se levantó al verlo llegar y frunció el ceño claramente preocupada.
—Señor Espósito, ¡no puede entrar en ese despacho!
Agustín pasó frente a ella y abrió la puerta empujándola con un hombro. La estancia estaba vacía.
—¿Dónde está? —Echó un vistazo por el atestado despacho, tan pequeño como su cuarto de baño.
—La señora Amadeo no está aquí. No ha venido esta tarde. Si quiere, puedo concertarle una cita.
Agustín apenas la escuchó. Examinó el despacho, si bien no sabía qué estaba buscando. Había montones de revistas apiladas contra una pared. A su derecha, vio una estantería cargada de libros de geología y de minerales. El escritorio era un montón de papeles y la luz de la tarde que entraba por la pequeña ventana iluminaba cajas y cajas de revistas y libros aún sin desembalar.
Joder, tenía que haber algo. Algo que le confirmara...
—Señor Espósito, no puede estar aquí —dijo la secretaria, que alzó la voz al verlo rodear el escritorio—. Voy a llamar a seguridad.
Agustín comenzó a mover los papeles del escritorio, buscando... ¡Mierda, no sabía el qué! Buscando cualquier cosa. Su mirada se detuvo en la foto que había junto a la pantalla del ordenador. Y se quedó helado.
¡Joder!
Cogió la foto enmarcada con una temblorosa mano y se dejó caer en el sillón, apenas consciente de lo que veía.
La mujer se parecía a Mariana. No era la imagen exacta que recordaba de ella, pero eran casi idénticas. Su nariz era ligeramente distinta y tenía los pómulos más afilados, además de una cicatriz en una sien. La cara que lo miraba tenía los mismos ojos que su hermana, la misma barbilla, el mismo hoyuelo que él también tenía. Y estaba junto a un niño.
Un niño que era la viva imagen de Peter.
Se quedó blanco.
—Señor Espósito —dijo la secretaria—, ¿se encuentra bien?
—¿Dónde está? —logró decir.
—No lo sé. Si vuelve mañana...
—¡Necesito saberlo ahora mismo!
La chica dio un respingo.
—No ofrecemos información personal. Si vuelve mañana, me aseguraré de que lo reciba.
—¡Joder, esto no tiene nada que ver con el dichoso artículo que ha escrito! Es un tema personal. ¿Dónde está?
—No lo sé. Mire...
Agustín apretó los dientes, consciente de que no iba a llegar a ningún lado con la secretaria. Se encaminó hacia la puerta con la foto en la mano. La chica corrió tras él, gritando algo sobre el robo de propiedad privada, pero pasó de ella. Lo importante era encontrar a Peter.
Sin pérdida de tiempo.

 Lali tenía la impresión de que iban a fallarle las piernas.
Comprobó la dirección que había conseguido en internet. Cande le había dicho que no sacara conclusiones precipitadas, que la dejara indagar primero, pero después de que la abogada reconociera a Luz Lanzani en la foto, Lali fue incapaz de achacarlo todo a una coincidencia.
Había un motivo por el que Benjamín mantuvo esa foto bajo llave en una caja. Un motivo por el que sintió el extraño déjà-vu al verla. Un motivo por el que había buscado a Candela Vetrano.
Había vuelto a su despacho para hacer una búsqueda sobre Peter Lanzani en internet. El hombre con el que Mariana Lanzani estaba casada según le había dicho Cande. Lo que descubrió le había revuelto el estómago. Por supuesto que había visto la cara de ese hombre en las portadas de las revistas de economía, y más recientemente, en las revistas del corazón, pero lo único que sabía de él era que se trataba de un hombre guapísimo. A esas alturas, sabía muchas cosas más. Había encontrado muchos artículos en internet que lo describían como el implacable director general de una empresa farmacéutica con fama de realizar fusiones empresariales muy agresivas y de pisotear a todo aquel que se interpusiera en su camino al éxito. La prensa criticaba su afán por ganar más dinero y también su intransigencia. Tenía la costumbre de poner cara de asco frente a las cámaras si se le acercaban demasiado. Sin embargo, no parecía importarle que lo fotografiaran cada fin de semana con una mujer distinta.
Era imposible que ella hubiera estado con un hombre así. ¿Dinero? ¿Poder? ¿Fama? Nada de eso le importaba. Un hombre obsesionado por esas cosas no le habría resultado atractivo. Era imposible que hubiera sido su...
Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, incapaz de pensar siquiera en la palabra, incapaz de pronunciarla. Había tenido un marido. Benjamín. Las náuseas la asaltaron mientras acariciaba la alianza que aún llevaba en el dedo. Daba igual que Tomás se pareciera un poco a ese hombre. Todo el mundo tenía un gemelo, ¿no? ¿No se lo había dicho Cande unas horas antes?
¡Por Dios, era una mala idea! Cerró los ojos e inspiró varias veces a fin de tranquilizarse. ¿Qué narices hacía en ese lugar? No debería haber ido a San Francisco. No debería haber visitado a Candela Vetrano. No debería haber mirado en ese dichoso cajón.
Abrió los ojos y observó la calle. La carretera de Sausalito estaba flanqueada por enormes arces. Los jardines se extendían armoniosamente de una propiedad a otra, cada una de ellas más impresionante que la anterior. Estaba cometiendo un error. Porque aquello no era real. Debía irse antes de acabar haciendo el ridículo más absoluto.
Estaba a punto de marcharse cuando escuchó el timbre de una bici. Al levantar la vista, descubrió un trío de niñas en bicicleta.
Una de ellas frenó en seco nada más verla. Sus amigas pasaron de largo, riéndose, pero ella plantó los pies en el suelo y se aferró al manillar de su bicicleta mientras la miraba como si hubiera visto un fantasma, igual que le sucedió a Cande cuando entró en su despacho.
Lali tragó saliva. La tensión era tal que tenía la impresión de que le estuvieran clavando agujas por todos lados. La cara... la niña era la misma de la foto.
Ya no podía marcharse. Tenía que ver. Tenía que saber.
El miedo se apoderó de ella. No sabía qué decir. No sabía qué hacer. Pero algo la impulsó.
—Hola.
—Tú —dijo la niña, que aún la miraba con los ojos desorbitados—. Tú... te pareces...
—Me llamo Lali. ¿Tú eres Luz?
—Sí. —La niña entornó los ojos—. ¿Cómo sabes mi nombre?
—Me lo ha dicho una amiga. —Se produjo un incómodo silencio durante el cual la mirada asombrada de la niña se le antojó insoportable. Miró hacia la carretera—. He venido para hablar con tu padre. ¿Está en casa?
La niña bajó de la bici, como si acabara de recibir una bofetada.
—No está. No puede verte.
Lali sintió que empezaban a sudarle las palmas de las manos.
—Espera...
—¡Luz! —dijo un hombre, cuya voz llegó desde el otro lado de la calle—. ¡Es hora de entrar!
La bici de la niña cayó al suelo mientras ella atravesaba la calzada a la carrera y enfilaba el camino de acceso a una casa de tres plantas. En el porche había un hombre, vestido con pantalones de pinzas y una camisa remangada. Un hombre morocho y guapísimo que al natural era mucho más impactante que en las fotos que había visto en las revistas y en internet.
Un hombre, comprendió mientras contenía el aliento, que de cerca no solo se parecía un poco a su hijo. En realidad, eran como dos gotas de agua.
Continuara... +15 :S

19 comentarios:

  1. POR LA SHEAT
    !!!! NO NO MO ESTO NO LO DEJASTE A SI ES QUEEE AGGGG YA ESTAAAA YA LOS ENCONTRO!!!

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  2. Sube YA no se como pedirtelo... Imagina que me arollido ante ti yo lo haré a distancia si? More more more

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  3. Nonononono no me dejes asi

    Massssd

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  4. subi otrooooooooo!!!!!! massssss

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  5. No lo pueedeees deeejarrr asiiiii!!! Subiiii maaaas

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  6. guau.. ya la empezaste? y ya tan avanzada? guau!.. que culebron!! sube mas!!
    lolazh!!

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  7. espero que peter la vea pero no se si luz lo vaa a dajar

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  8. subi otrooo yaaaaaaaaa

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  9. no podes dejarnos con este capitulo asi!!!!!!!!!!!

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  10. K capitulo ,me mantuvo con los pelos como escarpias en todo momento!!!!!

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  11. Que buena que está la novela, falta poquito para que se vean

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