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viernes, 17 de abril de 2015

VEINTIDÓS



Se oían risas procedentes del patio trasero de Agustín cuando Lali y Tomás llegaron a su puerta. El restallido de un bate de béisbol hizo que Tomás pusiera los ojos como platos. Lali llamó al timbre, tras lo cual escuchó pasos por la casa y se quedó de piedra al ver que Cande abría la puerta.
—Hola, pasen. —Cande se hizo a un lado para dejarles espacio.
—No sabía que ibas a venir —comentó Lali.
—Bueno, estaba hablando esta mañana con Agustín porque Alelí y Luz quieren organizar otra quedada y me dijo que ibas a pasarte hoy. Tengo noticias para ti. Espero que no te importe. Nos ha invitado a la barbacoa y nos ha dicho que Tomás estaría aquí. —Bajó la vista y sonrió—. Hola, Tomás.
El niño sonrió y miró entre sus piernas.
—No, no me importa —replicó Lali—. De hecho, ahora mismo me parece estupendo.
—¿Un mal día?
—Una mala vida. —Por si el encuentro con Peter del día anterior no hubiera sido lo bastante malo, ese día tenía que llamar a sus padres.
Sí. Como si eso fuera a mejorar la situación.
Al escuchar de nuevo el golpeo de un bate, Tomás soltó un grito y atravesó la casa corriendo en dirección al patio trasero.
—Ven. —Cande la condujo a través de la casa—. Alelí está jugando al béisbol con Agustín. Han encontrado ese punto en común.
Se detuvieron al llegar a la puerta del patio. Lali vio cómo Agustín le lanzaba la bola a Alelí. La niña la golpeó, lanzándola por encima de la cabeza de su hermano. Tomás correteó alrededor de Agustín, intentando coger la bola.
—Qué tres patas para un banco, ¿no? —preguntó Lali. Agustín aún no conocía a Tomás, pero los dos sentían una conexión inmediata.
—Qué razón tienes —convino Cande.
Lali miró a su abogada, que solo parecía tener ojos para Agustín.
—Tienes una expresión muy ñoña, letrada.
—¿Qué? No, de eso nada. —Cande frunció el ceño, regresó al interior de la casa y se sentó a la mesa de la cocina—. Y antes de que me lo preguntes, no hay nada entre Agustín y yo. Solo me relaciono con él por Alelí y Luz.
Lali esbozó una sonrisilla. Su abogada estaba en plena fase de negación.
—Bueno, mientras están ocupados fuera —dijo Cande al tiempo que sacaba una carpeta de su maletín, que descansaba sobre la mesa—, creo que deberíamos repasar unas cuantas cosas.
—Vale.
—Nadie parece saber dónde se ha metido tu médico de Houston. El hombre ha desaparecido de la faz de la Tierra. —Le pasó un documento a Lali—. Esta es su última dirección conocida. Pidió una excedencia en el hospital y dijo que se iba a tomar unas vacaciones de «reposo mental». Eso fue hace unas cuantas semanas. He contratado a un detective privado para que lo encuentre, pero de momento no ha dado con él.
Lali frunció el ceño.
—Tampoco encuentro a nadie llamado Walter Amadeo que encaje con la descripción que me diste —continuó Cande—. Es como si nunca hubiera existido.
—Eso es imposible.
—Es un nombre muy común, pero el hombre del que me has hablado no vive en Houston y nunca lo ha hecho, por cierto. ¿Alguna vez oíste a Benjamín llamarlo por otro nombre?
Lali se frotó la cabeza, que le dolía mucho.
—No lo sé. No se llevaban muy bien. Benjamín lo evitaba siempre que podía.
—¿Alguna vez dijo por qué?
—No. La relación con su padre era un tema intocable. Nunca hablábamos de eso.
—Bueno, pero si recuerdas algo, dímelo. Ahora mismo, mi prioridad es encontrar al doctor Reynolds. Su desaparición en este momento es muy sospechosa.
«¡Qué va!», pensó ella.
—¿Qué me dices de la clínica privada?
Cande suspiró.
—Tengo un contacto en el centro. La hora de visita es hasta las ocho de la tarde. ¿Qué te parece una excursioncita a la luz de la luna mañana por la noche?
—Dime la hora. Tengo que entrar en ese sitio.
—Sabía que no ibas a protestar. Parece que los lunes por la noche son muy tranquilos. Solo hay dos guardias de seguridad y el cambio de turno de las enfermeras es alrededor de las siete y media. Los celadores llegan sobre las seis. Creo es nuestra mejor oportunidad.
—Bien. ¿Le has dicho algo a...?
Ambas levantaron la vista cuando se abrió la puerta principal. Luz y Peter atravesaron el arco del pasillo y entraron en la cocina. A Lali se le formó un nudo en el estómago.
Luz frunció el ceño en cuanto la vio.
—Genial —masculló la niña.
Peter le dio un apretón en el hombro.
—Compórtate —le susurró él.
Luz se dirigió al patio trasero, cerrando de un portazo al salir. A Lali le costó la misma vida reaccionar únicamente cerrando los ojos e inspirando hondo para calmarse.
—Hola, Cande. —La sonrisa forzada de Peter puso de manifiesto su frustración—. No sabía que ibas a estar aquí.
—Agustín me ha invitado. Espero que no suponga un problema.
—No, me alegra verte. —Miró por la ventana—. Siempre y cuando no te importen los fuegos artificiales.
Cande sonrió.
—Yo también tengo una hija de nueve años. Me conozco el cuento.
Peter miró a Lali, enarcó una ceja para hacerle saber que reconocía su presencia y se adentró en la cocina.
Cande miró a Lali y a Peter, ya que sin duda sentía la tensión entre ellos. Se puso en pie y recogió los papeles.
—En fin, supongo que eso es todo. Podemos seguir hablando después. —Se acercó al frigorífico—. Le he dicho a Agustín que le llevaría una cerveza.
La mosquitera se cerró tras ella al salir. En el silencio que siguió a su marcha, Peter abrió una cerveza, se apoyó en la encimera de la cocina y le dio un buen trago a la botella.
—No era mi intención espantarla.
Los nervios se apoderaron de Lali. Bastaba con estar en la misma habitación que él para recordarle todas las intensas emociones que había sentido el día anterior cuando lo miró a los ojos en el dichoso banco del parque. No necesitaba sentir nada por él, mucho menos esas repentinas sacudidas que no podía definir ni comprender. Ni el deseo que la consumía y que tenía que controlar cada vez que él se le acercaba.
—Ya casi habíamos terminado. No sabía que ibas a venir.
—Agustín me pidió que viniera.
—Entiendo. —Agustín, el pacificador.
—Puedo irme si lo prefieres.
—Por mí no tienes que hacerlo.
Su recelosa mirada se clavó en ella. Algo que la puso todavía más nerviosa. Lali se pasó una mano por el pelo y enderezó la espalda.
Peter se acercó al frigorífico, sacó otra cerveza, la abrió y después se acercó a la mesa para ofrecérsela. Lali levantó la vista, sorprendida. Cuando cerró los dedos en torno al botellín, él se sentó en la silla que Cande acababa de dejar libre.
Se llevó el botellín a los labios y bebió un sorbo. El líquido ambarino parecía néctar. El silencio se prolongó en la cocina, lo que aumentó aún más sus nervios.
—No tienes muy buen aspecto —comentó él al final.
Lali contuvo una carcajada.
—Gracias por comentarlo. —Se apoyó en el respaldo y cerró los ojos—. Una vida dura.
—¿Quieres hablar del tema?
Abrió los ojos al escucharlo.
—¿Contigo? —¿Lo decía en serio? Ni siquiera lograban estar en la misma habitación sin empezar una discusión.
—Podría ayudarme a entender de dónde vienes. —Bajó la vista a su mano izquierda, a la alianza que aún llevaba en el dedo.
La frustración la consumió. No tenía el menor derecho a hacerla sentir culpable por la vida que había llevado con Benjamín. Pero si no sacaban el tema, se enquistaría todavía más.
—Te molesta mucho, ¿verdad?
Vio que apretaba los dientes.
—Claro que sí.
—No la llevo para molestarte. Ni siquiera me doy cuenta de que la llevo la mayor parte del tiempo.
—¿Y la otra parte?
—La otra parte del tiempo intento averiguar cómo ha podido pasar todo esto. Me está costando mucho creer que Benjamín lo hizo todo a propósito.
Peter bebió un buen trago de cerveza. La tensión hizo que las arrugas fueran más visibles alrededor de sus ojos.
—A lo mejor no lo conocías tan bien como creías.
—A lo mejor. Es un poco inquietante pensar que puedo haberme equivocado tanto con una persona.
—¿Te hizo daño?
Su voz era fría, pero tenía una expresión tierna en los ojos que apaciguó la frustración que ella sentía.
—No. Sé que no quieres oírlo, pero era un hombre bastante decente. Discutíamos de vez en cuando. No siempre estábamos bien, pero nunca me hizo daño físicamente. Y estaba loco con Tomás. Nunca cuestioné el amor que le profesaba, ni una sola vez.
—Confiada. —El sarcasmo de su voz hizo que Lali tensara la espalda—. La mujer que yo conocía jamás se habría dejado llevar a ciegas. ¿No te pareció raro? ¿Aceptaste sin más todo lo que te dijo?
—Era médico. Dijo que era mi marido. Las personas que me rodeaban confirmaron sus palabras. Nunca me planteé que fuera mentira porque nunca tuve motivos para hacerlo. —Se enfadó—. No sabes lo que es despertarte sin recuerdos, sin tener ni idea de quién eres. Ni se te ocurra juzgarme hasta que hayas pasado por eso.
El silencio volvió a reinar en la estancia. Sus palabras flotaron entre ambos. Cada vez que hablaban, las cosas parecían empeorar. Lali bebió un sorbo de cerveza y contó los segundos que marcaba el segundero del reloj de Peter. El tictac sonaba como un cañón en mitad de la cocina.
—¿Estabas enamorada de él?
Su voz baja la instó a alzar la vista. Él no la miraba a la cara, sino que mantuvo la vista clavada en la ventana. Sin embargo, ella se percató de la tensión que embargaba su cuerpo, como si se estuviera preparando para la respuesta.
No quería mentir. Pero tampoco le hacía demasiada gracia la verdad. Por primera vez, se sentía dividida.
—Sí —contestó con más vacilación de la que pretendía—. O eso creía. Ahora...
Sus intensos ojos azules se clavaron en ella.
Lali se encogió de hombros.
—Ahora ya no estoy tan segura. Ahora mismo no estoy segura de nada.
—Mierda. —Peter apretó los dientes. Se levantó de la silla y fue al frigorífico en busca de otra cerveza.
Lali inspiró hondo y luchó contra la frustración y el sentimiento de culpa que ardían en su pecho, aunque no debería sentir nada de eso.
—¿Crees que algún día podremos mantener una conversación sin que acabes soltando palabrotas a diestro y sinestro?
—No. —Le contestó con voz fría e impasible, con los ojos clavados de nuevo al otro lado de la ventana, en sus hijos.
Ella se puso en pie.
—Pues debimos de tener un matrimonio alucinante a juzgar por esto. Por el amor de Dios, ¿qué me convenció para casarme contigo?
—Siento quitarte las gafas de color de rosa, guapa, pero seguimos casados.
—No me lo recuerdes. —En ese momento, era más que consciente de esa situación, y la realidad que eso suponía fue lo único que consiguió que refrenara sus emociones—. Mira, Peter, sé que esto es duro para ti. Entiendo por lo que estás pasando, aunque yo no sienta lo mismo. He intentado ponerme en tu lugar cientos de veces, y me resulta imposible. Pero eso no quiere decir que me dé igual. —Ojalá la mirase, pero seguía con la vista clavada en la ventana—. No voy a mentirte. Tienes algo que me... intriga. Aunque no tengo la menor idea de qué se trata. Eres irritante, terco, maleducado y frío. Cada vez que estamos juntos, me lo demuestras. Estás siendo fiel a tu reputación de hombre desalmado, señor Lanzani.
La mirada que le lanzó Peter podría matarla en el acto. A juzgar por su reacción, supo que sus palabras habían dado en el clavo, de modo que suavizó la voz al continuar:
—Pero, pese a todo, sigo perdida, porque aunque no conserve mis recuerdos, aún percibo cosas. Ayer en el parque fue como una especie de déjà-vu. Reconocí algo al estar cerca de ti. Y sentí algo que no había sentido antes. Pero no sé qué significa. No sé si reconocí algo que compartimos alguna vez o si se trata de una sensación que me empuja hacia ti. Y, la verdad, ahora mismo no puedo pensar en eso siquiera. No quiero pensar en eso. —Se pasó una mano por el pelo—. Esto me supera. Tengo que pensar en Tomás y en lo que es mejor para él. Y tengo que conseguir que Luz deje de odiarme. Además, ¿qué voy a decirles a mis padres cuando se presenten? —Se frotó la cicatriz, que le daba punzadas—. Es más de lo que puedo abarcar. Y ni siquiera puedo empezar a concentrarme en ti hasta que haya solucionado alguna de esas cosas. No quiero hacerte más daño todavía, pero no puedo mentirte y decirte que no sentía nada por él, ni tampoco puedo fingir que el último año y medio que viví con él no existe, porque sí existe. Ninguno de los dos puede cambiarlo. Solo podemos intentar que la situación sea lo más normal posible para los niños que están ahí fuera.
Peter estaba tan callado e inmóvil que casi temió que estallara en cualquier momento.
—Puedo aceptar eso —replicó al final—. Los niños también son mi prioridad. —Soltó la cerveza en la encimera de la cocina y se acercó a ella—. Pero quiero que te quede clara una cosa: no soy paciente. Durante estos cinco años he pasado un infierno, mientras tú has estado viviendo tan tranquila. No voy a quedarme sentado y a dejarte solucionar las cosas mientras me dejas en un segundo plano a la espera de estar preparada para enfrentarte a mí.
Peter se acercó a ella y Lali retrocedió hasta que sus talones tocaron la pared. La cara de Peter estaba a escasos centímetros de la suya, y su cálido aliento le provocó un escalofrío. Olió el jabón con el que se había duchado, sintió el calor que irradiaba su cuerpo. Y, de repente, tuvo el súbito y perverso deseo de colocarle una mano en la nuca y pegar sus bocas.
Un deseo que era una completa locura.
—Vas a tener que lidiar conmigo ahora —siguió él con voz ronca—. Junto con todo lo demás.
Esos ojos verdes, que brillaban como zafiros, eran un pozo de emociones. De emociones, de pasión, de anhelo y de desafío. Un desafío al que algo en su interior le dijo que ya se había enfrentado antes.
En vez de cogerle la cara y saborear esa boca, tal como su cuerpo se moría por hacer de repente, le clavó un dedo en el pecho con fuerza.
—Y tú vas a tener que madurar, Lanzani. No eres el único protagonista de esta historia. Lo hago lo mejor que puedo. Intento ser comprensiva con tus necesidades y con los sentimientos de Luz. Nada de esto es fácil. Para ninguno de nosotros.
La frustración, la rabia, el sentimiento de pérdida y el miedo se aunaron y la abrumaron. Enterró los dedos en su camiseta y se acercó lo bastante para tomar ese sorbo de sus labios, aunque ya no lo ansiaba tanto. Estaba enojadísima. Él no era el único capaz de comportarse como un idiota cuando le hacían daño.
—Y que no se te olvide una cosa —añadió—: estoy aquí porque quiero. No tenía que venir a buscarte. Y nada me obliga a quedarme salvo mi decisión. Así que déjate de estupideces y enfréntate a la realidad, de la misma manera que yo me estoy enfrentando a ti.
Le soltó la camiseta y le dio un empujón, apenas lo bastante fuerte como para moverlo. Sin embargo, Peter retrocedió de todas formas. Y cuando la miró, sus ojos relucían con una mezcla de asombro, rabia y casi habría jurado que un poco de admiración. Una admiración que hizo que le diera un vuelco el corazón.
El deseo entre ellos era tal que saltaron chispas. Unas chispas que le indicaron que ya habían discutido acerca de ese tema antes. No exactamente del mismo tema, pero sí que habían tenido ese enfrentamiento. Ese enfrentamiento cargado de tensión sexual. No necesitaba recuerdos para saber que la química entre ellos era inflamable. Lo sentía. Sentía que siempre había sido inflamable. Pero a diferencia de otras discusiones, esa no terminaría con un polvo sudoroso y apasionado. Ella no lo permitiría.
Después de todo lo que había sufrido, no pensaba arriesgarse a acabar abrasada otra vez. Mucho menos con un hombre como Peter Lanzani.

Lo rodeó y se dirigió al patio trasero.
Continuará... +15 :o

23 comentarios:

  1. me encantan!!! quiero massssssssss

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  2. Leo desde españa
    Me encabta subw maaass

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  3. bien lali! subi otroooooo

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  4. Vamos Lali que carácter jajajaja haber si Peter deja de ser menos idiota

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  5. jjajjajajjaja me encanta que lali le pong also puntos a peter :P!!!!
    mas

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  6. massssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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