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lunes, 20 de abril de 2015

CUARENTA Y SIETE



La luz del frigorífico se derramaba sobre Peter en la oscuridad de la cocina. Había abierto la puerta y estaba contemplando el gigantesco interior. No tenía hambre y sabía que una cerveza no le aliviaría el nudo que se le había formado en la boca del estómago. Sin embargo, acostarse en la cama para recordar la presencia de Lali a su lado tampoco iba a ayudarlo a relajarse.
Miró el teléfono. Debería llamarla. Pero no sabía si lo escucharía o si, por el contrario, le colgaría directamente. Mientras se frotaba el pecho, soltó el aire despacio y cerró los ojos. Le daría un día. Y después lo intentaría otra vez. Lali no iba a librarse de él tan fácilmente.
Su móvil sonó, sobresaltándolo. Tras cerrar la puerta del frigorífico con brusquedad, alargó el brazo hacia la encimera para cogerlo. Sintió un rayito de esperanza. Esperanza de que Lali hubiera recuperado el sentido común.
—¿Lali?
—Peter, soy Cande.
—Ah, hola. —Lo embargó la desilusión.
—Peter, Agustín no contesta al teléfono.
El pánico que transmitían sus palabras hizo que se le erizara el vello de la nuca.
—¿Cómo dices?
—Que no me coge el móvil. Me dijo que lo llevaría encima en todo momento. Lali tampoco contesta. La he llamado al fijo y al móvil.
Mierda. Ni siquiera se paró a pensar en lo que hacía. Fue corriendo al pasillo en busca de los zapatos.
—He contratado a un vigilante de seguridad para que controle el exterior de la casa. No me ha llamado. A lo mejor solo es la tormenta.
—Es posible —convino Cande, si bien estaba tan poco convencida como lo estaba él—. Por fin tengo el informe del detective privado. Acabo de leerlo, porque se había caído mi servidor. Peter, Walter Amadeo tenía dos hijas. Una de ellas murió de cáncer hace cinco años. Paula McKellen.
Peter se detuvo con una mano en la puerta principal y las llaves del coche de alquiler en la otra.
—Por eso Benjamín estaba relacionado con los McKellen. Se casó con una de ellas.
—Sí. Walter Amadeo es, o era, Karl McKellen, presidente de McKellen Publishing. Su hija Paula se casó con Benjamín Amadeo hace ocho años. Murió después de que la FDA prohibiera los ensayos clínicos con el Tabofren. Creo que ella participaba en dichos ensayos.
—Mierda. Por eso se enfureció tanto. —Y por eso él no había reconocido el nombre de «Benjamín Amadeo» ni lo había relacionado con el hombre al que había conocido y con el que había hablado en su despacho. Porque el hijo de puta usaba los dos nombres a fin de mantenerse en la oscuridad mientras llevaba a cabo su ensayo clínico ilegal. Y su suegro, Karl McKellen, se había asociado con él y con Grayson Pharmaceuticals para lograr que la FDA aprobara el medicamento.
—Ajá —replicó Cande.
Peter corrió hacia el coche bajo la lluvia y arrancó el motor una vez dentro.
—Pero hay otra hija —añadió Cande.
Peter se apartó el pelo húmedo de los ojos y dio marcha atrás para salir del camino de acceso a su casa a toda prisa.
—¿Dónde?
—Aquí, en San Francisco… Peter, trabaja para ti.
—¿Cómo? No hay ningún McKellen en mi empresa. Ni Amadeo.
—Peter, su otra hija es Melodi Paz.
—No. ¿Estás segura?
—Sí.
«Mierda», pensó. Melodi, que había estado en Vancouver varias veces ese mismo mes. Melodi, que había sido la responsable de la fusión con Grayson. Melodi, que le había comprado el coche y podría haberlo usado el día que murió Janet Kelly, después de que él lo dejara aparcado en el garaje de la empresa. Melodi, que conocía todos los detalles del regreso de Lali porque él había sido tan imbécil como para contárselo.
El apremio se apoderó de él. Pisó el acelerador.
—Cande, Melodi sabe que Lali está en la casa de la playa esta noche.
—Estoy en el coche, en la autovía. Ya he llamado a la policía.
—Es posible que yo llegue antes que tú. De todas formas, no entres sin mí o sin la policía. ¿Me has oído?
La llamada se cortó.
—¿Cande?
Mierda, no estaba seguro de que ella lo hubiera oído. Marcó el número del vigilante de seguridad que había contratado.
No obtuvo respuesta.
«¡Mierda!»
Tras pisar a fondo el acelerador, arrojó el teléfono en el otro asiento y aferró con fuerza el volante.

El agua caliente se deslizaba por la piel de Lali. Estaba rodeada de burbujas. Puesto que no podía dormir, se estaba dando un baño con la esperanza de que la librara del frío que sentía en los huesos. De momento no funcionaba.
Usando el dedo gordo del pie, abría y cerraba el grifo mientras contemplaba una mancha en el borde de la bañera. El goteo del agua era el único sonido que se oía en la estancia. Recordó la cara de Peter y cerró los ojos, deseando que el agua pudiera borrar su sufrimiento.
Tras pasar una hora al teléfono con Ramiro Ordoñez haciendo planes para las próximas semanas, estaba agotada. Desaparecer no era una buena opción dadas las circunstancias, pero no se le ocurría otra cosa mejor. Sus padres lo entenderían. Y encontraría alguna manera de lograr que Luz lo entendiera. Además, no sería para siempre, solo hasta que todo se tranquilizara. A esas alturas, ya no quería saber la verdad. Quedarse en San Francisco mientras la prensa la perseguía por culpa de toda la historia solo serviría para prolongar la agonía.
Se pasó una mano por el pelo y suspiró, deseando no ponerse a llorar otra vez.
Las lágrimas no iban a ayudarla en absoluto.
Las luces se apagaron.
Se sentó en la bañera de repente, derramando el agua por el borde. El viento soplaba en el exterior. Desde la planta baja le llegaba el traqueteo de la mosquitera de la puerta trasera, que se movía azotada por el viento.
«Estás nerviosa, Lali. Tranquilízate. Agustín está abajo. No pasará nada. Seguramente la tormenta haya dejado a oscuras todo el barrio», se dijo.
Salió de la bañera y cogió su albornoz blanco. Tras atarse el cinturón, se encaminó hacia la escalera. En el pasillo reinaban las sombras, y se tropezó con el Power Ranger negro de Tomás. El dolor que sintió en el dedo gordo fue tal que tuvo que morderse los labios para no gritar mientras recorría el resto del pasillo saltando a la pata coja e intentando aliviar el dolor de dicho dedo. ¿Por qué todo le salía mal?
Los escalones crujieron bajo sus pies. Sentía un dolor palpitante en el dedo. Al llegar al último peldaño, contuvo el aliento, ya que no quería despertar a Agustín, que estaría durmiendo en el salón.
Al entrar en la cocina, sintió una ráfaga de aire frío. La puerta trasera estaba abierta y la mosquitera se zarandeaba con el viento, golpeando el marco.
¿Qué había pasado? Dio un paso al frente y se detuvo.
Había cerrado la puerta con el pestillo antes de subir. El sentido común hizo que se detuviera a pensar. Sintió un nudo en el estómago y se quedó sin aire en los pulmones.
«Ve en busca de Agustín.»
Salió de la cocina caminando hacia atrás y se golpeó con la consola del pasillo, tirando la lámpara al suelo.
El susto le provocó un subidón de adrenalina.
¡Por el amor de Dios! Se estaba comportando como una adolescente nerviosa viendo una película de terror. Seguro que Agustín estaba detrás de ella, riéndose.
Se llevó una mano al abdomen mientras se volvía y miraba hacia el sofá del salón.
Estaba vacío.
Miró hacia la cocina.
—¿Agustín?
No obtuvo respuesta.
El sudor le corría por la espalda, aunque estaba helada de frío.
«Piensa, Lali. ¡No seas tonta!», se reprendió.
Reparó en el teléfono inalámbrico, que descansaba sobre la mesa auxiliar del salón. Lo cogió con dificultad y se lo llevó a la oreja con una mano temblorosa. No había línea.
Otra ráfaga de viento estampó la mosquitera contra el marco. El ruido la sobresaltó y la hizo entrar en la cocina.
Había dejado su bolso en la encimera, con el móvil y las llaves. Tenía que cogerlo. Respiró hondo para tranquilizarse y comenzó a andar entre las sombras.
De repente, pisó algo húmedo y se resbaló sobre el parquet. Se libró de caerse al suelo porque consiguió agarrarse a una silla. Al mirar, vio que había un reguero de algo que comenzaba en la puerta trasera y rodeaba la mesa.
De acuerdo. Aquello no le gustaba un pelo. Algo iba mal. Era hora de largarse. Extendió el brazo para coger el bolso.
Y algo duro la golpeó por detrás. El contenido de su bolso salió volando. Se tropezó contra un taburete y cayó sobre la encimera, tras lo cual acabó en el suelo.
El brazo se llevó lo peor del impacto, y el dolor le llegó hasta el hombro. Cuando abrió los ojos, vio que Melodi Paz estaba de rodillas a su lado, con una pistola en la mano.
—Bienvenida a la fiesta, Lali.
En ese momento, Lali vio que Agustín se encontraba en el suelo, detrás de la mesa. Estaba inmóvil con los ojos cerrados. Le salía sangre de la cabeza.
Se le revolvió el estómago. ¡Por Dios! No se había resbalado con agua.
—No, Lali, mírame a mí —le ordenó Melodi—. ¿Sabes el lío en el que me has metido?
¿De qué narices estaba hablando? Lali frunció el ceño. Abrió la boca para hablar, pero no logró articular palabra.
—No te hagas la tonta conmigo. Yo no voy a tragarme eso de «no recuerdo nada», como Benjamín y Peter. Solo me has ocasionado problemas desde que empezó todo esto.
«Desde que empezó todo esto. Benjamín. ¡No!», pensó.
—Tú... —logró decir a duras penas—. ¿Fuiste tú? Pero trabajas con Peter. No lo entiendo.
—No eres muy lista, ¿verdad? —Melodi esbozó una sonrisa grotesca—. Seguro que es por culpa de los medicamentos. El Tabofren habría salvado a Paula. Y Peter lo sabía.
Lali frunció el ceño. Intentó incorporarse protegiéndose el brazo herido con el otro.
—¿Quién es Paula?
—Mi hermana. Peter estaba tan emocionado con el Tabofren que lo promovió de inmediato para los ensayos clínicos. Y funcionó. Pero decidió echar marcha atrás cuando la FDA se enteró de los efectos secundarios y frenó en seco la producción. Paula murió. Ese medicamento le habría salvado la vida.
Lali tragó saliva.
—Eso no lo sabes.
—¿Ah, no? Yo creo que sí. Lali, ¿sabes lo que se siente cuando se pierde a un ser querido? ¿O debería llamarte Mariana? ¿Qué prefieres? —La carcajada amenazadora de Melodi hizo que Lali se sobresaltara—. Se me olvida con quién estoy hablando. Por supuesto que sabes lo que se siente cuando pierdes a un ser querido. Bueno, Peter sí que lo sabe. Nosotros nos aseguramos de que lo supiera.
—Ustedes... ¿lo hicieron a propósito? ¿Por qué no simplemente me mataron?
—Me quedé en minoría, mi voto no contó. Mi padre y Benjamín pensaban que podías sernos útil a largo plazo. Así que un secuestro era mejor. Sin embargo, el avión en el que supuestamente viajabas se estrelló y todo el mundo te dio por muerta. Nos pareció adecuado que Peter sufriera. Y tuvimos suerte de que yo tuviera un conocido en la aerolínea, que se aseguró de que tu nombre apareciera en la lista de pasajeros. La gente está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero.
—Tú... ustedes... ¿me mantuvieron viva a propósito?
Melodi se encogió de hombros.
—Benjamín necesitaba muestras de tejido para sus ensayos si quería que otra agencia gubernamental aprobara el uso del medicamento. Nos daba igual que no tuvieras cáncer. Lo que nos interesaba eran los efectos secundarios. Y como tú estabas ahí...
Lali levantó un brazo y se frotó la herida de la cabeza.
—Pero ¿cómo...?
—Esa fue la mejor parte. —Melodi rio—. No fuiste muy dócil durante el secuestro. Al final, provocaste un accidente de coche. Benjamín no te mintió en eso. Te golpeaste en la cabeza y entraste en coma. Eso fue lo que le dio la idea de utilizarte para el ensayo clínico.
—Benjamín...
Melodi puso cara de asco.
—Benjamín era un imbécil. ¿Quién iba a pensar que tenía conciencia? Cuando descubrió que estabas embarazada, se negó a suministrarte los fármacos. ¿Sabías que Paula estaba embarazada cuando le detectaron el cáncer? Tuvieron que elegir. Su vida o la del bebé. Y después murió de todas formas. Cuando Benjamín descubrió tu embarazo, supuso que el destino lo estaba resarciendo. Y esperamos.
—Walter Amadeo es tu padre —dijo Lali.
—Veo que no eres tan tonta después de todo —replicó Melodi con una sonrisa—. También se hace llamar Karl McKellen. Es el dueño de McKellen Publishing. Tu jefe.
Lali sintió una oleada de náuseas.
—¿Qué le pasó a Benjamín?
Los ojos de Melodi se tornaron gélidos.
—Se asustó.
—Lo mataste.
—No me importaba que quisiera utilizarte a modo de venganza. ¿Arrebatarle a Peter Lanzani su familia y a todo lo que antes tuvo? Era una idea brillante. Pero después de que Peter prohibiera el desarrollo del Tabofren por segunda vez, después de la fusión con Grayson Pharmaceuticals, Benjamín perdió el fuelle. Le preocupaba demasiado que lo descubrieran, le preocupaba que Peter descubriera que tú estabas viva y que tenías un hijo. Quería que lo abandonáramos todo cuando estábamos tan cerca de conseguir nuestro objetivo. No podía permitir que lo tirara todo por la borda. Entregué mi vida para asegurarme de que ese medicamento veía la luz.
—¡Dios mío! —Lali sintió el amargor de la bilis en la garganta.
—Adelante, vomita. A mí me da igual. No te queda mucho tiempo en este mundo. —Los labios de Melodi esbozaron una sonrisa satisfecha.
—Hiciste que... hiciste que cambiaran la lista de pasajeros del avión para que pareciese que Benjamín murió en el accidente, como pasó conmigo, ¿verdad?
—Un paralelismo. Artístico, ¿verdad? Y todo habría salido bien de no ser por ti. Tenías que empezar a escarbar sobre ciertas cosas que estaban mejor muertas y enterradas. Y de no ser por Benjamín, ese imbécil. Cometió la estupidez de dejar la foto en la casa. Debería haberlo matado hace años.
Lali tragó saliva. Nadie la salvaría. Agustín no se movía. No sabía si estaba vivo o muerto.
—Mataste a todos los pacientes que participaron en el ensayo clínico.
Melodi no replicó.
—Y a Janet Kelly. Aquella mañana cogiste el coche de Peter. ¿Te había amenazado con delatarte?
—¿De verdad crees que voy a contestar a tus preguntas?
Lali captó un movimiento detrás de Melodi.
—¿También mataste a tu padre?
—Eso fue un accidente. —El rostro de Melodi reflejó el dolor que sentía—. Tuvimos una discusión. Pero su sacrificio no es nada comparado con el número de personas que han muerto porque los fármacos que deberían usarse para salvar vidas se les niegan a aquellas personas que los necesitan. ¿Qué sentido tiene desarrollarlos si luego no van a usarse?
Agustín se levantó, detrás de Melodi. Le brotaba sangre de la frente. Parpadeó varias veces y se tambaleó.
Lali sintió una oleada de pánico. Necesitaba que Melodi siguiera hablando con ella.
—La FDA se encarga de establecer las normas que garanticen la seguridad de los pacientes...
La ira relampagueó en los ojos de Melodi.
—No me des lecciones sobre la seguridad. Si los pacientes hubieran podido acceder a ese medicamento, mi madre estaría viva. Mi hermana estaría aquí también. Si mueren unas cuantas personas por el bien general, así son las cosas.
Agustín golpeó a Melodi desde atrás, estampándola contra la encimera. La pistola resbaló por el suelo. Agustín gimió y tras sentarse en una silla, cayó al suelo. Lali se puso en pie como pudo, con la intención de coger un candelabro de la mesa de la cocina. Al ver que Melodi trataba de levantarse, la golpeó.
Le dio en la cara y después se apartó para que no la agarrara. Sin embargo, resbaló en un charco de sangre. Melodi logró levantarse y se lanzó a por ella. Forcejearon, rodando por el suelo de la cocina hasta que Melodi la inmovilizó.
A Lali le dolían los brazos y le palpitaba todo el cuerpo, pero no pensaba morir así. Melodi alargó el brazo para recuperar la pistola y ella forcejeó con brazos y piernas, hasta que logró aferrarle la mano que empuñaba el arma.
«No, no y no», pensó. Así no. Tenía muchos motivos para seguir viviendo. Continuó luchando con la energía que le quedaba. Tomás. Luz. No podía perderlos.
La pistola se disparó y Melodi abrió los ojos de par en par. Se quedó paralizada mientras miraba a Lali como si estuviera en estado de shock.
El cañón de la pistola apuntaba directamente a su pecho. Cayó hacia un lado, liberando a Lali. El arma golpeó el suelo con fuerza.
Lali se puso de rodillas a duras penas para comprobar si Melodi tenía pulso. No lo encontró.
—Vamos, vamos... —murmuró al tiempo que comenzaba a hacerle un masaje cardíaco. La sangre manaba de la herida y se extendía bajo su cuerpo.
            Lali retrocedió y cayó al suelo de culo. Miró a su alrededor, presa de los temblores. Y en ese momento vio que Agustín yacía inmóvil en el otro extremo de la cocina.

Continuará... +15 :(

25 comentarios:

  1. Fueeew medolyyy no me lo esperaba de verdadd

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  2. Maaassss otrooo capii

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  3. Que Agustín este bien!!!

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  4. Que llegue peter a tiempooo

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  5. Subi otroooooo plissssss

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  6. Massssss massss massss

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  7. Si ,Melodi tenía toda la info.
    Pobre Agus ,hizo su mayor esfuerzo

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  8. K familia d locos los Mackellen

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  9. B,con conciencia?.
    Menudo cobarde

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  10. Dios!! Sube antes de que me vaya a dornir !!! Porfiii

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  11. Necesito otro Capi antes de irme a dormir!!

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  12. mas mas mas mas mas mas
    su otro ojala que ya llegue la policia

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