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martes, 28 de abril de 2015

Capítulo - 4



«¡Oh, Dios mío, es él! —pensó Lali aterrada—. ¡Pero no puede ser, se supone que es un hombre mayor!»

—¿Te lo has pasado bien? —preguntó él con voz grave y, por lo visto, sin esperar una respuesta.

El miedo atenazó la garganta de Lali. Él siguió lanzándole su dura mirada mientras el ala de su sombrero ensombrecía parte de su rostro y ella se quedó helada al darse cuenta de que, efectivamente, se trataba de Peter Lanzani. Peter Lanzani unas décadas atrás. Ella había visto aquellos mismos ojos verdes en el rostro de un anciano de pelo gris y largo y de figura nervuda. Sin embargo, aquel hombre tenía el pelo moreno y corto, unas cejas negras como el carbón y unos hombros anchos. Era joven, de facciones duras e iba bien afeitado.

«¡Asesino! »

—Creo que se encuentra mal —declaró Stéfano mientras se sentaba en el asiento trasero, al lado de Lali.

—Estupendo.

Peter se volvió hacia delante, sacudió las riendas y la tartana se puso en marcha con una sacudida. Lali se aferró al asiento mientras miraba a Peter con las pupilas dilatadas y apenas se dio cuenta de que salían del pueblo. Se produjo un tenso silencio y el shock que Lali sufría creció con cada rotación de las ruedas de la tartana.

Las preguntas cruzaban su mente demasiado deprisa para que ella pudiera catalogarlas. Lali contempló los campos por los que pasaban. Se trataba de una tierra tosca, joven y salvaje. Las casas que supuestamente tenían que ocupar aquellos campos habían desaparecido. Sunrise era un pequeño asentamiento en medio de kilómetros interminables de praderas que se extendían sin límites hacia el oeste y que susurraban quedamente al paso de las ruedas de la tartana y las herraduras del caballo.

¿Dónde estaban los edificios, las calles, los automóviles, la gente? Lali estrechó con tensión sus temblorosas manos y se preguntó qué le estaba sucediendo. De repente, Stéfano la cogió de la mano. Lali se sobresaltó, pero relajó su mano en la de él y sintió que él se la apretaba con calidez.

Lali levantó la mirada y se encontró con los ojos vivos y marrones de Stéfano, que eran del mismo color que los de ella. Había afecto en su mirada, como si ella fuera su hermana de verdad. ¿Cómo podía mirarla de aquella forma? Si ni siquiera la conocía.

—Tonta —susurró Stéfano, y sonrió antes de darle un codazo en las costillas.

Ella ni siquiera parpadeó y continuó mirándolo con fijeza. Peter debió de oír a Stéfano, porque se volvió y miró a Lali de una forma que envió un escalofrío por su espalda.

—Ya sé que no te importa, pero tenía planeado estar de regreso en el rancho hace ya mucho rato.

La voz de Peter sonó tensa y exasperada.

—Lo siento —susurró Lali con la boca seca.

—Creo que buscarte durante dos horas me da derecho a saber que demonios estabas haciendo.

—Yo..., no lo sé.

—No lo sabes —repitió él, y explotó—: ¡Claro que no lo sabes! ¡No sé cómo he podido creer que lo sabías!

—Peter, no se encuentra bien —protestó Stéfano sin soltar la mano de Lali.

Aunque sólo era un muchacho, su presencia constituía un gran alivio para Lali.

—No te preocupes —le dijo Lali a Stéfano esforzándose por mantener la voz firme—. Su opinión no me importa.

—¡Típico! —soltó Peter mientras volvía su atención al camino—. No te importa la opinión de nadie. De hecho, podría enumerar con los dedos de una mano las cosas que te importan: los bailes, los vestidos, los hombres... A mí me es igual, porque lo que decidas hacer con tu tiempo no tiene ninguna importancia para mí. Pero cuando interfieres en el funcionamiento del rancho, infringes mis horarios y nos haces ir retrasados a todos los demás, me parece intolerable. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que tus armarios llenos de ropa y todas tus extravagancias dependen de la cantidad de trabajo que se realiza en el rancho?

—Peter —intervino Stéfano—, ya sabes que nadie te entiende cuando utilizas esas palabras tan raras...

—He entendido todo lo que ha dicho —lo interrumpió Lali mientras el terror que sentía disminuía. Tanto si estaba viviendo un sueño como si no, Peter Lanzani sólo era un hombre, un hombre malvado y cobarde que había asesinado brutalmente a su bisabuelo. Lali le lanzó una mirada cargada de odio—. Y también entiendo que no tienes ningún derecho a sermonearme acerca de nada. No después de lo que has hecho.

—¿De qué estás hablando?

La penetrante mirada de Peter la hizo callar de inmediato. Su valiente acusación se desvaneció en el aire y Lali, intimidada, guardó silencio durante varios minutos.

Cuando se acercaban al límite de las tierras de los Espósito, uno de los vigilantes del perímetro del rancho se acercó cabalgando hasta ellos y Peter intercambió con él un saludo con la cabeza. A pesar del bigote, el jinete parecía tener sólo unos cuantos años más que Stéfano y también parecía aburrido a causa de su tarea, la cual consistía en perseguir a las reses extraviadas y mantener a las de los vecinos lejos de la propiedad de los Espósito. Tarde o temprano, todos los vaqueros del rancho tenían que realizar, por turnos, esta tarea.


—¿Cómo va todo? —preguntó Peter mientras inclinaba su sombrero hacia atrás y lanzaba al muchacho una mirada inquisitiva.

—Bastante bien. Hoy hemos marcado a un ternero. Uno que se nos escapó durante el recuento.

—¿Era nuestro?

El muchacho se encogió de hombros.

—Lo más probable es que se escapara del Double Bar, pero el otoño pasado ellos se quedaron con uno de los nuestros. —El muchacho miró a Lali y se tocó el ala del sombrero en actitud respetuosa—. Señorita Mariana...

Cuando el vaquero se alejó, Lali contempló a Stéfano con los ojos muy abiertos.

—¡Pero..., poner la marca del rancho Sunrise al ternero de otra persona es robar!

—Vamos, Lali, marcar un ternero sin marca es juego limpio. Además, ya lo has oído, el otoño pasado ellos nos quitaron uno de los nuestros. Ahora estamos en paz.

—Esto no está bien... —insistió ella.

Peter intervino con voz lacónica.

—Al menos esto enseñará a los del Double Bar a mantener sus terneros lejos de nuestros pastos.

—No me extraña que tú tengas estos principios —contestó ella con frialdad—, pero enseñarle a un muchacho de la edad de Stéfano que robar está bien, es un acto criminal.

De repente, Peter sonrió y miró a Lali por encima del hombro con un brillo malicioso en los ojos.

—¿Y cómo crees que empezó tu padre en el negocio de la ganadería, Mariana?

—¿Mi padre? —repitió ella mientras, confusa, se ruborizaba.

«Pero si yo no tengo un padre.»

—Sí, tu padre. Él empezó trabajando para otro ranchero y reunió su primer rebaño con reses extraviadas. Pregúntaselo cuando quieras. Lo admitirá sin titubear.

Stéfano no se inmutó al oír aquella información. Por lo visto, ya la había oído antes. ¿Qué tipo de hombres eran? ¿Qué tipo de moralidad tenían? Lali apartó la mirada a un lado sorprendida por la facilidad con que Peter había acallado sus protestas. Por lo visto, la conocía el tiempo suficiente para haber desarrollado una patente animadversión hacia ella y se sentía cómodo burlándose de ella. En su mirada no había ningún respeto, sólo frialdad.

La tartana avanzó a lo largo de un riachuelo y recorrieron varios kilómetros antes de que ningún edificio apareciera a la vista. El edificio principal era una casa de tres pisos que dominaba el rancho Sunrise desde el centro de la propiedad. Se trataba de una construcción elegante, con cortinas flotantes de encaje blanco y un porche amplio. A la derecha había un corral y un barracón de gran tamaño y a la izquierda, un número considerable de cobertizos y otras construcciones. El rancho constituía en sí mismo un pueblo pequeño. El escenario estaba poblado de peones y caballos, y también había un perro juguetón. El sonido, poco melodioso, de los canturreos de los peones y el ruido de los hachazos en la madera se mezclaba con los gritos y los sonidos que acompañaban a la doma de un potro en el corral.

La tartana se detuvo frente al edificio principal y Lali permaneció inmóvil y atónita. ¿Y ahora qué? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? Stéfano bajó de un salto de la tartana y esperó junto al vehículo para ayudar a Lali.

—Vamos, sal —la apremió mientras le sonreía para darle ánimos—. Ya sabes que papá no estará enfadado mucho tiempo. Contigo no. Date prisa, tengo cosas que hacer.

—Quédate conmigo —pidió ella nada más bajar de la tartana y mientras se agarraba al brazo de Stéfano.

El único rostro amigable que había visto hasta entonces era el de Stéfano y prefería tenerlo cerca a quedarse sola, pero Stéfano apartó el brazo y se dirigió al corral.

—Peter te acompañará adentro —declaró mientras volvía la cabeza hacia ella—. De todas formas, creo que es exactamente lo que pensaba hacer.

—Sin lugar a dudas —declaró la voz áspera de Peter detrás de Lali y antes de que ella pudiera escapar, una mano de acero la cogió por el brazo—. Vamos a hablar con tu padre.

Al sentir el contacto de su mano, Lali se estremeció. La encontraba repulsiva, pero él la empujó con facilidad escaleras arriba y a través del porche. Lali percibió su considerable fuerza mientras él ignoraba sus intentos por soltarse. Peter abrió la puerta principal sin llamar y, antes de hacer entrar a Lali en una habitación que debía de ser la biblioteca, ella vislumbró unas paredes de madera de nogal y unas alfombras mullidas. En la habitación se percibía una mezcla de olores masculinos: olor a cuero y a grasa, a madera y a puro.

—¿Nico? —preguntó Peter. El hombre que había en la biblioteca se volvió hacia ellos y Peter soltó el brazo de Lali—. Supuse que estarías aquí.

—Llegas tarde —contestó Nicolás Espósito.

Parecía una versión adulta de Stéfano, aunque su pelo castaño estaba salpicado de canas y tenía un bigote espeso y bien recortado. Nicolás Espósito era un hombre robusto, de aspecto saludable y cuidado. Algunos hombres sobrellevaban la autoridad con desenvoltura, como si no notaran el peso del mando en sus hombros. Y Nicolás era uno de esos hombres. Él había nacido para dirigir a otros hombres. Miró a Lali con cariño y sus ojos brillaron.

—Diría que mi niña ha estado haciendo perder el tiempo a alguien otra vez.

Lali sintió un doloroso latido en el pecho mientras lo miraba.

«Éste es mi bisabuelo, y él cree que yo soy su hija. Todos creen que soy Mariana Espósito.»

Lali no oyó ni una palabra de la conversación que mantuvieron los dos hombres, sólo se quedó de pie y en silencio, agotada debido a la tensión emocional y harta de aquella pesadilla. Lo único que quería era que aquello terminara. Entonces se dio cuenta de que Nicolás le estaba hablando.

—Mariana —declaró él con severidad—, esta vez has ido demasiado lejos. Esto es grave, cariño, y ya va siendo hora de que te expliques. Stéfano y Peter creían que te había pasado algo. ¿Qué estabas haciendo para retrasarte tanto?

Ella lo contempló sin abrir la boca y sacudió la cabeza. ¿Debía inventarse una excusa y seguirles el juego?

Una voz nueva, una voz femenina, intervino en la conversación.

—¿Qué ocurre, Nico?

Lali se dio la vuelta y vio que una mujer esbelta y de edad próxima a los cincuenta años estaba junto a la puerta. Lali había visto fotografías de ella con anterioridad y supo que se trataba de Emilia Espósito, la esposa de Nicolás. Tenía los ojos azules, el rostro ovalado y unas facciones dulces. Su pelo era rubio y liso y lo llevaba recogido sobre la nuca, en un moño intrincado y cubierto por un gorrito de encaje que estaba rematado, a un lado, con un ramillete de flores.

La mujer deslizó un brazo por los hombros de Lali, quien percibió la dulce fragancia a vainilla que despedía, así como el olor a almidón fresco de su ropa de lino. El vuelo de sus amplias faldas rozó el vestido de Lali cuando apretó, con cariño, sus hombros.

—¿Por qué está todo el mundo tan terriblemente serio? —preguntó Emilia, y su mirada risueña suavizó la severidad de Nicolás.

La expresión de Peter no cambió.

—Esperamos que Mariana nos explique por qué ha llegado dos horas tarde —respondió Nicolás mucho más relajado que antes—. Nos está costando mucho tiempo y preocupaciones, Emilia, y tiene que aprender que hay un tiempo para la diversión y otro para el trabajo. Ahora quiero saber qué estaba haciendo mientras Peter y Stéfano la buscaban.

Tres pares de ojos se posaron en el rostro de Lali.

Ella oyó el tictac de un reloj cercano en el silencio de la habitación y se sintió como un animal acorralado.

—No lo sé —respondió con voz temblorosa—. No puedo contároslo porque no lo sé. Lo último que recuerdo es que estaba con Alelí. —Intentó continuar, pero su voz se quebró. Aquella situación era excesiva y ella estaba demasiado cansada para afrontarla durante más tiempo—. Alelí...

La tensión de su interior se desató y Lali se tapó los ojos con las manos y rompió a llorar.

De una forma vaga, fue consciente de que Peter salía, enojado, de la habitación y de que Nicolás le prometía, con ansiedad, dulces y dinero para sus gastos a fin de que dejara de llorar. Pero, por encima de todo, fue consciente de las tranquilizadoras caricias de Emilia.

—Lo siento —se disculpó Lali con voz ahogada mientras se secaba la nariz con el volante de encaje de la manga y cogía el pañuelo que le tendían—. Lo siento. No sé lo que ha ocurrido. ¿Qué he hecho? ¿Entienden algo de lo que ha ocurrido?

—Está alterada. Necesita descansar —declaró Emilia, y Lali se aferró con gratitud a su ofrecimiento.

—Sí, necesito estar sola. No puedo pensar...

—Todo está bien, cariño. Mamá está aquí. Ven arriba conmigo.

Lali accedió a su amable propuesta y la siguió en dirección a la puerta con la cabeza baja. Por el camino, vio un calendario encima de un pequeño escritorio.

—¡Espera! —exclamó con voz entrecortada cuando vio los números negros impresos en el papel de color marfil—. Espera.

Tenía miedo de mirar, pero tenía que hacerlo. Aunque estuviera en un sueño, tenía que averiguarlo. El año. ¿En qué año estaban?

Emilia se detuvo junto a la puerta y Nicolás lo hizo detrás de Lali, ambos totalmente confundidos por su extraño comportamiento. Lali se acercó al escritorio, arrancó la primera hoja del calendario y la sostuvo en sus manos, las cuales temblaban con tanta intensidad que apenas podía leer la fecha.

1880.

Durante unos instantes, la habitación dio vueltas a su alrededor.

—¿Es correcta la fecha? —preguntó con voz ronca mientras tendía la hoja a Emilia.

Emilia cogió la hoja y leyó la fecha con mucho interés, con lo que pretendía hacer reír a Lali, pero ésta sólo esperó con las manos firmemente apretadas.

—No, no es correcta, cariño —declaró Emilia por fin—. Es de hace dos días. —Emilia se acercó al calendario, arrancó otra hoja, la arrugó junto a la primera y las dejó caer en una papelera que había cerca del escritorio—. Ya está, volvemos a estar al día —declaró satisfecha.

—Mil ochocientos ochenta...

Lali respiró hondo. «Cincuenta años atrás. Es imposible. No puedo haber retrocedido cincuenta años.»

—La última vez que lo comprobé estábamos en ese año —declaró Emilia en tono alegre—. Vamos arriba, Mariana. No tienes ni idea de lo cansada que te ves. Nunca te había visto así.

1880. ¡Oh, sí, aquello era un sueño! No podía ser otra cosa. Lali siguió a Emilia en silencio hasta un dormitorio. Tenía unas cortinas con fleco y las paredes estaban forradas con un papel de flores muy recargado. También había una cama con una estructura metálica, un edredón bordado y unos almohadones mullidos. La cama estaba situada entre dos ventanas. En la cómoda había un jarrón de cristal con un ramo de flores silvestres.

—Duerme un poco, cariño —declaró Emilia mientras la empujaba con suavidad hacia la cama—. Estás cansada, eso es todo. Puedes dormir durante un par de horas. Enviaré a Alelí para que te despierte.

El pulso de Lali se aceleró. ¿Alelí estaba allí? No podía ser verdad.

—Me gustaría verla ahora mismo.

—Primero descansa.

Debido a la insistencia de Emilia, Lali no pudo hacer otra cosa más que quitarse los zapatos y tumbarse en la cama. Su cabeza se hundió en la suavidad de una almohada y, tras volver la cara hacia ella, Lali exhaló un suspiro de alivio y cerró sus ardientes ojos.

—Gracias —murmuré—. Muchas gracias.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, sí, me encuentro mejor. Sólo quiero dormir y no despertarme nunca más.

—Hablaré con tu padre. Si lo que ha ocurrido esta tarde te altera tanto, no volveremos a hablar de esta cuestión. Él nunca haría nada que te hiciera llorar, ya lo sabes. Al contrario, te conseguiría el sol y la luna si los quisieras.

—Yo no quiero el sol y la luna —susurró Lali, quien apenas era consciente de la mano que le acariciaba el pelo con dulzura—. Quiero regresar a donde pertenezco.

—Estás donde perteneces, cariño. No lo dudes.

Continuará...

+10 :)

15 comentarios:

  1. Y ahora que pasara ?? Subí mas porfavor

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  2. No!! Para no nos dejes así

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  3. Te leo desde México

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  4. Subí nove Dani no nos podes dejar así

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  5. Dani!!! Porfavor amo tus noches subí cap o me muero necesito saber que pasa porfa !!

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  6. No entiendo :o jajaja. Más nove!

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  7. hay pobre de lali esta toda perdida y peter la trata como la trata por que tienen algo!! por esos sus suenos son con el!!!

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  8. K cacao mental tiene en estos momentos.
    Si es un sueño si k son reales

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