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jueves, 30 de abril de 2015

Capítulo - 7



Con el corazón apesadumbrado, Lali se cambió de ropa y se puso varios alfileres más en el pelo para que no se le deshiciera el moño. Varias ideas descabelladas acerca de cómo evitar ir con Peter cruzaron por su mente, pero ninguna era ni remotamente factible. De repente, se preguntó por qué le tenía miedo. Peter no se atrevería a hacerle daño a plena luz del día y menos cuando todos sabían que iban juntos al Double Bar.

La forma de actuar de Peter era la de los cobardes. Si quería hacerle daño a alguien, se acercaría a esa persona a hurtadillas. Una oleada de odio le dio valor a Lali. Tenía que superarlo. Sobreviviría a aquella situación, sucediera lo que sucediera. Además, no existía un peligro real para ella. Si la historia seguía su curso previo, Peter tenía la intención de matar a Nicolás, no a ella.

Lali salió de la casa y se dirigió al establo. Cuando vio a Peter Lanzani montado en un caballo y llevando a otro de las riendas, aminoró el paso. A Peter, igual que a cualquier otro vaquero experimentado, se lo veía cómodo y extremadamente seguro encima de un caballo. La yegua zaina que llevaba de las riendas era de un color claro fuera de lo común, casi dorado. Tenía las patas largas y mucho carácter, lo cual se apreciaba en la forma en que sacudía la cabeza y en su caminar brioso.

Se trataba de un animal magnífico y, para Lali, aterrador. Hacía mucho tiempo que no montaba a caballo. Nunca había sido una buena amazona y necesitaría horas de práctica para familiarizarse con el proceso. Además, tener que montar aquel caballo mientras Peter la observaba... El corazón le palpitaba tan deprisa que lo sentía en todas las partes de su cuerpo.

—Te has olvidado de los abrelatas —declaró Peter mientras sus insolentes ojos verdes se deslizaban hasta las botas de Lali.

Ella nunca había visto a un hombre tan guapo como él, con el ala del sombrero tapándole los ojos y su ágil cuerpo cubierto con una camisa blanca con las mangas arremangadas y unos tejanos ajustados con parches de gamuza en las rodillas...

—¿Los abre...? ¡Ah, te refieres a las espuelas! —balbuceó Lali. Y se odió por ponerse nerviosa cuando estaba cerca de él—. No las usaré más. Son crueles e innecesarias.

—La semana pasada me dijiste que no podías montar un caballo como Jessie sin las espuelas.

—Jessie y yo nos llevaremos bien sin ellas —murmuró Lali mientras se acercaba a la yegua zaina y le acariciaba el morro. La yegua sacudió la cabeza con irritación—. Sé buena, Jessie. Te portarás bien conmigo ¿verdad? ¿Serás...?

—Pueden mantener esta conversación más tarde. Salgamos ya.

Lali se dirigió con lentitud al lado izquierdo de la yegua. Se montaba por el lado izquierdo, ¿no? Se esforzó en recordar algunos de los consejos que le habían dado en cuanto a montar: no permitas que el caballo sepa que tienes miedo. Haz que el animal sepa quién es la jefa.

Jessie aguzó las orejas cuando notó que Lali se acercaba a su costado.

—Le han puesto una silla de mujer —declaró Lali, y el estómago se le encogió al verla.

No tenía ni idea de cómo se montaba con las dos piernas a un mismo lado.

—Es la que siempre usas. Desde que regresaste de la academia no has querido usar otra.

—Pues hoy no puedo. Ponle otra. La que sea.

Las facciones de Peter se endurecieron.

—Esta mañana no tengo tiempo para tus jueguecitos. Por mucho que te divierta dar órdenes, no pienso satisfacer tus caprichos. Si no te gusta, puedes quejarte a tu padre más tarde, pero de momento súbete a ese caballo.

—Te desprecio —declaró Lali con fervor.

—En ese elegante colegio privado no te enseñaron buenas formas, ¿no?

—No tengo por qué ser cortés contigo. Tú tampoco lo eres conmigo. Y, por lo que sé, es usted más insolente de lo que un hombre en su posición tiene derecho a ser, señor Lanzani.

—Señor Lanzani —repitió él, y una sonrisa burlona cruzó su rostro—. De modo que ahora nos vamos a poner formales.

Ella lo miró con desdén.

—¿Acaso nos hemos puesto alguna vez de otra manera?

—Creo recordar que sí, al menos durante cinco minutos. Aquel día en el granero, ¿recuerda, señorita Mariana? Nunca he visto a nadie enojarse tan deprisa, y todo porque no me tentó la forma en que te lanzas a los brazos de un hombre.

—¡Yo nunca he hecho nada parecido! —exclamó ella horrorizada. ¿Acaso estaba afirmando que había intentado seducirlo?—. ¡Aunque fueras el único hombre del mundo, yo nunca me lanzaría en tus brazos!

—Niégalo si quieres —declaró él mientras se encogía de hombros con desinterés—, pero negarlo no cambiará lo que sucedió.

—¡Ésa no era yo!

Peter contempló su rostro indignado con una mirada especulativa.

—Los mismos ojos marrones y grandes, el mismo pelo de color miel, la misma bonita figura. Juraría que eras tú.

Las facciones de Lali se pusieron tensas debido a la contrariedad que experimentaba. ¡Qué mentiroso era!

—¿Y dices que me rechazaste?

—Te cuesta aceptarlo, ¿no?

—Una persona como tú se habría lanzado de cabeza ante cualquier oferta de la hija de su jefe.

—Como te dije entonces, no me interesan las niñas consentidas y despiadadas.

—Pues a mí no me interesan los peones de rancho insolentes, ambiciosos y engreídos.

Los ojos de Peter destellaron de una forma peligrosa.

—No estás en posición de acusar a nadie de ambición, Mariana.

—¿Por qué lo dices?

—¿Tienes que preguntármelo?

Peter arqueó una ceja. Sin duda, se refería a un incidente pasado.

—Yo no siento el menor interés por ti —declaró Lali con descaro—. Tú harías cualquier cosa por tener un trozo de este rancho.

Peter clavó su mirada en la de Lali y un silencio incómodo se produjo entre ellos.

—Súbete a ese maldito caballo —declaró él en voz baja.

El enojo que sentía Lali le proporcionó la fuerza necesaria para montar en la silla y anclar la rodilla en su lugar antes de que pudiera pensar en lo que hacía. El suelo parecía encontrarse a kilómetros de distancia. Jessie dio vueltas en círculo con nerviosismo mientras Lali intentaba tranquilizarla. Un millón de oraciones implorando misericordia cruzaron por su mente. La yegua era una masa enorme de músculo en tensión lista para salir corriendo como una exhalación fuera del control de su amazona y ambas lo sabían. La silla para mujeres sólo permitía a Lali mantener un equilibrio precario. Constituiría un milagro que no se cayera de la montura.

—Buena chica, Jessie. Tranquila, Jessie —murmuró Lali con labios tensos mientras tiraba de las riendas para calmar al animal.

—¡Santo cielo! ¿Qué problema tienes? No la tomes con la yegua. Nunca te he visto tratarla con tanta rigidez.

Lali ignoró el comentario de Peter y tiró con más fuerza de las riendas. De algún modo, consiguió que la yegua se quedara quieta, pero tras dar una sacudida que casi hizo caer a Lali, Jessie salió disparada hacia delante. Mientras se alejaban del establo en una loca y descontrolada carrera, Lali vio que Peter cabalgaba a su lado.
—¿Qué te ocurre? —soltó él—. Aminora la marcha. No estás participando en ninguna carrera. A este ritmo la agotarás antes de haber recorrido la mitad del camino.

Lali tiró de las riendas con todas sus fuerzas y se sintió aliviada cuando Jessie, aunque a desgana, obedeció su orden. Redujeron la marcha a un medio galope y Lali se esforzó en recuperar el ritmo de su respiración. Si lograba superar la prueba de aquella mañana, no volvería a montar en su vida, se prometió Lali a sí misma.

—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó Peter con sarcasmo—. ¿No puedes esperar a ver a Benjamín?

—¿Por qué lo preguntas de ese modo? ¿Qué opinas de Benjamín?

—No creo que te interese mi opinión.

—Es posible que sí que me interese. —Si mantenía una conversación, por muy desagradable que fuera, ésta la ayudaría a distraer su mente del apuro en el que se encontraba—. ¿Qué opinas de él?

—Es un imbécil irascible.

—¿Por qué, porque no siempre opina lo mismo que tú?

—Porque tiene la maldita costumbre de alardear de su ignorancia siempre que puede. Además no sabe lo que es trabajar, pues no ha trabajado en su vida. Por esto son perfectos el uno para el otro.

Sus palabras hirieron a Lali.

—No sabes nada de mí ni de lo que he hecho en mi vida.

Lali pensó en todas las horas que había pasado en el hospital cuidando a los enfermos, en todo el trabajo agotador que había realizado transportando cestos y cambiando sábanas, en la tensión que suponía simular que no le afectaba ver las heridas y el dolor de los enfermos. Ella siempre se había mostrado amable y atenta con ellos, por muy cansada o frustrada que se sintiera. Y también pensó en las horas que se había quedado en casa cosiendo para otros para aportar unos ingresos extra cuando el importe de las facturas médicas de Alelí aumentó. Lali recordaba haber trabajado encorvada sobre la máquina de coser hasta que la espalda le dolía, haber manejado la aguja y el hilo hasta que los ojos le escocían. Todo esto lo había hecho sin caer, apenas, en la autocompasión, y que ahora la acusaran de no haber trabajado nunca le resultaba intolerable.

—Te he preguntado qué opinas de Benjamín Amadeo, no de mí—contestó con frialdad—. Tienes celos de él, ¿no? Desearías tener todo lo que él tiene.

Él la escudriñó con la mirada.

—No, yo no aceptaría nada de lo que él tiene aunque me lo ofrecieran en una bandeja de plata.

«Incluida tú», era su silenciosa implicación. Lali dirigió la vista hacia el frente y sujetó las riendas con firmeza. De algún modo, debió de transmitir su enfado a Jessie, porque el ritmo de sus cascos se aceleró hasta ponerse al galope. Lali enseguida se dio cuenta de que había perdido el control del animal y sintió una oleada de pánico. Tiró de las riendas con todo el peso de su cuerpo, pero Jessie ignoró su frenética señal. Lali murmuró entre dientes todas las palabrotas que conocía.

—¿Qué haces? —preguntó Peter, pero ella no podía contestarle.

Lali volvió a tirar de las cintas de cuero con todas sus fuerzas. De una forma repentina, la yegua se detuvo y levantó las patas delanteras mientras soltaba un relincho furioso. Lali intentó no caerse de la ridícula y diminuta silla, pero en cuanto los cascos delanteros de Jessie volvieron a tocar el suelo, Lali salió despedida del lomo del animal. Lali estaba demasiado aturdida para emitir ningún sonido. Durante unos instantes, se sintió ingrávida y, al mismo tiempo, paralizada en espera del golpe que recibiría al chocar contra el suelo. Entonces se produjo el impacto. El dolor recorrió su cuerpo corno una ola encrespada y la angustia se apoderó de ella cuando el aire abandonó sus pulmones. Lali permaneció inmóvil, en posición fetal y con los ojos cerrados mientras intentaba recuperarse.

Lali notó que la giraban con delicadeza y se atragantó al tomar la primera bocanada de aire. Peter estaba a su lado y murmuraba algo en voz baja. A Lali le dolía todo el cuerpo y sentía una terrible opresión en el pecho. Mientras se esforzaba en respirar, el miedo y una aterradora sensación de soledad se apoderaron de ella. No había nada peor que estar sola y sentir dolor. Lali entreabrió los ojos y vio la cara de Peter encima de la suya, pero no podría haberse movido aunque la vida le fuera en ello.
—¿A qué estás jugando? —murmuró él—. Podrías haberte hecho daño, pequeña idiota.

La garganta de Lali se abrió en un intento por respirar y, al final, sus pulmones se llenaron de aire. Lali realizó unas cuantas respiraciones rápidas que le escocieron la garganta y se estremeció. Notaba la presión de las lágrimas en las cuencas de los ojos, pero no podía permitirse llorar, no delante de él. Lali, consciente de la forma masculina que estaba inclinada sobre ella, se tapó los ojos con manos temblorosas. ¡Entre todas las personas del mundo, tenía que ser Peter quien la viera en aquel estado! Se reiría de ella. Quizás incluso en aquel momento se estaba riendo en silencio de su desgracia. La vergüenza y la confusión la invadieron. «¡Basta! No funcionará. No puedo fingir más. No puedo mentir más.» Los labios le temblaron mientras luchaba contra la sensación de angustia que la embargaba.

—¡Por todos los santos! —oyó que Peter exclamaba con voz áspera.

De repente, a Lali le dio la sensación de que no era Peter quien estaba con ella, sino un desconocido. Un desconocido que la abrazaba y le acariciaba la espalda mientras susurraba algo en voz baja y grave. No había pasión en su abrazo, sólo el consuelo indiferenciado que se ofrece a un niño asustado.

Lali experimentó un sentimiento de repulsión e intentó apartarse de él, pero el brazo de Peter le sujetaba la espalda con tanta fuerza que, al final, ella se desplomó contra su cuerpo. Peter deslizó una mano hasta la nuca de Lali y se la frotó con las yemas de los dedos. La sensación era tan agradable que Lali no se movió. Las lágrimas contenidas se desvanecieron de una forma mágica y el dolor que experimentaba en el pecho empezó a remitir.

Poco a poco, Lali se destapó los ojos y dejó caer los brazos a los lados mientras se apoyaba en Peter. «No debería permitirle que me tocara», se dijo a sí misma medio aturdida. Sabía que aquello estaba mal, pero no quería separarse de él. Todavía no. Los dedos de Peter eran fuertes pero sensibles, y le masajearon la nuca hasta los hombros. Peter titubeó unos instantes, pero al final deslizó la palma de su mano por la espalda de Lali acariciándola con suavidad.

Un silencio extraño y sobrecogedor surgió entre ellos. Lali se preguntó por qué Peter la abrazaba de aquella manera y por qué ella no se resistía. Claro que aquello no significaba nada. Cuando la soltara, ella lo odiaría tanto como antes, pero, durante unos instantes, Lali se permitió disfrutar de la sensación de sentirse protegida y a salvo. ¿Era de verdad Peter Lanzani quien la abrazaba? Peter despedía calidez y vitalidad. No era un fantasma, un demonio o una sombra del pasado. Sus brazos la sostenían con dulzura y su cuerpo era duro y enérgico.

Lali no percibió ninguna señal de lo que Peter pensaba o sentía. Su aliento rozaba el cabello de Lali con soplos ligeros y regulares y su corazón latía de una forma acompasada junto a la oreja de ella. El silencio se prolongó tanto que Lali sintió que tenía que romperlo. Buscó algo que decir, pero cuanto más lo intentaba, más difícil le resultaba encontrarlo. Una extraña sensación de pánico creció en su interior impidiéndole hablar, y experimentó un gran alivio cuando oyó a Peter.

—¿Te duele algo?

—N-no. —Lali se separó un poco de Peter y se llevó una mano al cabello en un acto reflejo de timidez. Él la miró con sus inquietantes ojos verdes y ella se ruborizó—. Lo si-siento —declaró Lali sin saber por qué se disculpaba—. No podía respirar...

—Lo sé. —Peter aflojó su abrazo, se separó de Lali e hizo ver que se arreglaba el cuello de la camisa—. Resulta evidente que estabas un poco alterada —continuó con un tono de voz apagado mientras miraba a su alrededor buscando el sombrero de Lali, que estaba en el suelo a unos metros de distancia.

Lali pensó que ambos estaban elaborando excusas para justificar lo que había ocurrido. A continuación, cogió el sombrero que Peter le tendía sin pronunciar una palabra e inclinó la cabeza. El olor a hierba calentada por el sol llenó sus fosas nasales y el sol despidió destellos dorados de su cabello. Peter la contempló con disimulo mientras ella volvía a sujetar los alfileres de su peinado.

Lali volvió a levantar la mirada con cautela y Peter se sintió aturdido al ver su aspecto enmarañado. El aspecto de Mariana siempre había sido frío y perfecto. Los inicios de una nueva percepción de ella brotaron en el interior de Peter y todos sus sentidos se despertaron. Entonces se dio cuenta, con desagrado, que al menor indicio por parte de ella, él habría aceptado lo que ella quisiera ofrecerle. Durante unos instantes, lo había tenido donde ella quería.

Sin embargo, a diferencia de antes, Lali no había realizado ningún gesto para seducirlo o coquetear con él. Él había percibido en sus ojos algo de miedo y mucha ansiedad. ¿Acaso lo estaba simulando? No había forma de averiguarlo.

Lali se puso el sombrero con torpeza e intentó colocárselo en el ángulo correcto. La preocupación invadía su mente. «No puedo fingir más que soy Mariana Espósito. No soy buena fingiendo.» Pero ¿acaso tenía otra elección? Si la había, ella no la veía. Estaba atrapada en aquella época y, por lo visto, no había vuelta atrás. Aquel mundo era real, tan real como aquel del que ella provenía. Podía adaptarse a él o dejar que se la comieran viva. Tenía que seguir fingiendo que era Mariana Espósito. No podía hacer otra cosa ni podía ir a ningún otro lugar.

Y tampoco podía permitirse olvidar, nunca más, que Peter Lanzani era su enemigo. Lali lo miró y sufrió una gran impresión cuando se encontró con sus ojos, agudos y perceptivos. Una parte de ella pudo por fin captar en él el peligro. De todos los desastres que podían ocurrir, el peor sería volver a estar cerca de él. Lali se apartó de Peter e intentó levantarse, y él la cogió de la mano y la ayudó a ponerse en pie. En cuanto pudo, Lali soltó su mano de un tirón y se la frotó, como si quisiera borrar la huella de los dedos de él.

Peter sacudió la cabeza ligeramente sin apartar la mirada del rostro de Lali.

—¿Qué te ha ocurrido?

Ella se puso tensa y se le helaron las entrañas.

—No me ha ocurrido nada. ¿A qué te refieres?

—Desde que Stéfano te encontró ayer, actúas de una forma extraña. Tu cara, tus expresiones..., todo es distinto.

Nadie más había notado nada diferente en ella, ni siquiera Nicolás o Emilia. Lali se dio cuenta, con inquietud, de lo perceptivo que era Peter.

—No estoy de humor para tus manías. Yo no he cambiado en nada.

—Entonces dime, ¿cómo es posible que en el plazo de veinticuatro horas hayas olvidado cómo montar a caballo? ¿Por qué no te acuerdas de lo que ocurrió entre nosotros en el establo? ¿Por qué vas por ahí como si lo vieras todo por primera vez?

—Mi padre no te paga para que me des la lata con preguntas estúpidas —soltó ella.

Peter sonrió y pareció sentirse más cómodo.

—Esto ya me suena más a la Mariana a la que estoy acostumbrado. Y, por primera vez, tienes razón. A mí no me pagan por formularte preguntas, sino por cuidarme del negocio de tu padre, y esto es lo que se supone que debería de estar haciendo, de modo que, si ya te encuentras mejor...

—Yo... —Lali miró a Jessie con nerviosismo. La yegua estaba tranquila y las riendas colgaban desde su bozal hasta el suelo—. Necesito unos minutos más.

Peter se ajustó el sombrero.

—Pues yo tengo que ir al Double Bar ahora mismo.

—¡Pues vete! Y llévate a Jessie. No quiero nada más con ella.

—¿Lo dices en serio? ¿Y cómo piensas volver al rancho?

—Volveré andando.

—No seas tonta. Tardarías horas en llegar. No, conociéndote, tardarías días. —Lali lo miró de una forma desafiante. Peter soltó una maldición y flexionó los dedos, como si quisiera zarandearla—. De todas las mujeres conflictivas, irracionales y tercas, tenía que cruzarme con...

Durante el silencio que se produjo a continuación, Peter notó que el labio inferior de Lali temblaba, como reacción a todo lo que le acababa de pasar, y la exasperación que Peter sentía se vio atenuada por una emoción que Lali no pudo descifrar.

—Mariana.

Lali se quedó helada mientras Peter alargaba un brazo hacia ella y le rozaba el labio inferior con el pulgar con tal suavidad que Lali pensó que se lo había imaginado. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y se asentó en la boca de su estómago, y Lali apartó la cabeza con brusquedad.

—¡No me toques!

Él esbozó una sonrisa de medio lado y sacudió la cabeza mientras pensaba que su comportamiento era ridículo.

—De todas las cosas que desapruebo en ti, lo único que siempre he considerado intachable es tu forma de montar. Hasta hoy, siempre habías montado con firmeza y manejado las riendas con suavidad. ¿Qué ocurre? ¿Es el caballo?

Lali bajó la vista.

—Ya no puedo montar de lado.

Por alguna razón, Peter no insistió para que fuera más explícita.

—Entonces no lo hagas..., a partir de hoy, pero el resto de la mañana, tendrás que aguantarte.

—No puedo.

—Supongo que no esperarás que cambiemos de montura, ¿no? —preguntó él mientras le levantaba la barbilla con el dedo índice. En esta ocasión, Lali no protestó, pues sabía que sería inútil.

—Me resultaría m-más fácil.

—Sólo piensa en cómo me vería. Yo sentado de lado en esa sillita remilgada y cabalgando hasta el Double Bar para negociar con el señor Amadeo. Tenía planeado lanzarle unas cuantas amenazas, pues ésta es la única forma de hacerlo entrar en razón, pero creo que se partirá de risa, sobre todo cuando me vea meneándome sobre esa silla de mujer y con la rodilla anclada en el fuste.

—Para ya. —Lali sonrió a su pesar al imaginarse la escena que Peter describía—. Pero me gustaría saber qué le explicarás a Nico..., a mi padre cuando Jessie me vuelva a tirar de la silla y acabe con el cuello roto.

—Suena como si estuvieras pidiendo una lección de montar. —La jovialidad de Peter desapareció de inmediato y se convirtió en desdén—. ¡Imagínatelo, Mariana Espósito solicitando consejos a un simple individuo como yo!

—Estás loco si crees que lo que pretendo es captar tu atención.

—¿Entonces a qué ha venido esa representación de mujer fatal?

Peter lanzó una mirada significativa al espacio del suelo donde habían estado sentados los dos.

Lali se tragó una contestación mordaz y se preguntó qué encajaría más con el papel que estaba representando, llevarle la contraria o fingir que la caída había sido una tonta artimaña femenina para captar su atención. Él parecía inclinado a pensar lo peor de ella. ¿Por qué no aprovecharse de su ego? Además, todavía no había encontrado una explicación aceptable a su repentina ineptitud en el manejo de Jessie. Ya le iba bien que Peter creyera que se había caído a propósito.

—Tendría que haberme imaginado que no serías tan caballero como para hacerme ese favor —murmuró Lali mientras lo miraba a través de las pestañas con la cabeza algo inclinada.

¡Así! Esto sí que parecía una insinuación. Quizás así lo desconcertaría. Dejaría que creyera que todo aquel episodio era un ardid para seducirlo. Él no esperaría otra cosa de Mariana Espósito.

En lugar de sentirse desconcertado, Peter se mostró francamente divertido.

—La mercancía no me atrae. —Peter la miró de arriba abajo—. Aunque tengo que reconocer que viene en un envase bonito.

¡Oh, cómo lo detestaba!

—Eres demasiado amable —respondió ella con frialdad.

De repente, Peter sonrió ampliamente y sin ninguna señal de malicia en su expresión.

—¿A qué han venido todas esas payasadas? Supongo que te aburres, ¿no? ¿Acaso soy el único hombre del condado que todavía no ha perdido la cabeza por ti?

—Es probable —respondió ella con despreocupación.

Peter se echó a reír.

—No vuelvas a intentarlo, Mariana. Es un juego peligroso. Yo no soy como esos muchachos con quienes te gusta coquetear.

—Eso es lo que te gustaría —contestó ella con desdén—, pero todos son iguales. La edad no importa, todos son unos niños. Les gusta jugar a los mismos juegos ridículos una y otra vez y...

Lali cerró la boca de golpe.

—¿Y qué? —la apremió él. Lali permaneció en silencio y sintió que la mirada de Peter la abrasaba—. ¿Cuál crees que es la diferencia entre un niño y un hombre?

—No sabría decírtela, todavía no me he encontrado con un hombre de verdad.

—Aunque vieras a uno no creo que supieras reconocerlo, querida.

—Un hombre es alguien que tiene principios —declaró ella pronunciando la palabra «principios» como si estuviera segura de que a él no le resultaría familiar—. Y el valor de mantenerlos. Un hombre es alguien que no se coloca siempre el primero y los demás después. Y también...

—¡Por favor! —Peter levantó una mano en señal defensiva—. Estoy seguro de que se trata de una lista muy larga y entretenida, pero no tengo tiempo de escucharla.

—En cualquier caso, nunca darías la talla.

Peter se rió entre dientes.

—No se puede decir que seas una autoridad en esta cuestión.

Su condescendencia la hirió. ¡Ella sabía más de los hombres de lo que él creía! A las mujeres de aquella época las educaban según unos ridículos principios victorianos, pero ella había crecido en una época mucho menos mojigata.

—Yo no soy tan inocente como crees —declaró Lali.

—Pues yo creo que no eres tan experimentada como tú crees.

—¿Cómo puedes saberlo? Según dijiste antes, te resististe a mis... insinuaciones en el establo.

—Todavía no puedes creer que rechacé tu oferta, ¿no? No tenía ni idea de lo mucho que te importaba.

—No seas tan engreído. Aquello no me importó en absoluto. Estoy encantada de que no ocurriera nada entre nosotros. No te imaginas cuánto... ¿Qué haces?

Peter la cogió del brazo con firmeza y tiró de ella hacia Jessie.

—¡No! —exclamó Lali. El tono de su voz cambió de repente—. No puedo manejarla.

—Eres demasiado dura con ella. Su hocico es muy sensible y, tal y como sujetas las riendas, podrías rasgárselo. Y también le das taconazos en los costados, con lo cual no le indicas con exactitud qué es lo que esperas de ella.

—Reconozco que no la manejo bien. —Peter la empujó hacia el animal, pero Lali se volvió de espaldas a Jessie con tozudez—. Pero el resto del problema radica en que Jessie es arisca y tiene mal carácter y esto no tiene arreglo.

—Sólo necesita que la manejen de la forma adecuada. Como todas las hembras. —Peter apoyó la mano en la silla y acorraló a Lali contra la montura—. Vamos, sube.

—Para. Ya he recibido bastantes órdenes de ti.

La rabia que sentía era más hacia ella misma que hacia él. Se había metido en aquel lío por ceder aquella mañana. Para empezar, tendría que haberse negado a acudir a la cita con Benjamín Amadeo. Y ahora no tenía más remedio que volver a montar en la yegua.

—Basta ya —contestó él mientras la volvía hacia él y la cogía de la cintura—. No sé qué te ha empujado a jugar a este juego...

Mientras Lali forcejeaba con él, a Peter se le cayó el sombrero.

—¡No se trata de ningún juego! —exclamó Lali.

—Si pretendes fingir que no recuerdas cómo se monta, te obligaré a hacerlo. ¿Quieres recibir una lección sobre monta? Pues yo te daré una maldita lección, Mariana.

Antes de que ella pudiera pronunciar ninguna palabra, Peter le entregó las riendas y la montó en la silla. De una forma instintiva, Lali buscó una posición segura en el lomo del animal mientras se agarraba a su áspera crin. Jessie empezó a agitarse. Lali cerró los ojos y se sujetó con más fuerza. Estaba segura de que Jessie la volvería a lanzar por los aires. Peter subió detrás de ella de un salto y apretó sus poderosos muslos contra los costados del animal.

—Está dando cabriolas otra vez —balbuceó Lali mientras tiraba de las riendas tan fuerte como podía.

—Deja de tirar de las riendas —ordenó Peter en tono irritado—. Le harás daño en el hocico.

—Ella intenta matarme y a ti te preocupa...

—¡Dame las riendas!

Peter cogió las riendas con una mano, deslizó el otro brazo alrededor del abdomen de Lali y la apretó contra él mientras Jessie intentaba levantar las patas delanteras. Lali contuvo el aliento y se aferró al brazo que la sujetaba. El miedo la paralizaba. En contra de lo que esperaba, Jessie no la tiró de la montura. El brazo de Peter la sostenía con fuerza y seguridad, su cuerpo mantenía el equilibrio a la perfección y se acomodaba a los movimientos de Jessie sin ningún esfuerzo. Jessie percibió que era inútil resistirse a las órdenes de Peter y no tardó en tranquilizarse.

—Gira los talones hacia fuera, le estás dando taconazos otra vez.

Lali estaba paralizada.

—Sólo intento mantenerme en la silla.

—¡Gira los talones hacia fuera!

En cuanto se dio cuenta de que Jessie se había tranquilizado, Lali exhaló un suspiro tenso, giró los talones hacia fuera y aflojó las manos, las cuales apretaban con fuerza el brazo de Peter. Él deslizó la mano hacia la parte frontal del cuerpo de Lali y la dejó peligrosamente cerca de sus pechos.

—Ahora coge las riendas. Y mantenlas flojas.

—Deja de hablarme al oído —declaró ella al darse cuenta, con incomodidad, de que sus susurros habían producido un hormigueo en la parte superior de sus muslos—. Y saca la mano de ahí.

—¿No es esto lo que querías? —preguntó él sin retirar la mano.

—Eres el más insolente...

—Condúcela alrededor de aquel álamo y de vuelta aquí.

—¿Al paso, al trote o...?

—Esto depende de cuánto tiempo quieras que estemos juntos.

Lali ya había aguantado bastante sus burlas. En un ataque de rabia, le dio a Jessie un taconazo potente esperando que el impulso hacia delante de la yegua tirara a Peter al suelo. El se echó a reír y apoyó una mano en la cadera de Lali. Galoparon hacia el álamo raudos como el viento y Lali entrecerró los ojos mientras sentía el cálido aire primaveral en el rostro.

—Vamos muy de-deprisa—protestó Lali con los labios tensos.

—Entonces haz que vaya más despacio. Ella hará lo que tú le ordenes. —Peter resopló con impaciencia—. Eres una actriz increíble, Mariana. Casi habría jurado que no sabías cómo manejar a esta maldita yegua. Y ambos sabemos que no es así, ¿no?

Lali tiró de las riendas con lentitud y le sorprendió descubrir que Jessie obedecía su señal.

—No tan fuerte —le indicó Peter, y rodeó la mano de Lali con la suya para ajustar la tensión de las riendas.

De una forma instintiva, Lali cambió el peso de su cuerpo en la silla y encontró una postura más cómoda. Una inesperada sensación de tranquilidad la invadió.

—Condúcela alrededor del álamo. —El aliento de Peter rozó la parte posterior de la oreja de Lali y envió un escalofrío por su espina dorsal—. Con suavidad. No tires de las riendas con brusquedad.
Mientras daban la vuelta al álamo, la yegua inclinó el cuerpo y, de una forma natural, Lali relajó su cuerpo contra el pecho de Peter. Él volvió a ajustar la tensión de las manos de Lali en las riendas y declaró con cierta exasperación:

—Se está alejando de ti. Haz que vaya más despacio. Así. Sí.

—Ella no quiere ir por aquí.

—Lo que ella quiera no importa. Tú tienes el mando.

—¿No debería...?

—Con suavidad. Sé amable con ella.

El rostro de Lali estaba tenso debido a la concentración. El ritmo de los cascos del animal parecía retumbar en su cabeza, golpeando, golpeando en una puerta cerrada, mientras un recuerdo esquivo luchaba por liberarse. Mientras contemplaba la ondeante crin de la yegua, el paisaje que la rodeaba y el cielo azul con sus blancas nubes, que se desperezaban en la distancia, Lali buscaba en su mente e intentaba recordar. De repente, sucedió. En determinado momento no había nada más que el vacío y, al siguiente, un relámpago de conocimiento cruzó por su mente. De una forma repentina, Lali supo lo que estaba haciendo, como si recordara algo que había aprendido mucho tiempo atrás. ¡Pero esto era imposible! ¡Ella nunca había sabido montar!

—Hazla girar y que reduzca la marcha al paso —le indicó Peter. Lali descubrió que la yegua la obedecía con sólo tirar levemente de las riendas. ¡Aquello era magia! Lali soltó una risa repentina y percibió la sonrisa irónica de Peter.

—¿Ya te vas acordando? —preguntó Peter con sequedad, y deslizo la mano hacia arriba hasta que su pulgar reposó en el hueco que había entre los pechos de Lali.

El calor de su mano traspasó la blusa de Lali. Ella tragó saliva con fuerza y no dijo nada mientras se concentraba en hacer que Jessie se detuviera.

Cuando el golpeteo de los cascos de Jessie se apagó y todo estuvo en calma, Lali percibió con intensidad la mano de Peter y la caricia de su pulgar entre sus pechos.

—Y todo esto por mí —declaró Peter con voz suave—. No sabía que esta mañana resultaría tan agradable. Dime, ¿con cuánta antelación lo tenías planeado? ¿O me has ofrecido una representación espontánea?

Una parte de la mente de Lali exigía que se separara de él con furia, pero ella se sentía confusa y débil. Ningún sonido surgió de sus labios. El corazón le latía con fuerza y respiraba de una forma superficial. El pulgar de Peter acarició la curvatura inferior de uno de los pechos de Lali mientras ella mantenía la mirada al frente. Lali sintió que los pezones se le endurecían y el placer y la vergüenza que experimentó la atormentaron.

«¿Qué estoy haciendo? —se preguntó con desesperación—. ¡Tengo que detenerlo!»

Peter permanecía en silencio, aunque Lali sintió que su pecho subía y bajaba a un ritmo más rápido de lo normal. Lali, horrorizada, notó que la mano de Peter se desplazaba hacia arriba, de modo que le cogió la muñeca y exhaló una protesta ahogada. El dejó caer el brazo a un lado y desmontó con habilidad. A continuación, se volvió hacia ella y apoyó las manos en la silla, a ambos lados de Lali.

Los dos se observaron con fascinación y en silencio. Lali esperaba que él se burlara de ella por haberle permitido que la tocara. Su acto había sido irrespetuoso e insolente y ella debería de haberle exigido una disculpa. Peter deslizó la mirada por el cuerpo de Lali y tragó con fuerza, el único indicio de que el contacto con ella lo había afectado, pero, por distintas razones, ambos decidieron simular que no había sucedido nada.

—¿Ya estás bien? —preguntó Peter con voz tenue.

Por primera vez, no había ironía en su mirada.

—Sí —respondió ella con una voz apenas audible—. Creo que ahora puedo montarla.

—¿Seguro? —insistió él y, por primera vez, el tono de su voz era amable.

—Sí.

Peter se alejó de ella medio a desgana y se dirigió a su caballo. Lali lo contempló con los ojos muy abiertos. A decir verdad, echaba de menos su presencia en su espalda, su brazo fuerte alrededor de su cintura y su voz cerca de su oreja. Él había querido provocarla, se había tomado ciertas libertades para darle una lección, pero su cercanía había tenido en ellos un efecto distinto al que ambos esperaban. Algo en ella no funcionaba nada bien, pues encontraba atractivo a un hombre que ella sabía que era un asesino.

Lali intentó encontrar alguna excusa: «Todo se debe al tipo de hombres con el que estoy acostumbrada a tratar. Él es distinto a todos ellos. Tiene algo que ellos nunca tendrán.»


Peter se había forjado, con arrogancia, un lugar en un mundo duro. Él tenía que domar la vida o, al menos, eso creía. Hacía mucho tiempo que Lali no conocía a un hombre con la autoconfianza y la vitalidad de Peter. Las mujeres no lo intimidaban y su desdén nunca lo acobardaría. «No está acostumbrado a que las mujeres le planten cara», pensó Lali, y esta idea la cautivó. Le resultaría muy satisfactorio conseguir que él la respetara, hacerle reconocer que no podía dominarla.

Continuará...

+10 :)

19 comentarios:

  1. Me encantoooo!!! Masssssss

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  2. habrá sido la verdadera mariana quién mató a Nicolás y por eso desapareció? No no? Estoy siendo muy rebuscada Jajaja es tú culpa dani! Subime más!

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  3. o capaz que fue el idiota de B que lo mató por alguna venganza hacía peter o lali O_O

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  4. jajaja ya le gusto ajjajaja :P mas!! estoy muy confundida si el malo es peter, lali o banja

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  5. Tiene confundido a Peter

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  6. confuncion multlicada jaja me encanta quiero saber que pasaa mas

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  7. Me re gusto este cap... Pero sigo sin entender que choronga pasa
    +++++
    @x_ferreyra7

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  8. Al fin me pongo al día leyendo, siguela porfa

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  9. me gusto mucho el cap................ chicas a un blog que se llama novelaliter607 tienen buenas historias laliter

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  10. No entiendo nada de lo que pasa con Lali jajaja
    Más nove :)

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