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domingo, 19 de abril de 2015

TREINTA Y DOS



No quería estar allí.
Que la metieran en un tubo atada a una camilla no era la idea que Lali tenía de pasárselo bien. Apretó los dientes e inspiró hondo para calmarse. Preferiría estar llamando por teléfono como Peter antes que someterse al escáner que él había insistido que se hiciera esa tarde.
La prueba estaba dilatándose demasiado. ¿No se daban cuenta de que era claustrofóbica?
La máquina pitó y vibró, y la camilla salió del tubo.
«¡Gracias a Dios!», pensó.
Peter la esperaba en la sala de recepción cuando ella salió del vestuario. Tenía la cabeza gacha y se frotaba las sienes con los dedos. Irradiaba tensión. Lali tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta mientras cruzaba la estancia. No parecía tan preocupado cuando ella entró en la sala.
—¿Peter?
Cuando él levantó la cabeza, las líneas de preocupación desaparecieron de su apuesto rostro. Una sonrisa forzada apareció en sus labios; una sonrisa que no se reflejaba en sus ojos.
—¿Estás lista?
—Sí. El doctor Murphy me ha dicho que vuelva en una hora.
Peter se levantó.
—Pues vamos a comer mientras esperamos. —Le colocó una mano en la base de la espalda y la instó a dirigirse al ascensor.
Lali se sentó en el reservado medio en penumbra del bar escogido, situado a una manzana del hospital. Después de que les tomaran nota, le preguntó:
—¿Qué has averiguado?
Peter colocó un brazo por encima del respaldo del asiento y comenzó a golpear la mesa de madera con una pajita.
—Nada.
Estaba mintiendo. Lo sabía.
—Vamos, Peter. No me ocultes cosas.
—¿Qué te parece si nos vamos de vacaciones? Podríamos coger a los niños e irnos a alguna parte durante un tiempo, dejar que Tomás y Luz se conozcan. A la playa o al campo, como tú prefieras.
—Agustín me dijo que nunca se toma vacaciones, señor Lanzani —dijo con sorna—. Empiezas a preocuparme. ¿Qué pasa?
Él echó un vistazo por el bar para comprobar quién podría escucharlos, y ella lo imitó. Un camarero atendía la larga barra de caoba. Había dos clientes sentados en sendos taburetes delante de la brillante superficie. Unas cuantas mesas estaban ocupadas por turistas.
Lo miró de nuevo.
—Peter, ¿qué me estás ocultando?
Al final, él se sacó del bolsillo el trocito de papel roto que habían cogido de casa de Janet Kelly poco antes y se lo dio.
—Todas las personas de la lista que están tachadas han muerto.
—¿¡Qué!?
Peter puso cara apenada mientras señalaba los nombres de la lista.
—Ataque al corazón, accidente de tráfico y ahogamiento. Uno incluso murió de una sobredosis hace unos pocos días. No hay indicios de juego sucio en ninguna de las muertes.
Había cuatro nombres sin tachar, incluido el suyo.
—¿Qué me dices de los otros?
—No he podido encontrar a los dos primeros, o no me han querido contestar. El que te precede, Valeria Ordoñez, es bastante común. Todavía no he tenido tiempo de llamar a todos los números listados a ese nombre.
Lali frunció el ceño. ¿Por qué le sonaba tanto ese nombre?
Les sirvieron la comida y dejó el papel en la mesa, junto a la cerveza, aunque lo último que le apetecía era comer.
Peter le dio un apretón en la mano. La inocente caricia le provocó un ramalazo en la piel. Pero cuando levantó la vista, vio preocupación en sus ojos.
—No quiere decir nada —dijo él en voz baja—. Podría ser una coincidencia, nada más.
—Pero tú no lo crees. Lo veo en tu cara. Crees que esas personas también pudieron estar en la clínica privada, ¿verdad?
Peter se apoyó en el respaldo mientras intentaba poner cara de asombro, aunque no lo consiguió del todo.
—¿Cómo se te ha ocurrido eso?
—No soy idiota. Sé que las farmacéuticas mueven millones de dólares. ¿Crees que Benjamín estaba llevando a cabo su propia investigación? ¿Que estaba haciendo sus propios ensayos? ¿Tal vez con la esperanza de conseguir la aprobación de la FDA?
—Es una teoría.
Lali miró de nuevo el papel.
—Y crees que estas personas participaron en el ensayo. Que Janet Kelly lo sabía, que sabía lo que estaba pasando.
—No lo sé. A lo mejor. Pero eso no explica por qué ahora están muertos.
—Lo explicaría si alguien intenta ocultar las pruebas. Lo que hacía era ilegal, ¿no?
Peter soltó el aire.
—Sí.
—Y hasta que yo llegué aquí, nadie sabía de este asunto.
—Yo no he dicho eso.
Lo miró a los ojos.
—Pero lo estás pensando.
—Ahora mismo solo pienso en que tengo hambre. Ha sido un día muy largo. Y tú necesitas comer para que podamos volver al hospital y que nos comuniquen el resultado de la prueba.
Miró el plato. ¿Cómo había podido pensar que encontrar respuestas cambiaría algo? En ese momento, solo quería volver atrás en el tiempo, olvidarse de todo lo que ya había sucedido.
La mano de Peter volvió a cerrarse sobre la suya.
—Nena, no —le dijo en voz baja—. Vayamos paso a paso, ¿bien?
Lali asintió con la cabeza, cogió una patata frita y se tragó el miedo mientras intentaba comer.

 Lali cruzó los brazos por delante del pecho y clavó la mirada en los edificios que se veían desde el despacho del doctor Murphy. El sol del atardecer se reflejaba en la madera y en la piedra. Peter estaba sentado en un sillón cerca del escritorio de roble del médico, esperando. Podía sentir el estrés y la preocupación que irradiaba su cuerpo, y reconoció las mismas emociones en ella. La paciencia nunca había sido su fuerte, y, en los últimos días, tenía la sensación de que solo había estado esperando.
Peter se puso en pie cuando el médico entró y le estrechó la mano. Lali se acercó al escritorio.
—En fin —dijo el doctor Murphy—. Antes de nada, les diré que tenemos todas las imágenes que necesitamos. —Hizo que la imagen de su escáner cerebral apareciera en la pantalla del ordenador, que giró para que pudieran verla. Le dio un golpecito a la pantalla—. Esta es la zona que más nos preocupa. Parece que el cerebro sufrió la herida en esta sección, que es donde se alojan los recuerdos y donde se desarrolla la personalidad. Debo suponer que se produjo un hematoma de algún tipo, a juzgar por la incisión de la craneotomía que tienes en la cabeza, Lali.
—¿No fue por un tumor? —preguntó Peter.
—No. No hay indicios de tumores. Desde luego que el cráneo sufrió daño, lo que indica un accidente o un traumatismo de algún tipo.
Eso no tenía sentido. Lali se frotó la cicatriz. ¿Por qué iban a administrarle un medicamento contra el cáncer si no tenía cáncer?
—La pérdida de memoria es complicada —continuó el doctor Murphy—. Esa parte del cerebro es la que almacena los recuerdos, de modo que si sufrió un impacto fuerte, es posible que eso sea la causa de su amnesia. Sin embargo, la mayoría de pacientes con amnesia retrógrada recuerda algo, por insignificante que sea, de su infancia. La amnesia suele reducirse a los momentos que rodean el accidente, en ocasiones elimina varios años de los recuerdos, pero rara vez una vida entera. El caso de Lali es único.
—¿Qué me dice del medicamento? —preguntó Peter. El doctor Murphy y él habían hablado de la situación de Lali anteriormente, y Peter le había dado al médico una copia del historial que habían encontrado en la clínica privada.
—Bueno, como muy bien sabes, no puedo hacer conjeturas hasta que no sepamos más cosas. El Tabofren nunca se estudió en un ensayo clínico en Estados Unidos. Sí recuerdo haber leído algo acerca de un fármaco parecido en una revista especializada, creo que era un ensayo llevado a cabo en Canadá, pero no recuerdo los detalles. De cualquier modo, es posible que si se lo administraron cuando estaba en coma, haya amplificado la pérdida de memoria provocada por el accidente. —El doctor Murphy hojeó su historial médico—. Parece que no te administraron Tabofren hasta al menos seis meses después del accidente.
—Estaba embarazada.
—Al menos alguien tuvo el buen tino de no administrártelo durante el embarazo —repuso el médico—. A saber lo que un medicamento experimental como ese le habría hecho a un feto. ¿Tu hijo no tiene síntomas?
—No.
—Me gustaría hacerle pruebas a Tomás, solo para curarnos en salud —dijo Peter, que miró a Lali. Cuando ella asintió con la cabeza, continuó—: ¿Qué probabilidades hay de que recupere la memoria?
—¿En este momento? Yo no contaría con que sucediera. Han pasado más de dos años y sigue sin recordar nada. Llevas en San Francisco... ¿Cuánto? ¿Un mes, Lali?
—Sí, más o menos.
—¿Y en todo este tiempo has recordado algo?
Había sentido cosas. Muchos déjà-vu, pero eso no eran recuerdos. Negó con la cabeza.
El doctor Murphy asintió con la cabeza.
—En ocasiones, los recuerdos aparecen por rostros o por lugares conocidos. Si a estas alturas no ha pasado, no tengo muchas esperanzas de que vaya a pasar.
Eso no era sorpresa para Lali. No esperaba recordar nada. Sin embargo, le bastó una mirada a Peter para saber que él había esperado otras noticias.
Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para que la decepción de Peter no la afectara.
—¿Y ahora qué? ¿Puedo despreocuparme o debería preocuparme por posibles efectos a largo plazo?
El doctor Murphy se echó hacia atrás en su sillón y se pasó una mano por la calva.
—Ojalá pudiera darte una respuesta mejor. La verdad es que no lo sabemos. Tu escáner está limpio ahora mismo. No veo indicios que deban preocuparnos. Sin embargo, te han administrado un medicamento experimental, y no sabemos qué podría provocarte eso a la larga, si acaso te provoca algo. De momento, yo no me preocuparía demasiado, pero controla cualquier cambio que experimentes.
—Eso quiere decir que no puedo despreocuparme. ¿Es eso lo que me está diciendo?
El médico se inclinó hacia delante y adoptó una expresión amable.
—Un coche podría atropellarte mañana mismo, Lali. Preocuparte por lo que podría pasar no va a cambiar las cosas. Pero eres una paciente de alto riesgo. Yo no me olvidaría de ese hecho ni fingiría que no es un factor a tener en cuenta, porque lo es. En este punto, te aconsejo revisiones bianuales a menos que algo cambie.
Peter asintió con la cabeza y miró a Lali.
—Me parece sensato.
Tal vez fuera sensato, pero no lo que ella había esperado. Siempre tendría que preocuparse. Cada vez que confundiera los colores o los números como solía pasarle, se preocuparía de que fuera algo más.
El doctor Murphy se puso en pie y Peter lo imitó, antes de darle las gracias.
—No hay de qué. Hagan una cita para su hijo antes de irse. Nos aseguraremos de que todo está bien.
—Gracias. —Lali salió del despacho en pos de Peter.
Cuando la puerta del ascensor se cerró tras ellos, Peter le echó un brazo por encima de los hombros y la pegó a su costado. Lali podía sentir el alivio que irradiaba su cuerpo, pero también la decepción que lo embargaba.
—Han sido buenas noticias.
¿Por qué no podía decirlo con más seguridad? Apoyó la cabeza en su pecho y luchó contra la tentación de delegar en él y dejar que fuera fuerte por ella. No era tan tonta como para creer que podrían disfrutar de un felices para siempre. No cuando sabía que lo que sucedía entre ellos solo era algo físico, que no era lo bastante fuerte como para durar.
Cuando Peter le rozó la sien con los labios, cerró los ojos. Lo sentía cálido y reconfortante, justo lo que necesitaba en ese momento. Y la idea la aterraba.
—Sí —susurró. Pero ¿por qué no lo creía?
—Algo ha salido bien —dijo él en voz baja.
Asintió con la cabeza, dándole la razón. No iba a morir de cáncer. A lo mejor todo salía bien pese a todos los medicamentos que le habían administrado. Sin embargo, ¿sobreviviría a quienquiera que estuviese eliminando a los pacientes del ensayo?

Esa era la pregunta que le rondaba la cabeza en ese momento. Esa y qué iba a hacer con el hombre que tenía al lado.
Continuará... +15 :/

17 comentarios:

  1. +++++++
    Pobre Lali....

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  2. es la mujer de gaston! O no? Que está embarazada y que había padecido cáncer de mama. Quiero más !

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  3. las dudas de lali me desesperan no sabe sí está enamorada sólo es algo físico aaaaa me desespera =s

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  4. Mierda q hdp el q hizo eso
    +++++
    @x_ferreyra7

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  5. ese sangrado d nariz ...me da k está expulsando algo ,no se k,pero seguro k cuando la zona esté libre ,tendrá sus recuerdos.

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