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sábado, 18 de abril de 2015

VEINTIOCHO



Peter la miró tanto rato con esa expresión culpable que Lali sintió deseos de zarandearlo para conseguir que hablara.
—Peter, ¿qué pasa?
—El Tabofren prometía reducir ciertos tumores inoperables. Pero la FDA acabó con los ensayos clínicos en cuanto comenzaron a aparecer los primeros efectos secundarios, ya que cuestionaban la seguridad del uso del fármaco.
—Ya me lo habías dicho en el coche —le recordó ella.
—Lo sé. Pero no recordaba cuáles eran los efectos secundarios.
—¿Por qué me da que esos efectos secundarios no me van a gustar en absoluto?
Peter tragó saliva y su mirada descendió hasta el abdomen de Lali.
—El medicamento bloqueaba una vía de señalización celular que estimulaba el crecimiento de los tumores en aquellos pacientes que sufrían de un cáncer en estado avanzado. Estábamos muy animados después de los resultados obtenidos con los ensayos en animales, y también lo estaba la FDA. Así que enseguida nos dieron el visto bueno para empezar con los ensayos clínicos.
—¿Y?
—Los efectos secundarios menores incluían irritaciones cutáneas, erupciones y sequedad en las mucosas. Nada fuera de lo normal. Pero los restantes hicieron que la FDA se tomara la cosa muy en serio. Normalmente, los sufrían pacientes con tumores cerebrales o en la médula espinal. Fuertes dolores de cabeza, cambios de humor y de personalidad y... pérdidas de memoria.
«¡Dios mío!», pensó Lali.
Los dedos de Peter la aferraron con más fuerza por la cintura, impidiéndole que se alejara.
—Cuando los pacientes que participaban en los ensayos clínicos comenzaron a informar de dichos efectos secundarios, sobre todo en lo referente a los lapsus temporales de memoria, se les retiró de inmediato. La mayoría de ellos no sufrió consecuencias a largo plazo.
—Peter, ¿por qué me administraron ese medicamento? No lo entiendo. Según me has dicho, yo no padecía ningún tipo de cáncer.
—Cierto. No lo sé. No sé qué está pasando aquí, pero...
—Pero ¿qué? —Lali no consiguió disimular el miedo que sentía. Al ver que Peter no la miraba a los ojos, le colocó una mano en la barbilla y lo instó al levantar la cabeza—. ¿Qué pasa, Peter?
Él se sentó y se pasó las manos por la cara.
—Mira el monitor y dime si reconoces a ese hombre.
Lali movió el ratón y el salvapantallas desapareció. En su lugar apareció el rostro de Benjamín.
—¡Dios mío!
—Supongo que eso es un sí —escuchó que Peter decía en voz baja.
—¿Por qué tienes una foto de Benjamín?
—Ese es el doctor Benjamín McKellen. Él desarrolló el Tabofren. Era el director de los ensayos clínicos.
«No», pensó ella.
Se volvió hacia la pantalla y después se alejó. No. Era imposible. Las palabras se le atascaron en la garganta. Eso no podía estar sucediendo.
Peter se levantó del sillón y le colocó las manos en los hombros.
—No lo hagas. No me alejes ahora. Quédate conmigo.
—No. Te equivocas. Seguro que hay otra explicación. Tiene que haberla.
—Cariño...
—¿Qué? ¿Estás diciendo que me hizo esto a propósito? —¿Cómo era posible que el hombre al que ella amaba, con el que había convivido durante un año y al que le había confiado a su hijo, le hubiera hecho algo así a propósito?
—No lo sabemos. Yo tampoco entiendo qué está pasando, pero lo descubriremos. —Tiró de ella para darle un tierno abrazo antes de que pudiera alejarse.
Lali se dejó abrazar, si bien era incapaz de apartar la vista del monitor. De la cara de Benjamín, que le devolvía la mirada. Por su mente pasaron los recuerdos de los momentos que habían compartido: Benjamín con Tomás en brazos durante una barbacoa que hicieron en el patio trasero; Benjamín y ella bailando en una función benéfica. Se estremeció de repente e intentó apartarse de Peter, pero él se lo impidió estrechándola con más fuerza.
—No pasa nada —le dijo en voz baja—. Estás conmigo.
Lali forcejó para apartarse, pero acabó claudicando ya que carecía de la energía necesaria para luchar contra él. Al final, se apoyó en su pecho, abrumada por las emociones. ¿Cómo había podido equivocarse de esa manera? ¿Cómo era posible que no hubiera visto cómo era Benjamín en realidad? ¿Estaba ciega? ¿O simplemente había hecho la vista gorda porque no quería analizar las cosas a fondo?
Peter le pasó una mano por el pelo mientras la tranquilizaba, susurrándole al oído. Sin embargo, su mente insistía en repetir lo que le había dicho poco antes.
—Has dicho... has dicho que se apellidaba McKellen.
Él no aflojó su abrazo.
—Sí. Benjamín McKellen. Su familia es la dueña de McKellen Publishing desde hace años.
Lali dejó caer los hombros al tiempo que sentía el amargor de la bilis en la garganta.
—Me dijo... me dijo que no quería que trabajara, pero me permitió realizar colaboraciones independientes. Sabía que a la larga acabaría trabajando para McKellen Publishing.
—Lo he pensado, sí. No quiero que vayas a trabajar mañana.
—Peter...
—No, escúchame. —La apartó un poco para mirarla y la aferró por los hombros con firmeza, pero sin hacerle daño—. Esto es más grande de lo que suponíamos. Se invirtieron millones de dólares en el Tabofren. La gente se enojó muchísimo cuando lo rechazaron. Según tu informe médico, a ti te lo administraron mucho después de que la FDA pusiera fin a los ensayos clínicos. Alguien siguió con el proyecto, bien porque tenía un comprador o bien porque intentaban continuar a espaldas de la FDA. En cualquier caso, que aparezcas tú husmeando por aquí no va a sentarle bien a quienquiera que esté detrás de esto.
A Lali no le gustó lo que insinuaba.
—Pensaba que era Benjamín quien estaba detrás de esto.
—No creo que lo hiciera solo. No creo que pudiera hacerlo. El personal de la clínica privada estaba al tanto. Alguien de la editorial, también.
Sus palabras flotaron un rato en el aire mientras se escuchaba el tictac de un reloj situado en el otro extremo de la estancia.
—¿Lo conocías? —preguntó Lali en voz baja.
Su mirada la atrapó, pero fue incapaz de interpretarla.
—Hablé con él varias veces, pero no llegué a conocerlo bien.
Lali cerró los ojos. Se conocían. Habían hablado. Su relación con Benjamín no era una coincidencia.
Peter le dio un apretón en los hombros.
—Llegaremos al fondo de todo este asunto, pero necesito que tengas cuidado. Tu cara saldrá en todos los periódicos. La gente descubrirá que no estás muerta.
Una cosa más de la que preocuparse.
—No... no había pensado en eso.
—Quiero que te vea un médico. Mañana.
Ella se secó las lágrimas que le humedecían las mejillas.
—Estoy bien.
—No discutas conmigo sobre esto. —Su tono de voz le indicó que no lo intentara siquiera—. Nunca se hicieron ensayos a largo plazo con el Tabofren. No sabemos si te ha podido provocar algún efecto de larga duración.
—Me hicieron un TAC justo antes de que Benjamín muriera. Los resultados fueron normales.
—Te lo hizo el médico de Houston que ha desaparecido, ¿verdad?
—Sí. —El estómago se le revolvió otra vez—. No creerás que también está involucrado, ¿verdad?
—No lo sé. Pero debemos ser precavidos. No vamos a correr riesgo alguno.
—¡Ay, Dios! —murmuró, apoyándose de nuevo en él. Las cosas empeoraban cada vez más. Cada nueva pista, cada pequeña información que descubrían, la hacía preguntarse en qué se había metido. En qué había metido a Tomás. En qué había metido a Peter y a Luz.
Peter la abrazó y apoyó una mejilla en su cabeza. Su fuerza y su calor la rodearon, haciendo que se sintiera protegida.
—No voy a permitir que te pase nada.
Segura entre sus brazos, lo único que ella quería era olvidar todo lo que habían descubierto, aferrarse al salvavidas en el que se había convertido su cuerpo, creer en sus palabras. El olor de Peter flotaba en el aire, provocándole el ya familiar déjà-vu. Cerró los ojos, apoyó una mejilla en su torso y le devolvió el abrazo.
El rítmico latido de su corazón le recordó que estaba viva. En el silencio reinante, casi podía imaginar lo que había sido la vida con él en el pasado. Cómo habría sido Peter antes... antes de perder a Mariana. Feliz. Completo. Un hombre capaz de mover cielo y tierra por la mujer que amaba.
Pero eso era el pasado. Ya no eran las personas que fueron entonces. Y aunque quisiera apoyarse en él y dejar que fuera su ancla, todavía había muchas cosas que ella desconocía. Sobre lo que le había pasado. Sobre él. Sobre cómo estaba todo relacionado, todo lo que habían descubierto, con ella y con Peter.
La verdad la liberaría. No podía dejar que todo eso la derrumbara. No iba a hacerlo. Había llegado muy lejos. Lo único que podía hacer era seguir buscando las respuestas que sabía que se encontraban en algún lugar.
Y lidiar con las consecuencias cuando se presentaran.

—Este follón empeora por momentos. —Agustín estaba junto a la licorera del despacho de Peter. Se pasó una mano por el pelo.
—Ya te digo. —Peter se sirvió un vaso de soda mientras miraba hacia el otro extremo de la estancia, donde se encontraban Mariana y Cande, sentadas en el suelo cerca de los ventanales y hablando en voz baja. Mariana había puesto buena cara cuando aparecieron Agustín y Cande, pero él se había percatado de que le temblaba la mano cada vez que cogía la copa de vino o picoteaba de la comida china que habían llevado—. Se niega a pasar la noche en mi casa, es muy cabezota, pero no quiero que se quede sola en la casa de la playa.
—¿De verdad crees que alguien puede intentar hacerle daño?
—Su cara está en todos sitios por culpa de la conferencia de prensa de hoy. Lleva semanas husmeando en la clínica privada. Alguien la vio y no le permitió el paso. Saben que está buscando respuestas. —La miró de nuevo—. Ya ha sufrido bastante y no quiero preocuparla, pero no se lo he contado todo.
—¿Por qué será que eso me ha puesto los pelos de punta?
Peter se volvió para que Mariana y Cande no lo escucharan.
—Benjamín se enfureció cuando retiraron el Tabofren. Había invertido mucho dinero en los ensayos clínicos. Apareció por aquí y estuvo a punto de arrancarme la cabeza cuando descubrió que habíamos decidido apoyar la decisión de la FDA. Me dijo que encontraría el modo de que lo aprobaran con mi ayuda o sin ella. Me lo quité de encima. Agustín —dijo, inclinándose hacia delante—, Mariana desapareció dos semanas después.
—Mierda.
—Todavía hay más. Hace unos años me llegó el rumor de que en Canadá se estaban realizando ensayos con un fármaco muy similar al Tabofren. Allí no hay una agencia vigilando cada paso del procedimiento como aquí. En Canadá es más fácil obtener el visto bueno del gobierno; y cuando una empresa obtiene los datos, es muy sencillo filtrarlos bajo cuerda a Estados Unidos, siempre y cuando se conozca a la gente adecuada. Si una empresa puede demostrar que un fármaco es seguro y fiable, la FDA lo someterá a consideración.
—¿Crees que lo estaba probando por su cuenta?
Peter se sentía tan culpable que se le revolvió el estómago.
—No lo sé. Pero eso es lo que creo. Estaba utilizando la clínica privada como laboratorio para sus ensayos, y después enviaba los datos a una empresa canadiense. Necesitamos encontrar a la enfermera que aparece en el historial médico de Mariana...
—En el historial médico de Lali —lo corrigió Agustín.
—Sí, claro —convino Peter—. A lo mejor ella sabe quién más colaboraba con McKellen en todo esto.
—¿Ya han acabado de cuchichear? —Cande dejó su copa en la barra y le quitó el corcho a una botella de Merlot medio vacía.
Peter miró de reojo y comprobó que Mariana había salido.
—Solo estábamos alardeando de nuestras conquistas sexuales. —Agustín le guiñó un ojo a Cande—. He superado a Peter.
Cande se llenó la copa y lo miró de soslayo.
—Dos maduritos hablando de sus conquistas. Qué sorpresa. Peter, ¿tu empresa no venderá por casualidad algún medicamento para tratar la disfunción eréctil?
—No, lo siento. Pero si quieres, puedo ponerte en contacto con alguien que sí lo vende.
Cande miró a Agustín con una sonrisa malévola.
—Es que hay un tío que lleva un tiempo intentando que salga con él. Pero no sé si será capaz de aguantar cuando llegue el momento.
Cariño, cuando quieras hacer una prueba, solo tienes que decírmelo. —replicó Agustín.   
Cande se echó a reír y el sonido deshizo el nudo que Peter sentía en el pecho, aunque fuera por un momento.
—Estoy segura de que eso no sucederá jamás. Pero me alegro de ver que vuelven a hablar.
—Peter es incapaz de mantenerse enfadado conmigo —aseguró Agustín—. Soy el único amigo que tiene.
—Sí, lo que tú digas. —Peter se dirigió a Cande—: ¿Podrías quedarte esta noche con Mariana en su casa?
—¿Quieres decir con Lali? —Cande miró a Agustín.
—Sí. No quiero que esté sola en esa casa tan aislada.
—Tengo que pensar en Alelí. La he dejado con una canguro. Supongo que Lali y Tomás pueden venirse a mi casa.
Mariana volvió del cuarto de baño y todos guardaron silencio.
—Rápido —dijo al llegar junto a ellos, esbozando una sonrisa que no le llegó a los ojos—. Cambien de tema. Ha vuelto al despacho.
Agustín le pasó un brazo por los hombros de forma tan relajada y cómoda que Peter deseó poder hacer lo mismo.
—De momento, hemos agotado el tema del sexo y las drogas. Lo siguiente es el rock. Elige un grupo.
Mariana esbozó una sonrisa que le provocó una opresión en el pecho. La había echado de menos durante cinco años. Esa sonrisa y muchas otras cosas.
—¿No? —Agustín enarcó una ceja—. Vale, pues entonces vamos a hablar de con quién vas a dormir. Puedes elegir. Con Cande, con Peter o conmigo.
—Están hablando en serio, ¿verdad?
—Me temo que sí. —Agustín suspiró—. El consenso es que no puedes quedarte sola.
—Soy adulta. Puedo cuidar de mí misma.
—Lali —dijo Cande—, has tenido un día extenuante. Danos ese gusto, por favor.
—Tengo que pensar en Tomás.
—Luz y él están con papá y mamá —le recordó Agustín—. Seguro que están nadando en la piscina del hotel o asaltando el minibar. Hazme caso, está perfectamente.
Mariana se mordió el labio inferior. La tensión de su cuerpo era evidente y cuando levantó una mano para frotarse la cabeza, Peter sintió un enorme deseo de enterrar los dedos en esos rizos castaños y masajearle el cuero cabelludo para aliviar el estrés que él le había ocasionado en los últimos días. Si ella se lo permitiera, estaría dispuesto a hacer casi cualquier cosa por aliviar la ansiedad y la preocupación que la abrumaban.
—Bien —dijo por fin—. Ustedes ganan. Estoy demasiado cansada como para discutir. —Miró a Cande—. Pero sé que tú tienes a Alelí. —Después miró a Agustín—. Y si las cosas están tan mal como creemos, tampoco es conveniente que Cande se quede sola. En la conferencia de prensa ha quedado claro que es mi abogada. Que fue ella quien me reconoció.
—Lali... —protestó Cande.
—Cande, por favor, hazme caso. Me sentiré mejor si tú tampoco estás sola. No quiero ser la culpable de que alguien acabe herido. Y no vamos a colarnos todos en tu casa.
—No voy a...
—No discutas con esta mujer —se apresuró a decir Agustín—. Siempre ha sido muy lista.
Cande frunció el ceño y cruzó los brazos por delante del pecho. Sin embargo, Peter supo por su mirada que no pensaba discutir. Estaba tan asustada por lo que sucedía como todos los demás.
—Esto no significa que haya cambiado de opinión sobre lo que tú ya sabes, Espósito.
—Todavía —añadió Agustín con una sonrisa.
Peter sentía deseos de echarse a reír, pero la situación no tenía ni pizca de gracia. En ese momento, comprendió lo que significaba la conversación. Cuando miró a Mariana de nuevo, ella ya lo estaba mirando. El estómago le dio un vuelco.
—Supongo que eso nos deja a nosotros dos —dijo ella—. ¿Tu casa o la mía?
 Peter arrojó las llaves sobre la consola de la entrada y cerró la puerta principal una vez que Mariana entró. Sin mediar palabra, ella se internó en el salón y se detuvo al llegar a la chimenea, sobre cuya repisa descansaban unas cuantas fotografías enmarcadas de su vida en común. El día de su boda; el día que llevaron a Luz a casa del hospital; los dos haciendo senderismo por esas montañas a las que siempre lo arrastraba.
¿Qué pensaba cuando miraba esas fotos? ¿Sentiría algo?, se preguntó. Comenzaron a sudarle las palmas de las manos. El estómago se le revolvió como si estuviera sufriendo el centrifugado de una lavadora.
La culpa lo abrumó mientras la observaba mirar foto tras foto, y le atenazó el corazón. La culpa por no buscarla cuando debería haberla buscado. La culpa por lo que estaba sucediendo. La culpa por el hecho de que alguien le hubiera hecho daño a propósito hace cinco años y de que él fuera posiblemente el responsable.
Se pasó una mano por el pelo, consciente de que las cosas no cambiarían por más que se regodeara en la culpa. Lo único importante era mantenerla a salvo.
—¿Estás cansada?
Se volvió para mirarlo. La luz de la luna se colaba por el ventanal, iluminando sus rasgos. Sus penetrantes ojos cafés, la melena rizada que le rozaba los hombros y en la que se moría por enterrar los dedos.
—Agotada.
Su voz era suave y áspera a la vez debido al cansancio. Ansiaba oírle decir su nombre con ese deje somnoliento como tantas veces antes lo había hecho. Ansiaba llevarla en brazos a la cama. Ansiaba rodearla con sus brazos, perderse en su cuerpo y olvidarse del resto del mundo.
Pero sabía que no podía. Todavía no se fiaba de él. Se había comportado como un imbécil con ella cuando descubrió quién era, y a esas alturas los dos sabían que era el responsable de lo que le había pasado. Su falta de confianza estaba justificada, de modo que no quería presionarla. Por más que quisiera tocarla, por más que lo necesitara, era mucho más importante que ella quisiera lo mismo. Aunque solo fuera una fracción de lo que él sentía.
—Vamos —dijo al tiempo que le hacía un gesto para que lo siguiera—. Te enseñaré la habitación de invitados.
Cogió su bolsa, la que habían recogido en la casa de Moss Beach, y puso rumbo hacia la escalera. Oyó sus pasos tras él y olió su suave perfume a lila. La simple idea de que fuera a pasar la noche en una habitación situada en el mismo pasillo que la suya le provocó una erección. Tan cerca. Tan viva.
Una ducha fría. Eso era lo que necesitaba con urgencia. Tal vez dos. O diez.
Abrió la puerta de la habitación de invitados y cuando ella pasó a su lado, sintió el roce sedoso de su pelo en el hombro. El roce le provocó una descarga que fue directa a su entrepierna.
—Qué bonita —dijo ella mientras daba una vuelta completa para examinar las paredes de color celeste, la colcha blanca que cubría la cama de matrimonio, los muebles blancos decapados que había elegido un decorador de interiores.
Sin embargo, «bonita» no era la palabra que él tenía en mente. Mariana estaba fabulosa con los vaqueros y la camiseta ajustada. Los pantalones se le ceñían a las caderas y a los muslos. Y cuando se dio media vuelta, la tentación que suponían sus pechos fue un desafío para su fuerza de voluntad. Ese mismo día había tocado esos deliciosos pechos y en ese momento ansiaba saborearlos a placer.
—¿Peter?
Él alzó la vista y se percató de que Mariana lo miraba con curiosidad.
—Lo siento. Estoy hecho polvo. Ha sido un día muy largo.
—Sí, supongo que lo ha sido.
Tras dejar su bolsa sobre la cama, se dirigió a la puerta adyacente y encendió la luz. Intentó con todas sus fuerzas no estar pendiente de cada uno de sus movimientos y de los sonidos que hacía. Le fue imposible.
—El baño está aquí.
—¿He vivido aquí antes?
La pregunta, formulada en voz baja, lo instó a volverse. ¿Qué se sentiría cuando no se recordaba quién se era ni lo que se era? ¿Qué se sentía al verse obligado a depender de los demás para rellenar las lagunas? Por primera vez desde que ella volvió a su vida, comprendió lo duro que debía de ser para Mariana.
Controló el impulso de alargar un brazo para tocarla y, en cambio, se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros.
—No. Compré esta casa hace cuatro años.
—Ah.
La vio acariciar la manta de cuadros azules doblada a los pies de la cama. Deseó que lo acariciara de la misma forma, y no pudo evitar recordar el deseo electrizante que le habían provocado sus manos esa misma mañana.
—¿Dónde vivíamos antes?
—En el centro de la ciudad. Después de que... ya no estuvieras... me resultó imposible seguir viviendo allí solo.
Una verdad a medias. En realidad, era incapaz de pisar una sola de las habitaciones de la casa sin recordar su presencia, sin recordarla en ellas sonriéndole, haciendo el amor con él. Estar en esa casa sin ella estuvo a punto de matarlo.
—Ah —volvió a exclamar ella. Tras inspirar hondo, bajó la mano y clavó la mirada en los pies.
Hablar del pasado no la ayudaba a sentirse cómoda. Y no quería que se sintiera incómoda. Entró en el cuarto de baño y sacó del armario unas toallas que dejó sobre la encimera del lavabo. Cuando volvió al dormitorio, la vio rebuscando en su bolsa.
Tenía la máscara de pestañas corrida. Daba la impresión de que iba a quedarse dormida de pie.
—Creo que lo mejor es que me vaya para que descanses un poco.
—¿Peter?
—¿Sí? —Se detuvo al llegar a la puerta, que se había quedado abierta, y miró hacia atrás.
—Lo siento.
—¿El qué?
—Esto... todos los inconvenientes que te estoy causando.
—No me estás causando inconveniente alguno.
Ella negó con la cabeza.
—Sí que lo hago. Y lo siento mucho. No debería haber venido a San Francisco. No me detuve a pensar en cómo afectaría todo esto a los demás. Te he arrastrado a esta pesadilla. Y Luz y Tomás están confundidos y lo están pasando mal por mi culpa. Para colmo he puesto en peligro a Cande y a Alelí.
—Tú no has hecho nada malo —le aseguró en voz baja.
—Sí que lo he hecho. Me dije que tenía que descubrir la verdad. Pero ahora... —Levantó los brazos y los bajó, derrotada, tras lo cual se dejó caer en el borde de la cama—. Ahora no estoy segura de querer descubrirla. Tal vez sería mejor que hiciera las maletas y me marchara.
Peter sintió que se le retorcían las entrañas. El pánico lo abrumó. Si lo dejaba en esos momentos, no sobreviviría. Perderla la primera vez lo destrozó. Una segunda vez lo mataría.
Se arrodilló frente a ella, consciente de que si la tocaba no podría detenerse. Pero necesitaba ese vínculo, necesitaba demostrarle lo mucho que significaba para él. Le aferró una mano entre las suyas, aunque sabía que le temblaban.
—No puedes marcharte ahora.
Sus ojos lo miraban con una expresión angustiada, llenos de remordimiento. La tristeza que vio en ellos le provocó una dolorosísima opresión en el pecho. Ansiaba estrecharla entre sus brazos y pegarla a su cuerpo. Aliviar el sufrimiento que ambos padecían.
—No puedes decirme que esto es lo que quieres —replicó ella en voz baja.
—No, no quiero todo este lío. Pero, por retorcido que parezca, te hemos recuperado gracias a este lío. Y no cambiaría eso por nada del mundo. Lo que quiero es verte sonreír de nuevo, descubrir el modo de que las cosas sean fáciles para todos. Alejarte de mí y de los niños no va a solucionar nada. Solo empeorará las cosas.
Ella cerró los ojos con fuerza.
—Lo sé.
Escuchar que se le quebraba la voz lo desarmó por completo. Se imaginó invitándola a acostarse en la cama, quitándole la ropa, hundiéndose en ella y desterrando todas sus preocupaciones. Lo deseaba tanto que apenas podía respirar.
Ella se zafó de su contacto con delicadeza y se llevó la mano liberada al pelo.
—Es que estoy cansada y no puedo pensar con claridad. Necesito descansar.
Peter no quería romper el vínculo, pero ella ya lo había hecho. Estaba interponiendo barreras entre ellos, alejándolo otra vez. ¿Por qué no podía interpretar sus emociones? ¿Por qué no podía descifrar sus pensamientos? Antes siempre era capaz de hacerlo. Aunque no quería admitir que había cambiado, era algo evidente. Había muchas cosas en ella distintas a lo que recordaba.
Se puso en pie a regañadientes.
—Vale. Supongo que te veré por la mañana.
—Gracias.
La vio sonreír al ver que no se movía. No fue una sonrisa seductora y provocativa, sino un gesto forzado y tenso que le indicó que ya iba siendo hora de que se marchara.
Salió de la habitación y cerró la puerta tras él, tras lo cual se aferró al pomo para guardar el equilibrio. Allí solo en el pasillo, cerró los ojos y apoyó la frente en la puerta. Todo lo que deseaba se encontraba en esa habitación y no sabía cómo conseguirlo. Cada vez que daba un paso hacia ella, metía la pata. Cada uno de esos pasos parecía alejarla en vez de atraerla. ¿Se estaría engañando al pensar que podría recuperarla algún día?
Ojalá que no fuera el caso. Porque sabía a ciencia cierta que no sobreviviría si volvía a perderla.
Continuará.. +15 :'o

29 comentarios:

  1. Massssss pobre lali.

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  2. K cambio total el d Peter!!!!

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  3. Ahora Lali y Cande tienen a sus protectores personales.

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  4. ufff los dos solos en casa!!! subi otroooooooo

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  5. peter ya bajo las barreras falta que lo haga lali quiero más!

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  6. Pobre Peter ,ahora k sabe un poco más ,se siente culpable d lo k le sucedió a Lali.

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  7. Cada vez esta más emocionante !!!

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  8. Jajjaja,también me encanta el humor d Cande.
    pobre Agustín ,aaaah pero no se queda atrás ,le da réplica.

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  9. que bueno que peter aflojo ahora falta solo lali! masssssssssss

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  10. Cuanto deseo contenido mantienen los dos.

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  11. masssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  12. masssssssssssssssssssssssssssss
    no nos dejes así

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  13. Y yo sigo aquí esperándote!!!!

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