La mar estaba levemente embravecida. Peter sentía el
sabor del viento que lo azotaba y henchía su vela. Euforia, aquella era la
sensación que despejaba su mente y le erizaba la piel. Sujetando suavemente las
jarcias, se dejó llevar por el viento. Llevaba puestos únicamente unos
pantalones cortados y unas sandalias. Hacía dos días que no se molestaba en
afeitarse. Sus ojos se habían acostumbrado a la reverberación del sol en el
agua y sus manos al tacto rasposo de las cuerdas. Ambas cosas eran ásperas e
invitaban al desafío.
¿Euforia? Esta vez, aquella sensación no lo había
acometido con la fuerza que esperaba. Durante días había navegado tanto tiempo
como el sol y las condiciones meteorológicas lo permitían. Por las noches, se
había quedado trabajando hasta sentirse mentalmente agotado. ¿Huida? ¿Sería
aquella una definición más exacta de lo que había ido a buscar? Tal vez, pensó
mientras surcaba el leve oleaje. Llevándose una cerveza a los labios, dejó que
su sabor se le extendiera por la lengua. Tal vez estuviera huyendo, pero su
presencia en el estudio ya no era necesaria, y finalmente había tenido que
admitir que no podía trabajar en la ciudad. Necesitaba pasar unos días alejado
del rodaje, de la presión de seguir rindiendo en su trabajo, de sus propios
parámetros de perfección.
Todo eso era mentira.
No había dejado Manhattan y se había marchado a Long
Island por ninguna de aquellas cosas. Tenía que alejarse de Lali, de lo que
Lali representaba. Y quizás, por encima de todo, de sus sentimientos hacia
ella. Sin embargo, la distancia no había logrado desterrarla de su pensamiento.
No le costaba trabajo alguno pensar en ella y, en cambio, no hacerlo le suponía
un ímprobo esfuerzo. A pesar de que no lograba olvidarla, estaba seguro de
haber acertado al marcharse. Si se consumía con solo pensar en Lali, verla y tocarla
podría haberlo arrastrado a la locura.
No deseaba su amor, se decía furiosamente. No podía, ni
quería, sentirse responsable de las exaltadas emociones de Lali. Tomó otro
largo trago de la lata de cerveza y miró ceñudo el agua. No podía corresponder
a su amor. Él no poseía esa clase de sentimientos. Todas las emociones que
albergaba, fueran de la índole que fuesen, las dirigía exclusivamente hacia su
trabajo. Se lo había prometido a sí mismo. En su fuero interno, en el
compartimiento en que se guardaban los sentimientos más vívidos que una persona
podía experimentar hacia otra, él estaba vacío. Estaba hueco. Deseaba a Lali en
cuerpo y alma, dolorosamente.
Maldita fuera, pensó, tirando de las jarcias. Maldita
fuera por arrastrarlo, por llenarlo de obsesiones... por no pedirle nada. Si le
hubiera pedido, o exigido, o suplicado algo, él se habría negado. Era muy
sencillo negarse a un compromiso. Pero Lali solo se daba a sí misma hasta que Peter
se sentía tan lleno de ella que creía perderse.
Trabajaría, se dijo mientras empezaba a virar
metódicamente hacia la costa. El barco osciló bajo sus pies al alzarse el
viento. Ajustando las velas, Peter se concentró únicamente en los movimientos
físicos que requería la tarea. Usaba sus músculos, su espalda, no su cerebro.
«No pienses», se decía, «hasta que puedas escribir otra vez».
Se sumergiría en su trabajo el resto del día. Se
derramaría en su escritura la tarde entera, hasta la madrugada, hasta que su
mente estuviera tan abotargada que no pudiera pensar en nada, ni en nadie. Se
mantendría físicamente apartado de Lali hasta que pudiera separarse de ella
mentalmente. Entonces volvería a Nueva York y retomaría su vida donde la había
dejado. Antes de Lali.
Un trueno rugió, amenazador, mientras amarraba el barco en
el muelle.
--
Lali observó la serpentina del rayo que cruzaba el cielo,
restallando. El cielo de la noche era como un espejo oscuro roto bruscamente y
recompuesto de nuevo. Seguía sin llover. La tormenta llevaba amenazando toda la
tarde, alzándose en el este y dirigiéndose hacia Manhattan. Lali tenía ganas de
que estallara de una vez. Vestida únicamente con una camisa larga, permanecía
de pie junto a la ventana, viéndola acercarse.
Horas antes, los vecinos habían salido a sentarse en los
escalones, abanicándose, sudando y quejándose del calor. A ella el calor no le
importaba. Antes de que acabara la noche, la lluvia se llevaría el bochorno.
Pero, en ese momento, a pesar de que la fina camisa se le adhería, húmeda, a la
espalda y a los muslos, disfrutaba de la violencia del cielo y de la sensación
enervante que producía el calor.
La tormenta procedía del este, pensó de nuevo. Quizá Peter
estuviera ya contemplando la lluvia que ella aún solo barruntaba. Se preguntaba
si estaría trabajando, ajeno al retumbar de los truenos. O si, como ella,
estaría contemplando la furia desatada del cielo. Se preguntaba cuándo
regresaría... con ella.
Porque regresaría, se decía tenazmente. Ella solo
esperaba que, cuando volviera, lo hiciera sin remordimientos. Con una media
sonrisa, Lali sintió la primera brisa rizada atravesar la cortina y tocar su
piel. No se arrepentía de lo que le había dicho, a pesar de que la reacción de Peter
no solo le había dolido, sino que más tarde había despertado también su ira.
Pero aquello era agua pasada. Quizá de momento había decidido olvidar que para Peter
el amor no era la dádiva que era para ella. Él nunca perdía de vista los
impedimentos, los riesgos, el sufrimiento que implicaba el amor.
El sufrimiento, pensó Lali apoyando las manos en el
alféizar de la ventana. ¿Por qué siempre la sorprendía tanto darse cuenta de
que podía experimentar el dolor en el mismo grado que experimentaba la
felicidad? Deseaba a Peter físicamente, pero él estaba a miles de kilómetros,
fuera de su alcance, lo deseaba emocionalmente, pero él se había distanciado
por propia voluntad de los sentimientos que Lali le había declarado. No la
había sorprendido que Peter no apareciera durante los últimos días de rodaje.
Todas las escenas clave ya habían sido filmadas. Tampoco se había sorprendido
cuando Marshell mencionó de pasada que Peter se había ido a su solitaria casa
de Long Island a escribir y navegar. Lali lo echaba de menos, acusaba su falta,
pero era demasiado independiente como para llorar una ausencia que sin duda
solo duraría unos días. Peter necesitaba estar solo. Lali lo comprendía en
parte, aunque eso no la salvara del dolor. Ella solo tenía que esperar un poco
más.
Eso mismo se decía cuando pensaba en Chris. La vista
comenzaba a finales de esa semana. Aquel asunto también se resolvería, pero
Lali se negaba a contemplar una solución que no fuera la suya. Chris iría a
vivir con ella. Las dudas que en algún momento había albergado acerca de su
derecho a reclamar la custodia de niño se habían disipado. Cuanto más tiempo
pasaba, más infeliz era Chris con los Anderson. Sus visitas estaban punteadas
de abrazos desesperados y, cada vez con mayor frecuencia, de súplicas para que
le permitiera quedarse con ella.
No era una cuestión de abusos o de negligencia por parte
de los Anderson. Era simplemente una cuestión de amor, del amor incondicional que
manaba naturalmente de Lali y que el niño no recibía en absoluto de sus
abuelos. Las dificultades que Chris y ella estaban encarando pronto serían cosa
del pasado. Era hora de concentrarse en el porvenir, no en el presente. Así era
como Lali soportaba el lento paso de los días entre el rodaje y la vista. Y sin
Peter.
Cerró los ojos cuando empezó a caer la lluvia. Oh Dios,
si al menos se acabara la noche...
--
El tamborileo de la lluvia acababa de cesar cuando Peter,
se apartó del ordenador. Había avanzado más de lo que esperaba, pero empezaba a
sentirse agotado. Sabía que llegado a aquel punto, no debía forzarse. Tal vez
volvería a intentarlo al cabo de una hora, o tal vez lo dejara por un día o
dos. Pero recuperaría la inspiración y su escritura volvería a fluir.
No, no podía seguir escribiendo, pero aún no era
medianoche y se sentía inquieto. La tormenta había aclarado el aire,
despertando en él el deseo de hallarse de nuevo en el mar, bajo la luna
creciente. Tenía que comer algo. Frotándose el cuello agarrotado, recordó que
no se había molestado en cenar. Comería algo y se iría a la cama temprano.
Mientras atravesaba la casa en dirección a la cocina, el
silencio retumbaba a su alrededor. Qué extraño, nunca había notado lo denso que
podía ser el silencio y la sensación de vacío que podía transmitir una casa
cuando tenía un único ocupante. Y aún más extraño era el hecho de que solo unos
meses antes apreciara la soledad y el silencio, e incluso los necesitara. Pero
eso también había sido antes de Lali. Su vida parecía haberse reducido a dos
fases: antes de Lali y después de Lali. No resultaba fácil admitido.
Peter sacó con desgana una bandeja de embutidos de la
nevera. Se preparó mecánicamente un sándwich, encontró un melocotón maduro y se
sirvió un vaso de leche. Nunca antes le había parecido tan poco atrayente una
cena solitaria. Hasta pensó en tirar todo aquello a la basura.
Sacudiéndose aquella sensación, llevó la cena al
dormitorio y puso el plato sobre la cómoda. De pronto decidió que lo que le
hacía falta era un poco de ruido. Algo con que distraerse sin necesidad de
pensar. Encendió el televisor y comenzó a pulsar los botones del mando a
distancia sin ningún objetivo concreto.
Normalmente habría pasado por alto el programa de
entretenimiento nocturno y habría elegido una vieja película. Pero se detuvo al
llegarle flotando la risa de Candela. Pensando que tal vez fuera una diversión
interesante, Peter tomó el plato, lo dejó en la mesita de noche y se estiró en
la cama.
Él mismo había visitado aquel programa varias veces.
Aunque aquel formato no acababa de gustarle, conocía las reglas del juego y
comprendía la necesidad de llegar al gran público a través de aquella fórmula
televisiva. El programa era popular, tenía una dirección eficaz y un
presentador que conocía su oficio y que sorprendía a los famosos que visitaban
el programa con su malicioso encanto e impedía que los espectadores cambiaran
de canal o apagaran el televisor.
-Cande: Me apetecía muchísimo rodar en exteriores en
Grecia, Bob -se inclinó un poco más hacia el presentador y su vestido azul
hielo brilló fríamente bajo los focos- Y trabajar con Ross Simmeon ha sido una
experiencia apasionante.
-¿No he oído decir en alguna parte que Simmeon y tú
mantenéis una relación muy tensa? -Robert MacAllister lanzó la pregunta con una
sonrisa. Parecía decir: «vamos, relájate, a mí puedes contármelo». Era su arma
más socorrida.
-Cande: ¿Tensa? -batió las pestañas ingenuamente. Era
demasiado astuta como para caer en aquella trampa. Cruzó las piernas de modo
que el vestido rutiló sobre su cuerpo-. No, qué va. No sé de dónde se han
sacado esa idea.
-Puede que del hecho de que no aparecieras durante tres
días por el rodaje -encogiéndose levemente de hombros con gesto indiferente,
MacAllister se reclinó en su silla-. Cierto desacuerdo sobre el número de
líneas de una escena clave, según tengo entendido.
-Cande: Eso son tonterías -«maldito sea Simmeon y todos
los periodistas»-. Tomé demasiado el sol. Mi médico me puso en tratamiento un
par de días y me recomendó reposo -le lanzó una sonrisa deslumbrante-.
Naturalmente, hubo algunos momentos de tensión, como en cualquier película
importante, pero volvería a trabajar con Ross mañana mismo... -«o con el
mismísimo diablo», parecía inferirse de su tono-, si me ofreciera un guión
interesante.
-Bueno, ¿y en qué estás trabajando ahora, Candela? Llevas
una serie ininterrumpida de éxitos. Debe de resultarte cada vez más difícil
encontrar un proyecto a tu altura.
-Cande: Siempre es difícil reunir la dosis adecuada de
magia -hizo un elegante ademán de modo que su anillo atrapó la luz, reluciendo-
Un buen guión, el director apropiado, un protagonista masculino conveniente...
Yo he tenido muchísima suerte en ese sentido. Sobre todo, desde Encuentro a medianoche.
Peter dejó a un lado su sándwich a medio comer y estuvo a
punto de echarse a reír. Él había escrito aquel papel para Candela y la había
convertido en una gran estrella. En una reina de las taquillas. La suerte no
tenía nada que ver con ello.
-El papel que te valió un Oscar -dijo Bob- Gracias a un
guión magnífico, por supuesto -le lanzó una sonrisa ladeada- ¿Estás de acuerdo
conmigo en eso?
Era la insinuación que ella estaba esperando. Y hacia la
que había dirigido la conversación.
-Cande: Oh, sí. Peter Lanzani es posiblemente... no, con
toda certeza, el mejor guionista actual. A pesar de nuestras... ejem...
rencillas personales, siempre nos hemos respetado profesionalmente.
-Yo sé mucho de rencillas personales -dijo Bob con
desgana, y se ganó una carcajada del público. Sus tres matrimonios habían
recibido gran publicidad. Al igual que las exorbitantes pensiones de sus ex
mujeres-. ¿Qué te parece su último trabajo?
-Candela: Oh - sonrió y se llevó una mano a la garganta
antes de dejarla caer sobre el regazo-. Supongo que su argumento no es ningún
secreto, ¿no? -de nuevo, la carcajada esperada, esta vez un tanto más
desganada-. Estoy segura de que el guión de Peter es maravilloso, como todos
los suyos. Pero es natural que sea... eh... un poco sesgado -dijo
cuidadosamente-. Tengo entendido que es muy común que un escritor refleje en
sus obras algunos aspectos de su vida privada... desde su punto de vista,
naturalmente -añadió-. Lo cierto es que visité el rodaje la semana pasada. Como
sabes, Pat Marshell produce la película y Chuck Tyler la dirige.
-¿Pero...? -dijo Bob invitándola a seguir al notar su
obvia reticencia.
-Cande: Como te decía, es muy difícil dar con el toque
preciso de magia -lanzó las primeras semillas con una sonrisa-. Y Peter no
había escrito nunca nada para la pequeña pantalla. Es una transición difícil
para cualquiera.
-Mariano Martínez interpreta al protagonista -dijo Bob,
poniéndole en bandeja su siguiente comentario.
-Cande: Sí, una elección excelente. En mi opinión, Mariano
estaba absolutamente brillante en Intenciones
ocultas. Ese sí que era un guión al que podía hincarle el diente.
-Pero este...
-Cande: Bueno, yo soy una gran admiradora de Mariano
-dijo, soslayando aparentemente la pregunta-. Dudo de que haya algún papel al
que no pueda sacarle jugo.
-¿Y la coprotagonista? -Bob juntó las manos encima de su
mesa. Candela iba directa a la yugular, pensó. Aquello no le vendría mal a los
índices de audiencia.
-Cande: La actriz protagonista es una chica encantadora.
Ahora mismo no recuerdo su nombre, pero creo que hace un papel en una teleserie
diurna. A Peter a veces le gusta probar con jóvenes intérpretes en lugar de
recurrir a actores experimentados.
-Como hizo contigo.
Los ojos de Cande se entornaron levemente. No le gustaba
aquel tono, ni la dirección que parecía querer imprimir a la conversación.
-Cande: Podría decirse así -la arrogancia de su voz
indicaba lo contrario-. Pero, en mi opinión, cuando se dispone de un presupuesto
como el de esa película, hay que buscar a los mejores actores disponibles.
Naturalmente, esto es una opinión personal. Siempre he pensado que los actores
debemos abrimos camino gracias a nuestras dotes, y Dios sabe que yo lo he
hecho, en lugar de introducimos en una gran producción gracias a... a, digamos,
un encaprichamiento personal del director o del guionista.
-¿Crees que Peter Lanzani se ha encaprichado con Lali Espósito?
Se llama así, ¿no?
-Cande: Sí, creo que sí. En cuanto a tu otra pregunta, no
me atrevo a decir que se haya encaprichado de ella -sonrió de nuevo
encantadoramente-. Sobre todo, estando en el aire, Bob.
-Su parecido físico es asombroso.
-Cande: ¿De veras? -los ojos se helaron de repente- Yo
prefiero ser única en mi especie, aunque por supuesto es halagador que alguien
intente emularte. Naturalmente, le deseo a esa chica toda la suerte del mundo.
-Eso es muy generoso por tu parte, Candela, sobre todo
teniendo en cuenta que se rumorea que el personaje que muchos creen inspirado
en ti no sale precisamente bien parado en la película.
-Cande: Los que me conocen prestarán poca atención a una
visión tan sesgada de los acontecimientos, Bob. De todos modos, estoy deseando
ver el resultado final -afirmó con hastío, casi como si bostezara-. Si es que
llega a estrenarse, claro.
-¿A estrenarse? ¿Crees que habrá algún problema al
respecto?
-Cande: Ninguno del que yo pueda hablar aquí -dijo ella
con evidente reticencia-. Pero tú y yo sabemos cuántas cosas pueden pasar entre
el rodaje y la emisión de una película, Bob.
-Entonces, ¿no piensas demandarlos, Cande?
Ella se echó a reír, pero su risa sonó hueca.
-Cande: Eso sería darle demasiada importancia a esa
película.
Bob se dirigió a la cámara.
-En fin, dicho esto, vamos a tomamos un pequeño descanso.
Cuando volvamos, James R. Lemont se unirá a nosotros para hablamos de su nuevo
libro, Secretos de Hollywood. De eso también sabemos mucho tú y yo, ¿verdad,
Candela? -después de que Bob le hiciera un guiño a Cande Vetrano, en la
pantalla apareció el primer anuncio.
Reclinándose en las almohadas, Peter dio una calada al
cigarrillo y expelió el humo hacia el techo. Estaba enfadado. Lo notaba por el
nudo que tenía en el estómago. Las andanadas que Cande había lanzado contra la
película ni siquiera habían sido sutiles, pensó. Quizá lograra engañar a un
pequeño porcentaje de los espectadores, pero nadie relacionado con el negocio
se dejaría engatusar por sus palabras. Su ex mujer había intentado lanzar unos
cuantos dardos envenenados y, en opinión de Peter, solo había conseguido
ponerse en evidencia.
Pero aun así estaba enfadado. Y su enfado procedía de las
estocadas que Cande había lanzado contra Lali. Sus ataques habían sido deliberados
y, para desgracia de Candela, también evidentes. Era una gata. Normalmente, una
gata muy astuta. Los celos eran lo único que podía ofuscarla hasta el punto de
hacerle perder la astucia.
Naturalmente, estaba celosa de Lali, pensó Peter. De una
mujer joven, bella y llena de talento. A eso había que añadir la bilis que sin
duda había tenido que tragar por culpa de la película. Debía de estar tan
iracunda como sus limitadas emociones le permitían. Y aquel era su modo de
devolver el golpe.
Peter se levantó, apagó el televisor y comenzó a pasearse
por la habitación. Cande sacaría a relucir la película y a Lali en cada
entrevista que concediera, en cada fiesta a la que asistiera era, siempre con
la esperanza de sabotear a ambas. Naturalmente, no podía infligirles ningún
daño apreciable, pero eso no mitigaba el enfado de Peter. Nadie tenía derecho a
atacar a Lali, y el hecho de que esos ataques se hicieran utilizándolo a él, y
por él, solo empeoraba las cosas.
Si lo deseaba, podía implicarse en la promoción de la
película y contrarrestar la campaña iniciada por Cande. Pero eso sería echar más
leña al fuego. Sabía que el mejor modo de desinflar la tormenta que Cande
intentaba conjurar era guardar silencio. Irritado, se acercó a la ventana.
Desde allí podía oír a lo lejos el mar. Se preguntó si Cande habría visto el
programa. Y qué sentiría al respecto.
--
Tumbada en la hamaca, hundida entre almohadones, con un
cuenco de palomitas recién hechas sobre la tripa, Lali escuchaba a Candela Vetrano. Alzó las cejas
al oír que se referían a ella. Masticó las palomitas y sonrió cuando Robert
MacAllister le recordó a Candela que «la chica» se llamaba Lali Espósito.
Pobre Cande, pensó. Solo estaba poniéndose en ridículo.
Tal vez por el hecho de haberse metido en el pellejo de Rae durante varias
semanas, Lali detectó en Cande numerosos signos de inquietud. El tamborileo de
la punta de un dedo sobre el brazo de la silla, la fugaz crispación de los
labios, el brillo en la mirada que parecía provocado en parte por la rabia, en
parte por la desesperación... Cuanto más hablaba Cande, más precaria se hacía
su posición.
Se tumbó hacia atrás, quitó el sonido del televisor y
volvió a sintonizar el de la lluvia. Ya casi había cesado. Ahora no era ya más
que un leve tintineo en el cristal de la ventana. Seguramente Peter también
había visto el programa, pensó. Y si se lo había perdido, muy pronto se
enteraría de lo ocurrido. Se enfadaría. Lali casi podía ver su mirada dura, la
mueca crispada de su boca. Ella misma había tenido que reprimir una punzada de
ira que había amenazado con dominar sus otros sentimientos.
La ira era inútil. Deseaba poder decírselo a Peter. Él
debía saber que había abierto la caja de los truenos al escribir el guión. Ella
la había abierto un poco más al aceptar el papel. Confiaba en que, cuando Peter
se hubiera calmado, comprendiera que Candela Vetrano le había hecho a la
película más bien que mal.
Lali se incorporó al oír el teléfono. Balanceándose
precariamente en la hamaca, agarró el aparato y lo alzó hasta ella.
-Lali: ¿Diga?
-¡Esa bruja!
Con una media risa, Lali volvió a recostarse en los
almohadones.
-Lali: Hola, Paula.
-Paula: ¿Estás viendo el programa de MacAllister?
-Lali: Sí, lo estoy viendo.
-Paula: Oye, Lali, esa mujer se está poniendo en
ridículo. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta.
-Lali: Entonces, ¿por qué estás tan enfadada?
Oyó que Paula respiraba hondo.
-Paula: Porque llevo un rato aquí sentada escuchando
hablar a esa mujer... ¡y tiene el descaro de decir que te desea toda la suerte
del mundo! -Paula masculló algo incomprensible y luego comenzó a hablar atropelladamente-.
¡Toda la suerte del mundo! ¡Y un cuerno! A esa le gustaría que desaparecieras
de la faz de la tierra. Le gustaría clavarte un cuchillo.
-Lali: Una lima de uñas, más bien.
-Paula: ¿Cómo puedes bromear con esto? -preguntó.
«Porque, si no lo hago, puede que me ponga a gritar».
-Lali: ¿Y cómo puedes tú tomártelo tan en serio? -dijo en
voz alta.
-Paula: Mira, Lali... -apenas podía controlar su voz-,
conozco a esa clase de mujeres, llevo cinco años haciendo de una. No hay nada
que no sean capaces de hacer, nada, si quieren perjudicarte. Y, maldita sea, tú
te fías de todo el mundo.
-Lali: De unos más que de otros -a pesar de que la
preocupación de su amiga la conmovía, se echó a reír-. No soy del todo tonta, Paula.
-Paula: No eres tonta en absoluto -replicó su amiga,
exasperada-. Pero eres muy ingenua. Si un crío te para en la calle para pedirte
un donativo, tú vas y te crees que está recogiendo dinero para una orfanato.
-Lali: Puede que así sea -murmuró- Además, ¿qué tiene eso
que ver con...?
-Paula: ¡Todo! -la atajó con algo parecido a un rugido-.
Estoy preocupada por ti. Cada vez que pienso que vas por la calle a ciegas, sin
pensar en los locos que hay por ahí sueltos...
-Lali: Vamos, Paula, si pensara mucho en eso, nunca
saldría de casa.
-Paula: Pues piensa en esto: Candela Vetrano es una mujer
poderosa y vengativa a la que le gustaría arruinarte la vida. Vigila tus
espaldas, Lali.
«¿Quién lo sabe mejor que yo?», pensó Lali con un
repentino estremecimiento. «Llevo semanas haciendo de ella».
-Lali: Si te lo prometo, ¿dejarás de preocuparte?
-Paula: No -ligeramente apaciguada, suspiró- Pero
prométemelo de todos modos.
-Lali: Prometido. ¿Estás más tranquila?
Paula profirió un suave sonido gutural.
-Paula: No entiendo por qué no estás enfadada.
-Lali: ¿Y para qué iba enfadarme si ya te enfadas tú por
mí... y además tan bien?
Paula dejó escapar un largo suspiro.
-Paula: Buenas noches, Lali.
-Lali: Buenas noches, Paula. Y gracias.
Lali colgó el teléfono y se balanceó suavemente en la
hamaca. Al mirar el techo, se maravilló de lo afortunada que era. La amistad
era algo precioso. Tener a alguien dispuesto a salir en tu defensa, a sacar las
uñas por ti, era una sensación reconfortante. Ella tenía esa clase de amigos, y
un trabajo en el que le pagaban bien por hacer lo que de buena gana habría
hecho gratis. Gozaba del amor incuestionable de un niño del que, Dios mediante,
podría hacerse cargo al cabo de unas semanas. Tenía mucha suerte.
Mientras permanecía allí tumbada, reflexionando sobre su
buena estrella, pensó en Peter y deseó que estuviera a su lado.
--
Dos días después, Lali recibió una visita inesperada. Era
su primer día libre desde que había retomado el papel de Marianella y había
decidido invertido en una tarea que rara vez acometía y más raramente aún
acababa: limpiar la casa.
Ataviada con unos viejos pantalones cortos y una camiseta
sin mangas, permanecía sentada en el alféizar de su ventana en el segundo piso
del edificio, con el cuerpo inclinado hacia fuera, limpiando el exterior de los
cristales. Había subido el volumen de la radio y las ruidosas guitarras de Muse
casi hacían vibrar los cristales. De vez en cuando algún vecino le gritaba algo
desde la calle. Lali dejaba su tarea un momento y le respondía a voces.
Lo importante era mantenerse ocupada, atarearse. Si se
detenía a pensar un solo instante, tal vez se volviera loca. Al día siguiente
comenzaba el juicio sobre la custodia y se cumplían dos semanas enteras sin
noticias de Peter. Lali siguió limpiando el cristal hasta dejarlo brillante.
De pronto escuchó el ruido de un coche aparcarse. Al
girar la cabeza y mirar hacia abajo, vio a Peter en la acera. Experimentó una
oleada de alivio. Aunque lo intentó, o eso le pareció, no pudo impedir que una
sonrisa iluminara toda su cara.
-Lali: Hola.
Al verla, Peter sintió un deseo tan intenso que le
flaquearon las rodillas.
-Peter: ¿Qué demonios estás haciendo?
-Lali: Limpiando las ventanas.
-Peter_ Puedes romperte la crisma.
-Lali: No, estoy bien sujeta -uno de los gatitos le rozó
los tobillos sobresaltándola, y tuvo que sujetarse con las corvas al poyete-.
¿Subes?
-Peter: Sí -sin decir nada más, él desapareció de su
vista.
Mientras subía las escaleras, Peter recordó la promesa
que se había hecho a sí mismo. No iba a tocarla... ni una sola vez. Le diría lo
que había ido a decirle, cumpliría su propósito y se marcharía. No la tocaría,
ni iniciaría otra vez aquel ciclo interminable de anhelos, sueños y deseos.
Durante las dos semanas anteriores había conseguido desintoxicarse de ella.
Cuando alcanzó el descansillo, casi se había convencido de ello. Entonces Lali
abrió la puerta.
Todavía sujetaba en la mano un paño húmedo. No llevaba
maquillaje, el rubor de sus mejillas era de placer y de sofoco. Llevaba el pelo
recogido hacia atrás y atado con un hilo de lana. Había un fuerte olor a amoníaco.
Peter deseaba tocarla aunque solo fuera una vez, solo una. Cerró las manos y se
las metió en los bolsillos.
-Lali: Me alegro de verte -se apoyó en el quicio de la
puerta y lo observó atentamente. La gente no cambiaba en dos semanas, se dijo
mientras comparaba cada ángulo y plano del rostro de Peter con la imagen que
guardaba de él en su recuerdo. Parecía el mismo, un poco más moreno quizá
debido al sol, pero el mismo. El amor la inundó por completo.
-Lali: Has estado navegando.
-Peter: Sí, un poco.
-Lali: Te sienta bien. Se te nota -retrocedió,
comprendiendo por la postura tensa de Peter que no aceptaría su mano si se la
ofrecía- Pasa.
El se internó en aquel caos. Cuando Lali limpiaba, lo
hacía a conciencia y nada estaba a salvo. Los cajones habían sido vaciados, las
mesas despejadas. Los muebles y las ventanas relucían. No había un solo sitio
despejado donde estar de pie, y mucho menos donde sentarse.
-Lali: Perdona -dijo ella, siguiendo su mirada-. Voy un
poco retrasada con mi limpieza primaveral -la presión de su pecho aumentaba con
cada segundo que permanecían el uno junto al otro, a miles de kilómetros de
distancia-. ¿Quieres beber algo?
-Peter: No. No me quedaré mucho tiempo. Ya veo que estás
ocupada. -no se quedaría porque le dolía físicamente no tocar lo que tanto
deseaba... y seguir deseando lo que se había convencido de que no podía ser
suyo-. Supongo que viste el programa de MacAllister la otra noche.
-Lali: Eso es agua pasada -contestó ella. Se sentó en la
hamaca, balanceando los pies, con los dedos de las manos apretados.
Con las manos aún en los bolsillos, Peter osciló sobre
sus talones.
-Lali: ¿Qué te pareció?
Ella se encogió de hombros y cruzó los tobillos.
-Lali: Le lanzó un par de estocadas a la película, pero...
-Peter: Te lanzó un par de estocadas a ti -dijo él. Su
voz se había crispado y sus ojos se habían achicado.
Percibiendo su estado de ánimo, Lali decidió quitarle
hierro al asunto. Sonrió.
-Lali: Pues ya ves que no estoy sangrando.
Peter la miró ceñudo un momento y al fin decidió que
parecía mucho menos preocupada que él.
-Peter: No se ha detenido ahí, Lali -se acercó a ella
para estudiar mejor su cara, tal vez para captar mejor su perfume-. Ha tenido
una pequeña charla con el productor de tu serie y con unos cuantos ejecutivos
de la cadena.
-Lali: ¿Con mi productor? -asombrada, ella ladeó la
cabeza e intentó comprender lo que le decía-. ¿Para qué?
-Peter: Quiere que te despidan... o... eh... que dejen
expirar tu contrato.
Asombrada, ella guardó silencio, pero su rostro
palideció. El paño cayó silenciosamente de su mano al suelo.
-Peter: Se ha ofrecido a hacer unos cameos en la serie si
te echan. Como tu productor la despachó amablemente, ella se fue al piso de
arriba.
Lali tragó saliva, angustiada. Lo único que podía pensar,
lo único que tamborileaba en su cabeza, era «ahora no, no durante la vista».
Necesitaba la estabilidad del contrato para conseguir la custodia de Chris.
-Lali: ¿Y?
Peter no esperaba que sus labios palidecieran, que sus
ojos se agrandaran al oír la noticia. Una mujer con su temperamento se habría
enfadado, tal vez hasta el punto de enfurecerse, de tirar cosas, de estallar.
Ni siquiera lo habría sorprendido que se lo tomara a broma, que se echara a
reír a carcajadas, o que sacudiera la cabeza y se encogiera de hombros. Tenía
la suficiente seguridad en sí misma como para reaccionar así. O eso había
creído él. Pero lo que advertía en sus ojos era miedo.
-Peter: Lali, ¿hasta qué punto crees ser importante para
la serie?
Ella descubrió que tenía que tragar saliva antes de
responder.
-Lali: Marianella es un personaje popular. Yo soy quien
más cartas recibe, muchas veces dirigidas a la propia Marianella, en vez de a
mí. En mi último contrato, me subieron el sueldo sin apenas negociación -tragó
saliva de nuevo y juntó las manos con fuerza. Todo aquello era muy lógico, muy
práctico. Sentía ganas de gritar-. Nadie es imprescindible. En una serie, esa
es la regla número uno. ¿Van a despedirme?
-Peter: No -mirándola con el ceño fruncido, se acercó a ella-.
Me sorprende que creas que van a hacerlo. Ahora mismo eres el principal tirón
de la audiencia. Y en otoño la serie se beneficiará del estreno de la película.
Pensando con estricta lógica, tu presencia diaria en la serie vale mucho más para
la cadena que un cameo de Candela -al ver que Lali dejaba escapar un largo
suspiro, tuvo que contener las ganas de abrazarla-. ¿Tanto significa la serie
para ti?
-Lali: Sí, tanto.
-Peter: ¿Por qué?
-Lali: Es mi trabajo -dijo ella con sencillez-. Mi
personaje -a medida que el miedo se disipaba, iba llenándose de ira-. Si lo
dejo, será porque quiera, o porque ya no sirva -cediendo a la rabia, agarró de
la mesa un pequeño jarrón amarillo lleno de flores y lo arrojó contra la pared.
El jarrón se rompió y las flores se esparcieron por el suelo-. He dedicado
cinco años de mi vida a ese papel -cuando su respiración se calmó de nuevo,
miró los fragmentos del jarrón y las flores aplastadas-. Es importante para mí
-continuó, mirando de nuevo a Peter-. En este momento, por muchas razones, es
esencial -se asió a un lado de la hamaca y procuró relajarse-. ¿Cómo te has
enterado de todo eso?
-Peter: Por Pat. Los peces gordos se han reunido para
hablar de ti. Pensamos que debías saberlo.
-Lali: Te lo agradezco -la ira empezaba a desvanecerse.
El alivio que sentía le producía un leve aturdimiento-. Bueno, lamento que esté
tan rabiosa como para intentar echarme de mi trabajo, pero imagino que ahora
desistirá.
-Peter: Eres demasiado lista como para creer tal cosa.
-Lali: En realidad, no puede hacerme nada. Y parece que
cada vez que lo intenta lo único que consigue es ponerse en evidencia -relajó
las manos lenta y deliberadamente-. Cada entrevista que concede es publicidad
gratis para la película.
-Peter: Si existe algún modo de hacerte daño, Candela
intentará aprovecharlo. Debería habérmelo imaginado antes de darte el papel de
Rae.
Sonriendo, ella le tendió las manos hacia los brazos de Peter.
-Lali: ¿Estás preocupado por mí? Me gustaría que lo
estuvieras... aunque fuera solo un poco.
Él sabía que debía apartarse en ese preciso instante.
Pero deseaba desesperadamente sentir su contacto. Solo sus manos sobre los
brazos. Si tenía cuidado, mucho cuidado, con eso bastaría.
-Peter: Soy responsable de cualquier problema que te
cause.
-Lali: Eso es absolutamente ridículo... además de
arrogante y egocéntrico -ella sonrió-. Y muy propio de ti. Te he echado de
menos, Peter. Te he echado muchísimo de menos.
Lo estaba atrayendo hacia sí, arrastrándolo consigo.
Cuando la mano de Peter alcanzó su cara, Peter se inclinó hacia ella para
besarla. Y el primer roce de sus labios bastó para hacerle olvidar todas las
promesas que se había hecho durante su ausencia.
Lali gimió cuando sus labios se encontraron. Le parecía
que llevaba años esperando sentir de nuevo aquella laxitud. Deseaba más. El
ansia se apoderó de ella. Tiró de Peter y la hamaca se hundió bajo el peso de
ambos. No había ya delicadeza alguna en sus caricias.
Ambos bullían de impaciencia. Sin proferir palabra se
urgían el uno al otro. «Date prisa, tócame. Ha pasado mucho tiempo», parecían
decirse. Y a medida que se quitaban la ropa y sus cuerpos se entrelazaban, su
ansiedad crecía.
El movimiento de la hamaca era como el del mar, y Peter
se sintió libre de nuevo. Experimentaba una sensación de libertad con solo
estar de nuevo junto a Lali. Y de aquella sensación de libertad surgía el
delirio. No podía impedir que sus manos se deslizaran presurosas sobre el
cuerpo de Lali. No podía evitar que su boca intentara devorar cada centímetro
de la carne de ella. Estaba hambriento de su cuerpo y ya no le importaba haber
prometido abstenerse. La piel de Lali fluía, cálida y suave, bajo las manos de Peter.
Su boca era caliente y sedosa. Aquella generosidad que Peter nunca lograba
medir manaba de ella sin traba alguna.
Lali dejó de pensar en cuanto Peter empezó a besarla. Ya
no necesitaba servirse del intelecto, sino solo de los sentidos. Podía saborear
la sal en la piel de Peter mientras se abrazaban en el bochorno húmedo de la
tarde. Lali percibía en su deseo una furiosa intensidad que no había sentido
hasta ese momento. Se estremecía al sentirse tan salvajemente deseada.
Pero aquel estremecimiento iba acompañado de un deseo
parejo al de Peter. La parte superior de la hamaca le arañó la espalda cuando Peter
se tumbó sobre ella. Por un instante, Lali creyó sentir cada cuerda de la
hamaca. Luego, aquella sensación se disipó, dando paso a otra. Peter llevó las
manos hasta su pelo y le sujetó la cabeza hacia atrás para apoderarse de su
boca. Lali notó que su respiración se estremecía y, al parpadear, vio que la
estaba mirando fijamente.
Los ojos de Peter permanecían abiertos, fijos en su
rostro, cuando se hundió en ella. Quería verla, necesitaba saber que lo deseaba
tanto como él a ella. Y podía sentido en el temblor de la boca de Lali, que
entre jadeos susurraba su nombre, y en el placer asombrado de sus ojos. Todo
aquello se lo daba él. Se lo daba él, pensó Peter enterrando la cara entre el
pelo de Lali.
-Peter: Lali... -con el último vestigio de cordura que le
quedaba, comprendió que estaban los dos a punto de perderse. Tomó la cara de
Lali entre sus manos y la besó con fuerza para que alcanzaran juntos el
éxtasis, bebiendo mutuamente sus gritos de placer.
El movimiento de la hamaca se aminoró, haciéndose suave
como el balanceo de una cuna. Peter y Lali permanecían abrazados, cara a cara.
Ella tenía la cabeza apoyada en la curva del hombro de él. El sudor humedecía
sus cuerpos. Un mechón del pelo de Lali cayó sobre el pecho de Peter.
-Peter: He pensado mucho en ti -murmuró. Tenía los ojos
cerrados. Los latidos de su corazón comenzaban a espaciarse, pero sus brazos
seguían aferrando con fuerza a Lali-. No podía pensar en otra cosa.
Lali tenía los ojos abiertos y sonrió. Aquellas palabras
eran lo único que le hacía falta.
-Lali: Duerme conmigo un rato -girando la cabeza, le besó
el hombro-. Solo un rato.
Durante días y noches, Lali solo había pensado en el
mañana. Había llegado el momento de pensar únicamente en el ahora. Mucho
después de que Peter se durmiera, ella seguía despierta, sintiendo la hamaca
balancearse suavemente.
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perdón!! :)
+20 y mas nove!!
Me encantoooooooooooo mas por favor
ResponderEliminarsubiiii mass
ResponderEliminarotro otrooo otrooo
ResponderEliminarme carga cande en esta noveee =/
ResponderEliminarmas mas mas mas mas mas mas mas
ResponderEliminarQUIERO OTRO CAP
ResponderEliminarJAJJA YO TAMBIEN SOY MOLESTOSA JAJAJJAJA
MAS MAS MAS MAS NOVE
ay me encanta, ojala se pueda teerminar hoy
ResponderEliminarno aguantaria hasta mañana jajaj
NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE NOVE
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Sigo diciendo que esta nove
ResponderEliminaresta buenisima
Quiero Otro!
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MAS NOVE
ResponderEliminarME ENCANTO
sos una genia
otro cap!
ResponderEliminarmas noveeeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminarpor favooooooooooooor
ResponderEliminarMAS NOVE!!!
ResponderEliminarmassssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarnoveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminarmasssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarnoveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminarmasssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss
ResponderEliminarnoveeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminarotro cap ! me encanto
ResponderEliminarQuiero mas nove porfa
ResponderEliminarmas nove!!!
Me encanta,el Amor es más fuerte!
ResponderEliminarMe fascina! Me encanta!
ResponderEliminarBesos
@vagomi
wouu mass!!
ResponderEliminarAhhhhhh ssisisisisis ya los qeria juntitos!!!!!!!!!!!!!!!!! :) los extrañaba!!!!! :D me encanto el cap buenisimo!! hasta qe Peter se dio cuenta de qe no tienen qe estar separados! me encanta cuando tienen momento tiernos!! =$
ResponderEliminarD algo le sirvio el viajecito a Peter.
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