El viernes, Lali salió con
Bernie Coleman para ver la nueva película de la que todo el mundo hablaba. El
señor Turner, el propietario de la sala de cine, había instalado el equipo
sonoro el año anterior y toda la ciudad acudía a ver con entusiasmo los últimos
estrenos. La Coqueta era la primera
película hablada de Mary Pickford y a Lali no sólo le encantó su forma de
actuar, sino también su nuevo corte de pelo, por encima de la mandíbula.
—Creo que me cortaré el pelo y
me haré tirabuzones —reflexionó Lali mientras Bernie la acompañaba a casa.
Él se rió y se inclinó hacia
ella simulando que examinaba su cabello largo, liso y castaño.
—¿Tú con tirabuzones?
¡Imposible!
Lali le sonrió y arrugó la
nariz.
—Podría hacerme la permanente.
—Cariño, comparada contigo,
Mary Pickford no es tan guapa.
—Eres un encanto —respondió
ella, y se rió mientras deslizaba una mano en la de él.
Por fuera, Bernie parecía
mordaz y sofisticado. Intentaba dar la impresión de que todo le aburría y de
que el mundo lo hastiaba, pero Lali hacía tiempo que había descubierto en él un
lado amable. Por mucho que lo ocultara ante los demás, de vez en cuando, Lali
percibía en él signos de ternura, pues era el tipo de hombre que no soportaba
ver a un animal herido o a un niño infeliz. Debido a su familia adinerada, su
pelo rubio y su aspecto atractivo, las jóvenes lo consideraban un buen partido,
pero Lali no estaba interesada en él desde el punto de vista romántico. Ésta
era quizá la razón de que él se sintiera tan atraído por ella. Por lo visto,
los hombres siempre querían lo que no podían tener.
Cuando llegaron a la casa de Lali,
situada al final de la calle, Bernie le apretó la mano con más fuerza y en
lugar de acompañarla a la puerta principal, la condujo a las sombras que se
extendían más allá del halo de luz de la iluminación del porche.
—¿Qué haces, Bernie? —preguntó
Lali entre risas—. La hierba está húmeda y mis zapatos...
—Calla durante un minuto,
guapa. —Bernie apoyó un dedo en los labios de Lali—. Quiero estar a solas
contigo unos segundos.
Lali le mordió el dedo de una
forma juguetona.
—Podríamos entrar en casa. Alelí
está arriba y es probable que esté dormida.
—No, cuando estás en la casa
no eres la misma. En cuanto cruzas la puerta, te conviertes en otra chica.
—¿Ah, sí?
Lali lo observó de una forma inquisitiva
y más que sorprendida.
—Sí, te pones seria y aburrida
y a mí me gusta cuando eres divertida y atolondrada. Deberías estar así todo el
tiempo.
—No puedo ser divertida y
atolondrada siempre —respondió Lali con una sonrisa pícara—. De vez en cuando,
tengo que trabajar y preocuparme. Forma parte de ser un adulto.
—Eres la única chica que habla
así.
Lali se acercó a él, le rodeó
el cuello con los brazos y rozó la suave mejilla de Bernie con sus labios.
—Por eso te gusto, listillo,
porque soy una novedad para ti.
—Por esto me gustas —repitió
él mientras inclinaba la cabeza y la besaba.
El contacto de su boca en la
de ella resultaba agradable. Para Lali, sus besos eran signos de amistad,
pruebas ocasionales de afecto. Para Bernie, constituían promesas de futuros
momentos mejores.
Hacía tiempo que Bernie se
había dado cuenta de que Lali no tenía la intención de permitirle ir más allá
de los besos, pero esta percepción no le impedía seguir intentándolo. En su
mente, había dos tipos de mujeres, las que respetaba y las que no respetaba. En
cierto sentido, le gustaba que Lali fuera de aquella manera. Pero si algún día
le permitía ir tan lejos como él quería, su sueño de convertirla en el tipo de
mujer que él no respetaba se haría realidad.
—Lali —declaró con voz grave
mientras la abrazaba con más fuerza—, ¿cuándo me dirás que sí? ¿Cuándo
empezarás a vivir? ¿Por qué tú y yo no...?
—Porque no —respondió ella con
un suspiro compungido—. Sólo por eso. Quizá sea una tonta romántica, pero creo
que, para tener una relación más íntima, deberíamos sentir algo más de lo que
sentimos el uno por el otro.
—¡Las cosas podrían ir tan
bien entre nosotros! Yo nunca te haría daño. —Su voz se convirtió en un susurro
mientras la besaba con suavidad en los labios—. Quiero hacerte una mujer. Sé
que todavía no has confiado en nadie lo suficiente, pero sería bueno para ti y
para mí, bueno y natural. Lali...
Ella se rió y se deshizo de su
abrazo.
—Bernie, para. No estoy
preparada para esto, ni contigo ni con nadie. Yo... —Lali miró a su alrededor,
rió con nerviosismo y bajó la voz—. No puedo creer que estemos manteniendo esta
conversación en el jardín de mi casa. Apostaría algo a que todos los vecinos
nos están escuchando.
Pero Bernie no compartía su
buen humor y la miró con solemnidad.
—Lo único que yo sé es que
algo no va bien cuando una chica se niega a vivir como tú lo haces.
Aquella acusación hirió a Lali.
—Yo no me niego a vivir
—protestó ella más desconcertada que enfadada—. Bernie, ¿qué ocurre? Hace
apenas un minuto nos estábamos divirtiendo...
—¿Te estás reservando para el
matrimonio? —preguntó él de una forma directa—. ¿Por esto no quieres hacer el
amor conmigo?
—No quiero casarme con nadie.
Y no quiero ser la..., ya sabes, de nadie. No me siento así respecto a ti. Me
gustas, Bernie, pero creo que tiene que haber algo más entre dos personas para
hacer el amor y esto no significa que me niegue a vivir.
—Sí que lo significa. —El
rostro de Bernie reflejaba su frustración—. Las únicas personas que te
preocupan en el mundo son tú y tu tía, y los demás podemos irnos al infierno.
—¡Esto no es cierto!
—Lali, tú no conectas con la
gente —continuó Bernie de una forma implacable—Vives en tu mundo privado y sólo
dejas entrar a Alelí. Pero cuando ella ya no esté, no tendrás a nadie. Nos has
dejado a todos afuera. Ni das ni recibirás.
—¡Para! —De repente, lo que
Bernie le había dicho le resultó insoportable y Lali sintió odio hacia él.
Aunque tuviera razón—. No quiero oír nada más y no quiero volver a verte.
—Si esto es todo lo que
obtendré de ti, el sentimiento es mutuo, guapa.
Lali se separó de él y subió
las escaleras del porche a toda prisa y con los ojos húmedos.
Por la mañana, lo único que le
contó a Alelí acerca de la cita con Bernie fue que habían terminado. Alelí
reaccionó con sensibilidad y no le preguntó nada, pues pareció comprender lo
que había ocurrido sin que Lali se lo contara.
Durante los días siguientes, Lali
no tuvo tiempo de pensar en Bernie, pues estuvo muy ocupada cuidando a Alelí.
Resultaba evidente que le estaba llegando la hora final a gran velocidad. No
podrían retrasar el desenlace durante mucho más tiempo, ni con los medicamentos
ni con las oraciones, ni siquiera con la voluntad de vivir de Alelí. Día a día,
Alelí se sentía más débil y se interesaba menos por lo que ocurría a su
alrededor. Aunque el doctor Haskin había advertido a Lali que esto sucedería,
el miedo, la impotencia y la frustración la empujaron a llamarlo.
Lo único que hizo el anciano
doctor fue sentarse en la cama de Alelí y hablarle con dulzura. Su presencia
hizo desaparecer, de una forma temporal, la confusión y el desánimo de Alelí.
La débil sonrisa de Alelí levantó el ánimo de Lali, por lo que todavía le
resultó más difícil soportar lo que el doctor Haskin le comunicó cuando salió
de la habitación:
—No le queda mucho tiempo, Lali.
—Pero... aguantará un poco
más, ¿no? Parece que tiene mejor aspecto...
—Ha aceptado lo que va a
suceder—explicó él con su voz amable. Su rostro moreno y arrugado como una
cáscara de nuez reflejaba compasión. El doctor bajó la mirada hacia Lali y un
mechón de pelo plateado cayó sobre su frente—. Será mejor que tú hagas lo
mismo. Ayúdala a aceptarlo con tranquilidad, no te resistas.
—¿Que no me resista? No...
Pero ¿qué dice? ¿No tiene nada que pueda ayudarla? Algún medicamento más potente
o...
—No te voy a dar una lección y
no puedo añadir nada que tú ya no sepas. Lo único que puedo decirte es que
sucederá pronto y que deberías prepararte para el final.
Anonadada, Lali se dio la
vuelta e intentó contener el sentimiento de ahogo que le atenazaba la garganta.
Sentía pánico, un pánico primitivo que no podía calmarse con palabras amables. Lali
percibió la delicada mano del doctor en su hombro y oyó sus palabras como si
procedieran de muy lejos.
—Todos tenemos nuestro propio
tiempo para vivir en esta tierra, pequeña. Algunos disponen de más tiempo que
otros, pero todos sabemos cuándo se acerca nuestro fin. Alelí ha tenido la
mejor vida que podía tener, Dios bien lo sabe. No tiene nada que temer y tú no
puedes hacer más que seguir su ejemplo. Te queda el resto de tu tiempo por
vivir.
Lali intentó explicarle la
terrible sospecha que acechaba en su corazón.
—No sin ella. Tengo miedo de
que...
—¿De que muera?
—S... sí. Bueno, no tengo
miedo por lo que pueda pasarle a ella, pues sé que va a un lugar mejor en el
que el dolor no existe, pero, sin ella, no tengo ninguna razón para seguir
aquí.
—Eso es una tontería. Una
auténtica tontería. Tú eres una parte importante de Sunrise. Perteneces a este
lugar tanto como todos los demás.
—Sí—susurró ella, pero se
tragó las ardientes palabras que pugnaban por salir de su garganta: «Yo no lo
siento así. No siento que pertenezca a este lugar.»
Pero no podía expresarlo en
voz alta.
Lali inclinó la cabeza y lloró
con suavidad mientras el doctor Haskin le daba una palmadita en el hombro y se
alejaba.
Aquella noche, Lali no pudo
dormir. Quizá debido al repiqueteo de la lluvia y al rugido de los truenos o a
la persistente preocupación que sentía por Alelí, la cuestión es que apenas
consiguió cerrar los ojos. Cada pocos minutos, se levantaba e iba a comprobar
cómo se encontraba su tía. En una de estas ocasiones, Lali notó que Alelí se
movía de un modo casi imperceptible y que sus dedos se ponían en tensión. Lali
contempló los pálidos dedos que apretujaban el cubrecama y apoyó la mano encima
de la de Alelí con la intención de tranquilizarla. ¡Estaba tan fría! Tenía la
piel fría.
De una forma mecánica, estiró
el cubrecama y lo arrebujó por debajo de los hombros de Alelí. Mientras
regresaba a su dormitorio, Lali sintió un escalofrío. Se sentía extraña aquella
noche, un poco mareada, el corazón le latía con fuerza y hasta su alma temblaba
con una emoción desconocida. Lali rezó con fervor, con palabras sencillas, como
las de una niña: «Por favor, bendice a Alelí. Por favor, que no sienta dolor.
Ayúdame a ser valiente y a saber qué tengo que hacer.»
Después de unos minutos de
permanecer arrodillada junto a la cama y con las manos entrelazadas, Lali se
dio cuenta de que tenía el lado derecho de la cabeza apoyado en el colchón. Casi
se había dormido. Le daría otra ojeada a Alelí y se acostaría. Lali se levantó
medio tambaleándose y fue, una vez más, al dormitorio de su tía. Se detuvo
junto a la cama. Alelí estaba completamente inmóvil. La tensión de sus dedos
había desaparecido.
—Alelí, ¿estás bien?
Lali tocó la mano de su tía.
Estaba fláccida y blanca como la cera. Lali ya había visto antes aquel aspecto,
en el hospital. Su mente sabía lo que significaba, pero su corazón se negaba a
admitirlo. Necesitaba a Alelí. Alelí era su familia, su responsabilidad, su
consuelo. Con una reticencia absoluta, Lali rodeó la fláccida muñeca le su tía
con los dedos para buscar su pulso. No percibió ningún latido, nada. Estaba
muerta.
—¡Oh, no! ¡Oh, no!
Se alejó de la cama con
lentitud. No podía creer que su tía se hubiera ido de verdad. El golpe fue más
duro de lo que había imaginado. El vacío que experimentó al saber que nunca más
volvería a hablar con Alelí y que no podría acudir a ella en busca de consuelo,
fue peor que el mismo dolor.
Las paredes de la habitación
parecieron convertirse en las de una tumba. Lali, presa del pánico, bajó las
escaleras a toda prisa e intentó abrir la puerta principal mientras contenía
los sollozos que pugnaban por salir de su pecho, pero la puerta no se abrió. A
continuación, cogió con fuerza el pomo y volvió a intentarlo. En esta ocasión,
la puerta se abrió y Lali salió al exterior.
Se apoyó en una de las
columnas del porche y una cortina de lluvia fría la empapó haciendo que su bata
se pegara con pesadez a su cuerpo. La casa estaba asentada en uno de los
extremos de Sunrise. Lali contempló la ciudad que se extendía frente a ella, el
contorno de los edificios, los automóviles, el brillo del húmedo asfalto y las
diminutas y distantes figuras de las parejas que cruzaban la calle. Después se
reclinó en la áspera columna de madera mientras sentía el frescor de la lluvia
en su rostro.
—¡Alelí! —exclamó con los ojos
empañados de lágrimas—. ¡Oh, Alelí!
Poco a poco, Lali se dio
cuenta de que había alguien cerca y de que esa persona la observaba. Ya había
sentido aquella mirada penetrante antes y reconoció el escalofrío que le hacía
sentir. Lali abrió los ojos y lo miró: el viejo Peter Lanzani. Peter estaba en
la calle, a unos tres metros de distancia, con el pelo gris pegado a la cabeza
y chorreando agua. A causa de la impresión, Lali ni siquiera se preguntó cómo
había llegado hasta allí.
—Mariana. Mariana, ¿dónde
estabas?
Lali se estremeció. «El
sueño», pensó. Se abrazó a la columna para no perder el equilibrio y contempló
al anciano mientras el viento azotaba su rostro. Sentía el sabor amargo del
dolor en la boca y el salado de las lágrimas en los labios.
—No tenías por qué regresar
—declaró con voz temblorosa—. No queda ningún Espósito. ¿Qué quieres?
El pareció confundido a causa
del enfado que reflejaba la voz de Lali.
—Asesino —murmuró ella—.
Espero que sufrieras por lo que les hiciste a los Espósito. Si hubiera vivido
cincuenta años atrás, te habría hecho pagar por el daño que les ocasionaste.
Él intentó hablar, pero de su
boca no salió ninguna palabra. De repente, Lali supo lo que él quería decir,
percibió el pensamiento de aquel hombre como si fuera el suyo propio y su
rostro empalideció de miedo.
Tú estabas allí, Mariana.
Estabas allí.
Paralizada, Lali se agarró con
fuerza a la columna e intentó rezar una oración. Percibió que, a lo lejos,
varias personas corrían de un edificio a otro bajo la tormenta. Se trataba de
sombras oscuras y borrosas, de modo que no pudo discernir cuántas había. Se
sentía desorientada. El suelo se inclinó y se acercó a ella y Lali oyó su
propio grito mientras se desplomaba. El sonido retumbó en la oscuridad, una
oscuridad tenue que la envolvió como una marea inexorable. No experimentó miedo
ni dolor, sólo confusión. Notó que el mundo se alejaba de ella y la dejaba en
un vacío oscuro. Unos pensamientos que no comprendía atravesaron su mente,
pensamientos que no eran de ella.
¿Qué he dejado atrás?
Yo no morí... Alelí...
Mariana, ¿dónde estabas?
Continuará...
+10 :o
Wtf! Que pasooooo?!?!? Subi massss me encantoooo
ResponderEliminarNo entiendo !
ResponderEliminarahh!!! seguro lali viajara al pasado!!
ResponderEliminarViste cuando no entendes nada? Bueno así =P
ResponderEliminary por ende quiero más capítulos
ResponderEliminarpara podes entender
ResponderEliminarpor lo menos diez capítulos!
ResponderEliminarJajajaJaja no pedía nada Jajajaja
ResponderEliminar=D
ResponderEliminarmás más más más
ResponderEliminaresto sera como la pelicula VIAJAR AL FUTURO? porque sino no estoyu entendiendo nada!! espero que no s case con este peter viejo!!
ResponderEliminarlola
Me estoy volviendo loca en serio!
ResponderEliminarNecesito un par de aclaraciones! Sube otro!
daniiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
ResponderEliminarOps! no entendi un joraca!!! Maaaaaaaaaaaaaas!!!
ResponderEliminarentiendo cada vez menos pero me encanta y quiero mas y tambien el bonus para descargarnos la otra novela
ResponderEliminar+++++++++++++
ResponderEliminar+++++++++++++++++++++++++++++++
ResponderEliminarK triste!!!!!
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