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domingo, 19 de abril de 2015

TREINTA Y SEIS



—No quiero que vayas sola. —Agustín estaba con Cande en el dormitorio de esta, observándola mientras hacía la maleta—. ¿Me has oído? —le preguntó al ver que ella no replicaba.
Ella le dio unas palmaditas en una mejilla al pasar a su lado de camino al cuarto de baño.
—Cuidado, cariño, comienzas a parecerte mucho a tu dominante cuñado.
Agustín pasó por alto el insulto. La siguió y se detuvo en el vano de la puerta mientras ella iba de un lado para otro, recogiendo cosas.
—He hablado con Peter hace un rato. Él también cree que no deberías ir sola.
Cande guardó varios cosméticos en un neceser y después cogió su champú favorito de la ducha.
—Por favor... ¿crees que voy a hacerles caso a dos hombres? Agustín, voy a Seattle por motivos laborales. Además, nadie se enterará de mi viaje. De hecho, allí estaré mucho más segura que aquí. Alelí se queda con mis padres. Todo irá bien. Además, todavía no sé si merece la pena ir a Vancouver. Esperaré a ver qué encuentra mi detective privado.
«Todavía», repitió Agustín para sus adentros. Lo había escuchado claramente. Cande era una mujer demasiado independiente. Demasiado testaruda. Dos de los motivos por los que jamás se había sentido atraído por las mujeres de éxito. Llevaba esquivándolo desde la noche que pasaron juntos y la noche anterior él había estado trabajando hasta muy tarde, de modo que no había tenido tiempo para pasarse a verla hasta esa misma mañana. Supuestamente debía coger un vuelo al estrecho de la Reina Carlota ese mismo día para enderezar el proyecto, pero una vez al tanto de los planes de Cande, no podía marcharse hasta asegurarse de que estaría a salvo.
—Iría contigo si pudiera, pero no puedo. Joder, es un mal momento.
—No te preocupes —le dijo ella al tiempo que cogía la laca de la cesta de mimbre del lavabo.
Cande evitaba su mirada. No hacía falta ser un brillante científico para comprender qué estaba pasando.
—Cande, sé lo que pretendes. No es necesario que te vayas a Vancouver por lo que pasó entre nosotros.
—No sé de qué estás hablando. —Después de guardar un cepillo del pelo en el neceser, lo cerró con la cremallera.
Sí que lo sabía, pensó Agustín. Lo sabía perfectamente. Él vio cómo la asaltaban los remordimientos justo después de que hicieran el amor. Y no por lo que pudiera pasar entre ellos, sino porque pensaba que había traicionado a su cliente.
—Lali y Peter no van a molestarse contigo por esto. Te está permitido tener vida privada. No has hecho nada malo.
Cande cerró los ojos y tomó una bocanada de aire. Un tropel de emociones pasó por su cara, pero cuando abrió los ojos de nuevo no había ni rastro de ellas. Cogió el neceser y pasó a su lado de camino al dormitorio.
—Hablaré con Lali del tema cuando vuelva.
Agustín la cogió de un brazo.
—Espera y mírame.
Ella se volvió para mirarlo con sus ojos oscuros. Unos ojos de expresión atormentada. Unos ojos de expresión culpable. Unos ojos que le provocaron un nudo en el pecho.
—No tires por la borda lo que está pasando entre nosotros solo porque te preocupa la opinión de los demás —le dijo.
—Fue una mala idea. Jamás debió ocurrir y lo sabes. En cuanto a mi viaje a Seattle, no es asunto tuyo. Estaré bien. Y ahora, por favor, ¿me sueltas del brazo para que pueda acabar de hacer el equipaje?
Agustín tenía la impresión de que lo había apuñalado en el corazón. Cuando la soltó, intentó comprender qué estaba pasando. ¿Cuándo habían aparecido esos sentimientos tan fuertes hacia ella? Jamás se preocupaba por otra persona que no formara parte de su familia. ¿Desde cuándo era Cande, una mujer a la que apenas conocía, tan importante como su propia familia, si no más?
El nudo del pecho se convirtió en una terrible opresión.
Con el corazón desbocado, la siguió hasta el dormitorio. Estaba cerrando la maleta y la postura hacía que la melena castaña le cayera a ambos lados de las mejillas. Al otro lado de la ventana estaba lloviendo, de ahí que la estancia estuviera iluminada por una mortecina luz grisácea. La apariencia de Cande no podía ser más angelical, con su falda ceñida y su camisa ajustada.
«¡Por Dios, había caído con todo el equipo!», pensó Agustín.
Se pasó una mano por la cara e intentó relajar el alocado ritmo de su pulso. Cuando Cande se volvió para dejar la maleta en el suelo, él aprovechó el momento para aferrarla por los brazos y acercarla.
—Lo mío no son las relaciones a largo plazo. Me va más el rollo ocasional. Pero contigo... contigo no quiero que sea ocasional.
—¿Qué? —le preguntó ella con el miedo pintado en los ojos. El mismo miedo que él trataba de controlar—. ¿Estás...? —Lo miró con los ojos entornados—. ¿Te golpeé con el bate en la cabeza? Pensé que te había dado en el abdomen.
Agustín no pudo evitarlo y sonrió.
—No, no el bate, fuiste tú. Me diste justo en la cabeza. La primera vez que te vi. La otra noche, y le doy gracias a Dios por lo de la otra noche, me di cuenta de que estaba colado por ti desde el principio. Desde entonces, no paro de pensar en el paquete completo... el matrimonio, la familia, los niños, un monovolumen...
Cande se alejó con brusquedad de sus brazos y se presionó el abdomen con una mano.
—¡Ay, por Dios! ¿Un monovolumen? ¿Estás loco o qué? ¿Qué es lo que te pasa?
—No lo sé —contestó él en voz baja, muy atento al asombro de Cande. Porque él sentía lo mismo. La verdad era que no había pretendido decir lo que había dicho, pero, una vez hecho, no quería retirar sus palabras—. ¿Te sorprende?
—Pues sí. Nos hemos acostado. Una noche.
Agustín se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—Si no recuerdo mal, te gustó. La primera vez. Y la segunda y las demás.
—Yo... —balbuceó ella al tiempo que agitaba las manos—. Agustín, apenas nos conocemos.
—Pues vamos a conocernos. Quédate aquí. Mantente a salvo. En cuanto pueda volver de mi viaje, nos concentraremos en descubrir qué es lo que más nos molesta del otro.
Cande se sentó en el extremo inferior del colchón.
—Estás bromeando, ¿verdad? Por favor, dime que estás bromeando.
Esa no era la reacción que él esperaba. Joder, ni siquiera era la conversación que había planeado tener.
—No estoy de broma. Cande, me has atrapado. Me traes de cabeza. Y yo soy el primer sorprendido.
Al ver que ella no hablaba y se limitaba a mirarlo con los ojos desorbitados, Agustín se rascó la nuca, sintiéndose como un imbécil.
—Bien, puedo prescindir del monovolumen. Ya lo negociaremos después.
—Estás mal de la cabeza. Lo sabes, ¿verdad?
Agustín sintió que se resquebrajaba. Y él no era un hombre dado a sentir esas emociones.
—Mira, he evitado las relaciones serias durante mucho tiempo. Por diferentes motivos. Y después de ver el infierno por el que pasó Peter tras la muerte de mi hermana, me dije que había sido listo al evitarlas. Pero ahora, después de todo lo que ha pasado... no lo sé. El caso es que he comprendido que la vida es valiosa. Que hay que hacer las cosas que queremos hacer, porque tal vez no podamos hacerlas cuando abramos los ojos y nos demos cuenta de que son importantes. No quiero perder esta oportunidad contigo, Cande. No te estoy pidiendo matrimonio. Solo te pido que no acabes con lo que está pasando entre nosotros. Y no quiero que te marches a Canadá porque te sientes culpable después de lo que ha sucedido. Si te pasara algo, no podría soportarlo. —La cogió de las manos y la instó a levantarse de la cama—. Letrada, dame una oportunidad. A lo mejor te sorprende lo que descubres.
—Podría acabar en una habitación acolchada.
Agustín esbozó una sonrisa torcida.
—Si estuviéramos juntos, no sería tan malo, ¿verdad?
—Agustín...
—Solo te pido que lo pienses, ¿bien? Piensa en ti, en mí y en lo que podría ser lo mejor que te haya pasado en la vida.
—Tengo la terrible sospecha de que es lo único que voy a hacer durante los próximos días. —Frunció el ceño, pero no se zafó de sus manos. Agustín lo interpretó como una buena señal—. Eres como un tornado, ¿lo sabes, Espósito? Devoras todo lo que encuentras a tu paso sin pensar en las consecuencias.
—Tú me preocupas. Y Alelí. Quiero mantenerlas a salvo. Prométeme que no irás a Canadá.
En vez de hablar, Cande se pegó a su cuerpo y lo abrazó por la cintura. En cuanto se vio rodeado por su calor, a Agustín le dio un vuelco el corazón. Porque en ese momento supo que Cande no haría lo que él quería que hiciese. Y eso significaba que los planes que había trazado para los próximos días iban a sufrir un cambio muy drástico.
            Con suerte, no para peor.

Continuará... +15 :)

21 comentarios:

  1. Ayy me muerooo
    Woaa me sorprendio, lo q lali y peter y ahora esto
    Maass

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  2. Cande y Lali son iguales dicen que no y terminan en sus brazos

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  3. massssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss

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  4. me encanta la nove c: seguila

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  5. me encantaría que lali recupere la memoria!!!

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  6. Noooo Cande no vayaaa!!

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  7. massssssssssssssssssssssss
    necesitamos saber que pasa

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  8. Woaa!!!
    No sabia en que momento empezaste con la nove..
    Pero en 2 días me puse al corriente jajajaja
    La.... Ay dios estos caps son Taan emocionantes..
    Por fin Lali y Peter está se puede decir "juntos" aunque Lali Tenga sus dudas..
    Woaaaa Cande y Agus me encantan!!
    Y si era obvio que Cande hiba a viajar...
    Algo me da pensar que va a pasar algo malo... No quiero!!!!
    Más me gusta mucho!!

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  9. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  10. Agustín sabe d cabezotas ,x lali y ahora x Cande.

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