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domingo, 19 de abril de 2015

TREINTA Y TRES



Lali se apoyó en el reposacabezas y cerró los ojos. El rítmico sonido le indicó que seguían en el puente, que si no había un atasco, contaría con otros veinte minutos para meditar sobre la pesadilla que era su vida antes de llegar a la playa.
Deseaba darse un buen baño caliente, con una enorme copa de vino, y hacerlo en soledad. En cambio, tenía al lado a Peter Lanzani, que irradiaba tensión y preocupación. Y eso solo conseguía irritarla más.
Dio un respingo cuando sonó su móvil, que desterró sus deprimentes pensamientos. Lo sacó del bolso y se lo llevó a la oreja.
—Lali, ¿eres tú? Soy Cande.
—Hola.
—¿Dónde estás?
—En el coche, de camino a Moss Beach.
—¿Peter está contigo?
Lali miró de reojo a Peter, que tenía los hombros muy tensos mientras manejaba el volante del Jaguar.
—Sí, está aquí.
—No podía encontrarlo. Su secretaria me dijo que estaría fuera todo el día, pero que se llevaría el móvil.
—Ha debido de apagarlo. —Durante su cita con el doctor Murphy. Cuando estaban hablando de su futuro. Un futuro que no parecía tan optimista como hacía unas pocas horas.
—Da igual, pero me alegro de hablar contigo —dijo Cande—. Tengo novedades: hemos encontrado a Reynolds.
—¿En serio?
—Sí. Bocabajo en su piscina de Houston.
—¡¿Qué?!.
Peter la miró de reojo. Vio las preguntas que asomaban a sus ojos, pero apartó la mirada. No podía lidiar con su preocupación. Todavía no.
—Sí —continuó Cande—. Las autoridades lo van a calificar de ahogamiento accidental. Estuvo flotando dos días antes de que los vecinos lo encontraran. Parece que se marchó de improviso a Canadá, justo después de que Benjamín muriera. Los vecinos ni siquiera sabían que había vuelto.
—Ay, Dios. —Lali cerró los ojos.
—No descartan que haya habido juego sucio, pero de momento no parece que tengan pistas.
—Qué conveniente.
—Lali. —Cande hizo una pausa—. Hay más.
Tragó saliva con fuerza. ¿De verdad quería saberlo? No, no quería.
—Dime.
—Mi detective privado tiene una pista sobre Walter Amadeo. Cree que lo ha encontrado en Vancouver, en la Columbia Británica. Tengo que atender unos asuntos en Seattle a finales de semana. Estoy pensando en coger un vuelo para tratar de encontrarlo.
El pánico atenazó a Lali.
—No, no lo hagas.
—Tranquila, no es nada del otro mundo. El bufete no me echará de menos.
—Cande, no lo entiendes. Las cosas se están descontrolando. No vayas. Olvídate de todo.
—Lali, de verdad que no creo...
Peter le quitó el móvil de la mano. Lali apretó un puño. Y también apretó los dientes. La rabia y la frustración por esa situación crecieron en su interior. Mientras él escuchaba con atención lo que le decía Cande, que le estaba contando lo mismo que a ella, Lali cerró los ojos y volvió a acomodarse en el asiento. Si Peter quería tomar el control, que lo hiciera. Ella no podía evitarlo. Peter se jugaba tanto como ella en eso. Sin embargo, su arrogante reacción era un recordatorio más de que él esperaba que se comportase como la mujer dócil que recordaba, y esa no era ella.
Peter terminó de hablar justo cuando enfiló el camino de entrada de su casa en Moss Beach. Cuando su fuerte mano buscó la suya, Lali luchó contra el impulso de aferrarse a ella.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
—Háblame —le pidió él en voz baja.
Eso no solucionaría nada. Solo empeoraría las cosas. Una conversación tierna sobre sus miedos y sus inseguridades solo la llevaría hasta un lugar que no le convenía, y ese lugar era entre sus brazos.
Tenía que mantener la perspectiva, tenía que intentar averiguar qué narices iba a hacer a continuación. Tenía que dejar de distraerse con esa enloquecedora atracción que solo la conduciría al dolor.
—Estoy bien —repitió—. Solo necesito un momento.
Con manos más firmes de lo que esperaba, salió del coche. Peter la siguió al interior de la casa y se quedó en el vestíbulo con los brazos en jarras, observándola. Se volvió para enfrentarlo, y evitó su mirada, evitó el consuelo que sabía que encontraría si así lo quería.
—Tengo que coger unas cosas de arriba. Tú... siéntete como en casa.
No sabía muy bien cómo consiguió subir la escalera, pero se detuvo al llegar arriba y miró hacia un lado y hacia otro. Su dormitorio estaba a la derecha, el de Tomás y su despacho, a la izquierda. Si iba a su dormitorio y Peter la seguía, su fuerza de voluntad se resquebrajaría y acabarían en la cama. Si iba a su despacho, contaría con las paredes como muro de contención entre ella y ese lugar cálido y acogedor sobre el que quería caer con él.
Se sentó en el sillón, delante de su escritorio, dejó caer las manos sobre su regazo y miró a su alrededor. Las cajas seguían junto a la ventana. Había cuadros apoyados en la pared, a la espera de que los colgara. Tantas cosas que había querido hacer, pero para las que no había encontrado tiempo.
—¿Qué haces?
La voz de Peter no la pilló por sorpresa. Sabía que la seguiría, que se preocuparía. ¿Por qué de repente era capaz de adivinar tan bien sus reacciones?
—Se acerca una tormenta —dijo ella en voz baja, con la vista clavada en la ventana.
—A mí me parece que la cosa está en calma.
—Es engañoso. Es evidente que se acerca una buena tormenta. El viento se ha calmado. Se ve un atisbo de oscuridad en el horizonte. Y en el exterior, casi se puede oler en el aire.
Peter se acuclilló delante de ella y le colocó una mano en el muslo. La piel le ardió a través de la gruesa tela de sus vaqueros. Su cuerpo ardía en deseos de sentir las caricias de esas fuertes manos.
No serviría de nada.
—Todo va a salir bien —le aseguró él en voz baja—. No te preocupes.
«No te preocupes. Así, sin más. Ojalá fuera verdad», pensó ella.
Hizo acopio de todo el valor del que fue capaz y lo encaró.
—No necesito que hagas que las cosas vayan bien, Peter. Sé que crees que debes aparecer y protegerme de todo, pero puedo apañármelas.
Él enderezó la espalda, pero no apartó la mano.
—No es eso lo que estoy haciendo.
—Sí que lo haces. Sé que solo quieres ayudar, pero me estás agobiando. He subido con la intención de recoger unas cosas para volver contigo, pero me he dado cuenta de que necesito tiempo para analizar las cosas por mi cuenta.
Peter entornó los ojos.
—Seguro que se me ha escapado algo entre esta mañana y ahora mismo. ¿Qué pasa?
Ella le apartó la mano y se puso en pie. Decirle que se fuera cuando su caricia le estaba quemando la piel no serviría de nada. Necesitaba poner espacio entre ellos.
—No se te ha escapado nada desde esta mañana. Tal vez solo se te ha pasado y punto.
Peter se levantó.
—Vas a tener que explicarte, porque no me veo capaz de leerte el pensamiento.
Levantó las manos y las dejó caer.
—¿Qué ves cuando me miras?
—¿Es una pregunta con trampa?
—No, es una pregunta honesta. Sé lo que ves. Ves a Mariana.
—Y eso es malo porque...
—Porque, Peter, yo no soy ella.
Peter apretó los labios.
—¿De qué hablas?
No lo entendía. Lali no estaba segura de que algún día llegara a entenderlo. Sacar el tema en ese momento, antes de que alguno de los dos resultara más herido por esa alocada situación, era lo mejor.
—Hablo de esto. —Agitó las manos—. De esto... de esta cosa que tenemos entre nosotros y que no funciona. Cada vez que me miras, ves a alguien que ha dejado de existir. Sientes la necesidad de protegerme, pero no te preocupas por mí, te preocupas por quien era antes. Por una persona que ya no soy.
—Repítemelo, porque me he perdido.
Lali soltó el aire muy despacio.
—Peter, en todas las veces que hemos estado juntos, ni una sola vez me has llamado Lali.
—Claro que sí.
—No, no lo has hecho. He prestado atención. —El corazón le dio un vuelco, pero se negó a reconocer el dolor. Un dolor muchísimo más agudo de lo que había esperado—. Admito que me siento muy atraída por ti, pero eso es algo físico. No quiere decir nada. Tú te sientes atraído por alguien que ya no existe. No sé cómo ser esa persona, ni tampoco estoy segura de querer intentarlo. Me gusta quien soy ahora. Y la persona que soy no necesita que estés revoloteando a su alrededor, intentando protegerla de todo este problema.
Peter cambió el peso del cuerpo de una pierna a otra.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que... no creo que esto vaya a ninguna parte. Agradezco tu ayuda, agradezco que me hayas acompañado para saber cómo están las cosas, pero volver contigo a tu casa no va a ayudar a solucionar las cosas. Tomás y Luz ya están bastante confundidos. Estar cerca de ti, hacer algo con respecto a la atracción inflamable que sentimos, no nos va a facilitar las cosas. Los dos sabemos que esto no va a ninguna parte, que ninguno de los dos es lo que necesita ni quiere el otro a largo plazo.
En la mandíbula de Peter apareció un tic nervioso.
—Así que esta mañana...
—Esta mañana se debió a que tenía las emociones a flor de piel y a que reaccioné mal al estrés al que estoy sometida. No significó nada.
La rabia brilló en los ojos de Peter. Lali tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta, pero se mantuvo firme. Si tenía suerte, Peter pillaría la indirecta pronto y se marcharía antes de que ella cambiara de opinión.
Porque se moría por cambiar de opinión. Se moría por arrojarse a sus brazos y ocultarse de todo lo que los rodeaba. Se moría por olvidar que él pensaba en otra persona cuando estaban juntos, pero lo deseaba más de lo que deseaba pensar con lógica.
—Creo que deberías irte, Peter —le dijo en voz baja.
—¿Sin más?
—Sí.
—Esto es una estupidez. Dime lo que pasa de verdad.
—Esto es lo que pasa de verdad. —No lo pillaba, de modo que imprimió toda la emoción de la que fue capaz a su voz con la esperanza de que captara lo que quería decirle—. No te necesito. Y no te quiero. Cuanto antes lo aceptes, mejor nos irá a todos.
Esos ojos verdes se clavaron en los suyos. Unos ojos acerados y fríos. Los mismos ojos duros e inexpresivos con los que la miró al principio, antes de la conferencia de prensa, antes de que la besara, antes de que ella se diera cuenta de lo tierno que era en realidad.
—Bien. Tú misma.
Pasó junto a ella, rozándola. Lali escuchó cómo sus pasos resonaban en la escalera. Dio un respingo cuando la puerta se abrió y se cerró de un portazo.
Temblando, se dejó caer al suelo, contra la pared. Las lágrimas le anegaban los ojos y el pecho le dolía con una fuerza inusitada. Ese dolor era muchísimo peor que el que sintió cuando perdió a Benjamín, y eso solo sirvió para que se diera cuenta de lo mucho que deseaba a Peter. Se había enamorado de él muy a su pesar. Y en ese momento, fuera a donde fuese, conociera a quien conociese, la realidad de lo que había dejado escapar la atormentaría para siempre.

Las primeras gotas de lluvia golpearon la ventana. El viento empezó a soplar y las olas golpearon la orilla como poderosos puños. Observó los nubarrones grises mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Continuará... +15 :(

26 comentarios:

  1. =( porque no acepta que lo quiere =(

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  2. Interesantísimo, cada capítulo más emocionante

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  3. Lali idiota :X más, más, más....

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  4. masssssssssssssssss
    masssssssssssssssss

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  5. Me da muchísima pena pero creo q Lali esta intentando protegerle a peter

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  6. Diiooos que peter siga luchando y que Lali le diga que se ha enamorado..

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  7. OMR!!!!!!! comenze a leer la nove ayer y por fiin,me puse al corriente!!!!!!

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  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  9. Naa ya es hora de que lali luche por Peter mi vida toda la novela lleva sufriendo por ella....no es justooo

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  10. masssssssssss
    porfis
    necesitamos seguir leyendo

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  11. Mas mas mas mas mas no me puedes dejar con la intriga maas por fiiis

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  12. Es una tonta ,x no decirle algo más fuerte!!!!

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