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viernes, 17 de abril de 2015

VEINTE



Esa misma noche, Agustín entró en casa de Peter y lo encontró en mitad de una batalla.
—¡No iré! —gritó Luz desde la planta alta, tras lo cual se escuchó un portazo.
—Sí que irás, jovencita. ¡No te queda otra! —Peter bajó la voz mientras abría el frigorífico—. Si yo no tengo otra puta alternativa, tú tampoco la tienes.
—¡No me puedes obligar a ir! ¡No iré! —gritó Luz, que se había asomado a la escalera de la cocina. Después, se escuchó otro portazo.
—Espero que esto no tenga nada que ver con mi cita de esta noche —comentó Agustín mientras entraba en la cocina—. Porque si está así de molesta, va a fastidiarme los planes.
—Dios no quiera que se te fastidien los planes. —Peter frunció el ceño, se acercó a la cocina y dejó una sartén sobre un quemador—. Está cabreada por lo de mañana. No quiere ver a Mariana... a Lali o a como coño se llame ahora.
—Ah. —Agustín se sentó en un taburete de la encimera y se metió en la boca una uva que cogió del frutero—. Y se llama Lali. Si la llamas Mariana, se mosqueará.
—A estas alturas, me importa una mierda si se enfada o no.
Agustín suspiró al tiempo que echaba un vistazo a su alrededor. Definitivamente no era una buena noche en casa de los Lanzani.
Luz entró en la cocina, miró a su padre echando chispas por los ojos y después se acercó a Agustín.
—No iré a ningún sitio mañana —dijo, poniendo los brazos en jarras—. Díselo tú, porque a mí no me hace caso.
Agustín vio de reojo que Peter tenía los dientes apretados.
—Cariño, creo que él te está escuchando alto y claro.
—No quiero verla. No quiero saber nada de ella. ¡No es mi madre!
—Luz —dijo Peter—. Te he repetido esto mil veces. A mí tampoco me hace gracia esta situación, pero es tu madre y quiere verte. Y tendrás que acostumbrarte.
Luz cruzó los brazos por delante del pecho. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¡No quiero ir! ¡La odio! ¡No quiero saber nada de ella!
Peter se adelantó, y Agustín, que se percató de la furia que brillaba en su mirada, le hizo un gesto de advertencia. Le dijera lo que le dijese, Peter no lograría hacerla entrar en razón.
—Luz, ¿sabes una cosa? —dijo Agustín—. Te quiero. Hasta me caes bien, muy bien, algo muy importante, porque el amor es un requisito en las familias, pero que alguien te caiga bien no lo es. Lo malo es que ahora mismo te estás comportando como una niña malcriada. —Luz abrió la boca, pasmada—. Estás hablando de mi hermana y no voy a consentirte que hables mal de ella delante de mí. Entiendo que estés molesta y frustrada con esta situación, como lo estamos nosotros, pero tendrás que acostumbrarte a ella. Es tu madre y merece la oportunidad de conocerte. Y por mucho que nos mires a tu padre y a mí echando chispas por los ojos, eso no cambiará las cosas.
Las lágrimas empezaron a resbalar por las mejillas de Luz, que se dio media vuelta y salió corriendo de la cocina.
Peter apoyó las manos en la encimera y agachó la cabeza.
—Deja que vaya a hablar con ella —se ofreció Agustín, que ya se estaba levantando del taburete—. Yo le he gritado, así que ahora está enfadada conmigo.
—Está enfadada con el mundo entero.
Agustín le dio unas palmaditas en un hombro.
—Igual que tú, hermano. Y es una mala combinación.
Agustín no se molestó en llamar a la puerta de la habitación de Luz, se limitó a entrar sin pedir permiso. Su sobrina estaba sentada en la cama, con los brazos cruzados por delante del pecho y el ceño fruncido en evidente señal de enfado.
La cama se hundió cuando Agustín se sentó a su lado.
—¿Cuánto tiempo crees que estarás enfadada conmigo?
—Hasta que se me pase.
Agustín le echó un vistazo al reloj.
—Bueno, esta noche tenemos planes. He tenido que sudar la gota gorda para conseguirte esta cita. Estoy intentando conquistar a esta abogada tan guapa y si tú no me acompañas para entretener a su hija, mis planes se irán al traste.
—¿Eso es lo único que soy para ti, una niña a la que usar para ligarte a una mujer?
Agustín se contuvo para no sonreír. Esa era la niña de nueve años respondona que conocía y a la que adoraba.
—Básicamente sí. ¿Algún problema con eso?
—Eres incorregible.
En ese momento, no pudo contener la carcajada.
—¿Dónde has aprendido esa palabra?
—En el colegio. Que sepas que lo eres. Y también eres insoportable. —Descruzó los brazos con un suspiro—. No estoy enfadada contigo. Es que no quiero verla mañana, nada más.
Agustín le pasó un brazo por los hombros y la pegó a él.
—Lo sé, cariño. Sé que esto es duro. Lo es para todos, sobre todo para tu padre. Tienes que darle un respiro en este tema.
Luz se tragó las lágrimas y se apoyó en él.
—Me gusta que las cosas sigan como están, tú, yo y papá. No quiero que esa mujer venga para estropearlo todo.
—No lo hará.
—Lo hará.
—Dale una oportunidad, ¿vale? Dale una oportunidad, Luz.
—No quiero.
—Pues hazlo por mí. Es mi hermana y la quiero. Y tú eres mi sobrina y te quiero. Si no tienes otro motivo para hacerlo, al menos hazlo por mí.
Luz soltó un hondo suspiro y se apartó de él para limpiarse las lágrimas.
—Bien. Pero me debes una. —Lo miró con los ojos entornados—. Y me debes otra por lo de esta noche. Si esa niña acaba siendo un aburrimiento, me deberás una muy grande.
—Gracias. —La instó a levantarse de la cama—. Ponte los zapatos. Llegaremos tarde.
 Agustín miró a Luz y observó su perfil, iluminado por las luces del cuadro de mandos. En esos momentos, necesitaba una mano firme, alguien que le dijera cómo iban a ser las cosas. Bastantes problemas tenía ya Peter, que no era capaz de manejar el asunto en condiciones.
Claro que ¿quién podía culparlo?          
—No vayas a dejarme en evidencia —le dijo mientras devolvía la vista a la carretera.
—¿Por qué iba a hacerlo? —replicó ella, pestañeando de forma exagerada.
—Ya, eres muy capaz de hacerlo, sobre todo porque estás enfadada conmigo. No se te ocurra contar anécdotas graciosas sobre mí ni hablar de cosas personales.
—¿Como por ejemplo que te bebes la leche directamente del envase? ¿O que tardas tanto en lavar los jeans que cuando te los quitas andan solos?
Agustín se estremeció.
—Sí, ese tipo de cosas. Y nada de hablar de mis ex novias. Si lo haces, tendré que contraatacar.
Luz sonrió.
—Te gusta —dijo.
—Sí, me gusta. —Agustín hizo una mueca—. ¿Por qué insisten todos en lo mismo?
Luz alargó un brazo y le hizo cosquillas.
—¡Oh, es tu pingüina!
—¿Mi qué? —le preguntó él, alejándose de su mano—. Estate quieta.
—Tu pingüina. Ya sabes, los pingüinos se emparejan para siempre. Son los únicos animales del planeta que lo hacen, como los humanos. Es muy bonito. Tío Agus, has encontrado a tu pingüina.
—Yo no he dicho que vaya a emparejarme con ella para siempre. ¿De dónde has sacado esa boludez?
—Del cole. En el cole te enseñan muchas boludeces.
—Madre mía, vaya boquita que tienes. Nada de decir palabrotas tampoco.
—¿Por qué? Tú lo haces a todas horas.
—Sí, y también me emborracho y eructo. Eso no significa que tú tengas que hacerlo. —Se detuvo delante de la casa de Cande, una construcción antigua de estilo victoriano—. Intenta interpretar el papel de la sobrina educada y simpática, por lo menos esta noche. Sé que te estoy pidiendo mucho.
Ella bajó del coche y observó la casa.
—Quiero tres álbumes nuevos para mi iPod.
Agustín la miró con los ojos entornados por encima del capó del Land Rover.
—¿Qué? —dijo su sobrina, que parecía pasmada y sorprendida—. Supongo que esto se merece por lo menos tres. Te haré una lista. Puedes descargármelos mañana cuando yo esté fuera haciéndote otro favor...
—El chantaje no te funcionará conmigo.
—Sí que lo hará —replicó ella con una sonrisa, al tiempo que subía los escalones de la casa.
Cande abrió la puerta descalza, vestida con unos vaqueros ajustados y una camiseta ceñida. Joder, pensó, estaba buenísima. Él no estaba interesado en buscarse una pingüina, pero quería por lo menos una cita con la abogada.
—Hola —la saludó—. Siento llegar tarde. La renacuaja es Luz.
Luz lo miró con el ceño fruncido y después le tendió la mano a Cande.
—Hola. —Cande le dio un apretón en la mano y enarcó las cejas como si los buenos modales de Luz la hubieran sorprendido. Un punto para la renacuaja—. Me alegro de volver a verte, Luz. Seguro que no me recuerdas, pero tu madre y tú nos visitaron varias veces cuando vivíamos en Baltimore.
Luz la miró con atención.
—No, no me acuerdo. Seguro que era muy pequeña.
—Pues sí. ¿Por qué no vamos a la cocina? —Cande los guio por la casa—. Alelí me está ayudando esta noche a preparar la cena.
Un largo pasillo dividía la casa en dos partes, y llevaba hasta la cocina, situada en la parte posterior, y a una amplia estancia con ventanales orientada al patio trasero.
Alelí estaba junto a la encimera, aliñando una ensalada. Tenía el pelo del mismo color que Cande y lo llevaba largo y suelto. Miró a Luz con recelo cuando entraron.
—Luz, Agustín —dijo Cande—, esta es mi hija, Alelí.
—Hola —murmuró la niña.
Luz le dirigió una mirada elocuente a Agustín. Tras llevarse una mano a la espalda extendió cuatro dedos.
Ni de coña iba a comprarle cuatro álbumes. Le dio un codazo y la rodeó para entrar en la cocina.
—Hola, Alelí. Tu madre me ha hablado mucho de ti.
Alelí miró a su madre, que seguía en el otro extremo de la estancia, pero no replicó. Agustín se percató de que las cosas estaban tensas entre madre e hija a juzgar por su lenguaje no verbal.
—Alelí —dijo Cande—, ¿por qué no llevas a Luz arriba y le enseñas tu habitación?
La niña se encogió de hombros como si no le importara.
—Vale. Vamos.
Luz miró a Agustín con expresión asesina cuando él la empujó para que saliera de la estancia. Las dos niñas desaparecieron por el pasillo. Agustín miró a Cande.
—Bueno, de momento vamos bien.
Cande suspiró.
—Nos acercamos a la adolescencia. Últimamente todo lo que hago está mal. —Se rascó la nariz mientras miraba hacia el pasillo—. Lo siento, es que esta noche está de mal humor. Debería haber cancelado los planes. No sé por qué dejé que me convencieras para hacer esto, la verdad.
—¿A qué te refieres? Solo hemos quedado para que las niñas jueguen.
La mirada escéptica que le dirigió Cande hizo que el deseo corriera por las venas de Agustín, que carraspeó y se llevó las manos a los bolsillos delanteros de los vaqueros para no ceder a la tentación de tocarla.
—En realidad, me alegro de que no hayas cancelado los planes. Peter estaba pasando un mal rato con Luz. Creo que a los dos les ha beneficiado que Luz salga de casa.
Cande atravesó el salón y se sentó en un mullido sofá. La estancia encajaba con ella. Techos altos, muebles grandes y asientos cómodos.
—¿Qué les pasaba?
Agustín se dejó caer en un sillón, frente a ella.
—Luz está irritada por lo de mañana.
Cande asintió con la cabeza.
—¿Y cómo está Peter?
—Irritado por lo de mañana.
Cande sonrió.
¡Y vaya sonrisa!, pensó Agustín. Estaba deseando besarla. Estaba deseando que ella claudicara y le devolviera el beso.
—Las cosas mejorarán, Agustín. Debes tener fe.
Eso mismo le había asegurado él a Lali. Lo único que debía hacer era aplicarse el cuento. Se inclinó hacia delante.
—¿Hasta qué punto deben mejorar las cosas entre ellos para que aceptes salir conmigo?
—Te estás pasando de listo.
—Joder. —Agustín apoyó la espalda en los cojines—. Más calabazas. Esto se está convirtiendo en una costumbre.
Cande rio y él pensó que le encantaría acostumbrarse a escuchar su risa. De repente, se descubrió sonriendo por primera vez desde hacía semanas.
—¿Sabes que eres la primera abogada que he conocido que no quiere joderme?
—Agustín, estoy segurísima de que hay muchas más.
—Me has dado calabazas y me has puesto en mi sitio. Esta no es mi noche. Letrada, voy a decirte una cosa. Puedes mejorar mi situación dándome de comer. ¿Tienes comida en casa?
Cande se levantó del sofá con una sonrisa.

—A eso sí puedo decirte que sí.
Continuará... +15 :)

17 comentarios:

  1. quiero otroooo cap!!!! masssssss

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  2. Me da entre rabi/pena porque luz no quiera ver a lali la entiendo no debe ser facil ahora veremos como reaccionara cuando sepa que tiene um hermano :((

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  3. Jajajajja me encanta la pareja de cande y agus

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  4. Agus y cande tiernooos mas cuando luz dijo eso de su pinguina la ameee ajaajajajaj

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  5. La mejor parte sin duda es donde hablan sobre q es su pingüina jajajaja

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  6. Agus es el favorito como hace reír con sus ocurrencias xD

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  7. —Luz está irritada por lo de mañana.

    Cande asintió con la cabeza.

    —¿Y cómo está Peter?

    —Irritado por lo de mañana.

    Cande sonrió.




    Ellos son padre e hija sin duda jajajaja

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  8. masssssssssssssssssssssssssssssssssss
    porfis

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  9. vaya con Luz ,es muy lista.

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