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sábado, 18 de abril de 2015

VEINTICUATRO



Ni siquiera una lluvia torrencial mantuvo alejada a la prensa. Lali miró por la ventana de la suite del hotel Hawthorn, mientras la lluvia azotaba la ciudad. El día era oscuro y deprimente, como su estado de ánimo.
Le dio la espalda a la lluvia e intentó concentrarse de nuevo en lo que estaba a punto de suceder; sin embargo, cada vez que miraba a Peter, se sorprendía por la imagen que este había creado. Rodeado por un grupo compuesto por varios hombres y una mujer, parecía el influyente magnate que era. Llevaba un traje impecable de color azul marino, una prístina camisa blanca y una corbata azul. Vestido de esa forma y en el entorno lujoso que los rodeaba, le resultaba fácil entender por qué intimidaba a la gente.
Le habría encantado que Cande estuviera con ella, pero había bajado para lidiar con la prensa. Al ver que Peter pasaba de ella mientras hablaba con su equipo de abogados, la ansiedad de Lali se multiplicó. Aunque había presenciado lo furioso que se había puesto el día anterior cuando saltó la noticia, Peter debería ser consciente de que para ella era una situación inusual. ¿Sería mucho pedir que ese hombre le demostrara un poquito de compasión?
Uno de los miembros del equipo de Peter asomó la cabeza por la puerta.
—Es la hora, señor Lanzani.
Lali sintió un nudo en el estómago. «Allá vamos», se dijo. Bajó los brazos y se enderezó la chaqueta, preguntándose cómo era posible que su vida se hubiera complicado de esa forma. Antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, la única mujer que formaba parte del grupo de Peter se acercó a ella.
—Señora Amadeo, soy Melodi Paz, vicepresidenta del departamento de relaciones públicas de LanCorp. Peter me ha puesto al tanto de todo. Soy consciente de que todo esto es difícil de asimilar ahora mismo, pero si LanCorp puede facilitarle en algo las cosas, por favor, háganoslo saber.
Lali estaba a punto de replicarle, pero Melodi se alejó y salió al pasillo con el resto del equipo de Peter. Era evidente que no le gustaba conversar. El discursito que le había soltado parecía ensayado.
Lali se volvió cuando Peter se colocó a su lado.
—¿Lista? —le preguntó.
Ella asintió con la cabeza y tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
Peter se mantuvo a su lado mientras enfilaban el pasillo con el rostro impasible. Por primera vez desde que lo conoció, Lali deseó con desesperación que le dijera algo, cualquier cosa. Incluso un grito sería mejor que ese silencio.
Bajaron en el ascensor sin hablar. Nadie, ni un solo miembro de su equipo, habló. Cuando llegaron a la planta baja y se abrió la puerta, la prensa cayó sobre ellos como un enjambre, asaltándolos con los flashes de las cámaras y con sus preguntas formuladas a gritos. Peter la tomó del codo y la guio hasta el salón de conferencias. Caminaba con los micrófonos y las cámaras de televisión pegadas a la cara, cegados por las luces. Por primera vez, Lali captó lo que era la imagen pública de Peter, lo frustrante que debía de ser encontrarse siempre expuesto al escrutinio público. No le gustó. Y no quería eso en su vida.
En el extremo opuesto de la estancia, había una larga mesa y un estrado con un gran número de micrófonos. El equipo de abogados de Peter se dirigió hacia los micrófonos, donde ya los esperaba Cande. Lali y Peter subieron tras ellos.
Cande se inclinó hacia ella.
—¿Estás bien?
Lali asintió con la cabeza, aunque en realidad tenía ganas de vomitar.
Melodi Paz habló en primer lugar, silenciando a los cincuenta o sesenta reporteros congregados en el salón.
—Buenos días —dijo con una voz firme y segura—. Soy Melodi Paz, vicepresidenta del departamento de relaciones públicas de LanCorp. Me gustaría establecer unas cuantas reglas antes de empezar. El señor Lanzani y la señora Amadeo me han pedido que lea un comunicado, durante el cual no se admitirán preguntas. Después, el señor Lanzani y la señora Amadeo han accedido a participar en un turno de preguntas y respuestas. —Se puso las gafas y clavó la vista en el papel, donde estaba redactada la declaración—. Hace cinco años, la sismóloga Mariana Lanzani, la esposa del señor Lanzani con quien llevaba siete años casada, embarcó en el vuelo 1466 con destino a Denver, Colorado. —Lo que siguió fue una breve descripción de los acontecimientos que los habían llevado a todos hasta ese momento.
Melodi leyó la declaración sin perder la compostura en ningún momento. Mantuvo la mirada firme sin detenerse más de la cuenta en una cara en concreto y sin demostrar la menor emoción. Los periodistas la escucharon con interés, tomando notas, pendientes de sus palabras. Melodi levantó la visita cuando acabó, tras lo cual se alejó del atril y dejó que Lali y Peter se acercaran a los micrófonos. Lali sintió que la tensión se apoderaba de ella, pero sonrió como pudo cuando las cámaras la enfocaron.
—Buenos días —dijo Peter—. De haber sabido que esto iba a convertirse en un circo, habríamos contratado a un payaso para que amenizara el momento. —Esbozó una sonrisa hipnótica, una que Lali no le había visto jamás, y varios periodistas se rieron—. Lamentablemente —siguió, y se puso serio—, la situación no tiene nada de graciosa. Creo que no necesito decir que nos encontramos tan asombrados con los recientes acontecimientos como lo están ustedes. Después de que esta conferencia de prensa acabe, ni la señora Amadeo ni yo responderemos preguntas relacionadas con nuestra vida privada. Les agradezco su cooperación y les pido que respeten la intimidad que necesitamos para lidiar con esta situación en privado.
Tan pronto como guardó silencio, los periodistas levantaron los brazos, que fueron seguidos por sus voces en un intento por hacerse escuchar sobre los demás. Peter señaló a uno de los reporteros y esperó.
—¿Puede decirnos quién reconoció a la señora Amadeo? —preguntó el hombre.
—Sí, claro. Fue Candela Vetrano, una abogada que reside aquí en la ciudad.
—Señora Amadeo —dijo otro periodista—, ¿podría explicarnos cómo se ha visto afectada su memoria desde el accidente?
—Puedo intentarlo —respondió Lali con una sonrisa—. No puedo recordar mi vida anterior al momento en el que me desperté del coma. Mi memoria no guarda recuerdos anteriores a hace dieciocho meses.
Las manos se alzaron por todo el salón de conferencias y Lali señaló a una chica pelirroja.
—Señora Amadeo, ¿cómo acabó usted en Houston?
—Si supiera la respuesta a esa pregunta, no estaríamos aquí ahora mismo, ¿no le parece? —Sonrió y señaló a otro periodista.
—Señora Amadeo —dijo un hombre calvo que llevaba unas gafas de cristales gruesos—, ¿reconoció al señor Lanzani cuando lo vio?
—No. He visto cientos de fotos del señor Lanzani, su reputación es legendaria, pero no lo reconocí.
—Señora Amadeo —intervino otro con una sonrisa—, ¿qué opina de la consabida fama de implacable de la que goza el señor Lanzani?
Por motivos que se le escapaban, la prensa parecía estar centrándose en ella. Lali intentó mantener una apariencia serena, aunque por dentro tenía un millar de mariposas en el estómago. Mientras se esforzaba por sonreír, contestó:
—El señor Lanzani aparenta ser un hombre de negocios calculador, pero les aseguro que es humano como todos los demás.
Su respuesta hizo que los asistentes estallaran en carcajadas y que Peter enarcara las cejas.
Lali señaló a otro hombre.
—Señor Lanzani —dijo ese—, ¿qué se siente al ver de nuevo a su mujer tras cinco años y que ella no lo reconozca?
Peter pasó de la pregunta y, en cambio, señaló a una chica rubia sentada en primera fila. Lali cambió de postura, consciente de la tensión que irradiaba Peter.
—Señora Amadeo —dijo la periodista—, ¿cuáles son sus intenciones en este momento?
—En este momento solo quiero volver a conocer a mi familia. Espero que la prensa nos conceda el tiempo y la intimidad necesarios para lograrlo.
Lali señaló a un periodista sentado en la tercera fila.
—Señor Lanzani, ¿cuál fue su reacción cuando vio por primera vez a su mujer?
—Asombro. —Peter señaló a otro, poniendo de manifiesto que no pensaba ahondar en la respuesta ni dar más explicaciones.
—Señora Amadeo —dijo el hombre—, ¿cómo reaccionó el señor Lanzani cuando descubrió que usted había vuelto a casarse?
¿Cómo habían descubierto ese detalle? En la declaración que había leído Melodi Paz no habían ofrecido el menor detalle sobre Benjamín ni sobre su matrimonio. Lali vio con el rabillo del ojo que Peter apretaba los dientes. Era la primera vez desde que comenzaron que Peter dejaba entrever sus emociones.
—Otra pregunta —terció Peter antes de que ella pudiera responder.
—Señora Amadeo —dijo otro periodista—, ¿le ha solicitado el divorcio al señor Lanzani?
Lali vio que Peter apretaba los dientes de nuevo y se apresuró a responder antes de que él perdiera los estribos.
—De momento, nos limitamos a intentar asimilar la información, no hemos tomado decisión alguna sobre el futuro. —Señaló a otro periodista.
—Señora Amadeo, tenemos entendido que tiene usted un hijo. ¿Han verificado los análisis de ADN que el señor Lanzani es su padre?
—No vamos a hablar de los niños —intervino Peter antes de que Lali pudiera responder—. Cualquiera que se atreva a poner en tela de juicio algún tema relacionado con nuestros hijos se las verá personalmente conmigo.
Lali sintió que la paciencia de Peter se agotaba.
—Una pregunta más —dijo al tiempo que señalaba a un hombre calvo sentado en la cuarta fila.
—Señor Lanzani, teniendo en cuenta que el estado de California establece bienes gananciales en el matrimonio, ¿qué acciones ha emprendido para evitar que la señora Amadeo y su abogada soliciten el divorcio e intenten arrebatarle la mitad de sus bienes? A estas alturas, se da por hecho que eso es lo que va a suceder. ¿No le resulta un poco curioso que haya esperado a hacer su aparición cuando su empresa ha llegado a lo más alto? —El periodista hablaba con un claro deje sarcástico que puso de manifiesto su deseo de ver derrotado a Peter Lanzani.
—Le recuerdo amablemente que está hablando de mi mujer —le soltó Peter antes de que Lali pudiera intervenir para descartar la pregunta—. Me importa una mierda las conclusiones que usted saque sobre la situación. La libertad de prensa no le da derecho a inmiscuirse en mi vida privada. La conferencia ha terminado. —Se alejó del micrófono, agarró a Lali de la mano y la instó a salir del salón de conferencias tras él.
El asistente de Peter los estaba esperando en el ascensor con la puerta abierta cuando salieron al vestíbulo. Peter le soltó la mano en cuanto la puerta se cerró tras ellos. El tic nervioso que había aparecido en su mentón parecía tener vida propia.
Lali tragó saliva, ya que no sabía qué hacer ni qué decir. Cuando la puerta del ascensor se abrió, Peter se dio un tirón de la corbata y se desabrochó el cuello de la camisa. Después de arrojar la chaqueta en el respaldo del sofá se marchó al dormitorio adyacente. Lali soltó un hondo suspiro y cerró los ojos cuando escuchó que cerraba con un portazo.
La conferencia no podía haber ido peor. Se moría por ver los periódicos del día siguiente.
La puerta se abrió detrás de ella y entró una marea de hombres trajeados. Melodi Paz se acercó a ella, se quitó las gafas y se pellizcó el puente de la nariz.
—Bueno —dijo con un suspiro—, ha ido genial. No sé para qué nos molestamos en darle instrucciones a Peter.
Hablar con la vicepresidenta de lo que fuera de la compañía de Peter no estaba en la lista de prioridades de Lali en ese momento. De modo que se alejó en dirección al dormitorio.
—Yo me lo pensaría mejor, señora Amadeo —le advirtió Melodi al tiempo que se sentaba en un taburete y aceptaba la copa que le ofrecía uno de los hombres de su equipo—. Es mejor que le dé tiempo para que se calme.
Lali la ignoró y abrió la puerta empujándola con una cadera. Se cerró de golpe en cuanto entró.
Peter estaba en el otro extremo de la estancia, con una mano apoyada en el marco de la ventana y la vista clavada en el diluvio que caía sobre la ciudad.
—Peter, lo tuyo con la prensa es muy fuerte. Ahora entiendo por qué te quieren tanto.
—Lárgate. No estoy de humor.
Lali dejó escapar un sonido entre una carcajada y un grito.
—No me importa que no estés de humor. No eras el único presente en el salón de ahí abajo y si alguien debería estar molesta, soy yo. Que yo sepa, nadie ha puesto en tela de juicio tu moral ni tus intenciones. A mí me han descrito como una buscona cazafortunas que ha aparecido en tu puerta en busca de tu dinero.
Al ver que Peter no hablaba, Lali se adentró en la estancia, un poco preocupada por la posibilidad de que se hubiera tragado en parte semejante tontería.
—Mírame mientras te hablo. Tengo derecho a verte la cara cuando discutimos.
Él se volvió. La furia que vio en sus ojos y en la vena que tenía hinchada en la sien le indicó que había llegado al límite.
—No tienes derecho alguno en lo que a mí respecta. ¡Renunciaste a tus derechos cuando te largaste hace cinco años!
—¿Qué quiere decir eso? ¿Ahora soy yo la culpable de todo esto?
—Siempre fuiste demasiado independiente. Te pedí que no hicieras ese ridículo viaje, pero no me hiciste caso. Tenías que hacer lo que te daba la gana, como siempre, y ahora mira lo que tenemos encima.
Lali entornó los ojos.
—Te estás comportando como un estúpido. ¿Cómo te atreves a decirme eso, a echarme en cara algo que ni siquiera recuerdo? Tal como tú mismo me recordaste ayer, soy tu mujer, no un peón insignificante que puedas manejar como quieras y al que puedas tratar como si fuera un despojo.
Se dio media vuelta para marcharse, pero él atravesó el dormitorio, la agarró de un brazo y la obligó a volverse antes de que pudiera salir.
—¿Mi mujer? Esa es buena. Ayer no querías ni oír nada del tema y ahora que te conviene, ahora que puedes usarlo, vas y me lo echas en cara, ¿no?
—Quítame las manos de encima.
—¿O qué? —La pegó contra la pared, aprovechándose de su diferencia de altura—. Si eres mi mujer, ¿no tengo derecho a tocarte? ¿O es que eres tú la única con derechos? Ahí abajo hay un montón de reporteros, ¿por qué no bajas a decirles lo imbécil que soy? Están buscando algo más para publicar sobre mí.
El calor que irradiaban sus manos le abrasaba la piel de los brazos, por debajo de la chaqueta. En sus ojos brillaba un fuego aterrador, algo peligroso. Lali sintió que se le aceleraba el pulso y sus sentidos cobraron vida en cuanto captó el olor almizcleño de su colonia.
Los hombres arrogantes y dominantes no le gustaban. En absoluto. Nada de nada.
Así que ¿por qué le latía el corazón como si estuviera a punto de salírsele del pecho?
—Suéltame —dijo con toda la calma de la que fue capaz.
Peter apretó los dientes y atrapó su mirada. Los segundos pasaron lentamente y durante el silencio que se produjo, la emoción que había experimentado en el parque surgió de nuevo entre ellos, desterrando el enfado de Lali y provocándole un gran arrepentimiento.
Peter la soltó y se dio media vuelta.
Ella lo aferró por un brazo.
—Peter...
Cuando volvió a mirarla, su expresión se había suavizado. Y algo en esa mirada le llegó a lo más hondo del alma. Una sensación para la que no estaba preparada y que ni siquiera esperaba.
            —¡Mierda! —espetó él mientras le enterraba las manos en el pelo y la acercaba para besarla.

Continuará... +15 :D!!

16 comentarios:

  1. Y la pasión no la perdieron ,x mucho tiempo k pasara.

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  2. No me da buena espina Mery,demasiado fría con Lali.

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  3. CHAPE LALITER!!!!!!!!!!!!!!! MAS

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  4. Aaaaay nooooo!! Mery esta demasiaaado raraaaaa
    QUE SE BESEN XFAVOOOR!! QUE SE BESEEEN

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  5. SUBI OTROOOO PLEASEEE!! NECESITO SABER QE VA A PASAAAAR... SUBII

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  6. +++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  7. No estaba Agustín ,k raro ,Lali necesita d todo el apoyo.

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  8. K ganas d k comiencen a desvelarse misterios.

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  9. Esta novela me tiene atrapada! Subí más!

    Flor

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  10. mery no tenia una cita?? con quien?

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  11. chape chape chape chape!!!! chape chape chape chape!!!!
    daaaaale subi otro capitulo!!!

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  12. Suuuubi Uno Maaaas Daleee Pleasee!! SUBI SUBI SUBI SUBI SUBI XFAAA

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  13. Sigue siendo un idiota Peter parece que no le entra en la cabeza que lali perdió la memoria y q por mas q patalee y le grite ella no va a saber de q le esta hablando porque perdió la memoria idiota

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