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miércoles, 20 de mayo de 2015

Cap / 12



            Cuando Lali ponía el último plato del desayuno en el lavavajillas, oyó que rascaban la puerta trasera de la cocina. Fue a abrir y Byron entró con un maullido de protesta y la cola tiesa hacia arriba. Se sentó y clavó en ella sus ojos verdes, expectante.

            Lali sonrió y se agachó a acariciarle el pelaje blanco, suave y esponjoso.

            —Ya sé lo que quieres.

            Se acercó a la cocina y sirvió lo que quedaba en la sartén de unos huevos revueltos en su plato. El gato se puso a comer con delicadeza, moviendo las orejas y los bigotes con placer.

            Mery entró en la cocina.

            —Tienes visita. No he sabido muy bien qué decirle.

            —¿Es Peter? —Lali se sobresaltó agradablemente—. Por favor, dile que venga aquí.

            —No se trata de él sino de tu ex.

            Lali parpadeó. No había visto a Chris ni hablado con él desde hacía más de un año. Su relación se había limitado a un par de correos electrónicos impersonales. Por lo que ella sabía, no había razón para que hubiera ido a la isla.

            —¿Ha venido solo o con su pareja?

            —Solo

            —¿Te ha dicho para qué?

            Mery sacudió la cabeza, negando.

            —¿Quieres que me deshaga de él?

            Lali estuvo tentada de decirle que sí. Ella y Chris habían quedado en buenos términos.

            De hecho, su divorcio había sido un proceso discreto, sin derramamiento de sangre. Se había sentido traicionada como esposa, pero como amiga no había podido evitar sentir compasión por el sufrimiento y la confusión por los que obviamente estaba pasando Chris. Justo después de su primer aniversario, él le había explicado con lágrimas en los ojos que, aunque la amaba y siempre la amaría, tenía una aventura con un hombre que trabajaba en su bufete de abogados. Le había dicho que, aunque hasta hacía poco nunca había sido capaz de afrontar sus sentimientos y sus deseos, ya no podía seguir fingiendo. Si en el pasado se había sentido atraído por los hombres, siempre había mantenido a raya esos sentimientos porque sabía que su familia, muy conservadora, nunca lo aprobaría. Sin embargo, había llegado a un punto en que ya no podía seguir viviendo una mentira, y lo que más lamentaba era causarle dolor a Lali y decepcionarla. Nunca había pretendido hacerle daño. «Da lo mismo —le había dicho Mery respecto a esto último—. No ha sabido llevarlo. Chris podría haberte dicho: “Lali, tengo sentimientos encontrados”, y habrían hablado del tema. En lugar de eso, te mintió repetidamente hasta darte la espalda. Te engañó y eso lo convierte en un burro, sea gay o hetero.»

            En aquel instante, ante la perspectiva de ver a Chris, Lali se notó el temor en el estómago pesándole como el plomo.

            —Hablaré con él —dijo, reacia—. No estaría bien que me negara a hacerlo.

            —Permites que te maneje —refunfuñó Mery—. Vale, le diré que entre.

            Al cabo de dos minutos se abrió la puerta y entró un cauteloso Chris.

            Era tan guapo como siempre, delgado y en forma, con el pelo trigueño. Siempre había estado en una forma excelente y cuidaba su dieta escrupulosamente: solo en contadas ocasiones comía carne roja o bebía más de una copa de vino. «Nada de mantequilla, nata ni carbohidratos», le decía cuando cocinaba para él. Ella encontraba aquellas restricciones bastante enervantes, pero las acataba. Lo primero que se había preparado tras marcharse él del apartamento que compartían había sido un bol de espagueti a la carbonara, con vino blanco, nata y tres huevos completos, recubiertos con una capa de queso pecorino romano y parmesano y trocitos de beicon crujiente.

            Chris sonrió al verla.

            —Lali —la saludó en voz baja, acercándosele.

            Hubo un momento embarazoso después de que el amago de un abrazo acabara en un apretón de manos. En su fuero interno, Lali estaba sorprendida de lo contenta que estaba de verlo de nuevo y lo mucho que lo había echado de menos.

            —Estás preciosa —le dijo Chris.

            —Tú también estás fantástico —repuso ella, aunque notó con preocupación que tenía los ojos castaño verdosos hundidos de tristeza y que se le habían marcado arrugas de crispación demasiado profundas y demasiado poco tiempo.

            Chris sacó del bolsillo de su americana de corte impecable un pequeño objeto dentro de una bolsita franela.

            —Lo encontré el otro día detrás del tocador —le dijo, tendiéndoselo—. ¿Te acuerdas de lo mucho que lo estuvimos buscando?

            —¡Dios mío! —exclamó Lali cuando sacó el broche de la bolsita. Siempre había sido uno de los favoritos de su colección: una tetera de plata antigua con esmaltes y amatistas—. Creía que no volvería a verlo.

            —He querido devolvértelo personalmente. Sé lo mucho que significa para ti.

            —Gracias —le sonrió abiertamente—. ¿Vas a pasar el fin de semana en la isla?

            —Sí.

            —¿Solo? —Los dos intentaban parecer desenfadados, ocultar las incómodas aristas presentes en una conversación entre dos personas que procuran volver a conectar.

            Chris asintió con la cabeza.

            —Necesitaba alejarme y pensar. He alquilado una casa en los muelles para un par de noches. Espero ver unas cuantas orcas y puede que ir en kayak. —Echó un breve vistazo a la cocina, fijándose en las sartenes todavía por lavar y los restos del desayuno—. He venido en mal momento. Estás en plena faena...

            —No, da igual. ¿Quieres quedarte un ratito y tomar un café?

            —Si tú te tomas uno conmigo.

            Lali le hizo un gesto para que se sentara a la mesa y fue a preparar una cafetera. En lugar de sentarse en una silla, Chris se apoyó en la mesa y la miró.

            —¿Dónde está la casa que has alquilado? —Lali midió la dosis de café y la echó en el filtro.

            —Está en Lonesome Cove. —Chris hizo una pausa antes de añadir—: La ensenada triste y sola, un nombre acertado dadas mis actuales circunstancias.

            —¡Oh, vaya! —Lali fue a llenar la jarra de la cafetera en el fregadero—. ¿Tienes problemas con tu... pareja?

            —Te ahorraré los detalles. He estado dándole vueltas a muchas cosas; recuerdos, ideas... y siempre vuelvo a lo mismo, una y otra vez, a que nunca te pedí realmente perdón por lo que te hice. Lo hice todo al revés. Lo siento. Yo... —Calló y apretó la mandíbula, pero un músculo de la mejilla le temblaba como una goma demasiado estirada.

            Con cuidado, Lali vació la jarra de agua en la cafetera.

            —Sí que lo hiciste. Te disculpaste más de una vez. Es posible que hubieras podido manejar la situación mejor, pero imagino lo difícil que tuvo que ser para ti. Yo estaba tan centrada en mi propio dolor que ni siquiera pensé en el miedo que debía darte salir del armario, lo duro que era enfrentarse a la reacción de los demás. Te perdoné hace mucho, Chris.

            —Yo no me he perdonado. —Chris se aclaró la garganta—. No asumí la responsabilidad. Te dije que no era culpa mía. No quería pensar en el trago que estaba haciéndote pasar. Por una temporada llegué a convertirme de nuevo en un adolescente y a pasar por todas las fases que me había saltado en la adolescencia. Lo siento muchísimo, Lali.

            Sin palabras, Lali puso en marcha la cafetera y se dio la vuelta para mirarlo. Se pasó varias veces las manos por el peto del delantal blanco de chef.

            —Está bien —dijo por fin—. De verdad que sí. Estoy bien pero preocupada por ti. ¿Por qué pareces tan desgraciado? ¿No vas a decirme lo que te pasa?

            —Me ha dejado por otro. —Soltó una carcajada forzada—. Me lo tengo merecido, ¿verdad?

            —Lo siento —le dijo ella con dulzura—. ¿Cuánto hace de eso?

            —Un mes. No puedo dormir, ni respirar, ni dormir. Incluso he perdido los sentidos del gusto y el olfato. Fui al médico... ¿Imaginas lo deprimido que hay que estar para no poder ni siquiera oler las cosas? —Suspiró entrecortadamente—. Tú eres la mejor amiga que he tenido jamás. Siempre eras la primera a la que quería contarle todo lo que me pasaba.

            —Tú también eras mi mejor amiga.

            —Me he quedado sin eso. ¿Crees... —Tragó con dificultad—. ¿Crees que alguna vez podremos recuperar...? No que todo vuelva a ser como cuando estábamos casados... me refiero solo a la amistad.

            —Yo puedo —repuso ella de buena gana—. Toma una silla y cuéntame qué ha pasado. Mientras lo haces, te prepararé algo para desayunar. Como en los viejos tiempos.

            —No tengo hambre.

            —No tienes que comer, pero yo voy a prepararte algo. —Puso a calentar una sartén negra de acero sobre el fogón.

            Durante su matrimonio, casi cada noche hacían eso: Chris se sentaba y le hablaba mientras ella cocinaba. Le pareció natural volver a hacerlo a pesar de todo el tiempo que llevaban sin verse. Chris le explicó los problemas que habían afrontado él y su pareja, cómo la euforia inicial de su aventura había cedido paso a la rutina diaria de la convivencia.

            —Y luego las cosas que antes parecían sin importancia, ya fuera la política, el dinero, incluso cosas tan estúpidas como si el papel higiénico se desenrolla de arriba abajo o viceversa, todo era importante. Empezamos a discutir. —Calló porque vio que Lali estaba partiendo huevos en un bol con una mano. Uno, dos, tres—. ¿Qué vas a hacer?

            —Una tortilla.

            —Sin mantequilla, acuérdate.

            —Lo recuerdo. —Le echó un vistazo por encima del hombro y dijo—: Me estabas diciendo que discutian.

            —Sí. Es otra persona cuando discute. Está dispuesto a usar cualquier arma, cualquier cosa que le hayas confiado en la intimidad. Quiere ganar a toda costa... —Hizo una pausa mientras Lali vertía mantequilla fundida en una sartén pequeña—. ¡Eh...!

            —Es una tortilla francesa... —argumentó ella, razonable—. Tengo que hacerlo así. Mira para otro lado y sigue hablando.

            Chris suspiró resignado y continuó.

            —¡Deseaba tanto su aprobación! No podía hacerle frente. Era el primer hombre al que había... —Se calló.

            Lali picó hierbas frescas: perejil, albahaca, estragón; las incorporó a los huevos batidos. Entendía el proceso por el que estaba pasando Chris. Sabía de cuántas maneras puedes llegar a culparte después de una ruptura, cómo repasas un centenar de conversaciones para encontrar lo que deberías o no deberías haber dicho. Cómo quieres seguir durmiendo indefinidamente aunque ya hayas dormido demasiado y no puedes comer aunque tu organismo esté famélico. Lo tremendamente idiota que te sientes cuando alguien ha dejado de amarte.

            —No hay modo de saber cómo irá una relación —le comentó—. Lo has intentado.

            —Sí —dijo Chris con amargura, todavía sin mirarla—, pero no tengo más suerte siendo gay que la que tenía siendo hetero.

            —Chris... casi nadie acaba con la primera persona de la que se enamora.

            —Algunos acaban solos y yo no quiero ser de esos.

            —Mery dice que, si nunca encuentras al «señor Adecuado», deberías divertirte lo más posible con un montón de «señores Inapropiados».

            Chris soltó una carcajada sombría.

            —Eso es muy propio de Mery.

            —Y según ella uno aprende algo de cada relación.

            —¿Qué he aprendido yo? —le preguntó con abatimiento.

            Lali puso la mano sobre la sartén para comprobar el calor que le llegaba a la palma. Cuando le pareció que alcanzaba la temperatura adecuada, echó los huevos y se puso a trabajarlos con un tenedor.

            —Te conoces mejor y sabes qué clase de amor quieres —le dijo al final.

            Con hábiles golpes de muñeca, fue trabajando los huevos, revolviéndolos hasta que la mezcla cuajó. Subió el fuego y dejó que la tortilla se dorara. Luego vació en un plato el contenido de la sartén: un óvalo perfecto de color dorado. Adornó el plato con rodajas de naranja y pétalos frescos de lavanda y se lo sirvió a Chris.

            —Tiene una pinta increíble —dijo este—. Pero no creo que sea capaz de comer nada.

            —Prueba solo un bocado o dos.

            Con resignación, Chris cortó un trocito de tortilla y se lo metió en la boca. Sus dientes se cerraron sobre la combinación de texturas: la tierna consistencia de los huevos, la sutil acidez de las hierbas, el beso de la sal marina y el toque de una pizca de pimienta negra. No dijo nada, pero tomó otro bocado, y luego otro más. Le subió el color a las mejillas mientras comía con placer concentrado.

            —Si fuera hetero —dijo al cabo de un momento—, volvería a casarme contigo.

            Lali sonrió y volvió a llenarle la taza de café.

            Mientras Chris comía, Lali preparó pastas para el té de albaricoque y limón. Todas las tardes se servía el té para los huéspedes. Mezcló los ingredientes y vertió la mezcla en los pequeños moldes. Mientras trabajaba, le contó a Chris el deterioro de la salud de su abuela y él la escuchó en silencio, compasivo.

            —Va a ser duro —le dijo—. Conozco a algunas personas que se han ocupado de parientes con demencia.

            —Podré con ello.

            —¿Cómo estás tan segura?

            —No me queda más remedio. Mi plan es estar a la altura de las circunstancias, sean cuales sean.

            —¿Le has contado a tu padre lo que has decidido?

            Lali sonrió con cinismo mientras se sentaba a la mesa.

            —Él y yo no hablamos, nos escribimos correos electrónicos. Dice que vendrá a vernos cuando Elena y yo estemos ya instaladas en la casa del lago.

            —¡Qué alegría! —Chris había visto a Stephen, el padre de Lali, en un puñado de ocasiones, y lo único que tenían en común era que, como machos, poseían el cromosoma XY. Después de la boda, Chris había bromeado diciendo que el padre de Lali la había llevado del brazo por el pasillo con toda la ternura de quien deja un paquete en el servicio de envío UPS.

            —Creo que Elena está deseando verlo tan poco como yo —admitió Lali—. No han tenido ningún contacto desde el divorcio.

            —¿De nuestro divorcio? —Chris no podía creerlo—. ¿Por qué?

            —Él está en contra del divorcio, independientemente del motivo.

            —Pero él se divorció.

            —De hecho no. Mi madre nos abandonó, pero nunca se divorciaron. —Lali sonrió y añadió con pesar—: Me dijo que debería haber intentado ser mejor esposa y llevarte a terapia; así no te hubieras vuelto gay.

            —Yo no me he vuelto gay, era gay. Lo soy. —Sacudió la cabeza riendo turbado—. La terapia hubiera podido cambiar ese hecho tanto como hubiera podido cambiarme la forma de la nariz o el color de los ojos. Mira, ¿quieres que hable de esto con él? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que pudiera haberte culpado de algo así...

            —No. Eres muy amable, pero no hace falta. No creo que en realidad, de corazón, mi padre me culpe. Simplemente aprovecha cualquier oportunidad para ser crítico. No puede evitarlo. Culpar a los demás le resulta más fácil que pensar en aquello por lo que tendría que sentirse él culpable. —Se inclinó hacia él y puso una mano sobre la suya—. Pero gracias.

            Chris volvió la palma hacia arriba y se la apretó antes de soltársela.

            —¿Qué más me cuentas? —le preguntó al cabo de un momento—. ¿Hay un señor Adecuado en escena o un señor Inapropiado?

            Lali negó con un gesto.

            —No tengo tiempo para una vida amorosa. El trabajo me mantiene ocupada y encima estoy arreglando la casa para mi abuela.

            Chris se levantó para llevar su plato al fregadero.

            —Si necesitas ayuda me lo harás saber, espero.

            —Sí. —También se levantó. Se sentía aliviada, como si su relación se hubiera convertido por fin en lo que debía ser: una amistad, ni más ni menos.

            —Gracias —le dijo Chris simplemente—. Eres una mujer hermosa, Lali, y no me refiero solo a tu aspecto. Espero de veras que encuentres algún día al hombre adecuado. Siento haberme interpuesto. —Se le acercó y ella dejó que la estrechara y lo abrazó—. Necesitaba saber si seguías odiándome —dijo por encima de su cabeza—. Estoy muy contento de que no sea así.

            —Nunca podría odiarte —protestó ella.

            Alguien abrió la puerta de la cocina y entró. Chris aflojó el abrazo. Lali miró hacia la puerta, esperando ver a Mery.

Continuará...

+10 :o

12 comentarios:

  1. me parece que es peter.. subi otroooooo

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  2. massssssssssssssssssssssss

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  3. novelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

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  4. porfavorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr

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  5. El fantasma seguramente si es Peter lo va a cargar si es q se pone celoso :D

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  6. Ahhhhhhhhhhh no. Me había dado cuenta que había nueva nove!!!!! Me acabo de poner al corriente!!
    Me encanta, es muuuuy linda,
    Ya quiero que pase algo entre ellos jajajaja
    El fantasma es lo mas
    Ohohoh es Peter quien entró!!!!!!!!!!!!

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  7. X fin Lali puede estar más tranquila

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