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domingo, 17 de mayo de 2015

Cap / 3



Lo irónico era que, después de años deseando escapar de la casa de Rainshadow, le habían bastado unas cuantas semanas en compañía de Peter Lanzani para querer volver allí. Sin embargo, poco podía el fantasma alejarse antes de llegar a los límites de otra prisión invisible. Estaba unido a Peter. Aunque podía irse a otra habitación o deslizarse hasta varios metros de distancia, eso era todo. Cuando Peter se había marchado de su ultramoderna casa de Roche Harbor, el fantasma se había visto arrastrado como un globo tirado de un cordel... o, más concretamente, como un pez clavado en el anzuelo.

            Las mujeres solían acercársele, atraídas por su taciturno encanto, pero Peter era un hombre frío y nada sentimental. Darcy, que vivía en Seattle pero de vez en cuando aparecía aunque habían acordado separarse legalmente antes del definitivo divorcio, satisfacía sus esporádicas necesidades sexuales. Mantenían conversaciones en las que las palabras eran cortantes como cuchillas de afeitar y luego se acostaban: su única forma de conectar desde siempre. Darcy le había dicho a Peter que las mismas cosas que hacían de él un marido terrible lo convertían en un amante de primera. En cuanto se metían en la cama el fantasma se marchaba prudentemente a la habitación más alejada de la casa e intentaba ignorar los gritos de placer de aquella mujer.

            Darcy era guapa y flaca como un galgo, de melena lisa y morena. Irradiaba una confianza tan dura como el diamante y el fantasma no hubiera podido compadecerse de ella de ninguna manera de no ser porque le había notado algunos síntomas de vulnerabilidad: patas de gallo de no dormir en los ojos, leves arrugas en las comisuras de la boca y carcajadas crispadas, todo ello porque sabía que su matrimonio se había convertido en menos que la suma de sus partes.

            El fantasma acompañaba a Peter a todas partes por su todavía en mantillas complejo residencial de Roche Harbor, al que le había oído referirse como a un vecindario de bolsillo. Consistía en una agrupación de casas bien cuidadas alrededor de una zona verde comunitaria y un cúmulo de buzones. Peter no gustaba necesariamente a la gente, pero respetaban su trabajo. Tenía fama de llevar adelante una operación y acabar los proyectos dentro del plazo estipulado, incluso en un lugar donde los subcontratistas tendían a trabajar con mucha parsimonia.

            A nadie se le escapaba en la isla, sin embargo, que Peter bebía demasiado y dormía demasiado poco, algo que acabaría por pasarle factura. Su salud no tardaría en resentirse como lo había hecho su matrimonio. El fantasma esperaba fervientemente no verse obligado a ser testigo del deterioro de la vida de aquel hombre.

            Atrapado en la esfera de Peter, estaba impaciente por ir a la Rainshadow Road, donde el resto de la familia Lanzani vivía grandes cambios.

            Unos días después de que el fantasma se hubiera ido de allí, el teléfono había sonado a una hora anormalmente intempestiva. Como él nunca dormía, había ido a la habitación de Peter. La lamparita de la mesilla de noche estaba encendida.

            —Gastón, ¿qué pasa? —dijo Peter, con la voz espesa por el sueño, frotándose los ojos. Luego escuchó impertérrito, pero se puso muy pálido. Tuvo que tragar dos veces antes de preguntar—: ¿Están seguros?

            La conversación prosiguió y el fantasma dedujo que la hermana de los Lanzani, Eugenia, había tenido un accidente de coche y había fallecido. Eugenia no se había casado ni había revelado nunca quién era el padre de su hija, así que la pequeña Luz, de seis años, acababa de quedarse huérfana.

            Peter había cortado la comunicación y se había quedado mirando la pared, con los ojos secos.

            El fantasma sintió una mezcla de conmoción y pesar. Aunque no había llegado a conocerla, Eugenia había muerto joven y eso era cruel. Lo injusto de aquella pérdida le tocó la fibra sensible. Habría querido darse el lujo de llorar, tener el alivio de las lágrimas. Sin embargo, era un alma sin cuerpo y no podía hacerlo.

            Por lo visto, Peter Lanzani tampoco.

            Aparte de lo trágico, la muerte de Eugenia Lanzani había tenido otra consecuencia: la custodia de su hija Luz había recaído en Agustín y ambos se habían mudado a casa de Gastón. Los tres vivían juntos en Rainshadow.

            Antes de la llegada de la niña, la casa parecía un vestuario de futbolistas. Se hacía la colada únicamente cuando toda la ropa estaba sucia y no quedaban opciones. Se comía a salto de mata, a toda prisa, y en la nevera no solía haber más que algunos botes de salsa medio vacíos, un paquete de seis cervezas y, de vez en cuando, unas sobras de pizza en una caja con manchas grasientas. Al médico no se iba a menos que hicieran falta puntos para cerrar una herida o un desfibrilador.

            Agustín y Gastón habían conseguido dar cabida en sus vidas a una niña de seis años y aquel acto de generosidad lo había cambiado todo. Aquellos solterones amantes de la comida basura habían empezado a leer las etiquetas con la información nutricional de los productos como si fuera un asunto de vida o muerte. Si no eran capaces de pronunciar un ingrediente, los rechazaban. Aprendieron términos como «raquitismo» y «rotavirus», el nombre de al menos media docena de princesas Disney y a usar mantequilla de cacahuete para quitar un pegote de chicle de una melena.

            No pasó mucho tiempo antes de que los dos hermanos se dieran cuenta de que, cuando le abres el corazón a una criatura, también se lo abres a otras personas. Al año de que la niña se fuera a vivir con ellos, Agustín se enamoró de una joven viuda llamada Candela y todos sus largamente sostenidos prejuicios contra el matrimonio se fueron a pique. Tras la boda, en agosto, Agustín, Cande y Luz vivirían en su propia casa de la isla, y Gastón volvería a tener para él solo la de Rainshadow Road.

            Parecía cuestión de tiempo que Gastón también decidiera darle una oportunidad al amor. Sus temores eran comprensibles: los Lanzani padres, Jessica y Alan, habían demostrado a sus cuatro hijos que la semilla del fracaso y la destrucción estaba sembrada al principio de toda relación. Si amabas a alguien, tarde o temprano recogerías una amarga cosecha.

            Al final de una batalla legal horrible, Peter y Darcy habían llegado a un acuerdo para convertir en divorcio su separación legal. Ella lo dejó sin un céntimo y se quedó con todo, incluida la casa. Al mismo tiempo, la economía dio un giro y el mercado inmobiliario se desplomó. El banco ejecutó la hipoteca del complejo residencial de Peter en Roche Harbor y dejó sus planes de urbanización de Dream Lake indefinidamente en suspenso.

            Peter bebía tanto que tenía el aspecto de un joven quemado antes de tiempo. Quería ser insensible, buscaba olvidar. El fantasma suponía que, siendo el hijo menor de unos padres alcohólicos, la supervivencia de Peter dependía del distanciamiento. Si nunca sientes nada ni confías en nadie, si niegas cualquier necesidad y cualquier debilidad, no pueden hacerte daño.

            Día tras día, Peter estaba cada vez más destrozado. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que no quedara nada de él?, se preguntaba el fantasma.

            Con el proyecto de Roche Harbor sin futuro y su otra promoción parada, Peter se pasaba el tiempo trabajando en las casa del viñedo de Rainshadow Road. Algunas habitaciones estaban tan deterioradas por las goteras que tuvo que reconstruirlas desde el subsuelo. Hacía poco que había puesto papel pintando en la sala de estar, después de cortar a mano los paneles y la cenefa. Aunque Gastón había querido pagarle, Peter no había querido. Sabía que sus hermanos no entendían por qué se tomaba tantas molestias con aquella casa. Lo hacía sobre todo para tranquilizar su conciencia por no haberse molestado en ayudar a la crianza de Luz. No había modo alguno de que Peter se implicara en ocuparse de una niña. Sin embargo, sí que podía contribuir a que la casa fuera segura y cómoda mientras ella vivía allí, porque eso se le daba bien.

            A mediados de verano, el equipo del viñedo de Rainshadow estaba ocupado sujetando las cepas y podando hojas para que los racimos estuvieran más expuestos a la luz solar. Peter llegó por la mañana para hacer algo en el ático. Antes de subir la escalera entró en la cocina con Gastón para tomar café.

            El olor de la cena de la noche anterior, sopa de pollo con salvia, flotaba todavía en el aire, sutil pero agradable. En la encimera, había un trozo de queso cubierto por una campana antigua de cristal.

            —Al, ¿por qué no te frío un par de huevos y te los comes antes de ponerte a trabajar? —le preguntó Gastón.

            Peter sacudió la cabeza.

            —No tengo hambre. Solo quiero café.

            —Vale. Por cierto, te lo agradecería si no hicieras mucho ruido hoy, porque se ha quedado a dormir una amiga y necesita descansar.

            Peter puso mala cara.

            —Dile que se lleve la resaca a otra parte. Tengo que tapizar.

            —Hazlo luego —dijo Gastón—. Y no tiene resaca. Ayer tuvo un accidente.

            Antes de que pudiera responderle, llamaron a la puerta. El timbre era uno de esos tan anticuados que suenan cuando giras una palomilla.

            —Seguramente es una de sus amigas —murmuró Gastón—. Intenta no portarte como un idiota, Peter.

            Al cabo de un momento, Gastón entró con una mujer en la cocina.

            Inmediatamente Peter supo que estaba en un lío, en uno en el que nunca había estado. Le bastó con un vistazo a aquellos ojos cafes. Lo dejaron KO, desarmado. El deseo y la alarma lo dejaron paralizado.

            —Lali Espósito, este es mi hermano Peter —oyó decir a Gastón.

            No podía dejar de mirarla y tuvo que responderle con un gesto de cabeza cuando ella lo saludó. Ni siquiera le estrechó la mano, porque habría sido un error tocarla. Era una atractiva morena con tirabuzones que parecía salida de un anuncio de alguna revista antigua. La naturaleza había derrochado belleza en ella, pero mantenía una postura vagamente de disculpa, propia de una mujer a la que los hombres han prestado siempre una atención indeseada.

            Se volvió hacia Gastón.

            —¿No tendrías una bandeja para poner estas magdalenas? —preguntó. Su voz era suave y estaba como sin aliento, como si se hubiera despertado tarde después de una larga noche de sexo.

            —Está en una de esas alacenas, junto al congelador. Peter, ¿puedes ayudarla mientras yo subo a buscar a Rochi? —Gastón echó un breve vistazo a Lali—. Voy a ver si quiere sentarse en la sala de estar, aquí abajo, o que subas tú a verla.

            —Claro —convino Lali, y se acercó a los armarios de la cocina.

            La perspectiva de quedarse a solas con Lali Espósito, por poco que fuera, empujó a Peter a marcharse. Llegó a la puerta al mismo tiempo que Gastón.

            —Tengo mucho que hacer —le dijo en un susurro—. No puedo perder tiempo charlando con Betty Boop.

            Lali envaró los hombros.

            —Peter —murmuró Gastón—. Basta que la ayudes a encontrar la puñetera bandeja.

            En cuanto se marchó, Peter se acercó a la joven, que intentaba alcanzar una bandeja con tapa de cristal del estante de una alacena. Se puso a su lado y captó la femenina fragancia del talco en su piel. Lo invadió una intensa oleada de nostalgia visceral. Sin decir nada, cogió la bandeja y la dejó en la encimera de granito, moviéndose como en un sueño pero controlándose. Si se descontrolaba aunque fuera un segundo, tenía miedo de lo que podría hacer o decir.

            Lali empezó a pasar las magdalenas de la bandeja del horno al plato. Peter se quedó a su lado, con la mano encima de la encimera.

            —Ya puedes irte —murmuró Lali, con la mandíbula tensa—. No tienes por qué quedarte a charlar.

            Peter notó que se lo decía con reproche y le pareció que debía disculparse, pero abandonó la idea de inmediato cuando vio cómo cogía las magdalenas de una en una, levantándolas con delicadeza de la bandeja.

            —¿De qué las has hecho? —logró articular.

            —De arándanos —dijo Lali—. Si quieres una, sírvete.

            Peter negó con la cabeza y cogió su café. La mano le temblaba bastante.

            Sin mirarlo, Lali cogió una magdalena y se la puso en el platillo.

            Peter se mantuvo quieto y callado mientras Lali seguía llenando la bandeja. Sin poder evitarlo, cogió el dulce que ella le había ofrecido y los dedos se le hundieron levemente en la masa blanda contenida en el molde de papel blanco. Luego salió de la cocina.

            En el porche, solo, Peter miró la magdalena. No era el tipo de cosa que le gustaba. La repostería le sabía normalmente a yeso. El primer bocado fue ligero y tierno: suave bizcocho con una capa crocante de glaseado. Notó en la lengua el aroma de la ralladura de naranja y la acidez oscura de los arándanos. Cada bocado le aportaba una renovada y sorprendente dulzura. Hizo un esfuerzo para comer con mesura, sin glotonería. ¿Cuánto hacía que no saboreaba realmente algo?

            Cuando terminó, se sentó tranquilamente, permitiendo que se apoderara de él una sensación de calidez. Los ojos oscuros, los tirabuzones castaños, la cara, femenina y rosada, como de una novia de antes. Le molestaba la reacción que le había provocado, el contacto que persistía imborrable.

            Era una clase de mujer que nunca le había atraído. Nadie se tomaba en serio a una mujer como aquella.

            Lali.

            No había modo de pronunciar su nombre sin fruncir los labios como para dar un beso.

            Se puso a fantasear: se reunía con Lali, le pedía perdón por su rudeza, la engatusaba para que saliera con él. Podían ir de picnic a su finca cerca del lago Dream... Extendería una manta a la sombra de los manzanos silvestres y el sol se colaría entre las hojas y les motearía la piel.

            Se imaginó desvistiéndola despacio y dejando al descubierto sus pálidas curvas. Le besaría el cuello y la haría estremecer, saborearía su sonrojo...

            Sacudió la cabeza para alejar aquellos pensamientos e inspiró profundamente, dos veces.

            No volvería a la cocina. Subió la escalera para trabajar en el ático, evitando encontrarse otra vez con Lali Espósito. Cada zancada era un acto de voluntad. No podía permitirse ninguna debilidad.

            El fantasma no había podido leerle el pensamiento a Peter mientras este estaba sentado en el porche, pero había sentido lo mismo. Por fin había algo que Peter quería tener, con tanta fuerza que su deseo había espesado el aire. Era la reacción más humana que le había visto tener.

            No obstante, cuando Peter decidió alejarse de Lali precisamente porque la deseaba, el fantasma perdió la paciencia. Había tenido infinita paciencia y no les había hecho ningún bien, ni a él ni a Peter. De nada había servido. El fantasma no sabía nada acerca del aprieto en el que se encontraba, nada acerca de cómo y por qué se había convertido en el compañero inseparable de un alcohólico empeñado en suicidarse lentamente, pero era bastante obvio que estaba ligado a Peter por alguna razón.


            Si quería librarse algún día de aquel bastardo, algo tendría que hacer.

Continuará...

+10 :)

12 comentarios:

  1. Buen cap, se va armando!

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  2. Lo va a volver loco a Peter jajaja

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  3. ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

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  4. Habrá algún tipo de conexión entre Peter y el fantasma digo capaz se conocieron o algo por el estilo y por eso "sigue" a Peter

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  5. En vez de estudiar me pongo a leer la novela jajaja que genial. Que rápido se llegó a las 10 firmas. Subí el último de la noche xfa!

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  6. Como lucha Peter contra lo k siente ,y esta vez no creo k sea producto del alcohol

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