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domingo, 24 de mayo de 2015

Cap / 25



            Demasiado sobresaltada para reaccionar, Lali notó que Peter le bajaba la camiseta de un tirón. Agarró una caja de la isla de la cocina y la llevó hasta la encimera, cerca del fregadero.

            —Ya estamos aquí —anunció Mery, entrando en la casa con una caja en los brazos—. Duane viene detrás. ¡Caray! ¡Mira! ¡Esto es fantástico!

            A Lali le costaba pensar más allá de la nube de calor que como en sueños la rodeaba.

            —¿Verdad que es bonita? —preguntó, sintiéndose como mareada y poco firme mientras recogía el control remoto del suelo.

            —Es bonita y una gran inversión —repuso Mery—. No tendré ningún problema para alquilarla cuando deba hacerlo. Buen trabajo, Peter.

            —Gracias —murmuró él, abriendo la caja con una navaja.

            —¿Ya te has quedado sin aire, vejestorio? —le preguntó Mery sonriente—. Menos mal que ha venido Duane para ayudarte a levantar lo más pesado.

            —Mira esto, Mery —dijo Lali antes de que Peter pudiera decir ni pío—. Peter ha instalado una puerta especial para Byron.

            Estuvieron admirando debidamente la puerta electrónica para la mascota mientras Duane entraba en la casa con otro par de cajas.

            Duane era un buenazo que asistía a su iglesia de moteros con regularidad. Tendía a ser impulsivo y escandaloso, pero era leal con sus amigos y siempre estaba dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. Tenía un aspecto que intimidaba, con unos brazos musculosos que llenaban a reventar sus chaquetas de cuero, tatuados de la muñeca al hombro, y patillas negras en forma de bota. Lali había tardado cierto tiempo en sentirse cómoda estando él cerca, pero por lo que parecía adoraba a Mery, con quien había salido casi un año.

            —No soy de las que se enamoran —le había dicho en una ocasión Mery alegremente cuando Lali le había preguntado si su relación con Duane podía convertirse en algo permanente.

            —¿Quieres decir que temes enamorarte o que Duane tiene algo que...?

            —¡No temo enamorarme! Y Duane es estupendo. Sencillamente, no quiero amar a nadie.

            —Si tú eres muy cariñosa —había argüido Lali.

            —Con los amigos y con la familia, sí. Pero no puedo amar a alguien del modo romántico al que tú te refieres.

            —Tienes relaciones sexuales, sin embargo —le había dicho Lali, perpleja.

            —Sí, claro. Las relaciones sin amor son posibles, ¿no los sabías?

            —No estaría mal que algún día probaras las dos cosas al mismo tiempo —le había dicho Lali con nostalgia.

            Fueron entrando más cajas, incluidas las que contenían las cosas de Elena. Cuando Peter y Duane se fueron a buscar los muebles del almacén, Mery y Lali desembalaron zapatos y bolsos. Los pusieron en el zapatero y los estantes del armario del dormitorio principal.

            —No recuerdo que hubiera todos estos elementos empotrados en la factura —comentó Mery—. Parece que Peter ha estado haciendo algunos trabajos extra. ¿Le has pagado tú algo aparte?

            —No. Lo ha hecho sin siquiera preguntar —dijo Lali—. Quiere que la casa sea verdaderamente cómoda para Elena.

            Mery sonrió son regocijo.

            —No creo que haya hecho todo esto para Elena precisamente. ¿Hay algo entre tú y el iceberg humano?

            —No, nada de nada —negó Lali categóricamente.

            Mery arqueó las cejas.

            —Te habría creído si me hubieras dicho que «algún que otro flirteo» o «nos estamos haciendo amigos», pero... ¿«nada de nada»?, ni hablar, no me lo trago. He visto cómo te mira cuando cree que nadie se da cuenta.

            —¿Cómo?

            —Como un escalador hambriento que acaba de ser rescatado tras tres días sin alimentos y tú fueras un pastel de crema.

            —No quiero hablar de esto.

            —Vale. —Mery siguió ordenando zapatos.

            —La cosa no va a pasar de los besos. Lo ha dejado muy claro —saltó Lali al cabo de un momento.

            —Me alegro de oírlo, porque ya sabes lo que opino. —Abrió otra caja.

            —Es mejor hombre de lo que tú crees —no pudo evitar decirle Lali—. Es mejor hombre de lo que él cree que es.

            —No lo hagas, Lali.

            —¿A qué te refieres?

            —Lo sabes perfectamente. Te estás planteando hacerlo y buscas cualquier cosa para justificar tu atracción por los hombres emocionalmente inabordables.

            —El otro día me dijiste que tú eras emocionalmente inabordable para los hombres. ¿Quiere decir eso que nadie debería acostarse contigo?

            —No. Significa que solo determinado tipo de hombre puede acostarse conmigo o va a salir mal parado y que, si le pasa, es por su culpa.

            —Muy bien. Si yo salgo mal parada por liarme con Peter o con quien sea, no te pediré que me compadezcas.

            El tono irritado de Lali sorprendió a Mery, que la miró con curiosidad.

            —¡Eh, que yo estoy de tu parte!

            —Ya lo sé, y estoy bastante segura de que tienes razón, pero sigue pareciéndome que intentas darme órdenes.

            Mery iba sacando zapatos de la caja.

            —De todos modos no importa —dijo al cabo de un momento—. Vas a estar muy ocupada con Elena, así que no tendrás tiempo para tontear con Peter.

            Más tarde, Duane y Peter transportaron los muebles y los colchones al interior de la casa y colocaron varias piezas allí donde les indicó Lali. El sol estaba ya bajo cuando el trabajo duro estuvo hecho. Ya solo quedaba colocar algunas cosas pequeñas en su lugar, cosa que Lali podría hacer al día siguiente.

            Peter llevó el maniquí de modista de Lali al dormitorio pequeño, que estaba todavía sin pintar, y quitó la sábana que lo cubría. Estaba completamente cubierto de un sinfín de broches de cristal, piedras semipreciosas, esmalte o laca.

            —¿Dónde lo quieres?

            —En esa esquina está bien. —Había dejado la mayor parte de su colección de broches en el maniquí y solo había quitado una media docena, los de más valor. Los sacó del bolso y fue a clavarlos con los demás.

            —Siento que esta habitación no esté terminada todavía. —Miró a su alrededor con el ceño fruncido. La moqueta era nueva, pero había que repintar y cambiar las lámparas viejas. Aunque ya estaba instalado el marco de un nuevo armario empotrado que iba de pared a pared, no tenía puertas y faltaba enlucirlo.

            —Has hecho una cantidad de trabajo asombrosa —le dijo Lali—. Lo más importante eran la cocina y el dormitorio de mi abuela, y son preciosos. —Observando atentamente el maniquí, clavó un broche en un hueco—. Tendré que dejar de coleccionarlos o conseguir otro maniquí.

            Peter estaba de pie a su lado, mirando todas aquellas joyas.

            —¿Cuándo empezaste la colección?

            —Cuando tenía dieciséis años. Mi abuela me regaló este por mi cumpleaños —le enseñó una flor de pequeños cristales—. Me compré este para celebrar mi graduación en la escuela de cocina. —Sostuvo en alto un broche de esmalte en forma de langosta con las antenas de oro antes de clavarlo en el pecho del maniquí.

            —¿Y este? —le preguntó Peter mirando un antiguo camafeo de marfil antiguo con el borde de oro.

            —Fue el regalo de boda de Chris. —Sonrió—. Me dijo que si posees un camafeo durante siete años, se convierte en un amuleto.

            —Mereces un poco de suerte.

            —Me parece que la gente no siempre sabe cuando le está ocurriendo algo afortunado, que solo se da cuenta después. Mi divorcio de Chris, por ejemplo, ha resultado ser lo mejor para los dos.

            —Eso no es suerte. Eso es recuperar la libertad tras cometer una equivocación.

            Lali le hizo una mueca.

            —Intento no plantearme el matrimonio como un error, sino como algo que el destino puso en mi camino para ayudarme a aprender y crecer.

            —¿Qué has aprendido? —le preguntó él con un brillo burlón en los ojos.

            —A ser más indulgente. A ser más independiente.

            —¿No te parece que podrías haberlo aprendido sin que un poder superior te hiciera pasar por un divorcio?

            —Seguramente tú ni siquiera crees en la existencia de un poder superior.

            Peter se encogió de hombros.

            —El existencialismo siempre ha tenido para mí mucho más sentido que el destino, Dios o la suerte.

            —Nunca he sabido exactamente en qué consiste el existencialismo —le confesó ella.

            —En saber que el mundo es una locura sin sentido y que debes encontrar tu propia verdad, tu propio sentido, porque nada más lo tiene. No hay poder superior sino solo seres humanos a trompicones por la vida.

            —Pero... ¿te hace más feliz no tener fe? —le preguntó ella sin convicción.

            —Para los existencialistas, uno solo puede ser feliz si logra vivir en un estado de negación de lo absurdo de la existencia humana. Así que... la felicidad queda fuera de la ecuación.

            —Eso es espantoso —dijo Lali riendo—. Y demasiado profundo para mí. Me gustan las cosas de las que puedo estar segura, como las recetas. Sé que la cantidad justa de levadura hace que el pastel suba, que los huevos dan cohesión a los demás ingredientes y que la vida es básicamente buena, como la mayoría de la gente, y que el chocolate es la prueba de que Dios quiere nuestra felicidad. ¿Lo ves? Mi cerebro trabaja al nivel más superficial de todos.

            —Me gusta como trabaja tu mente. —La miró a los ojos y en los suyos hubo un destello de pasión—. Llámame si tienes algún problema —le dijo—. Si no me llamas, nos veremos dentro de un par de días.

            —Ni se me ocurriría molestarte en tu tiempo libre. Has estado trabajando prácticamente sin parar desde que empezaste con el proyecto.

            —Trabajar no es tan duro cuando me pagan bien.

            —De todos modos, te lo agradezco.

            —Vendré el lunes. De ahora en adelante, no empezaré a trabajar hasta las diez de la mañana, para que tu abuela tenga tiempo de levantarse y desayunar antes de que empiece el ruido.

            —¿Vendrán contigo Gavin e Isaac?

            —No. La primera semana, solo yo. No quiero apabullar a Elena con demasiadas caras nuevas.

            A Lali la conmovió y la sorprendió un poco que Peter hubiera tenido tan en cuenta los sentimientos de su abuela.

            —¿Qué harás este fin de semana? —le preguntó, obligándolo a detenerse en el umbral.

            La miró con los ojos opacos.

            —Viene Darcy. Quiere arreglar la casa para que se venda más rápido.

            —¿No habías dicho que era impersonal? ¿No es el objetivo de arreglarla que lo sea?

            —Por lo visto, no siempre. Darcy se trae a un experto. En teoría hay que llenar la casa de colores y objetos que hagan que el comprador potencial conecte emocionalmente con ella.

            —¿Crees que funcionará?

            Peter se encogió de hombros.

            —Opine lo que opine yo, la casa es de Darcy.

            Así que Peter iba a pasar parte del fin de semana, si no todo, en compañía de su ex. Lali recordó que una vez le había dicho que él y Darcy se habían acostado tras el divorcio por pura conveniencia. Probablemente volvería a hacerlo, se dijo, deprimida. No había razón para que Peter rechazara una oferta de sexo si Darcy estaba dispuesta a hacérsela.

            A lo mejor no estaba deprimida. Se sentía peor que deprimida. Se sentía como si hubiera hecho un pastel de fruta envenenada y se lo hubiera comido entero.

            No. Definitivamente aquello no era depresión. Aquello eran celos.

            Intentó sonreír a pesar de lo que sentía, como si no le importara. La boca le dolió.

            —Buen fin de semana —logró decirle.

            —Lo mismo digo. —Se marchó.

            Siempre se iba sin mirar atrás, pensó Lali, y pinchó otro broche en el reluciente maniquí.

            —¿De qué iba todo ese rollo? —le preguntó el fantasma con hosquedad, caminando a su lado—. Existencialismo... la vida no tiene sentido... No puedes creer todo eso de verdad.

            —Sí que lo creo. Y deja de escuchar todo lo que digo.

            —No lo haría si tuviera otra cosa que hacer. —Lo miró con mala cara—. Mírate. Te acecha un espíritu. Eso es lo más poco existencialista que puedas echarte en cara. El hecho de que esté contigo significa que no todo acaba con la muerte y también que alguien o algo me puso en tu vida por alguna razón.

            —A lo mejor no eres un espíritu —murmuró Peter—. Puedes ser un producto de mi imaginación.

            —No tienes imaginación.

            —A lo mejor eres un síntoma de depresión.

            —Entonces ¿por qué no tomas Prozac, a ver si desaparezco?

            Peter se detuvo junto a la puerta de la furgoneta y miró al fantasma meditabundo, con el ceño fruncido.

            —Porque no quieres —dijo por fin—. Estoy atado a ti.


            —Pues no eres un existencialista. No eres más que un idiota —le dijo el fantasma con aire de suficiencia.

Continuará...

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