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domingo, 24 de mayo de 2015

Cap / 27



            A la mañana siguiente, Darcy se marchó sin decir ni una palabra. Peter se pasó casi todo el fin de semana trabajando en la casa de Rainshadow Road, ordenando el resto de la buhardilla y aislando un tabique. El domingo por la noche le mandó un mensaje de texto a Lali para preguntarle si Elena estaba en la casa del lago y si todo había ido bien.

            «Aquí estamos —le respondió por mensaje ella de inmediato—. Le encanta la casa.»

            «¿Necesitan algo?», no pudo resistirse él a preguntarle.

            «Sí. Preparo pastel de manzana. Necesitaré ayuda mañana.»

            «¿Desayunamos?

            «¿x q no?»

            «ok.»

            «bn.»

            «bn.»

            A Peter le vinieron a la mente imágenes de la ropa de Lali cayendo al suelo y lo invadió una oleada de deseo.

            Aquella sensación fue rápidamente sustituida por un estremecimiento nervioso del fantasma.

            —Cálmate —le dijo Peter, cortante—. Escucha, cuando lleguemos allí mañana, si no te tranquilizas, me iré. Así no puedo trabajar.

            —Vale. —Pero era evidente que ni siquiera le estaba escuchando.

            «Así se siente uno cuando ama a alguien...», le había dicho una vez el fantasma. Peter no quería saber cómo se sentía uno ni siquiera de rebote.

            —Sigue durmiendo —le dijo Lali en voz baja, abriéndole la puerta para que entrara—. Creo que debería dejar que descansara todo lo posible.

            Peter se paró en la entrada, mirándola. Tenía ojeras de cansancio y no se había lavado el pelo. Llevaba unos pantalones cortos color caqui y una camiseta sin tirantes. Estaba cansada y era luminosa, con la cara sin maquillar. Lo único que quería Peter era abrazarla y consolarla.

            Pero no lo hizo.

            —Volveré luego —le dijo.

            El fantasma, que estaba detrás de él, protestó.

            —Nos quedamos.

            —Desayuna conmigo —dijo Lali, cogiéndolo de la mano y tirando de él para que entrara.

            El aire olía a mantequilla y azúcar y manzanas calientes. Se le hizo la boca agua.

            —En lugar de una tarta he preparado manzana frita. Siéntate en la isla y serviré para los dos.

            La seguía a la cocina, pero se detuvo cuando vio que el fantasma se había parado delante de una estantería del salón. Aunque no le veía la cara, su inmovilidad alertó a Peter. Se acercó como si nada a la estantería para ver qué había llamado la atención del fantasma.

            En un estante había varias fotos enmarcadas, algunas en tonos sepia y desteñidas por los años. Peter sonrió levemente cuando vio unas instantáneas de Elena con un querubín en brazos que solo podía ser Lali. Al lado había una foto en blanco y negro de tres chicas de pie delante de un sedán de 1930. Elena y sus dos hermanas.

            Se fijó luego en la foto de un hombre con un corte de pelo de los años setenta, patillas y chupado de cara. Era la clase de hombre que lleva su dignidad como un terno.

            —¿Quién es? —preguntó Peter cogiendo la fotografía.

            Lali echó un vistazo desde la cocina.

            —Es mi padre. James Espósito Jr. Le he pedido una foto más reciente, pero nunca se acuerda de mandármela.

            —¿No hay ninguna foto de tu madre?

            —No. Mi padre se deshizo de ellas cuando nos dejó. —Como Peter la miraba fijamente, forzó una sonrisa—. No me hacen falta fotos, porque por lo visto soy igualita que ella. —La frágil sonrisa no logró disimular el dolor de haber sido abandonada.

            —¿Nunca has sabido por qué se marchó? —le preguntó Peter con dulzura.

            —La verdad es que no. Mi padre nunca quería hablar del tema, pero Upsie me dijo que mi madre se había casado demasiado joven y que la responsabilidad de criar a una hija la había superado. —Ahogó una risita—. Cuando era pequeña, creía seguro que se había marchado porque yo lloraba demasiado. Así que me pasé la infancia intentando comportarme como si estuviera permanentemente alegre, incluso cuando no lo estaba.

            «Sigues haciéndolo», pensó Peter. Tuvo ganas de acercársele, abrazarla y decirle que con él nunca tendría que fingir algo que no sintiera. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para quedarse donde estaba.

            El fantasma le habló con brusquedad.

            —Pregúntale por esta.

            La última foto del estante era un retrato de boda. Elena, joven, atractiva y adusta. El novio, James Augustus Espósito Sr., fiel y de cara chupada. El parecido con su hijo era inconfundible.

            —¿Este es tu abuelo Gus? —le preguntó Peter.

            —Sí. Después llevaba gafas y parecía Clark Kent.

            —¿Soy yo? —preguntó el fantasma muy bajito, mirando fijamente el retrato.

            Peter negó con la cabeza. El fantasma, de rostro enjuto y belleza morena, no se parecía en absoluto a Gus Espósito.

            El espectro se parecía a un caballo entre el alivio y la frustración.

            —Entonces ¿quién demonios soy?

            Peter colocó las fotos con cuidado en el estante. Cuando apartó los ojos de lo que estaba haciendo, el fantasma se había ido a la habitación de Elena.

            Preocupado, Peter fue a sentarse en un taburete de la cocina. Tenía la ferviente esperanza de que el fantasma no asustara tanto a Elena que le provocara un infarto.

            —¿Quién ha preparado el desayuno en la posada esta mañana? —le preguntó a Lali.

            —Mery y yo tenemos un par de amigos a los que les gusta echar una mano y ganarse algún dinero de vez en cuando, así que dejé unas cuantas cosas preparadas en la nevera con instrucciones de cómo calentarlas.

            —Acabarás reventada —le dijo Peter mirando cómo servía la manzana frita en dos cuencos—. Tienes que descansar.

            Ella le sonrió.

            —Mira quién habla.

            —¿Cuánto has dormido?

            —Probablemente más que tú.

            Al cabo de un momento estaban sentados, uno al lado del otro, en la isla de la cocina. Lali le estaba contando cómo había traído a su abuela en el ferry y lo mucho que le había gustado la casa y la cantidad de medicamentos que tomaba. Mientras ella hablaba, Peter comía. La costra de avena crujía al morderla y rápidamente se volvía maravillosamente untuosa y se deshacía: una ácida ambrosía de manzanas con aroma de canela y un puntito de naranja.

            —En el corredor de la muerte pediría esto —le dijo Peter, y aunque no pretendía ser gracioso ella se rio.

            El sonido de la gatera precedió la entrada de Byron en la cocina, paseándose tranquilamente como si fuera el dueño del lugar.

            —La gatera funciona perfectamente —le dijo Lali—. Ni siquiera he tenido que enseñarle cómo funciona a Byron: supo exactamente lo que hacer. —Miró con cariño al persa, que fue hacia el salón y se subió de un salto al sofá—. Si el collar no fuera tan feo... ¿Habría algún problema si lo decoro?

            —No. Pero no lo hagas. No le arrebates la dignidad.

            —Solo unas cuantas lentejuelas.

            —Es un gato, Lali, no una vedette.

            —A Byron le gustan los perifollos.

            Peter la miró aprensivo.

            —No le pones nunca esos trajes, ¿verdad? Tú no eres de esas.

            —No —repuso ella inmediatamente.

            —Bien.

            —Puede que algo de Papá Noel por Navidad. —Calló—. Y este último Halloween le puse...

            —No me lo digas. —Peter intentaba no reírse—. Por favor.

            —Estás sonriendo.

            —Aprieto los dientes.

            —Eso es una sonrisa —insistió Lali alegremente.

Continuará...

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