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miércoles, 20 de mayo de 2015

Cap / 13


            Allí estaba Peter Lanzani, severo, sin sonreír. Dentro del espacio de la cocina, parecía más corpulento de lo que Lali recordaba, y más malo, y casi hubiera podido jurar que aquellos momentos en los que había estado sosteniéndola en la casa del lago no habían sido más que un sueño. Cuando su mirada helada se posó sobre ella, había en su silencio una inconfundible tensión.

            —¡Hola! —lo saludó Lali—. Este es mi ex marido, Chris Kelly. Chris, este es Peter Lanzani, que va a reformar la casa del lago.

            —Eso no está decidido todavía —comentó Peter.

            Con un brazo aún sobre los hombros de Lali, Chris se adelantó para estrecharle la mano.

            —Encantado de conocerle.

            Peter le devolvió el apretón con formalidad, mirando de nuevo a Lali.

            —Ya volveré en otro momento —dijo con brusquedad.

            —No, por favor, quédate. Chris estaba a punto de marcharse. —Vio el papel plegado en acordeón que llevaba y le preguntó—: ¿Son los planos? Me encantaría verlos.

            Peter miraba con atención a Chris. Aunque nada traicionaba su expresión, en el aire flotaba la hostilidad.

            —¿Vive en el continente? —le preguntó.

            —En Seattle —repuso Chris sin alterarse.

            —¿Tiene familia aquí?

            —Solo a Lali.

            Tras la respuesta, se instaló un silencio tan punzante como una zarza seca.

            Chris soltó a Lali.

            —Gracias por el desayuno y... por todo lo demás —le murmuró.

            —Cuídate —le dijo ella con dulzura.

            Se oyó un tintineo metálico. Peter jugueteaba impaciente con las llaves del coche.

            Chris intercambió una mirada disimulada con Lali y frunció las cejas como si preguntara: ¿Qué le pasa?

            Lali no estaba del todo segura. Le dedicó a Chris un ligero gesto de cabeza con el que le transmitió su perplejidad.

            Su ex marido salió de la cocina y cerró con cuidado la puerta.

            Lali se volvió a mirar a Peter. Iba vestido de un modo más informal que nunca, con camiseta gris y unos vaqueros manchados de pintura. El atuendo desgastado le sentaba bien, con la tela vaquera no demasiado ceñida al cuerpo musculoso y los brazos robustos que tensaban las mangas de la camiseta.

            —¿Te apetece desayunar algo? —le preguntó.

            —No, gracias. —Peter dejó las llaves y la cartera en la mesa y sacó un fajo de papeles de la carpeta—. No tardaremos mucho. Te enseñaré un par de cosas y te dejaré los bocetos.

            —No tengo prisa —dijo Lali.

            —Yo sí.

            Lali frunció el ceño y fue a situarse a su lado, junto a la mesa, mientras él extendía con meticulosidad los planos de la planta, el alzado y las perspectivas de los interiores.

            Peter habló sin mirarla.

            —Más adelante te traeré unos cuantos catálogos para que veas acabados, piezas de baño y demás. ¿Cuánto llevan divorciados?

            Lali parpadeó, desconcertada por lo inesperado de la pregunta.

            —Un par de años.

            Su única reacción fue la profundización de las arrugas en las comisuras de la boca.

            —Habíamos sido los mejores amigos desde la época del instituto —dijo Lali—. Tal como fueron las cosas, deberíamos haber seguido siendo únicamente eso: amigos. Yo llevaba bastante tiempo sin ver a Chris. Acaba de presentarse esta mañana, de improviso.

            —Lo que hagas con tu ex es cosa tuya.

            A Lali no le gustó el modo en que lo dijo.

            —No estoy haciendo nada con él. Estamos divorciados.

            Se encogió de hombros, tenso.

            —Muchos se acuestan con sus ex.

            Lali parpadeó, consternada.

            —¿Para qué vas a acostarte con alguien de quien te has divorciado?

            —Por comodidad. —Como ella lo miraba sin entenderlo, se lo explicó—: Sin cenas, sin fingimientos, sin tener que comportarse. Es el equivalente a la comida para llevar.

            —No me gusta la comida para llevar —sentenció ella, ofendida—. Y es la peor razón que he oído para acostarse con alguien: solo por comodidad. Eso es una... bazofia.

            Peter arqueó una ceja. Su beligerancia parecía haberse desvanecido.

            —¿Qué demonios es una bazofia?

            —Algo que hay que rehidratar y que está siempre asqueroso, como los copos de patata o la carne seca enlatada o el huevo liofilizado.

            Peter sonrió torcidamente.

            —Si tienes el hambre suficiente, la bazofia está pasable.

            —Pero no es el producto original.

            —¿A quién le importa? Es una necesidad física.

            —¿Comer?

            —Me refería al sexo —repuso secamente—. Pero no todas las comidas... ni los actos sexuales, tienen que ser una experiencia significativa.

            —No estoy de acuerdo. Para mí, el sexo es entrega, confianza, honestidad, respeto...

            —¡Madre santa! —Se puso a reír bajito, de un modo desagradable—. Con tantas exigencias, ¿alguna vez ha follado?

            Lali lo miró indignada.

            Peter le devolvió la mirada y ya no se reía. Agarró la mesa poniendo las manos una a cada lado de ella; estaban muy cerca pero no llegaban a tocarse. La respiración de Lali se había vuelto superficial y el corazón le latía aceleradamente.

            Él tenía la cara sobre la suya, su respiración era dulce y fresca, como de chicle de canela.

            —¿No has practicado sexo nunca simplemente porque sí?

            Lali parpadeó

            —No estoy segura de a qué te refieres —logró decir.

            —Me refiero a tener sexo loco con alguien que te importe un bledo. De un modo salvaje, duro, sucio en algún aspecto, pero que te da igual porque es demasiado placentero para parar. Haces todo lo que quieres porque no tienes que comentarlo después. Sin reglas, sin remordimientos: solo dos personas en la oscuridad, follando a lo grande.

            Por un instante, la imaginación de Lali se desató y notó calor en la boca del estómago. El pulso le latía en la garganta. La mirada de Peter siguió el rastro del apenas visible latido antes de fijarse en sus pupilas dilatadas. Con un movimiento brusco, se apartó de ella.

            —Deberías probarlo alguna vez —le aconsejó con serenidad—. Parece que tienes a tu ex a mano.

            Lali se puso el pelo detrás de las orejas e hizo ademán de volver a atarse el delantal.

            —Chris no ha venido a verme para eso —dijo por fin—. Acaba de romper con su pareja. Le hacía falta hablar de ello con alguien.

            —Contigo. —Peter le sonrió con sorna.

            —Sí —repuso ella con cautela, intuyendo que iba a decirle algo insultante—. ¿Por qué no conmigo?

            —¿Con una mujer con tu aspecto? Si tu ex se presenta para hablar de sus problemas, bombón, no es por tu aguda perspicacia psicológica. Es su línea erótica.

            Antes de que pudiera responderle, el temporizador del horno sonó. Picada, Lali tuvo la tentación de decirle que se largara de su cocina. Cogió un par de agarradores y fue a abrir el horno. En cuanto abrió la puerta, la fragancia embriagadora del pastel escapó: un vapor perfumado de melocotón, vainilla y especias aromáticas. Inhalando profundamente la opulenta dulzura, Lali se dijo que Peter era el hombre más cínico que había conocido jamás. ¡Qué terrible tenía que ser ver el mundo como él lo hacía!

            Si no hubiera sido un matón arrogante, hasta le habría dado lástima.

            Se inclinó con un agarrador en cada mano para sacar la gran bandeja de acero del horno. Mientras lo hacía, el borde ardiente le rozó la cara interna del brazo y jadeó. Estaba tan acostumbrada a los pequeños percances en la cocina que no dijo nada, simplemente dejó la bandeja con calma en la encimera.

            Peter estuvo a su lado en un abrir y cerrar de ojos.

            —¿Qué ha pasado?

            —Nada.

            Él miró la zona enrojecida de su brazo. Con el ceño fruncido, la llevó al fregadero y se lo metió debajo del chorro de agua fría del grifo.

            —No lo saques. ¿Tienes botiquín?

            —Sí, pero no me hace falta.

            —¿Dónde lo tienes?

            —En el armario, debajo del fregadero —se apartó un poco para que pudiera abrir la puerta y sacar la caja blanca de plástico—. No es más que una quemadura sin importancia —le dijo, sacando el brazo de debajo del chorro para mirárselo—. Ni siquiera se me hará una ampolla.

            Peter la agarró por la muñeca para volver a meterle el brazo debajo del agua.

            —No lo saques.

            —Estás exagerando. ¿Ves las marcas que tengo en las manos y en los brazos? Todas las cocineras tienen cicatrices de guerra. Esto de mi codo... —Le enseñó el brazo libre—. Esto me lo hice apoyando el brazo sobre la encimera: se me olvidó que acababa de dejar una sartén caliente en ella. —Le indicó dos puntos en la mano izquierda—. Estas marcas son de cuchillo... esta me la hice intentando deshuesar un aguacate que no estaba lo bastante maduro y esta quitando la espina a un pescado. Una vez me corté toda la palma abriendo ostras...

            —¿Por qué no te pones algo para protegerte? —le preguntó.

            —Supongo que debería ponerme una chaquetilla de chef, pero en días de tanto calor como hoy no estaría demasiado cómoda.

            —Te hacen falta unas mangas de soldador. Puedo conseguírtelas.

            Lali miró perpleja a Peter. No bromeaba. Parte de su irritación se esfumó.

            —No puedo ir con mangas de soldador en la cocina —le dijo.

            —Pues con algo tienes que protegerte. —Le cogió la mano libre y se la examinó con el ceño fruncido, pasando las yemas de los dedos de una cicatriz pálida a la otra—. Nunca se me había ocurrido que cocinar fuera peligroso. A menos que uno de mis hermanos o yo queramos comernos algo que hayamos preparado.

            Bajo la caricia de sus dedos, un escalofrío le subió por el brazo.

            —¿Ninguno de ustedes sabe cocinar? —le preguntó.

            —Gastón no lo hace del todo mal. Nuestro hermano mayor, Agustín, solo sabe hacer café... aunque es un café estupendo.

            —¿Y tú?

            —Soy capaz de construir una cocina magnífica, pero no puedo preparar nada comestible en ella.

            Lali no protestó cuando le recolocó el brazo debajo del chorro del grifo. Le sujetaba la mano como si fuera un pajarillo herido.

            —Tú también tienes cicatrices. —Lali se atrevió a tocarle con la punta de un dedo una fina cicatriz en un lado del pulgar—. ¿Cómo te la hiciste?

            —Con un cúter.

            Ella recorrió con el dedo otra marca profunda de la yema de su pulgar.

            —¿Y esta?

            —Con una sierra de carpintero.

            Lali hizo un gesto de dolor.

            —Casi todos los accidentes en carpintería se deben a un intento de ahorrar tiempo —dijo Peter—. Por ejemplo, cuando necesitarías una plantilla de guía para mantener algo en su lugar mientras manejas un acanalador pero te arreglas sin y pagas caras las consecuencias. —Le soltó la mano, abrió el botiquín y hurgó en él hasta dar con un frasquito de acetaminofén—. ¿Dónde guardas los vasos?

            —En el armario que hay encima del lavaplatos.
            Peter cogió un vaso largo del armario y lo lleno con agua del dispensador de la nevera. Le dio dos comprimidos a Lali y le ofreció el agua.

            —Creo que ya lo tengo bien —dijo ella después de haberle dado las gracias.

            —Espera un poco y verás. Las quemaduras tardan un poco en doler.

            Con resignación, Lali miró el agua que le caía sobre la piel. Peter seguía a su lado, sin intentar volver a tocarla. A diferencia de los silencios de camaradería que había compartido con Chris, aquel silencio era tenso y electrizante.

            —Lali... —murmuró Peter con la voz ronca—. Lo te he dicho antes... Me he pasado.

            —Sí, te has pasado.

            —Lo... siento.

            Suponiendo que era un hombre poco dado a disculparse y que cuando lo hacía era con dificultad, Lali cedió.

            —Vale.

            En el pesado silencio que siguió, fue agudamente consciente de la sólida presencia de Peter a su lado, del contrapunto de su respiración. Cuando él se inclinó para comprobar la temperatura del agua, vio su antebrazo musculoso y cubierto de oscuro vello. Miró de reojo su perfil perfecto, la belleza de ángel oscuro de un hombre que escamotea el placer dondequiera que lo encuentra. Las sutiles ojeras y las mejillas hundidas, síntomas de su vida disoluta, solo lo hacían más atractivo, elegantemente letal.

            Una aventura con él podía costarle a una mujer todos sus ideales.

            Mery tenía razón: si Lali quería volver a salir con hombres, Peter no era el más adecuado para empezar a hacerlo. Sin embargo, Lali sospechaba que, aunque acostarse con él resultaría indudablemente una equivocación, casi seguro que sería una experiencia de las que una mujer disfruta.

            Estaba temblando por la prolongada exposición al agua fría. Cuanto más intentaba controlar los temblores, peores eran.

            —¿Tienes una chaqueta o un jersey por aquí? —le preguntó Peter, y al negar ella con un gesto de cabeza, añadió—: Puedo pedirle a Mery...

            —No —saltó Lali—. Mery llamaría una ambulancia y a un equipo de paramédicos. No la metas en esto.

            Él la miró, divertido.

            —Está bien. —Le puso una mano en la espalda y la calidez de su palma traspasó la tela de la camiseta.

            Lali cerró los ojos. Al cabo de un momento notó el brazo de Peter sobre los hombros, grande y cálido. Su cuerpo irradiaba calor. Emanaba de él un agradable olor ligeramente salado.

            —Tengo que decirte algo —logró articular—. Algo acerca de cómo sé que la visita de Chris no era con intenciones eróticas.

            Peter aflojó su abrazo.

            —No es de mi...

            —Estoy segura por una razón: porque... —Dudó y las palabras se le atragantaron. Peter podía culparla por el fracaso de su matrimonio, tal como había hecho la familia de Chris. Podía ser insultante o incluso cruel. Peor todavía, tal vez no le importara en absoluto.

            Solo había una manera de saberlo.

            Hizo un esfuerzo para decírselo, venciendo el nudo que tenía en la garganta, abochornada.

            —Chris me dejó por otro hombre.

Continuará...

+10 :o!! 

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