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lunes, 25 de mayo de 2015

Cap / 32



            El siguiente plato consistía en una pequeña porción de brotes de helecho. Después de blanquearlos en agua caliente hasta que se habían vuelto de un color verde intenso, los había metido en una vinagreta tibia de mantequilla, limón y sal. Luego había espolvoreado nueces por encima y escamas de queso parmesano. Los comensales profirieron en exclamaciones de admiración por la ensalada, saboreando los sabores. Phyllis y Mery se rieron juntas de los esfuerzos que hacían para arañar hasta el último resto del plato. La mirada de Lali se posó en Peter, como si saboreara su evidente placer por la comida.

            Solo James parecía insensible. Dejó el tenedor en el plato cuando solo se había comido la mitad de la ensalada, contrariado. Se llevó la copa de vino tinto a los labios y tomó un gran sorbo.

            —¿No vas a terminártela? —le preguntó Phyllis, incrédula.

            —Me da igual —dijo.

            —Entonces te ayudaré. —Phillis se inclinó hacia el plato de James y se puso a pinchar con el tenedor los brotes que había dejado, entusiasmada.

            Lali, que acababa de empezar a comerse su ensalada, miró a su padre inquieta.

            —¿Te traigo otra cosa, papá? ¿Un plato de brotes tiernos de ensalada?

            Él sacudió la cabeza, con pinta de pasajero de avión en el aeropuerto esperando su tarjeta de embarque.

            La exaltada interpretación de Billie Holiday de I’m Gonna Lock My Heart And Throw Away The Key alegraba la mesa. Mery y Lali no tardaron en traer cuencos individuales de mejillones humeantes aromatizados con vino blanco, azafrán, mantequilla y perejil. Los comensales cogían las oscuras conchas con los dedos y usaban un tenedor pequeñito para pinchar su delicioso contenido. En la mesa había cuencos vacíos donde dejar las conchas vacías.

            —¡Dios mío, Lali! —exclamó Mery en cuanto hubo probado el primer mejillón—. Esta salsa... Sería capaz de bebérmela.

            Un humor relajado y jovial se esparció por la habitación, acompañado por el cliqueteo de las conchas. Era un plato que requería actividad, implicación, conversación. El caldo era obscenamente bueno, un elixir sabroso que dejaba una sensación exquisita y como de trufa en la boca. Peter estuvo a punto de pedir una cuchara, porque había decidido que nada en el mundo le impediría devolver el cuenco hasta que no se hubiera tomado hasta la última gota. Sin embargo, estaban pasando panecillos caseros, crujientes por fuera y suaves y esponjosos por dentro. Los comensales cortaban el pan con los dedos y usaban los trozos para embeber el caldo.

            La conversación derivó hacia el viaje de media jornada para ver las ballenas que Phyllis y James habían organizado para la mañana siguiente y hablaron también de una granja de alpacas que Phyllis quería visitar.

            —¿Has tratado alguna vez una alpaca? —le preguntó Lali a Phyllis.

            —No, casi todos mis pacientes son perros, gatos o caballos. —Sonrió recordando algo y añadió—: Una vez diagnostiqué sinusitis a un conejillo de Indias.

            —¿Cuál es el caso más raro que has visto? —le preguntó Mery.

            Phyllis sonrió.

            —Este es uno peliagudo. He visto un montón de rarezas, pero hace poco un hombre y una mujer me trajeron a su perro, que tenía problemas estomacales. Los rayos X revelaron una misteriosa obstrucción, que retiré con una cámara endoscópica. Resultaron ser unas bragas de encaje rojo, que metí en una bolsa de plástico y entregué a la mujer.

            —¡Qué situación tan embarazosa! —exclamó Elena.

            —Eso no fue todo —dijo Phyllis—. La mujer echó un vistazo a las bragas, le pegó con el bolso al hombre y se marchó hecha una furia del despacho... porque la prenda no era suya. El hombre tuvo que pagar la factura por un perro que acababa de poner en evidencia su engaño.

            Celebraron la anécdota con una sonora carcajada.

            Llenaron de nuevo las copas y trajeron cuencos para lavarse las manos llenos de agua y pétalos de rosa. Se lavaron los dedos y se secaron con servilletas limpias. A continuación se sirvió un sorbete de limón para limpiar el paladar en limones helados convertidos en copitas. El sorbete estaba espolvoreado de menta y cáscara de limón.

            Cuando Lali y Mery se fueron a la cocina a buscar el siguiente plato, Phyllis exclamó:

            —En mi vida había comido unos platos así. Es toda una experiencia.

            James puso mala cara. Inexplicablemente, se había ido poniendo más serio y triste a cada minuto que pasaba.

            —No seas exagerada.

            —¡Por Dios, James! —dijo Elena—. Tiene razón. Es toda una experiencia.

            Él refunfuñó algo entre dientes y se sirvió más vino.

            Lali y Mery volvieron con platos de codornices al horno con la piel crujiente, adobadas con sal y miel. Las aves llevaban una guarnición de quenelles, unas croquetitas de delicada masa con rebozuelo y bulbo de jacinto.

            Peter ya había comido codorniz otras veces, pero no como aquella, realzada con un penetrante y profundo sabor. La conversación languideció. Caras enrojecidas, párpados pesados por la saciedad. Sirvieron café y trufas de chocolate caseras, seguidas de pots de crème y helado de vainilla con miel. La exquisita emulsión se fundía en la boca y bajaba por la garganta suavemente, inundando de éxtasis las papilas gustativas.

            James Espósito fue el único que permaneció en silencio mientras los demás exclamaban su aprobación. Peter no alcanzaba a comprender qué le pasaba a aquel hombre. Tenía que estar enfermo, no había otra razón posible para que hubiera comido tan poco.

            —¿Estás bien? Apenas has tocado la comida —le preguntó Phyllis, preocupada, habiendo llegado por lo visto a la misma conclusión.

            Él no la miró, concentrado en las natillas que tenía delante, con las mejillas enrojecidas.

            —Mi cena estaba incomible. Todo estaba amargo. —Se levantó y plantó la servilleta en la mesa, mirando furioso las caras de asombro de todos. Luego se quedó mirando la cara pálida de Lali—. Si le has puesto algo a mi comida —dijo—, entonces te has salido con la tuya.

            —James —protestó Phyllis, palideciendo—. He comido de tu plato y la comida era exactamente igual que la mía. Seguramente tienes mal sabor de boca esta noche.

            Él sacudió la cabeza y se marchó en tromba. Phyllis corrió tras él y se detuvo en el umbral para darse la vuelta.

            —Has sido magnífico. Lo mejor que he comido en la vida —le dijo con sinceridad a Lali.

            Lali logró esbozar una sonrisa.

            —Gracias.

            Mery hizo un gesto de incredulidad cuando Phyllis se hubo marchado.

            —Lali, tu padre está loco. La cena ha sido increíble.

            —Lali ya lo sabe —dijo Elena, mirando a su nieta, que le devolvió la mirada con resignación.

            —Lo he hecho lo mejor posible —dijo simplemente—, pero eso nunca es bastante para él. —Se levantó de la mesa y les hizo un gesto para que siguieran sentados—. Enseguida vuelvo. Voy a preparar más café. —Salió de la biblioteca.

            Viendo que Mery iba a levantarse, Peter le dijo en voz baja:

            —Déjame a mí.

            Ella torció el gesto pero siguió sentada mientras él iba a buscar a Lali.

            Peter no estaba demasiado seguro de lo que le diría a Lali. Llevaba dos horas observándola servir plato tras plato de magnífica comida a su padre, que no valoraba ninguno. Comprendía la situación demasiado bien. Por experiencia, sabía que el amor paterno es un ideal, no una garantía. Algunos padres no tienen nada que ofrecer a sus hijos y algunos, como James Espósito, culpaban y castigaban a los suyos por cosas con las que nada tenían que ver.

            Lali estaba ocupada midiendo la dosis de café y echándola en el filtro de la cafetera. Cuando oyó pasos se volvió. Parecía expectante, curiosamente atenta, como si esperara algo de él.

            —No me sorprende —dijo—. Sé lo que puedo esperar de mi padre.

            —Entonces ¿por qué le has preparado esta cena?

            —No era para él.

            Él puso unos ojos como platos.

            —Si no hubieras aceptado venir esta noche —prosiguió ella—, hubiéramos ido a un restaurante. Quería cocinar para ti. He ideado cada plato pensando lo que podría gustarte.

            La frustración y el desconcierto lo invadieron. Tenía la sensación de estar siendo manipulado de un modo muy sutil, como si le estuvieran envolviendo en una red de seda. Una mujer no hacía una cosa así simplemente por amabilidad o por generosidad. Tenía que haber algo, algún motivo oculto que solo descubriría cuando fuera demasiado tarde.

            —¿Por qué has hecho esto por mí? —le preguntó con brusquedad.

            —Si fuera cantante de ópera, te habría cantado una aria. Si fuera pintora, habría pintado tu retrato. Pero lo que se me da bien es cocinar.

            Seguía teniendo en la boca el sabor de las natillas: trébol y flores silvestres y néctar ámbar. Aquel sabor florecía en su lengua y le llenaba la garganta de dulzura y lo llenaba hasta el punto que habría jurado que el aroma de la miel le salía por los poros. Sin pretenderlo, se le acercó en dos zancadas y la cogió por los brazos. Notar su cuerpo, voluptuoso y sedoso, lo enardeció. Sintió un torbellino, una mezcla volátil de emociones. Habría bastado una chispa para destruirlo. Estaba tan excitado, tan hambriento de ella... tan cansado de esforzarse por mantenerse alejado.

            —Lali —le dijo—, esto tiene que acabarse. No quiero que hagas nada por mí. No quiero que busques modos de complacerme. Ya estoy perdido. Nunca, durante el resto de mi vida, podré mirar a una mujer sin querer que seas tú. Formas parte de mi ser. Ni siquiera puedo soñar sin que estés en mi cabeza. Pero no puedo estar contigo. Hago daño a la gente. Eso es lo que se me da bien a mí.

            Cambió de cara.

            —¡Oh! —exclamó consternada—. Peter, no.

            —Te haré daño —insistió él implacable—. Te convertiré en alguien a quien los dos odiaremos. —La verdad surgió de lo más hondo de su alma: «No eres nada. No mereces nada. No tienes nada que ofrecer a nadie excepto dolor.» Saber eso, creerlo, era la única manera de que el mundo tuviera sentido.

            Lali le sostuvo la mirada y Peter vio la rabia en su rostro. Aquello lo alivió. Significaba que le pegaría. Significaba que ella estaría a salvo.

            Le acercó la mano a la mejilla, pero con suavidad. Posó con cariño los dedos en su barbilla, acariciándole el labio inferior con el pulgar como para borrar sus palabras cortantes como una hoja de afeitar. Él se quedó confuso al darse cuenta de que la rabia no iba dirigida contra él.

            —No —le susurró—. Lo tergiversas todo. Es a ti a quien han herido. No intentas protegerme a mí, intentas protegerte a ti.

            Peter le apartó la mano de un manotazo.

            —Da lo mismo a quién demonios intento proteger. La cuestión es que algunas cosas están demasiado estropeadas para repararlas.

            —La gente no.

            —Sobre todo la gente.

            Pasaron los segundos. El silencio se podía cortar.

            —Es mejor que uno de los dos resulte herido que ni siquiera intentarlo —dijo con cuidado—. Quieres intentar algo que no sea imposible.

            Ella negó con la cabeza.

            —Algo prometedor.

            En aquel momento Peter la odió por lo que intentaba conseguir, por hacer que quisiera creerla.

            —No seas estúpida. ¿No entiendes lo que te hará mantener una relación conmigo?

            —Ya tenemos una relación —repuso ella exasperada—. Hace tiempo que la tenemos.

            Peter la agarró, queriendo infundirle un poco de sentido común. Pero en lugar de eso la acercó a su corazón palpitante, obligándola a ponerse de puntillas. No la besó, solo la sostuvo, manteniendo la cabeza baja, de manera que notaba el aliento de ella en la cara.

            —Te deseo —le susurró Lali—, y tú me deseas. Así que llévame a casa y haz algo. Esta noche.

            El ruido de la puerta de la cocina le hizo dar un respingo, pero no la soltó.

            —¡Uy! —oyó que murmuraba Mery—. Perdón.

            Lali volvió la cara hacia su prima.

            —Mery —le dijo, con notable tranquilidad—, no tienes que llevarnos en coche a Elena y a mí hasta casa. Peter lo hará.

            —¿De veras? —preguntó Mery recelosa.

            Lali tenía sus ojos cafés de mirada cálida fijos en los suyos, desafiándolo, suplicándole.

            Muy bien, pues. Había llegado por fin al punto en que ya nada le importaba. Estaba enfermo de tanto luchar, de necesitar y no tener. Le importaba un bledo todo menos conseguir lo que deseaba.


            Peter asintió, contra todo lo que su instinto le decía.

Continuará...

+10 :D!! 

16 comentarios:

  1. Vamos chicas, empiecen a comentar!

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  2. No lo dejes ahí subiiii mas

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  3. Que se deje de resistir por el amor de diosssss..

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  4. Que va a pasar ahora????

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  5. Tendria que estar estudiando, pero no, espero otro capp!

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  6. se pone cada vez mejor!!

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  7. nooo y ahora que va a psar mass porfas no nos dejes asiii

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  8. uyy se pone cada vez mejor ! sigue

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  9. K duros k son James y Peter.

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