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lunes, 25 de mayo de 2015

Cap / 30



            Cuando Peter llegó a la casa de Dream Lake el lunes por la mañana, la enfermera, Jeannie, lo recibió en la puerta con una cara que inmediatamente le dijo que algo no iba bien.

            —¿Qué pasa? —le preguntó.

            —Ha sido un fin de semana difícil —repuso ella en voz baja—. Elena ha tenido una recaída.

            —¿Qué significa eso?

            —Ha tenido lo que se llama un AIT, un accidente isquémico transitorio. Consiste en la falta de aporte sanguíneo a una parte del cerebro. Los AIT son tan pequeños que pueden no dar ningún síntoma, pero el daño es acumulativo. Con la clase de demencia que Elena padece, estos pasos la llevarán a un declive progresivo.

            —¿Tiene que verla un médico?

            Jeannie sacudió la cabeza, negando.

            —Tiene la presión bien y no siente ninguna molestia física. Muchas veces, después de un empeoramiento, el paciente muestra temporalmente signos de mejora. Hoy Elena está bien, pero a medida que pase el tiempo los momentos de confusión y de frustración serán más prolongados y frecuentes. Además, los recuerdos seguirán borrándose.

            —Entonces ¿qué ha pasado exactamente? ¿Cómo puede decir que ha sufrido un AIT?

            —Según Lali, Elena se despertó el sábado con un ligero dolor de cabeza y un poco confusa. Cuando yo llegué, estaba decidida a prepararse ella misma el desayuno: insistía en freír un huevo. No le salió bien. Lali intentó ayudarla y puso un poco de mantequilla en la sartén y bajó el fuego, pero Elena lo estaba pasando mal intentando hacer algo que había sabido hacer siempre y eso le dio miedo y la puso furiosa.

            —¿Se lo hizo pagar a Lali? —preguntó Peter, preocupado.

            Jeannie asintió.

            —Lali es la persona ideal para que descargue su frustración y, aunque lo comprende, no por ello deja de ser estresante. —Jeannie hizo una pausa antes de proseguir—: Ayer, Elena pidió varias veces las llaves del coche, hizo un desastre en el ordenador de Lali cuando intentó conectarse a internet y discutió conmigo para que le consiguiera cigarrillos.

            —¿Fuma?

            —Lleva cuarenta años sin hacerlo, según Lali. Además, los cigarrillos son lo peor para alguien en el estado de Elena.

            El fantasma, que estaba de pie justo detrás de Peter, murmuró:

            —¡Maldita sea! ¡Denselos!

            La enfermera ponía cara de resignación. Peter no pudo evitar preguntarse cuántas veces habría acompañado a pacientes, observado su inevitable deterioro, asistido a las familias en el dolor y la confusión de ir perdiendo a alguien día a día.

            —¿Alguna vez se hace más fácil? —le preguntó.

            —Para el paciente o...

            —Para usted.

            La enfermera sonrió.

            —Es usted muy amable por preguntarlo. He pasado por esto con muchos pacientes y, aun sabiendo lo que debo esperar... no, no resulta más fácil.

            —¿Cuánto le queda?

            —Ni siquiera los médicos con más experiencia pueden predecir..l

            —En su opinión. Ha estado usted en las trincheras, así que probablemente tiene cierta idea. ¿Cuál es su impresión acerca del modo en que va a progresar la enfermedad?

            —Es cuestión de meses. Me parece que va a sufrir una embolia masiva o un aneurisma, y tal vez sea lo mejor, porque he visto lo que es un proceso prolongado, interminable. No querrá eso para Elena, ni para Lali.

            —¿Dónde está Lali?

            —Se ha ido a la posada como de costumbre y luego a la compra. —Jeannie retrocedió para que entrara—. Elena está despierta y vestida, pero me parece que hoy estará mejor sin tanto ruido.

            —Me limitaré a enmasillar y pintar.

            La enfermera pareció aliviada.

            —Gracias.

            Peter entró en el salón y encontró a Elena mirando la televisión con una manta doblada sobre el regazo, a pesar de que el día era cálido. El fantasma ya estaba a su lado.

            Aunque Jeannie no le hubiera contado lo que había ocurrido durante el fin de semana, habría sabido que algo había cambiado. Elena tenía un aspecto más delicado; perfilaba su silueta un cierto fulgor, como si su alma ya no estuviera completamente encerrada en su cuerpo.

            —Hola, Elena —la saludó, acercándosele—. ¿Cómo te sientes?

            Ella le hizo señas para que se sentara. Peter se sentó en el taburete que había junto al sofá, de cara a ella, y se inclinó para apoyar los antebrazos en las rodillas. Le pareció que Elena tenía buen aspecto, con la mirada limpia y directa y una expresión de calma.

            —Voy a ordenar un poco —dijo Jeannie yendo hacia el dormitorio—. ¿Necesita algo, Elena?

            —No, gracias. —La anciana esperó hasta que la enfermera estuvo lo bastante lejos. Entonces miró a Peter.

            —¿Está aquí, verdad? —le preguntó.

            Sobresaltado, Peter se mantuvo inexpresivo. ¿Era capaz de notar la presencia del fantasma? ¿Por qué asumía que Peter tenía una conexión con él. Pensó frenéticamente. Elena era vulnerable en su estado. Debía tener cuidado, pero no iba a mentirle.

            Así que Peter optó por mirar a Elena impávido.

            —¿Quién? —le preguntó.

            —¡Maldita sea, Peter! —explotó el fantasma—. No es momento de hacerse el sueco. Dile que estoy aquí, que estoy con ella ahora mismo y que la quiero y...

            Peter lo miró con el ceño fruncido para que se callara.

            La mirada de Elena era firme.

            —El modo en que me sentía siempre que él estaba cerca... Sabía que si alguna vez volvía a sentirme así, sería porque había encontrado un modo de regresar. Y solo me pasa cuando tú estás aquí. Él está contigo.

            —Elena —le dijo Peter con dulzura—. Por mucho que quiera hablarte de esto, no quiero alterarte.

            Una sonrisita apareció en los contornos de sus labios secos y desdibujados.

            —¿Temes provocarme un ataque? Tengo uno cada dos por tres. Créeme, nadie notará una trombosis extra. Yo menos que nadie.

            —Tú lo has querido.

            —Nunca le he hablado de él a nadie —dijo Elena—. Pero olvido cosas todos los días. Pronto ni siquiera recordaré su nombre.

            —Entonces, dímelo.

            Elena se llevó los dedos a los labios, que le temblaban con una sonrisa.

            —Se llamaba Fermín.

            El fantasma se la quedó mirando, fascinado.

            —No había pronunciado su nombre desde hace tanto... —El color le subió a las mejillas, como la luz atravesando un cristal rosa—. Fermín era el tipo de chico acerca del que todas las madres advierten a sus hijas.

            —¿Incluida la tuya? —preguntó Peter.

            —¡Oh, claro!, pero no le hice caso.

            Él sonrió.

            —No me sorprende.

            —Trabajaba en la fábrica de mi padre los fines de semana, cortando las planchas de latón y soldando latas. Cuando se graduó en el instituto se hizo carpintero: aprendió el oficio en los libros. Era inteligente y tenía mano para la carpintería. Como tú. Todo el mundo sabía que cuando él construía algo estaba bien hecho.

            —¿De qué clase de familia procedía Fermín? —le preguntó Peter.

            —No tenía padre. Su madre ya había tenido a Fermín cuando fue a vivir a la isla y corría el rumor de que... bueno, no decían nada bueno de ella. Era muy guapa. Mi madre me contó que era una mantenida. Tenía relaciones con hombres prominentes del pueblo. Creo que durante una temporada mi padre fue uno de ellos. —Suspiró—. El pobre Fermín siempre se estaba metiendo en peleas. Sobre todo cuando los otros chicos decían algo de su madre. A las chicas les gustaba, porque era muy guapo, pero ninguna se atrevía a salir con él abiertamente, y nunca lo invitaban a las fiestas ni a las meriendas. Demasiado camorrista.

            —¿Cómo lo conociste?

            —Mi padre lo contrató para instalar una ventana de cristal emplomado que habían traído en barco desde Portland. Mi madre no estuvo de acuerdo: quería pagar a otro para que hiciera el trabajo. Mi padre, sin embargo, dijo que por salvaje que fuera Fermín, era el mejor carpintero de la isla y que la ventana era demasiado valiosa para correr riesgos con ella.

            —¿Cómo era esa ventana?

            Elena estuvo tanto rato dudando antes de responder que Peter pensó que tal vez lo había olvidado.

            —Era un árbol —dijo por fin.

            —¿Qué clase de árbol?

            Ella sacudió la cabeza y eludió la pregunta. No quería hablar de aquello.

            —Cuando Fermín hubo instalado la ventana mi padre le encargó que hiciera otras cosas en la casa. Construyó una estantería, unos cuantos armarios y una hermosa repisa para la chimenea. Como yo no era precisamente inmune a los encantos de un joven de mala reputación, hablaba con él mientras trabajaba.

            —Coqueteabas conmigo —puntualizó el fantasma.

            —Pero no quería salir con él porque sabía que mi madre nunca lo aprobaría —le dijo Elena a Peter—. Una noche le vi en un baile, en el pueblo. Se me acercó y me preguntó si era demasiado miedica para bailar con él. Por supuesto, acepté el reto.

            —Si no, no hubieras bailado conmigo —dijo el fantasma.

            —Le dije que la próxima vez tenía que preguntármelo como un caballero —siguió contando Elena.

            —¿Lo hizo? —le preguntó Peter.

            Ella asintió.

            —Estaba tan avergonzado... Se puso colorado y tartamudeaba. Me enamoré de él en ese mismo instante.

            —No tartamudeaba —refunfuñó el fantasma.

            —Mantuvimos nuestra relación en secreto —dijo Elena—. Nos estuvimos viendo durante todo el verano. Esta casa era nuestro lugar de encuentro preferido.

            —Te pedí que te casaras conmigo aquí —dijo el fantasma, recordando.

            —¿Alguna vez hablaron de casarse? —le preguntó Peter a Elena.

            Una sombra cruzó el rostro de la anciana.

            —No.

            —Sí que lo hicimos —insistió el fantasma—. Lo ha olvidado, pero le propuse matrimonio.

            —¿Estás segura, Elena? —le preguntó Peter, dudoso por aquella contradicción.

            Ella lo miró directamente.

            —Estoy segura de que no quiero hablar de ello.

            —¿Por qué no? —imploró el fantasma—. ¿Qué sucedió?

            Peter no estaba dispuesto a sacarle a Elena respuestas que ella no quería darle.

            —¿Puedes contarme qué le pasó a Fermín?

            —Murió en la guerra. Su avión fue derribado en China. Habían asignado a su escuadrón la protección de los aviones de carga que sobrevolaban el Montículo y fueron atacados. —Tenía los hombros caídos y parecía cansada—. Posteriormente recibí la carta de un desconocido, un piloto del Montículo. Pilotaba uno de esos aviones barrigudos que transportan tropas y suministros.

            —Un C-46 —murmuró el fantasma.

            —Me escribía para decirme que Fermín había muerto de manera heroica, que había derribado dos aviones enemigos y contribuido a salvar la vida de los treinta y cinco hombres que iban en el avión de carga. Su caza tenía buena capacidad de maniobra, pero los japoneses eran más ligeros y más ágiles que nuestros P-40... —Parecía afligida y estaba temblorosa; jugueteaba distraídamente con la manta.

            Peter se inclinó hacia ella para cogerle las manos y darle calor.

            —¿Quién te escribió la carta? —le preguntó, aunque ya creía saber la respuesta.

            —Gus Espósito. Me mandó un trozo de tela que había llevado cosido Fermín en su cazadora.

            —¿Una blood chit?

            —Sí. Le escribí para darle las gracias. Nos estuvimos carteando durante dos años, simplemente por amistad. Pero Gus me escribió que, si volvía a casa, quería casarse conmigo.

            —¡Por supuesto! —dijo el fantasma. La atmósfera hervía de celos.

            —¿Y le aceptaste? —le preguntó Peter a Elena.

            Ella asintió con un gesto.

            —Supongo que pensé que, si no podía tener a Fermín, daba igual con quién me casara, y Gus escribía unas cartas muy bonitas. Luego su avión fue derribado. ¡Aquello me recordó tanto la pérdida de Fermín! Cuando me enteré de que Gus había sobrevivido sentí un tremendo alivio. Tenía una herida en la cabeza... Lo operaron para sacarle la metralla y lo mandaron de vuelta a Estados Unidos con una baja médica. Cuando salió del hospital me casé con él... pero hubo problemas.

            —¿Qué clase de problemas?

            —Tenían que ver con la herida de la cabeza. Le cambió la personalidad. Se volvió apático. Seguía siendo inteligente, pero carecía de emociones. Todo lo dejaba indiferente. Era como un robot. Su familia decía que no era el mismo.

            —He oído que ciertas heridas en el cerebro causan eso —dijo Peter.

            —Nunca mejoró. Nunca se preocupó verdaderamente de nada. Ni siquiera de nuestro hijo. —Se le cerraban los párpados como a un crío agotado, así que apartó las manos de Peter y se arrellanó en el sofá—. Fue un error. Pobre Gus. Ahora necesito descansar.

            —¿Te llevo a tu habitación? —le preguntó Peter.

            Ella sacudió la cabeza, negando.

            —Me gusta estar aquí.

            Él se levantó y se agachó para ponerle los pies en el taburete.

            —Peter —dijo Elena mientras él le ponía bien la manta y la cubría hasta los hombros con ella.

            —¿Sí?

            —Deja que él te ayude —le susurró, cerrando los ojos—. Por su bien.

            Peter sacudió levemente la cabeza, perplejo.

            El fantasma parecía conmocionado.

            —¡Dios mío, Elena! —dijo.

            Oyendo que un coche aparcaba, Peter salió de la casa. Era Lali, que volvía de la tienda de comestibles. Salió del vehículo y abrió el maletero para sacar un par de bolsas de lona llenas de comida.

            —Deja que las lleve —dijo Peter, acercándosele.

            Lali se sobresaltó al oírle y lo miró, sorprendida.

            —¡Hola! —exclamó alegremente. Estaba muy nerviosa, pálida y con los ojos cansados—. ¿Qué tal la boda?

            —Estuvo bien. —Le cogió las bolsas—. Tú cómo estás.

            —Estupendamente —repuso ella con excesiva precipitación.

            Peter dejó las bolsas en el suelo y obligó a Lali a mirarlo. Ella estaba a un paso, respirando agitadamente, tensa y con los músculos agarrotados.

            —He oído que Elena les ha dado trabajo este fin de semana —le dijo sin rodeos.

            Lali rehuyó su mirada.

            —Bueno, hemos tenido una mala racha, pero ahora todo va bien.

            Peter se dio cuenta de que no podía aguantar que se cerrara a él. Le puso las manos en las caderas.

            —Háblame.

            Lali se lo quedó mirando, aturullada. En el silencio, la atrajo hacia así poco a poco. Ella jadeó nerviosa, perdiendo la compostura. La abrazó y la rodeó con todo su calor y toda su fuerza. Estaban hechos el uno para el otro y Lali tenía la cabeza apoyada en el hueco de su cuello y su hombro.

            Peter le pasó la mano por el pelo, acariciándole con suavidad los rizos rubios.

            —¿Qué le hizo Elena a tu ordenador?

            Lali habló contra su hombro.

            —Aumentó tanto el tamaño que los iconos eran enormes y no puedo cerrar la lupa. Y no sé cómo pero hizo tantas copias de la barra de tareas que ahora tengo por lo menos ocho y no consigo eliminarlas. Para remate, se las arregló para dejar el escritorio patas arriba.

            —Yo puedo arreglártelo.

            —Creía que el genio de la informática era Gastón.

            —Créeme: nunca dejes que Gastón se acerque a tu ordenador. Cuando se vaya habrá cambiado todas las contraseñas, entrado ilegalmente en la red del Departamento de Defensa y activado el bluetooth de todo lo habido y por haber, hasta el punto de que no podrás usar la tostadora porque no es visible para otros dispositivos. —Notó la sonrisa de Lali en el cuello. Le retiró el pelo y le susurró al oído—: No te hace falta un genio, solo necesitas a un tío capaz de resolver los problemas.

            —Estás contratado —dijo ella, con la cara todavía enterrada en su hombro.

            Le besó el pelo.

            —¿Qué más puedo hacer?

            —Nada. —Sin embargo, lo había rodeado con los brazos.

            —Piensa en algo —insistió él.

            —Bueno... —Tenía la voz llorosa—. Esta mañana he llamado a mi padre para decirle que si va a venir a vernos será mejor que lo haga pronto o Elena ya no se acordará de él cuando aparezca.

            —¿Qué te ha dicho? —Notando que volvía a envararse, Peter empezó a acariciarle la espalda.

            —Vendrá este fin de semana con su novia, Phyllis. Se alojarán en la posada. No le hace demasiada gracia, pero lo hará. Voy a preparar una cena especial para ellos, Upsie, Mery y... —Dejó de hablar cuando le bajó la mano por la espalda, masajeándosela en pequeños círculos.

            —¿Quieres que yo esté? —le dijo con dulzura.

            —Sí.

            —Esta bien.

            —¿De veras?

            —Estaré encantado.

            —Estoy tan contenta de que... —Calló y se agarró a su camisa.

            Él inmediatamente dejó de mover la mano.

            —¿Te he hecho daño?

            Lali lo miró con las pupilas dilatadas y las mejillas encendidas. Negó despacio con la cabeza, como hipnotizada.

            El deseo lo golpeó cuando se dio cuenta de que ella se había excitado por su modo de tocarla. Por un instante no pudo pensar en otra cosa que en su cuerpo desnudo atrapado bajo el suyo como una flor prensada entre las páginas de un libro.

            —Hay otra cosa que necesito que hagas por mí —le dijo Lali, y su voz fue un verdadero reclamo sexual.

            Peter no podía soltarla. Tuvo que levantar dedo tras dedo para apartar las manos de su espalda.


            —Ya hablaremos luego de eso —dijo bruscamente, y la llevó dentro. 

Continuará...

+10 :)

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