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martes, 5 de mayo de 2015

Capítulo - 18



—Mariana, no sabes lo duro que está siendo esto para papá. Ayer apenas le dirigiste la palabra y anteayer tampoco. ¿Por qué no le hablas? No sabes el daño que le estás haciendo.

Lali lanzó a Stéfano una mirada de rebeldía. Estaban paseando cerca de la caseta de ahumado y daban patadas a las virutas de madera que había por el suelo.

—Tú no sabes el daño que él me ha hecho a mí, Stéfano. ¿Qué harías si te ordenara que no vieras a alguno de tus amigos? Por ejemplo, a esa chica castaña que te gusta ir a ver de vez en cuando, Jeannie no sé qué.

—Janie.

—Eso. ¿Qué harías si te prohibiera volver a verla?

Stéfano era un auténtico diplomático.

—Supongo que le haría caso. Si creyera en sus razones.

—¡Ya! Pero tú, como yo, no creerías en sus razones, de modo que querrías seguir viéndola y te enfadarías con papá por ser tan dominante.

Stéfano realizó una mueca.

—Sí, pero yo no podría estar enfadado con él tanto tiempo como tú. Papá y tú son los únicos en guardar rencor, pero yo no le encuentro sentido a enfadarse por algo que no puedes cambiar.

—Tienes razón, no tiene ningún sentido —concedió Lali en tono grave—, pero yo nunca he sido tan buena como tú y no puedo evitar estar enfadada.

Desde la pelea, Lali había rehuido a Nicolás y, cada vez que pensaba en la posibilidad de perdonarlo, encontraba en su interior una dureza insospechada. Hasta entonces, Nicolás le había permitido hacer y decir casi todo lo que ella quería y constituyó una sorpresa que cambiara y recortara su libertad de aquella manera tratándola como un objeto que estaba fuera de lugar. No se podía conceder a alguien libertad absoluta para después tirar de las riendas de golpe.

Como cualquier hija enfadada con uno de sus padres, Lali buscó el afecto y el apoyo del otro. Emilia, con gran sabiduría, evitó criticar a Lali o a Nicolás y no tomó partido a favor de uno y en contra del otro, sino que ofreció su consuelo a ambos en privado. Ella sabía que tanto uno como otro eran demasiado tozudos para comprender el punto de vista del otro. De modo que Lali y Nicolás apenas se hablaban.

Aunque la pelea con Nicolás la había alterado mucho, Lali procuraba no hablar de esta cuestión, sobre todo con Peter. Cada vez que lo miraba y recordaba cómo había llorado en sus brazos, se sentía muy avergonzada. ¿Qué pensaba él de ella ahora? Peter no comentó nada al respecto. La ternura que mostró aquella noche había desaparecido y había vuelto a adoptar su habitual actitud burlona hacia ella. A veces la miraba como si se estuviera riendo en silencio por la recién descubierta timidez de ella y su mirada ponía a Lali de los nervios. En esos momentos, Lali esperaba que él realizara algún comentario burlón hacia ella, pero él nunca decía nada. ¡Por Dios, qué detestable era!

Lali buscó consuelo a su ego herido en la compañía de Emilia, quien siempre se mostraba amable y tranquila. Todo lo que hacía transmitía armonía, una armonía que no era aprendida, sino que procedía de su interior. Candela era como ella. Las dos eran del tipo de mujer que nunca permitiría que el mundo la cambiara. Lali era consciente de que ella no se parecía en nada a Emilia y a Candela. Ella siempre estaba inquieta y en continuo cambio. Siempre deseaba algo y experimentaba resentimiento cuando no lo conseguía. Lali comprendía lo que Nicolás había intentado explicarle anteriormente.

«Ningún miembro de la familia podría continuar la obra de Nicolás después de su asesinato —pensó Lali con aire taciturno—. No me extraña que el rancho desapareciera después de su muerte. Todos funcionan bien cuando el entorno es seguro y confortable y está organizado, pero si ocurriera un desastre, necesitarían que alguien resolviera la situación. Ser dulce y amable es algo bueno, pero, a veces, uno no puede ser dulce y amable si no quiere que el mundo lo aplaste.»

Una semana después de que Nicolás le prohibiera a Lali que se viera con Benjamín, la familia se dispuso a viajar cien kilómetros para asistir a la boda de Harlan, el hermano menor de Benjamín, con Ruth Fanin, la hija de un ranchero adinerado. El Sunrise y el Double Bar acordaron, de una forma tácita, arrinconar sus diferencias durante unos días. A todos les encantaban las bodas, pues les ofrecían la oportunidad de reencontrarse con viejos conocidos, intercambiar historias, beber con holgura y bailar hasta que les dolían los pies. Los vaqueros de los distintos ranchos comían juntos, charlaban de trabajo y salarios, disfrutaban de la bebida gratis y sacaban tanto provecho como les era posible de la hospitalidad del anfitrión. Y a todos los rancheros de Tejas les encantaba hacer alarde de lo que ellos consideraban su legendaria hospitalidad.

En aquellas celebraciones, siempre había más hombres que mujeres, lo que significaba que las atenciones de éstas eran requeridas constantemente. Lali se sentía inquieta por tener que asistir a la boda. ¿Qué haría cuando se encontrara con personas que esperaban que ella las reconociera y no fuera así? Sin embargo, al mismo tiempo, se sentía excitada. Hacía mucho tiempo que no acudía a un baile y deseaba escuchar música y verse rodeada de gente en actitud festiva.

El día antes de la salida, Emilia entró en el dormitorio de Lali para ayudarla a empacar sus cosas y la encontró junto a un montón de vestidos. Lali llevaba una hora probándose vestidos y ninguno le gustaba, hasta el punto de que sintió la necesidad de prenderle fuego a toda su ropa.

—Si sirviera de algo, me echaría a llorar —declaró Lali con frustración.

Emilia la observó con dulzura e interés.

—Cariño, estás acalorada, ¿qué te ha alterado tanto?

—Esto. —Con un movimiento de la mano, Lali señaló el montón de vestidos—. Intento encontrar algo para el baile que se celebrará después de la boda, pero todo lo que tengo es rosa y lo odio. Prácticamente todo lo que llevo puesto de la mañana a la noche es rosa y estoy harta de este color.

—Intenté convencerte de que escogieras otros colores cuando confeccionaron tus vestidos, pero tú insististe en que fueran todos de color rosa. ¿Recuerdas lo pesada que te pusiste?

—Debía de estar muerta del cuello para arriba —declaró Lali con pasión—. ¿Puedes decirme por qué lo quise todo en rosa?

—Según creo, Benjamín había dicho que era el color que más te favorecía —contestó Emilia con calma.

—¡Estupendo, ahora ni siquiera puedo verlo y tengo que aguantarme con un armario lleno de vestidos de color rosa!

Aunque lo intentó, Emilia no pudo contener una sonrisa.

—Hija, el rosa te sienta muy bien...

—No, ni lo intentes —declaró Lali, y una sonrisa asomó a sus labios a pesar de lo exasperada que se sentía—. Estoy inconsolable.

Emilia chasqueó la lengua con simpatía y se puso a ordenar los vestidos que había encima de la cama.

—Encontraremos una solución, cariño. Dame un minuto.

Lali se tranquilizó mientras ayudaba a Emilia a poner orden en la habitación. Había algo mágico en el efecto que Emilia producía en ella, algo relajante y maravilloso en su olor a vainilla, en el brillo de su pelo rubio y cuidadosamente peinado, en la eficiencia y elegancia de sus manos blancas y delgadas. Emilia se había adjudicado la tarea de consolar y tranquilizar, de organizar y ordenar, de mantener la casa y a todos sus ocupantes en perfecta armonía. Lali sabía que ella no era tan paciente como Emilia, y tampoco estaba segura de querer serlo, pero aun así, valoraba esta cualidad en ella.

—Veamos si podemos encontrar algo para ti en mi armario.

—¿Estás segura? —Lali la miró con sorpresa—. Bueno, la verdad es que tenemos casi la misma talla, aunque tu cintura es más estrecha.

—Me he fijado en que, últimamente, no te aprietas tanto el corsé como antes. Quería hablar contigo de esta cuestión, Mariana.

Lali frunció el ceño. Ella siempre había tenido una buena figura, pero esto era cuando las mujeres no utilizaban corsé.

—Si me lo aprieto más, no puedo respirar.

—Claro que puedes —contestó Emilia—. Antes podías.

—He cambiado, mamá, de verdad que he cambiado.

—Quizá te parezca incómodo a veces, pero no resulta elegante que se te vea la cintura tan ancha, cariño. Además, no es bueno para tu espalda no tener sujeción.

—Intentaré apretármelo más —murmuró Lali, aunque sabía que, si lo hacía, se desmayaría.

A Emilia se le iluminó la cara.

—¡Ésta es mi chica! Sólo quiero que seas la joven más guapa del baile. Y lo serás. Te daré aquel vestido azul verdoso que nunca me he puesto.

—¡Oh, yo no puedo aceptar algo que tú nunca...!

—He decidido que es demasiado juvenil para mí. Será perfecto para ti. Ven a probártelo.

Lali la siguió a lo largo del pasillo hasta su dormitorio. Emilia y Nicolás dormían en habitaciones separadas para no tener más hijos. Cuando se enteró, Lali le preguntó a Candela acerca de esta cuestión, pues no podía creer que un hombre tan potente como Nicolás no estuviera con una mujer durante el resto de su vida. Candela enrojeció levemente.

—Supongo que debe de visitar a alguna mujer de vez en cuando —respondió Candela.

A Lali aquella idea le extrañó.

—¡Qué raro, creía que mamá y papá todavía se querían!

—Claro que se quieren. Aunque papá se acueste con otra mujer, quiere a mamá como siempre.

—Pero el hecho de que no compartan la cama...

—En realidad, no significa nada. Él puede amar a mamá con todo su corazón aunque físicamente ame a otra mujer.

—No, no puede —replicó Lali con el ceño fruncido.

La fidelidad no era algo en lo que se pudiera transigir.

—¿Por qué no?

—¡Porque no puede!

Lali se acordó de aquella conversación, contempló el dormitorio inmaculado y de colores blanco y amarillo de Emilia y la observó mientras hurgaba entre los vestidos que había en el armario.

—Mamá —declaró con cautela—, ¿Si dos personas van a casarse, crees que es importante que sientan pasión la una por la otra?

Emilia se volvió, sorprendida, y entonces sonrió.

—¡Santo cielo, a veces eres más directa que tu mismo padre! ¿Qué te ha hecho pensar en esta pregunta?

—Sólo pensaba en el matrimonio y en el amor.

—Los dos deben ir unidos. Es importante amar al hombre con el que te vas a casar. Pero todavía es más importante que tus intereses sean compatibles con los de él. En cuanto a la pasión, no es tan necesaria como tú crees. Con el tiempo, la pasión desaparece, mientras que el amor siempre estará ahí, igual que la compatibilidad. ¿Esto contesta a tu pregunta?

—En parte —respondió Lali en actitud un tanto reflexiva—. Tú crees que la pasión es mala, ¿no?

—En cierto sentido sí. Ciega a las personas y éstas no ven lo que hay de verdad en su corazón. Se dejan influir más por la pasión que por la razón y esto es malo. La pasión es una emoción vacía.

Lali no estaba de acuerdo con Emilia, pero prefirió callar a discutir con ella. Ante el silencio de Lali, Emilia se volvió hacia el armario y, al final, encontró el vestido que estaba buscando.

—¡Es el vestido más bonito que he visto en mi vida! —exclamó Lali mientras tocaba uno de los pliegues de la tela con veneración.

El vestido resplandecía y brillaba a la luz del sol. Tenía el cuello en forma de corazón, mangas con volantes que llegaban hasta los codos y una falda plisada y adornada con tela de gasa y un estampado de flores. Lali no podía esperar a probárselo.

—Si te gusta, es tuyo.

—¡Me encanta! —exclamó Lali con entusiasmo.

Las dos se echaron a reír y, a continuación, Lali cogió el vestido, se acercó al espejo y lo sostuvo sobre su cuerpo.

—Te quedará precioso, con tu pelo castaño y tus bonitos ojos marrones —comentó Emilia con el rostro radiante.

—¿Por qué estás tan contenta? —pregunto Lali mientras reía—. Soy yo quien se va a quedar con el vestido.

Emilia se acercó a Lali y le dio un breve abrazo por la espalda.

—Yo soy tu madre. Siempre me siento feliz cuando tú lo eres. ¿No te lo había dicho ya antes?

Lali contempló la cara de ambas en el espejo y una extraña sensación recorrió su cuerpo. Durante una fracción de segundo, vio a una niña posando frente a aquel mismo espejo y vestida con ropa elegante que había cogido del armario de Emilia. La imagen desapareció enseguida y Lali se echó a temblar.

—Sí, sí que me lo habías dicho —murmuró Lali.

—Mariana, ¿qué te pasa?

Lali se volvió hacia Emilia con lentitud y algo en su interior encajó en su lugar, como la pieza perdida de un rompecabezas. De repente, Emilia le pareció muy familiar y la percibió de una forma distinta a como la percibía antes. A Lali le sorprendió el cariño que le inspiraba su rostro y el amor que se había apoderado de su corazón en un instante. La expresión preocupada de Emilia atrajo a la mente de Lali otra imagen, ésta mucho más nítida que la anterior. Lali se vio a sí misma cuando era niña. Llorosa y con sentimiento de culpa esperaba, ansiosa, el perdón de Emilia. «Mamá, lo siento. Lo siento muchísimo...»

—Acabo de acordarme de algo —declaró Lali con voz ronca y mirada distante—Hace mucho tiempo cogí algo tuyo sin pedirte permiso. Era una pulsera de oro, ¿verdad? Y... la perdí.

—Aquello ya está olvidado.

—Pero sucedió —insistió Lali.

—Sí, pero ahora no es importante.

«Pero sucedió.»

Aquel recuerdo fue suficiente para que Lali creyera en aquella realidad.

«Seguro que soy su hija. Emilia es mi madre. Lo sé.»

Los ojos le escocieron y Lali se los secó con frenesí. Intentó hablar y la garganta le dolió.

«¡He deseado tenerte durante tantos años! Aunque nunca albergué esperanzas. No tenía ninguna razón para tenerlas.»

Emilia alargó los brazos hacia Lali y la abrazó con expresión confundida.

—¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?

Lali apoyó la cabeza en su suave hombro mientras temblaba de emoción.


—Nada. Nada en absoluto, mamá.

Continuará...

Perdón por subir a esta hora, cero tiempo hoy.
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