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miércoles, 27 de mayo de 2015

Cap / 43



            Lali entró en la habitación y se puso a mimar a su abuela, haciéndole preguntas con preocupación y persuadiéndola para que tomara un sorbo de agua. Mientras se marchaba, Peter oyó que Elena decía, con cierta irritación.

            —Déjame dormir, Lali. Yo también te quiero. Déjame descansar —oyó Peter que le decía Elena con cierta irritación.

            Cuando por fin Lali apagó la luz y salió de la habitación, Fermín fue a tumbarse en silencio junto a Elena.

            —Te deseaba —le susurró ella al cabo de un momento—. No pude encontrarte.

            —Nunca volveré a dejarte —le dijo Fermín. No sabía si podía oírlo, pero notó que se relajaba e iba hundiéndose en el sueño.

            Un susurro quejumbroso:

            —No recuerdo nada.

            —No tienes por qué —repuso Fermín, sonriéndole en la oscuridad—. Esta noche he encontrado todos tus recuerdos y los mantendré a buen recaudo para ti... están esperando dentro de mí como un latido del corazón y te los entregaré cuando llegue el momento.

            —Pronto —susurró ella, volviéndose hacia él con un suspiro de alivio.

            —Sí, cariño... muy pronto.


            Lali le indicó por gestos a Peter que la siguiera y lo llevó hacia su habitación, con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas.

            Él la miraba tremendamente preocupado.

            —¿Qué pasa?

            —Estaba tan asustada... —dijo con voz llorosa, secándose las lágrimas con la manga de la bata.

            —Lo sé. Siento haber empujado de esa forma a Elena, pero parece que ahora está bien...

            —Me refiero a por ti. —Fue al aseo, cogió un pañuelo de papel y se sonó ruidosamente. Le temblaba la barbilla cuando continuó—: He visto cómo te atropellaba ese coche...

            —De refilón.

            —Te ha dado de lleno. —Se le escapó un hipido—. Y estabas tirado en el suelo, destrozado. He creído que estabas... —Calló y tragó con dificultad porque el llanto la acosaba. Nunca se sobrepondría de haberlo visto inconsciente en la carretera. El miedo seguía atenazándola. Le tocó el hombro con una mano temblorosa, solo para asegurarse de que realmente estaba allí, de que estaba vivo.

            Peter le cogió las manos y se las llevó al pecho para que notara el fuerte latido de su corazón.

            —Lali, tengo muchas cosas que contarte. Tardaré toda la noche en hacerlo. Un año. No... la vida entera.

            —Tarda todo lo que quieras. —Se sorbió los mocos—. No voy a irme a ninguna parte.

            Peter la abrazó fuerte, dándole consuelo. Fue un abrazo intenso, vital.

            Se quedó callado un buen rato, porque comprendía que a Lali le hacía falta notar su presencia, y allí se quedó ella, con la cabeza contra su pecho, aspirando el aroma de polvo, alquitrán y aire nocturno. Luego él le apartó el pelo de la cara y la besó suavemente en la mejilla.

            —Cuando me dijiste que me amabas —le dijo bajito—, me asusté, porque sabía que cuando una mujer como tú dice eso, quiere decirlo... todo. Matrimonio, una casa con columpio en el porche, niños...

            —Sí.

            Le pasó la mano por el pelo y le sostuvo la cabeza hacia atrás para mirarla a los ojos con intensidad. No quería que dudara de lo que iba a decirle.

            —Yo quiero lo mismo.

            Hasta aquel momento Lali había estado temblando de nervios y de miedo, pero se puso a temblar de un modo distinto al entender a qué se refería él.

            La besó en la boca. Fue un beso prolongado que duró hasta que se le aflojaron las rodillas.

            —Vamos a hacer las cosas a tu ritmo —le dijo—. Tan rápido o tan despacio como quieras.

            —No quiero esperar —le dijo ella, aferrándose a su espalda, cálida y fuerte—. No quiero volver a pasar una noche sin ti. Quiero que te vengas a vivir conmigo ahora mismo y que nos comprometamos y que fijemos la fecha de la boda y... —Calló y lo miró avergonzada—. ¿Estoy yendo demasiado rápido?

            Peter rio bajito.

            —Puedo seguirte el ritmo —le aseguró. Y se la llevó a la cama.


            Peter se despertó bañado por la luz matutina. Se quedó tendido sin moverse, disfrutando de la sensación de despertarse en la cama de Lali, con la cabeza semienterrada en las almohadas que olían a lavanda. Pasó un brazo por encima de las sábanas blancas, buscándola, pero no encontró más que un espacio vacío.

            —Lali está en la cocina —oyó que le decía Fermín.

            Abrió los ojos y tardó en reaccionar. Fermín no estaba solo. Había una joven delgada a su lado. Ambos iban de la mano. Ella llevaba el pelo ondulado y con la raya a un lado. Tenía una cara un poco angulosa pero bonita, de mirada inteligente.

            Peter se sentó despacio, cubriéndose hasta la cintura con la sábana.

            —Buenos días —dijo, aturdido.

            La joven le sonrió con su habitual picardía. Era más que desconcertante ver la sonrisa de Elena en aquella versión tan joven de sí misma.

            —Buenos días, Peter.

            Él los miró a ambos. La felicidad iluminaba el aire, la emoción convertida en luz. Fermín, en lugar de su sombría soledad, tenía chispitas en los ojos llenos de vitalidad.

            —¿Todo está bien, entonces? —Peter los miraba inquisitivamente.

            —Magnífico —dijo Elena—. Todo es como debe ser.

            Fermín la miró antes de dirigirse a Peter.

            —Venimos a despedirnos. Debemos irnos a un lugar.

            —¿En serio? —Le chocaba el hecho de que el fantasma lo dejara en paz por fin. Ambos serían libres. Lo que Peter no esperaba era que la perspectiva lo entristeciera—. Nunca me he alegrado tanto de librarme de alguien —pudo decir.

            Fermín sonrió.

            —Yo también te echaré de menos.

            Peter necesitaba decir algunas cosas... «Nunca te olvidaré ni olvidaré tu detestable manera de cantar y de hacer comentarios de listillo, ni cómo me has salvado la vida. Te has convertido en el amigo que nunca supe que me hacía falta y me hiciste comprender que lo peor no es morir, sino hacerlo sin haber amado a nadie.» Sin embargo, parecía que no iban a tener tiempo ni ocasión para hablar. Además, por la manera en que Fermín lo miraba, vio que sabía todo aquello y mucho más.

            —¿Volveremos a vernos? —le preguntó.

            —Sí —dijo Fermín—, pero no de momento. Lali y tú tienen una larga vida por delante. Tienen que formar una familia... Tendrán dos hijos y tres hijas, y uno de ellos llegará a ser...

            Elena lo interrumpió.

            —Peter, haz como si no hubieras oído ni una palabra de todo esto. —Se volvió hacia Fermín y chasqueó la lengua, reprendiéndolo—. Siempre metiendo la pata. Sabes que no deberías haberle dicho nada.

            —Tu trabajo es tenerme a raya —repuso Fermín.

            —No estoy segura de que nadie sea capaz. Eres un caso perdido.

            Fermín bajó la frente hacia la de ella.

            —Tú sí —murmuró.

            Se quedaron callados un momento. El placer que sentían de estar juntos casi podía tocarse.

            —Vámonos —le susurró Fermín—. Tenemos que recuperar el tiempo perdido.

            —Sesenta y siete años más o menos —dijo Elena.

            Fermín le sonrió, mirándola a los ojos.

            —Entonces será mejor que empecemos. —Le pasó un brazo por los hombros y la llevó hacia la puerta. Ambos se detuvieron en el umbral y se volvieron para mirar a Peter.

            Los vio borrosos por las lágrimas y tuvo que aclararse la garganta para poder hablar.

            —Gracias por todo.

            El otro hombre le sonrió comprensivo.

            —Los dos estábamos equivocados, Peter. El amor es duradero. De hecho, es la única cosa duradera que existe.

            —Cuida de Lali —le pidió Elena con dulzura.

            —La haré feliz —le dijo Peter con la voz áspera—. Lo juro.

            —Sé que la harás feliz. —Le sostuvo la mirada con afecto—. Practica el foxtrot —le dijo finalmente, y le guiñó un ojo.

            Al instante siguiente se habían ido.

            Peter se enfundó los vaqueros y fue descalzo a la cocina. La cafetera estaba al fuego pero no se veía a Lali por ninguna parte.

            La puerta de la habitación de Elena estaba abierta de par en par y Peter comprendió que había ido a ver cómo estaba su abuela. Encontró a Lali sentada al borde de la cama, con la cabeza inclinada. Aunque no le veía la cara, se dio cuenta de que las lágrimas le caían en el regazo.

            —Peter... La abuela... —Tenía la voz estrangulada.

            —Lo sé, cariño. —Ella se echó en sus brazos y él murmuró contra su pelo que la quería, que siempre estaría a su lado. Lali enterró la cara en su pecho, sollozando, hasta que por fin dejó de llorar.

            Al cabo de un rato, Peter sacó a Lali de la habitación y cerró la puerta.

            —Ahora es feliz —le dijo, sin dejar de abrazarla—. Quería que te lo dijera.

            —¿Estás seguro? —le preguntó ella, desconcertada.

            —Segurísimo —repuso él, categórico—. Está con Fermín.

            Lali caviló un momento sobre aquello.

            —No sé nada de Fermín. —Se secó una lágrima que le quedaba en la mejilla—. No sé si me gusta la idea de que se haya ido con un desconocido para mí.

            Peter le sonrió.

            —Puedo contarte un par de cosas sobre él...

Continuará...

+10 :') 
se acaba se acaba!! se viene el epílogo...

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