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viernes, 8 de mayo de 2015

Capítulo - 32



Lali gimió mientras dormía y se revolvió entre las sábanas flotando en un mundo infernal de sueños, ¿o era de recuerdos?, en los que se veía a sí misma en escenas que le resultaban familiares. Lali vio su propia cara, la misma de siempre, pero, al mismo tiempo, aterradoramente diferente. La voz, el cuerpo, incluso el pelo eran los de ella, pero el matiz, la resonancia, la textura de la imagen era distinta, distorsionada. ¿Por qué su mirada era tan fría, y su expresión tan vacía?
Benjamín y ella estaban sentados en el balancín del porche y hablaban en susurros conspiratorios, tocándose con discreción y absortos el uno en el otro. El cielo nocturno los cubría de sombras y ellos permanecían muy cerca el uno del otro, sintiéndose cómodos en la oscuridad. Llevaban allí mucho tiempo, unidos cada vez más en una comunión secreta, hasta que traspasaron la barrera de lo prohibido. Y planearon lo que nunca deberían haber planeado.

—Tenemos que hacerlo pronto —susurró Mariana. Se acurrucó más cerca de él y clavó en él su mirada oscura y felina—. Está esperando a un abogado que vendrá del Este.

—Tú no tendrás que hacer nada. Yo me encargaré de todo. Sólo dame un nombre.

—Tengo que pensarlo— respondió Mariana mientras reflexionaba en silencio.

Tenía que escoger al hombre adecuado, a alguien astuto y sin conciencia.

—Mariana, si te preocupa el resto de tu familia...

—Todos estaremos mejor así.

Una dura sonrisa curvó sus labios.

—¿Has pensado en cómo te sentirás después?

—No me importa. ¿Por qué debería importarme? Si él se preocupara por mí, no cambiaría su testamento. Si lo cambia, todo quedará en manos de su sucesor durante años y yo no obtendré nada hasta que sea una anciana. —Mariana percibió sorpresa e incluso cierto miedo en la expresión de Benjamín a causa de su crueldad e intentó tranquilizarlo—. Él sólo se preocupa por Peter Lanzani. No quiere que yo sea feliz. Yo nunca he sido feliz, pero contigo será diferente, ¿verdad, Benjamín? —Mariana deslizó el dedo por la parte frontal de la camisa de Benjamín y lo introdujo en la cinturilla de su pantalón. Con lentitud, acarició el abdomen tenso de Benjamín con los nudillos de su mano—. Seremos felices juntos —declaró Mariana, y Benjamín suspiró con ansia.

—¡Oh, sí! ¡Sí! Sólo dame un nombre de alguien de aquí. Será lo mejor. Yo me encargaré del resto.
Mariana lo miró con los ojos entrecerrados y en actitud reflexiva. A continuación, se inclinó hacia él y susurró algo en su oído.

¡Oh, Dios! ¿Cuál era el nombre?

¿Qué le había dicho a Benjamín?

Lali abrió los ojos de una forma repentina y se pasó la mano por la húmeda frente. Estaba empapada en un sudor frío. Permaneció rígida e inmóvil en la cama, intentando no pensar, con los ojos cerrados y los párpados temblorosos. Durante un largo rato no se movió, cubierta de sudor.

Ahora lo sabía con certeza. «Yo los traicioné a todos. Yo ayudé a planearlo.» Ella quiso que Nicolás muriera. Ella conspiró su asesinato con los Amadeo. Una vez muerto Nicolás, ella heredaría su dinero y los Amadeo se quedarían con el rancho, derribarían la valla, la familia se disgregaría y el legado de Nicolás Espósito se rompería en pedazos. Tenía que encontrar la manera de rectificar sus actos. Pero ¿cómo? Los pensamientos le atenazaban el cerebro, hasta que al final le dolió la cabeza. Quería beber algo, tomar un buen trago de algo que la liberara de su tormento. Pero ¿lo deseaba tanto como para bajar a hurtadillas a la planta de abajo a buscarlo? Lali no podía decidirse, de modo que permaneció en la cama esperando que algún impulso la llevara a actuar.

Después de un tiempo, oyó que la puerta del dormitorio se abría y se cerraba con suavidad, aunque el ruido era vagamente irreal. Lali siguió con los ojos cerrados, temiendo descubrir si se trataba o no de otro sueño. Unos pasos silenciosos. Un movimiento en la oscuridad. El crujido de una tela de algodón. El roce de unos tejanos. Después reinó el silencio, salvo por su respiración entrecortada. El colchón cedió bajo el peso del cuerpo de un hombre. Unas piernas musculosas se deslizaron junto a las de ella y un cuerpo se inclinó sobre ella envolviéndola en su calor. Lali contuvo un sollozo, levantó los brazos y tiró de él hacia ella. Acogiendo la acometida de su boca, Lali respondió con frenesí a su beso. Lo necesitaba, ansiaba tenerlo.

La cálida fragancia de Peter la envolvió y Lali la inhaló con voracidad, entretejiendo sus dedos con su cabello y alentándolo a que la besara con más ímpetu. El deslizó las manos sobre los pechos de Lali, acariciando sus pezones y pellizcándolos hasta que ella gimió de placer. Lali se mordió el labio y amoldó su cuerpo al de él mientras sus pechos se aplastaban contra el cuerpo de Peter.

Peter se estremeció y giró sobre sí mismo llevando a Lali con él. El pelo de ella caía como una cascada de hilos de seda, acariciando el cuello, la cara y los hombros de Peter. Sus labios se unieron en unos besos interminables, tiernos y agresivos a la vez. Peter buscó con delicadeza el sabor más profundo de Lali y ella creyó morir de placer.

Lali deslizó las manos por el cuerpo de Peter y se maravilló al sentir la amplitud de sus hombros, el enjuto contorno de su cintura, la poderosa musculatura de sus muslos. Las yemas de sus dedos se desplazaron por la tersa piel de sus caderas y la respiración de Peter cambió, se volvió más profunda, y se detuvo cuando ella acopló la palma de su mano a su miembro duro y palpitante. Lali lo acarició como lo había hecho la noche anterior, con un movimiento suave pero firme, y Peter jadeó, deslizó las manos entre sus cabellos y apretó la cabeza de Lali contra la de él mientras la besaba con fervor.

Peter la cogió por las nalgas y tiró de ella hacia arriba deslizándola a lo largo de su cuerpo. Los labios de Peter encontraron el pezón de uno de los pechos de Lali y lo succionaron hasta el fondo de su boca. Hasta el menor de sus nervios fue inspeccionado por la superficie granulosa de la lengua de Peter. Lali le rodeó el cuello con los brazos, inclinó la cabeza y frotó su mejilla contra el pelo de Peter.

El aliento de Peter ardió junto a la oreja de Lali. El la cogió por las caderas y tiró de ella hasta que quedó en cuclillas encima de él.

—Condúceme dentro de ti.

Lali no estaba acostumbrada a llevar las riendas y titubeó antes de guiar al miembro de Peter hasta su hogar. Lali cerró los ojos mientras Peter la penetraba. La unión de sus cuerpos se realizó en un acercamiento lento en el que se mezclaron, de una forma sensible y precisa, la ternura y la fuerza. Lali apoyó las manos en el pecho de Peter e inclinó la cabeza. Su pelo caía como una cortina de seda. Peter la cogió por las caderas y la hizo subir y bajar mientras levantaba la pelvis de una forma rítmica hacia ella. Fue como una fantasía increíble y salvaje y el placer era tan dulce que se confundía con el dolor. Lali había oído hablar acerca de las cosas que los hombres y las mujeres hacían juntos, pero nunca imaginó que ella amaría a un hombre con tanta desfachatez.

Un fuego ardiente imposible de contener se apoderó de ella, una tormenta que la sacudía por dentro y por fuera, hasta que la intensidad la hizo desfallecer y se agarró a Peter con desesperación. Tenía las piernas cansadas y le temblaban. Peter, pendiente, en todo momento del ritmo y el estado de Lali, comprendió lo que le ocurría de inmediato. Sin pronunciar una palabra, rodó sobre ella y calmó sus gemidos con sus labios mientras la penetraba una y otra vez. El cuerpo de Lali se estremeció en un éxtasis atroz que recorrió todos sus nervios. Cuando el clímax terminó, Lali siguió agarrada a Peter mientras sentía su erupción de placer.

El descenso de aquellas cimas vertiginosas fue lento. Juntos se relajaron de una forma gradual, cada uno de ellos bañado en el aroma y el sabor del otro. Lali permaneció inmóvil mientras Peter le masajeaba la espalda y sus dedos presionaban su musculatura de abajo arriba. Mientras la acariciaba, Peter susurraba palabras íntimas de halago que la hicieron ruborizarse y aquellos momentos fueron tan dichosos que Lali se desperezó como un gato feliz. La oscuridad ya no era fría, sino cálida y viva, vibrante de sensaciones que irradiaban al exterior desde su carne saciada.

En aquella oscuridad ya no acechaban las pesadillas. No había nada salvo paz.


Aunque Lali hacía lo posible por acostumbrarse, el contraste entre los días y las noches le resultaba asombroso, lo cual le ocurría cada vez que sus ojos se encontraban con los de Peter. A la hora del desayuno, le suponía un gran esfuerzo saludarlo con formalidad mientras era consciente de lo que habían estado haciendo unas horas antes. Cuando el resto de la familia se levantaba de la mesa y se dispersaba para dedicarse a las tareas diurnas, Lali acompañaba a Peter al exterior de la casa y así podía hablar un poco con él en privado.

—Peter es-espera —balbuceó Lali mientras apoyaba la mano en el brazo de él. Peter se detuvo al pie de las escaleras del porche y levantó la vista hacia ella, quien se había detenido en el penúltimo escalón—. Tengo que hablar contigo de un asunto.

—¿Ahora?

Durante todo el desayuno, Peter había llevado puesta una máscara de cortesía tan perfecta que casi constituía una burla, pero en aquellos momentos, miraba a Lali como la había mirado la noche anterior, con una sonrisa de arrogancia masculina.

—No, ahora no —respondió ella mientras daba una ojeada a su alrededor para comprobar que nadie los estuviera mirando—. Y no me mires de esta forma.

—¿Que no te mire cómo?

—Como si..., como si tú...

—¿Como si hubiera pasado la noche en tu cama?

—Sí, y no tienes por qué mostrarte tan petulante al respecto.

—Tú pareces causar este efecto en mí —respondió él con calma—. Esta mañana, casi no he podido controlar mi... petulancia.

—Cállate —exigió Lali deseando taparle la boca con la mano—. Alguien podría oírte.

Aquella mañana, a Lali se la veía ansiosa, tenía las mejillas sonrosadas y una ligera sombra bajo los ojos debida a la falta de sueño. Uno de los botones de la parte superior de su vestido estaba desabrochado, como si se hubiera vestido con prisas. Peter nunca había visto nada tan bonito como Lali Espósito allí, de pie en las escaleras, intentando regañarlo con discreción. Si no hubiera habido tantas personas a su alrededor, la habría besado.

—¿De qué quieres hablar? —preguntó Peter.

Ella suspiró levemente, se levantó un poco las faldas y volvió a subir las escaleras. No era el momento adecuado para hablar de Nicolás.

—Puede esperar.

Al percibir el tono tenso de su voz, Peter subió, también, las escaleras y le tocó el brazo.

—Lali, ¿estás bien?

Ella encogió los hombros de una forma titubeante. Peter acarició con delicadeza el hueco interior de su codo con el pulgar.

—¿Necesitas algo, cariño?

Nadie salvo Peter podía formular una simple pregunta de modo que la hiciera estremecer.

—Tengo que hablar contigo en privado.

—¿Puede esperar hasta esta noche, después de la cena?... Estupendo, entonces sonríe para que no esté todo el día preocupado. Y abróchate el botón del vestido, cariño.

Aquella noche hablaría con él acerca de Nicolás y el peligro que corría. Ella sabía el afecto que Peter sentía hacia Nicolás y no le resultaría difícil despertar su naturaleza protectora. Sin duda, podría convencerlo de que era necesario vigilarlo de cerca, sobre todo en aquellos momentos en que los conflictos entre el rancho Sunrise y el Double Bar crecían en frecuencia e intensidad.


A Lali le costaba creer que alguien pudiera entrar a hurtadillas en la casa y matar a Nicolás Espósito en su propia cama; sin embargo, ya había ocurrido una vez, y si ocurrió fue porque nadie se lo esperaba. Pero no podía volver a ocurrir. Lali sabía que ya había cambiado parte de la historia de los Espósito, pues no había desaparecido. Ya llevaba allí varias semanas, una mujer distinta a la anterior, y había hecho elecciones que la anterior Mariana Espósito nunca habría realizado. Había rechazado a Benjamín y se había enamorado de Peter. Por primera vez en su vida, formaba parte de una familia. Había encontrado un lugar al que pertenecía. Lucharía para conservar todo aquello y emplearía hasta sus últimas fuerzas para salvar a Nicolás.

Continuará...

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