BIENVENID@S - YA PODÉS DESCARGAR EL NUEVO BONUS "El Camino Del Sol" - Twitter @Fics_Laliter - Correo: Ficslaliter123@gmail.com

jueves, 21 de mayo de 2015

Cap / 16



Mientras Gastón recogía las herramientas y aspiraba el polvillo que quedaba, Peter se acercó a la mesa. El fantasma estuvo a su lado en un periquete.

            —No invadas mi espacio —le advirtió Peter entre dientes, pero el espectro no se movió.

            Una sensación de aprensión le recorrió la espalda a Peter cuando abrió el cajón y sacó el retal de fina seda, amarillenta por los años, de unos veinte por veinticinco centímetros. Tenía unas cuantas manchas y los bordes oscurecidos. La bandera nacionalista china dominaba la parte superior. Había seis columnas impresas de caracteres chinos debajo de ella.

            —¿Qué es? —meditó Peter en voz alta, su voz ahogada por el ruido de la aspiradora, a pesar de lo cual el fantasma lo oyó.

            —Es una blood chit —le respondió en voz baja pero audible.

            Aquel término no le resultaba familiar a Peter.

            —Es mía —añadió el fantasma antes de que pudiera preguntar lo que significaba.

            El fantasma recordaba algo, las emociones fluían como el humo, y Peter no podía evitar captarlas de refilón.

            «El mundo era humo y fuego y pánico. Él caía más deprisa que la gravedad por el azul del cielo y entre los blancos cirros, con la piel de metal de su aeronave cayendo en barrena como un cordón de regaliz mientras las fuerzas del cielo y el infierno tiraban de ella. Estaba sentado con las rodillas levantadas y los codos doblados, en posición fetal, la última que un piloto de combate adopta antes de morir. No era un ejercicio de entrenamiento, sino que su cuerpo sabía que estaba a punto de sufrir más dolor y más daños de los que podía soportar. Su corazón repetía las sílabas del nombre de una mujer, una y otra vez.»

            Peter sacudió la cabeza para aclararse las ideas y miró al fantasma.

            —¿Qué opinas? —oyó que le preguntaba Gastón.

            El fantasma miraba fijamente la seda que tenía en las manos Peter.

            —Daban eso a los pilotos estadounidenses que realizaban misiones sobre China —le dijo—. Por si su avión resultaba derribado. Pone lo siguiente: «Este extranjero ha venido a contribuir al esfuerzo de guerra. Los soldados y los civiles deben rescatarlo, protegerlo y proporcionarle atención médica.» Lo llevábamos en la chaqueta... algunos se lo cosían.

            Peter se oyó explicarle lo de la blood chit a Gastón con voz monótona.

            —Interesante —comentó este—. Me pregunto de quién sería. Me gustaría saber de quién era esa máquina de escribir, pero la funda no lleva nombre.

            Peter fue a coger la carta y dudó, como si estuviera a punto de poner la mano en el fuego. No quería leer lo que ponía aquel papel. Tenía la sensación de que no deberían haberlo encontrado.

            —Venga —le susurró el fantasma, con cara adusta.

            Era papel de carta y estaba quebradizo. No llevaba firma. La nota no iba dirigida a nadie.

            Te odio por todos los años que he tenido que vivir en tu ausencia. ¿Cómo puede doler tanto un corazón y seguir latiendo? ¿Cómo puedo sentirme tan mal y no morirme?

            Me he estropeado las rodillas rezando para que volvieras. Ninguna de mis oraciones ha obtenido respuesta. He intentado que alcanzaran el cielo, pero están atrapadas aquí, en la tierra, como codornices bajo la nieve helada. Intento dormir y es como si me asfixiara.

            ¿Adónde te fuiste?

            Una vez dijiste que, si no estaba contigo, no habría cielo.

            No puedo desprenderme de ti. Vuelve y llévame contigo. Vuelve.

            Peter no podía mirar al fantasma. Ya era bastante difícil permanecer al filo de lo que este sentía al estar atrapado en el nimbo de una pena peor que cualquier cosa que él hubiera experimentado jamás. Era como si le inyectaran a uno un veneno de acción lenta.

            —Me parece que esto lo escribió una mujer —oyó que decía Gastón—. Parece cosa de una mujer, ¿no crees?

            —Sí —repuso Peter a duras penas.

            —Pero ¿por qué lo escribió? Algo así se escribe a mano más bien. Me pregunto cómo moriría el tipo.

            Más oleadas de dolorosa tristeza le llegaron del fantasma. Peter tuvo que cerrar el puño para no pegarle, aunque habría sido como sacudir niebla y no habría servido en absoluto para que parara.

            —Para —le susurró con un nudo en la garganta.

            —No puedo —dijo el fantasma.

            —¿Que pare de qué? —le preguntó Gastón.

            —Perdona —se excusó Peter—. He cogido la costumbre de hablar solo. ¿Puedo llevármela?

            —Claro, yo no tengo... —Gastón se calló y lo miró de cerca—. Santo cielo. ¿Estás llorando?

            Horrorizado, Peter se dio cuenta de que tenía los ojos llorosos. Estaba a punto de gritar.

            —El polvo —consiguió decir. Le dio la espalda y añadió con voz apagada—: Voy arriba, a trabajar en la buhardilla.

            —Subo a ayudarte.

            —No, ya lo hago yo. Tú barre aquí abajo. Me hace falta estar un rato a solas.

            —Ya has pasado mucho tiempo a solas —le dijo Gastón—. A lo mejor te iría bien un poco de compañía.

            Aquello estuvo a punto de arrancarle una carcajada a Peter. «Llevo meses sin estar a solas —habría querido decirle a su hermano—. Me están acosando.»

            Notó el peso de la mirada de Gastón.

            —Peter... ¿estás bien? —le preguntó.

            —Estupendamente —repuso Peter con crueldad, saliendo de la habitación.

            Cuando llegaron a la buhardilla el fantasma todavía no había cambiado de humor. Peter pensó con pesar que había algo peor que el hecho de que te siguiera un espectro y era que te siguiera un espectro que tenía pleno poder sobre sus emociones.

            —Tal vez se te haya escapado que tengo que soportar mi propia carga. Que me aspen si puedo cargar con la tuya también —le dijo Peter en tono asesino.

            —Por lo menos tú sabes qué carga soportas —dijo el fantasma, fulminándolo con la mirada.

            —Sí, por eso me paso la mitad del tiempo bebiendo: para olvidarla.

            —¿Solo la mitad? —retrucó con sarcasmo el fantasma.

            Peter blandió el pedazo de seda.

            —¿Crees en serio que es tuyo?

            —No te acalores. Sí, es mío.

            Peter tenía la carta en la otra mano.

            —Y crees que esta carta se refiere a ti.

            El fantasma respondió con un inequívoco gesto de asentimiento. Tenía los ojos negro medianoche y la cara muy seria.

            —Me parece que lo escribió Elena.

            —Elena. —Peter parpadeó, atónito. Su furia se había esfumado por completo—. ¿La abuela de Lali? Crees que tú y ella... —Con lentitud, fue hacia la escalera y bajó el primer escalón—. Eso es ir demasiado lejos, sin nada que lo respalde.

            —Era reportera del Herald...

            —Lo sé. Y vivía aquí, y tal vez haya una pequeñísima posibilidad de que la máquina de escribir fuera suya. Pero eso no prueba nada.

            —No necesito pruebas. Estoy recordando cosas. La recuerdo a ella. Y sé que ese pedazo de tela que tienes en la mano era mío.

            Peter desplegó la blood chit y volvió a mirarla.

            —No lleva ningún nombre, así que no puedes estar seguro de que sea tuya.

            —¿Lleva número de serie?

            Peter miró atentamente la tela y asintió.

            —En el lado izquierdo.

            —¿Es W17101?

            A medida que leía el número de serie, W17101, puso unos ojos como platos.

            El fantasma le dirigió una mirada de manifiesta superioridad.

            —¿Eres capaz de recordar esto y no te acuerdas de cómo te llamas? —le preguntó.

            El fantasma miró los montones de cajas y objetos de la buhardilla, los recuerdos empaquetados y cubiertos por el polvo de años.

            —Recuerdo que en otros tiempos fui un hombre que amaba a alguien —se puso a caminar con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta de piloto de bombardero—. Tengo que enterarme de lo que sucedió. De si Elena y yo nos casamos. De si...

            —¿Si qué? Te moriste.

            —A lo mejor no. A lo mejor volví.

            —¿Saliste vivo de un accidente de avión? —le preguntó Peter con sarcasmo—. Por lo que yo sé, fue muchísimo peor que un aterrizaje forzoso.

            El fantasma parecía decidido a inventar algún tipo de final feliz para su historia.

            —Cuando amas tantísimo a una mujer no permites que nada te detenga, que nada te impida volver con ella. Sobrevives a lo que sea.

            —A lo mejor era todo cosa de ella. Puede que para ti fuera solo una aventura.

            —Todavía la quiero —dijo el fantasma con ferocidad—. Todavía lo siento. Aquí —se llevó una mano al pecho—. Y me sigue doliendo a morir.

            Peter lo creyó, porque a él le dolía con solo estar cerca.

            Observó al fantasma ir de un lado para el otro.

            Si el semblante del espectro reflejaba fielmente cómo había sido en vida, había tenido complexión de piloto, flaco y ágil, con suficiente masa muscular para contrarrestar los desmayos de las extenuantes maniobras de un combate aéreo.

            —Bastante alto para ser piloto en tu época —comentó Peter.

            —Cabía en un P-40 —dijo el fantasma, distante.

            —¿Pilotabas un caza? —le preguntó Peter, fascinado. En su infancia, había construido una maqueta del avión World War II—. ¿Seguro?

            —Bastante seguro. —El fantasma se hallaba ensimismado—. Recuerdo que me dispararon —dijo— y recibí tanta fuerza-g que la sangre se me fue de la cabeza y todo se volvió borroso. Pero aguanté hasta que el tipo que llevaba en la cola se rindiera o quedara inconsciente.

            Peter se sacó el móvil del bolsillo y abrió el navegador.

            —¿A quién llamas?

            —A nadie. Intento encontrar si existe algún modo de identificar a un piloto por el número de serie de eso. —Al cabo de un minuto o dos de búsqueda, encontró una página de información y frunció el ceño mientras leía.

            —¿Qué pasa? —preguntó el fantasma.

            —No ha habido suerte. No hay un catálogo general. Hubo repartos en masa desde diferentes fuentes de Estados Unidos y China. Algunos fueron reenviados a un segundo piloto cuando el primero murió. Además, puesto que los números de serie se consideraban información clasificada, las listas que hubiera probablemente fueron destruidas.

            —Busca Elena Steward —le dijo el fantasma.

            —Con este teléfono no. La conexión es demasiado lenta. —Peter miró ceñudo la pequeña pantalla de cristal líquido—. Para eso me hace falta un portátil.

            —Ve al sitio web del Bellingham Herald —insistió el otro—. Tiene que haber algo sobre ella.

            Peter fue al sitio web y lo estuvo consultando un minuto.

            —Los archivos digitalizados solo se remontan hasta el 2000.

            —Eres un investigador pésimo. Pregúntaselo a Gastón. Seguro que no tardará ni cinco minutos en encontrarlo todo acerca de Elena.

            —La gente de ochenta años no suele dejar un rastro en internet —dijo Peter—. Además, no puedo preguntárselo a Gastón... querrá saber por qué me interesa y no quiero explicárselo.

            —Pero...

            —Verás a Elena dentro de nada, cuando Lali la traiga a la isla, y yo en tu lugar no me emocionaría demasiado. Ahora es una anciana.

            El fantasma soltó un bufido.

            —¿Qué edad crees que te tengo yo, Peter?

            El otro lo miró, evaluándolo.

            —Cerca de treinta años.

            —Con lo que estoy pasando, la edad es más que relativa. El cuerpo no es más que un frágil recipiente para un alma.

            —Yo no he alcanzado la iluminación —le dijo Peter. Después de conectar el teléfono a los altavoces, se acercó a la caja de las bolsas de basura y sacó una.

            —¿Qué haces? —le preguntó el fantasma.

            —Voy a revisar más trastos de estos.

            —El ordenador de Gastón está en la planta baja —protestó el fantasma—. Podrías pedirle que te lo deje.

            —Más tarde.

            —¿Por qué no ahora?

            Porque Peter necesitaba sentir que tenía cierto control sobre su propia maldita vida. El encuentro con Lali de aquella mañana, y la lectura de la vieja carta mecanografiada, lo habían alterado. Le hacía falta un descanso de las emociones que flotaban libremente y las escenas y las preguntas sin respuesta. En lo único que podía pensar era en hacer algo práctico.

            El fantasma, intuyendo su humor volátil, se batió en retirada y guardó silencio.

Continuará...

+10 :'(

12 comentarios: