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martes, 12 de mayo de 2015

Capítulo - 42



Le dieron a Candela suficiente láudano para que no sintiera dolor, aunque seguía siendo consciente de lo que ocurría. Los meses pasados, meses llenos de incomodidades, alegría y espera, estaban llegando a un abrupto final. Lali sabía que el dolor físico de Cande no se podía comparar con la angustia emocional de saber que estaba perdiendo al bebé. Agustín tardó casi cuatro horas en encontrar al doctor Haskin, quien estaba atendiendo a otro paciente, y llevarlo al rancho. Lali sufrió todos y cada uno de los minutos de aquellas cuatro horas y maldijo en silencio al doctor por no estar allí.

Emilia estuvo todo el tiempo sentada junto a la cama de Candela, con actitud tranquila, aunque con expresión perdida, y contestaba con lentitud a las preguntas que le formulaban o permanecía en silencio. De una forma instintiva, Candela se volvía a Lali en busca de ayuda, le apretaba la mano cuando tenía dolores y le pedía que hablara cuando necesitaba distracción. Lali trabajó sin descanso para mantenerla lo más cómoda posible. Le secaba el sudor de la cara, reorganizaba el montón de almohadas cuando le dolía la espalda y le cambiaba las toallas que había colocado debajo de su pelvis.

Lali sólo era vagamente consciente de lo que ocurría fuera de la pequeña habitación de Candela. Sabía que hacía mucho rato que el sheriff había llegado y que Peter lo había acompañado al dormitorio de Nicolás. Sabía que personas desconocidas subían y bajaban las escaleras y oía voces masculinas en el exterior conforme los habitantes del rancho se transmitían la noticia del asesinato de Nicolás Espósito.

Por fin, Stéfano llamó a la puerta para avisar de la llegada del doctor. Lali, cansada e ignorando las manchas de sangre de su vestido y su pelo despeinado y recogido con precipitación en una coleta, bajó las escaleras para recibirlo. Cuando vio al doctor Haskin dio un brinco de sobresalto. Ella esperaba a un anciano con el pelo plateado y el rostro y la comisura exterior de los ojos arrugados. Esperaba a un anciano de hombros delgados y algo encorvado, a un hombre que arrastraba ligeramente los pies al caminar. Así era el doctor Haskin que ella conocía de toda la vida.

Sin embargo, el hombre que estaba frente a ella era joven, fornido, de pelo negro y sólo uno o dos años mayor que Candela. Sus facciones reflejaban fortaleza y su mirada era clara y directa, aunque tenía las mismas cejas pobladas que el doctor Haskin que ella conocía y la misma sonrisa reconfortante. Lali esperaba que le preguntara acerca de la salud de su tía Alelí, hasta que recordó que Alelí ya no era su tía.

—Doctor Haskin —balbuceó Lali.

El esbozó una leve sonrisa y empezaron a subir las escaleras.

—Hacía mucho tiempo que no la veía, señorita Mariana. Al menos uno o dos años. —«¿Qué tal cincuenta?», quiso decir Lali, pero se contuvo—. Agustín no me ha contado gran cosa sobre lo que le ocurre a su hermana —continuó el doctor, y su voz sonó tan calmada que para Lali constituyó una bendición y deseó llorar de alivio al saber que contaba con alguien que sabía lo que se tenía que hacer—. ¿Está de parto?

—Ya ha tenido al bebé —soltó Lali—. Ha nacido muerto, pero la placenta no ha salido.

—¿No ha salido nada o ha salido algún pedazo?

—Creo que no ha salido nada —contestó Lali, y al sentir un leve mareo, se agarró con fuerza a la barandilla de la escalera.

El doctor Haskin apoyó una mano en su hombro para estabilizarla.

—¿Por qué no se va a descansar un rato? —sugirió él con amabilidad—. Yo me ocuparé de su hermana.

Si no volvía al dormitorio de Cande, ¿sería como si la abandonara? Lali titubeó y arrugó la frente a causa de la tortura que experimentaba. No podía volver allí y enfrentarse de nuevo a la mirada perdida de Emilia y el sufrimiento de Candela. Si no descansaba en un lugar tranquilo durante unos minutos, se volvería loca.

—Sí, me iré a descansar un rato —susurró—. Por favor, ocúpese de mi madre también. Estoy preocupada por ella.

—Lo haré. Y siento lo de su padre, señorita Mariana.

Lali volvió a bajar las escaleras con lentitud sin soltarse de la barandilla. Una sensación de incapacidad e insignificancia se apoderó de ella y, además, se sentía demasiado cansada para resistirse. Una necesidad creció en su interior, la necesidad imperiosa de ver a Peter. Él la sostendría en sus brazos y permitiría que ella se apoyara en él tanto tiempo como fuera preciso.

Sólo él podía convencerla de que el mundo no se había vuelto loco.

Lali oyó un murmullo de voces que procedía del despacho de Nicolás. Se acercó con sigilo a la puerta entreabierta y aguzó el oído cuando oyó que hablaban de Nicolás. Las voces pertenecían a Peter, a Sam Dary, el sheriff, y a uno o dos hombres más que no identificó.

—Estoy de acuerdo —decía Peter con voz cansina—. No utilizó ningún caballo. Fuera quien fuera, iba a pie, y es probable que todavía...

—Tenemos a un par de hombres inspeccionando la zona. No puede haber ido lejos —declaró el sheriff con el típico acento tejano—. A no ser que esté en el barracón. Lo más probable es que estemos buscando a uno de sus hombres, Peter.

—Los muchachos aseguran que no han notado que nadie entrara o saliera del barracón en toda la noche. Y muchos de ellos tienen el sueño ligero.

—Robbie Keir jura que no vio a quien lo golpeó. ¿Tienes alguna idea?

—No. A mí me golpearon desde detrás nada más entrar en la casa.

—Esto es un rompecabezas —murmuró Dary—. Se trata de alguien que conoce el rancho e incluso la casa.

—Es posible que se trate de alguien que...

—Peter —lo interrumpió Dary con voz calmada—, ya es hora de hablar en serio. Mis muchachos han encontrado pruebas en tu cabaña y en el dormitorio del señor Espósito. Y todas apuntan en la misma dirección.

—¿Y qué dirección es ésa? —preguntó Peter con voz suave.

—Me parece que estás ocultando algo, Peter.

—¡Y una mierda! Le he dado permiso para buscar en todo el maldito rancho, incluidos los barracones y mi cabaña. Puede usted utilizar sin problemas todas las pruebas que haya encontrado.

—Entonces, ¿qué tienes que decir acerca del hecho de que a Nicolás lo hayan estrangulado con una de las cuerdas de tu guitarra?

—¿Qué? —exclamó Peter atónito.

—Así es, lo han estrangulado con una cuerda de guitarra que se corresponde con la que falta de la guitarra que hay en tu cabaña.

Lali ya no lo soportó más y entró en la habitación. Peter estaba situado frente a un semicírculo formado por el sheriff y otros dos hombres. Lali se colocó al lado de Peter en dos zancadas.

—Esto no prueba nada —declaró ella con vehemencia—. Cualquiera podría haberla cogido de su cabaña. En este rancho hay mucha gente yendo y viniendo continuamente.

Peter le lanzó una silenciosa mirada de advertencia. Su expresión era inescrutable, pero su cara se veía pálida, lo cual constituía el único indicio de hasta qué punto le había afectado aquella información. Los demás ni se movieron ni hablaron, horrorizados por la interrupción de Lali y por su osadía al interferir en los asuntos de los hombres. Sam Dary recobró la compostura y, tras realizar un esfuerzo, le sonrió.

—Señorita Mariana, sentimos mucho lo que le ha ocurrido a su padre. Estamos intentando llegar al fondo del asunto lo antes posible. ¿Por qué no nos deja y no preocupa su cabecita con...?

—Mi cabeza no es pequeña, y tampoco mi mente. Y tengo un interés justificado en todo esto, dado que es a mi padre a quien han asesinado y mi prometido a quien intentan...

—Mariana —intervino Peter, y la cogió del brazo con fuerza, lo cual contradecía el tono amable de su voz—, el sheriff sólo intenta averiguar la verdad. No tenemos ningún problema con esto, ¿no es cierto?

—Pero... —empezó ella, y al ver que los ojos de Peter despedían peligrosos destellos cerró la boca.

—Peter —intervino Dary en un tono casi de disculpa—, ella no tiene por qué estar aquí. ¿Quieres decirle que...?

—Ella no constituirá ningún problema. —Peter miró a Lali de un modo significativo—. De hecho, no pronunciarás el menor sonido, ¿verdad, cariño?

—No —contestó ella con una repentina docilidad, pues habría prometido cualquier cosa con tal de que le permitieran estar allí.

—Continúe —pidió Peter con tranquilidad mientras se volvía hacia el sheriff—. Actúe como si ella no estuviera aquí.

—Bien. Esto... Bien... ¡Ah, sí...!

Dary hurgó en su bolsillo, sacó una bolsa pequeña, la abrió y vertió su contenido en la palma de su mano. Lali se acercó y observó el objeto diminuto que había caído de la bolsa. Se trataba de un botón de camisa peculiar, metálico, de un color gris opaco, y tenía grabado el dibujo de unos pergaminos.

—Se trata del botón de una de mis camisas —declaró Peter en voz baja.

—¿Estás seguro? —preguntó Dary.

—Sí, estoy seguro. Es de una tiendecita de Chicago en la que encargué que me confeccionaran unas camisas un par de años atrás.

—Lo encontramos en el suelo, junto al... —Dary se interrumpió y miró a Lali antes de continuar—... a la cama. Cuando examinamos tu cabaña, descubrimos que a una de tus camisas le faltaba un botón y los demás eran iguales a éste.

—Le están tendiendo una trampa —soltó Lali—. Alguien podría haber arrancado el botón y haberlo dejado junto a la cama de Nicolás para que pareciera que Peter...

—Lali —la interrumpió Peter, y a pesar de la gravedad de la situación, su boca esbozó una leve sonrisa.

Aunque Lali había prometido permanecer en silencio, él nunca albergó la menor duda de que rompería su promesa.

—Ellos saben que eres demasiado inteligente para dejar pruebas que te incriminen —insistió Lali—. ¡Y mucho menos una cuerda de tu guitarra! ¿Y cómo explican el chichón que tienes en la cabeza? Alguien te golpeó con mucha fuerza. ¿No creerán que te golpeaste tú mismo? Además, yo oí que alguien salía de la casa justo cuando te encontré en el suelo. Examinen la parte trasera de la casa, estoy segura de que encontrarán pisadas y...

—Es posible que tuviera un socio que se volviera contra él —comentó Dary lacónicamente.

—¡Esto es absurdo! —explotó Lali, y se disponía a añadir algo más cuando Peter la interrumpió.

—Una palabra más en mi defensa, cariño, y es probable que me cuelguen del árbol más cercano. ¿Por qué no vas a preparar algo de café?

—No pienso dejarte solo —declaró ella con tozudez.

—No es necesario que se vaya —intervino Dary con una profunda arruga en la frente—. Sólo una pregunta más, Peter. Si el hombre que asesinó a Nico Espósito era tan silencioso que nadie de la casa se despertó, ¿cómo es posible que tú supieras que algo iba mal?

Peter lo miró con rostro inexpresivo.

—Tuve un presentimiento.

Lali se echó a temblar. Quería gritar y defenderlo: «¡Fui yo! ¡Yo le advertí!»

—¿Puedes probar que estabas en tu cabaña cuando asesinaron a Nicolás?

—Sí —intervino Lali con rapidez, pues sabía que Peter no la implicaría aunque de ello dependiera que lo colgaran o no. Ella era la única que podía proporcionarle una coartada—. Pregúntemelo a mí. Yo estaba en su cabaña con él. Estuvimos juntos toda la noche.

Dary se puso colorado y retiró la vista. Lali continuó mirándolo con determinación mientras ignoraba la dureza con que Peter la miraba a ella. A Dary parecía faltarle el aire a causa de la vergüenza que sentía. Al final se dirigió a Peter:

—¿Es eso cierto, Peter?

—Dile la verdad, Peter —añadió Lali.

Peter cerró sus verdes ojos con rabia.

—Mantengalo en secreto, si es posible —declaró mientras realizaba una mueca—. No quiero que su reputación se vea arrastrada por el barro.

Pero todos sabían que ya era demasiado tarde para evitarlo. Todos los habitantes del pueblo se sentirían encantados y escandalizados por la historia. Nicolás Espósito estrangulado en su propia cama mientras su hija dormía con el capataz. Resultaba imposible que alguien mantuviera esta información en secreto durante mucho tiempo.

Después de esto, no había ninguna razón para que el sheriff y sus hombres continuaran allí. Peter los acompañó a la puerta y regresó al despacho, donde Lali había encontrado una botella de whisky y un vaso.

—Echa más —declaró Peter, y ella sonrió sin fuerzas.

—Sólo hay un vaso.

Lali bebió un trago, le tendió el vaso a Peter y soltó una exclamación cuando el líquido le ardió en la garganta. Peter se llevó el vaso a los labios y siguió su ejemplo. Después de unos instantes, Peter suspiró y cerró los ojos.

—Me habría ido bien unas cuantas horas atrás.

—¿Tú crees que nos servirá de algo? —preguntó Lali sin ánimos, pero antes de que Peter pudiera responderle, volvió a coger el vaso.

—¿Cómo está Candela?

Esta vez, Lali bebió un trago más largo.

—No estoy segura.

—¿Y el bebé?

—Muerto. —Lali contempló con fijeza el contenido del vaso y lo apretó tanto que sus dedos empalidecieron—. Se supone que el bebé no tenía que morir —declaró más para sí misma que para él—. Se supone que tenía que vivir, crecer y, algún día, tener una hija propia.

—Lali, ¿de qué estás hablando?

—Tendría que haberlo salvado —continuó ella mientras el vaso le temblaba en la mano—. Por esto volví. Por esto estoy aquí. Pero ¿qué podía hacer para evitarlo? Intenté advertirle. Intenté cambiar las cosas, pero ha ocurrido de todos modos. Igual que antes...

—Lali —la interrumpió Peter con voz suave. Cogió el vaso de whisky y lo dejó en el escritorio. A continuación, acercó el cuerpo de Lali a su cálido y fuerte pecho y la voz de Lali quedó apagada contra su camisa de algodón—. ¡Chsss! Lo que dices no tiene sentido.

Ella se relajó contra él sintiéndose totalmente exhausta.

—¡Estoy tan cansada! —Unas lágrimas de tristeza surcaron sus mejillas—. ¡Estoy tan cansada, Peter!

—Lo sé —susurró él mientras arreglaba su despeinado pelo y acariciaba sus doloridos hombros y su espalda—. Sé por lo que has pasado esta noche. Necesitas dormir.

—¿Y tu cabeza...? No te la han vendado ni...

—Estoy bien —la tranquilizó él con rapidez—. No necesitaba ninguna venda.

—No puede haber sucedido otra vez —dijo ella con voz entrecortada mientras se agarraba a la camisa de Peter—. Debería haberlo evitado...

—¿Otra vez? ¿De qué estás hablando? —preguntó Peter perplejo—. ¿De Nico?

—Los Amadeo están detrás de todo esto. Tú lo sabes.

La expresión de Peter cambió, se volvió fría, y sus labios se afinaron, aunque Lali no estaba segura de si el cambio se debía a la rabia o al dolor.

—Todavía no hay pruebas, pero lo averiguaré.

—Querían eliminaros a los dos, a ti y a papá. Esta vez te he salvado. Ellos no contaban con que...

—¿Qué quieres decir con «esta vez»?

Ella ignoró su pregunta. Tenía la mirada perdida y clavada en la ventana.

—Todavía irán por ti. Benjamín te odia, y su padre, además del agua, quiere el rancho. Y tú eres lo único que se interpone en su camino.

Peter la miró de una forma cortante.

—¿Qué te dijo Benjamín aquel día en el pueblo? Desde entonces has sospechado que algo así sucedería. ¿Cómo sabías que había pasado algo antes de que nadie más lo supiera?

Lali cerró los ojos intentando ocultar un sentimiento repentino de culpabilidad.

—No estaba segura. Llevo mucho tiempo preocupada por papá, y en la cabaña..., simplemente sentí que algo no iba bien. No puedo explicarte por qué. Pero no importa..., llegué demasiado tarde.

Lali se apoyó en Peter sin mover un solo músculo. En algún lugar de su mente esperaba que él se pusiera tenso por la sospecha, esperaba que se distanciara de ella aunque sólo fuera una fracción de centímetro. Pero Peter no se retiró ni delató sus pensamientos de ninguna forma. Sus dedos se deslizaron por el pelo de Lali acariciando ligeramente su cuero cabelludo. Aquel suave roce tranquilizó a Lali, sus párpados se cerraron con pesadez y sus pestañas casi rozaron sus mejillas.

Al sentir que el cuerpo de Lali se aflojaba, Peter suspiró y secó una lágrima de la mejilla de ella con los nudillos de su mano.

—Te acompañaré arriba. Necesitas descansar.

—No podré dormir.

—El doctor Haskin puede darte un tranquilizante. Te lo has ganado.

—No quiero subir a la planta de arriba —declaró Lali con voz entrecortada—. No quiero acercarme a la habitación en la que... No me obligues a hacerlo.

—No lo haré. No lo haré —murmuró Peter, y al ver que Lali volvía a llorar, buscó un pañuelo.

Peter encontró un pañuelo de algodón arrugado en el bolsillo trasero de sus tejanos.

—Dormiré en el sofá del salón con la luz encendida.

—Lo que tú quieras, querida.

—Lo siento. —Lali tragó saliva y se sonó la nariz con el pañuelo—. Mañana seré fuerte y te ayudaré. ¡Dios mío, hay tanto que hacer!

—Lo solucionaremos todo.

La mente de Lali saltaba de un pensamiento a otro de una forma alocada.

—Peter, fue uno de nuestros hombres...

—Sí, es lo más probable. Pero si vuelves a mencionarlo me enfadaré. Tal como están las cosas, los rumores y las acusaciones ya se extenderán solos con la suficiente rapidez. Mañana, después de interrogar a los muchachos, sabremos algo más.

—¿Los interrogará el sheriff?

—Y yo.

—¿Y qué hay del testamento? —susurró Lali—. Mi padre no llegó a redactar el nuevo. El abogado del Este no llegó a tiempo. ¿Qué ocurrirá con el rancho y la familia?

—Nico redactó un testamento nuevo cuando derribaron la valla por primera vez. Por si ocurría algo antes de que el abogado llegara. Nico no quería que nadie lo supiera. Agustín y yo fuimos los testigos.

—¿Lo dejó todo... en tus manos?

Peter asintió en silencio y clavó la mirada en la de Lali.

—¿Será válido? —preguntó Lali.

—No está tan bien redactado como lo habría hecho el abogado, pero sí, creo que será válido.

Lali experimentó una terrible sensación de ironía. En cualquier caso, la antigua Mariana no se habría salido con la suya. De todos modos, Peter sería el sucesor de Nicolás. Y los Amadeo tampoco se saldrían con la suya, porque ella defendería la coartada que había proporcionado a Peter. Si bien era cierto que el sheriff albergaba sospechas en contra de Peter, las sospechas no probaban que él había asesinado a Nicolás. Las únicas pruebas que tenían eran circunstanciales. La cuestión era si los Amadeo seguirían intentando deshacerse de Peter.

—Tengo miedo por ti —declaró Lali en voz baja.

Peter esbozó una sonrisa forzada.

—No te preocupes. No hay ninguna razón para que te preocupes.


Pero su confianza no calmó los temores de Lali, pues era como si él no quisiera ver los designios del destino.

Continuará...

+10 :(

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