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martes, 26 de mayo de 2015

Cap / 38



            —¿Es un juego como Angry Birds? —le preguntó Lali al cabo de unos días, cuando Peter le habló de Skyrebels.

            —No. Se trata de todo un mundo, como una película. Puedes explorar distintas ciudades, librar batallas, cazar dragones. Hay un número potencialmente ilimitado de entornos. Por lo visto puedes apartarte de la búsqueda principal para leer libros de una librería virtual o cocinar platos virtuales.

            —¿Cuál es la búsqueda principal?

            —¡Que me aspen si lo sé!

            Lali sonrió mientras vertía el chocolate blanco derretido de una sartén pequeña en un cuenco. Ella y Peter estaban solos en la casa de Rainshadow Road. Gastón se había marchado a Nueva York para ver a Rochi y Mery se había ofrecido a quedarse con Elena en la casa de Dream Lake.

            —No lo hago por Peter, lo hago por ti —le había dicho a Lali—. De vez en cuando deberías pasar una noche sin tener que ocuparte de Elena.

            —¿Por qué quiere alguien pasar tanto tiempo en un mundo virtual en lugar de en el mundo real? —le preguntó a Peter dejando la sartén vacía—. Te puedes tomar la molestia de preparar una comida virtual pero seguirás sin tener nada real que llevarte a la boca.

            —Los jugadores no quieren una cena de verdad —le dijo él—. Les gustan las cosas que se pueden comer con una sola mano: patatas fritas, ganchitos... —Rio al ver la cara que ponía ella y observó, intrigado, cómo usaba una espátula para mezclar el chocolate en un cuenco de nata batida.

            —¿Por qué la mezclas así?

            —Si lo mezclas de la manera habitual no queda esponjoso. —Metió la espátula verticalmente en el cuenco de nata y chocolate blanco y ejecutó un movimiento envolvente por el fondo y un lado del recipiente. Cada vez que terminaba aquella maniobra le daba al cuenco un cuarto de vuelta—. ¿Lo ves? De esta manera la mezcla se mantiene ligera. Toma, prueba.

            —No quiero estropearlo —protestó Peter cuando le dio la espátula.

            —No lo harás. —Le sujetó la mano con la suya y le enseñó a describir el movimiento. Él permaneció detrás de ella, rodeándola con los brazos, mientras Lali guiaba su mano hábilmente—. Abajo, por debajo, arriba, por encima. Abajo, por debajo, arriba, por encima... sí, eso es.

            —Empiezo a excitarme —le dijo él, y Lali soltó una carcajada.

            —No es que te cueste demasiado.

            Le devolvió la espátula y hundió la nariz en sus rizos mientras ella dejaba a punto la emulsión.

            —¿Para qué hacemos esto?

            —Para una tartaleta de chocolate blanco y fresas. —Hundió un dedo en la crema y se dio la vuelta en sus brazos—. Prueba.

            Él probó la crema de su dedo.

            —¡Dios, qué bueno está! Dame más.

            —Esto y basta —dijo ella con severidad, hundiendo una vez más el dedo en el cuenco—. Lo necesitamos para la tartaleta.

            Le succionó el dedo.

            —Mmmm. —Bajó la cabeza y compartió el bocado con ella. Tenía la lengua dulce como el chocolate blanco.

            Lali se relajó y abrió los labios. El beso se prolongó, se volvió profundo y perezoso, mientras las manos de Peter se deslizaban por sus brazos y sus hombros. Cogió el dobladillo de su camiseta y empezó a subírsela. Ella lo detuvo con un gritito de protesta.

            —Peter, no. Estamos en la cocina.

            Le besó el cuello.

            —No hay nadie.

            —Las ventanas...

            —No hay nadie en kilómetros a la redonda. —Le quitó la camiseta y atrapó su boca con una sensual glotonería que le erizó la pelusilla de la nuca y los brazos. Cuando notó que le bajaba los tirantes del sujetador se tensó inquieta, pero se lo permitió. Sus dedos, tan seguros, le desabrocharon los corchetes de la espalda. Uno, dos, tres... Las tirillas y el encaje elástico cayeron.

            Le cubrió los pechos con las manos, ejerciendo una cálida y estimulante presión, acariciándola suavemente con las palmas. Luego le pellizcó los pezones hasta que se le endurecieron. Ella se apoyó contra el borde de la encimera, haciendo un esfuerzo por hablar, entre jadeos.

            —Por favor... arriba... —quería la oscura privacidad envolvente de un dormitorio, la blandura de una cama.

            —Aquí —insistió en voz baja Peter, que se quitó la camiseta y la tiró al suelo. Todo él era agresividad y fuerza física masculina. Tenía los ojos encendidos y de un verde demoníaco cuando metió la mano en el cuenco de nata y cogió un poco con dos dedos. Lali parpadeó al darse cuenta de lo que pretendía.

            —Ni se te ocurra —resolló, riéndose bajito, intentando zafarse—. A ti te falla algo.

            Sin embargo, él la había agarrado con la mano libre por la parte delantera de los pantalones cortos y la retuvo para untarle los pezones con la mezcla de nata y chocolate blanco.

            Lali cerró los ojos, temblorosa, cuando él empezó a lamer y a chupar. Subió la cabeza y la besó de nuevo; su boca era deliciosa y voraz. Con las manos dentro de sus pantalones cortos, apoyó las manos calientes contra su piel fría. La joven no podía pensar, apenas era capaz de respirar. «Permíteselo», le decía el cuerpo, y el placer se desplegaba lascivo. Que le quitara los pantalones cortos y las bragas, que le besara la vulnerable curva del vientre y le tocara la entrepierna. Que se arrodillara delante de ella y siguiera con la boca el sabor de su excitación.

            Le temblaron las piernas y se apoyó en el granito frío para sostenerse. Tenía la piel de todo el cuerpo de gallina. Peter alcanzó de nuevo el cuenco de nata y Lali notó una dulce frescura entre los muslos. Él se las separó con la boca y se puso a lamerla. Hacia abajo, de un lado a otro, arriba y vuelta a empezar, a un ritmo persistente, sin piedad. No le daba tiempo para pensar y le prodigaba una sensación tan intensa que se le aceleraba el corazón. Se dio cuenta de que estaba emitiendo sonidos como una durmiente afligida, moviendo los labios en círculos apretados contra la boca de él. Se humedeció y él lamió más profundamente, más enérgicamente, causándole una conmoción. Gritó cuanto la rodeaba convertido en un borrón brillante, pero él persistió, acariciándola mientras la liberación la recorría, hasta que protestó, agotada.

            Peter se incorporó y se desabrochó la cremallera de los vaqueros. La abrazó y la situó contra la su erección. Ella le abrazó el cuello y apoyó la cabeza en su hombro. No hacía falta usar condón porque había empezado a tomar la píldora. Él se puso en posición y le arrancó un gemido cuando empujó con una fuerza que casi la levantó del suelo y lo rodeó con todo el cuerpo, acogiendo la dura invasión hasta que él volvió a empujar. Lali se sentía ingrávida, anclada únicamente por la fuerza de él en su interior. Estremecimientos del placer se transmitían de su carne a la de Peter, que se los devolvía. El aire silbó entre los dientes del hombre, aferrado a ella, cuando sus embestidas se sucedieron. Se mantuvieron pegados y temblorosos, intercambiando suaves besos que enseguida se volvieron glotones... la clase de besos que uno comparte con alguien que posiblemente no estará siempre a tu lado pero lo está ahora.

            Subieron al piso de arriba, a la cama de Peter. Las frescas sábanas eran blancas y las ventanas estaban abiertas a la brisa salada de False Bay. Mientras él la besaba y la acariciaba, la luna de septiembre derramó su luz fría en la habitación. Ella notó el tirón de aquella luna, la marea de emoción y energía que crecía mientras Peter le hacía el amor como si fuera su dueño. Como si quisiera que su presencia penetrara profundamente en la memoria de Lali y no se borrara jamás.

            Lo sentía tan fuerte sobre ella, llenándola con duras arremetidas mientras la luz de la luna los envolvía. Le puso una mano en las nalgas y la levantó, llevándola a acompañar sus movimientos. El ansia alcanzó un punto agónico y Lali gimió justo antes de que él se corriera, pero él se contuvo, bajando el ritmo, impidiéndole llegar. Le abrazó las caderas, burlándose mientras ella se retorcía, jadeando palabras de súplica, diciéndole que le deseaba, que le necesitaba, que haría cualquier cosa por él. No fue suficiente. La llevó hasta el borde del orgasmo y le impidió llegar hasta que los dos estuvieron cubiertos de sudor y temblorosos de deseo y él susurró su nombre con cada embestida mientras la sometía a un ritmo lento e inmisericorde. A Lali se le llenaron los ojos de lágrimas de placer y él se las besó, jadeando contra su mejilla.

            Entonces la joven comprendió lo que Peter quería, lo que intentaba sacarle aunque no fuera de manera consciente. En cuanto se lo dijera, lo perdería. Sin embargo, ella había sabido desde el principio que a eso se encaminaban. Callar la verdad no cambiaría lo inevitable.

            Volvió la cara.

            —Te quiero —le dijo al oído.

            Notó la sacudida que lo recorrió, como si le hubiera herido. Peter redobló las embestidas, perdido el control.

            —Te quiero —repitió ella, y él le tapó la boca con los labios.

            Lali notó que se quebraba, el éxtasis derramándose y esparciéndose. Liberó la boca y repitió aquellas palabras como si fueran un conjuro, una fórmula para romper un hechizo, y él enterró la cara en su cuello y encontró su propio alivio.

Continuará...

+10 :D 

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